Read Cantar del Mio Cid Online
Authors: Anónimo
que, con la merced de Dios, nuestra será la ganancia!»
Revueltos andan con ellos por toda aquella llanada.
¡Dios, y qué grande fue el gozo de todos esa mañana!
Mío Cid y Álvar Fáñez delante de todos marchan;
tienen muy buenos caballos y a su antojo galopaban,
entre ellos y el castillo acortando la distancia.
Y los del Cid, sin piedad, a los moros atacaban,
y en un reducido espacio a trescientos moros matan.
Dando grandes alaridos los que había en la celada,
hacia delante salían, hacia el castillo tornaban
y con las armas desnudas a la puerta se paraban.
Pronto llegaron los suyos y se ganó la batalla.
El Cid conquistó el castillo de Alcocer por esta maña.
La seña del Cid ondea sobre Alcocer
Pero Bermúdez llegó con la bandera en la mano,
y la plantó en el castillo conquistado, en lo más alto.
Habló mío Cid Ruy Díaz, el caballero esforzado:
«Gracias a Dios de los cielos, gracias a todos sus santos:
alojaremos mejor a jinetes y a caballos.»
Clemencia del Cid con los moros
«Oídme, pues, Álvar Fáñez, y todos los caballeros:
Al tomar este castillo, grande botín hemos hecho;
los moros muertos están, muy pocos con vida veo.
Estos moros y estas moras venderlos no los podremos;
con degollarlos a todos poca cosa ganaremos;
mas ya que los dueños somos, acojámoslos adentro;
viviremos en su casas y de ellos nos serviremos.»
El rey de Valencia quiere recobrar a Alcocer. – Envía un ejército contra el Cid
Mío Cid con la ganancia hecha, en Alcocer está;
hizo enviar por la tienda que plantada quedó allá.
Mucho pesa a los de Ateca y a los de Terrer aún más,
y a los de Calatayud, sabed, pesándoles va.
Al rey de Valencia quieren sus mensajes enviar:
que uno a quien llaman mío Cid, Ruy Díaz de Vivar,
enojado el rey Alfonso, de su tierra echado está,
y fue a acampar a Alcocer, bien defendido lugar,
al que tendiendo celada, logró el castillo ganar:
y si no se les ayuda Ateca y Terrer caerán,
perderá a Calatayud, que no se podrá salvar,
por la orilla del Jalón, todo habrá de seguir mal.
y al otro lado, Jiloca lo mismo se perderá.
Cuando lo oyó el rey Tamín sintió de veras pesar:
«Tres buenos emires veo que en derredor de mí están;
dos de ellos, sin demorarlo, habrán de irse hacia allá
con tres mil moros armados con armas de pelear.
Los que hubiese en la frontera de refuerzo servirán;
prended vivo a ese cristiano y conducídmelo acá;
ya que se metió en mi tierra, tributo me habrá de dar.»
Los tres mil moros cabalgan, su paso aceleran ya,
y aquella noche en Segorbe llegaron a descansar.
A la mañana siguiente, emprenden su cabalgar
y por la noche llegaron hasta Cella a pernoctar.
A los que hay en la frontera los envían a llamar;
no se detienen y vense de todas partes llegar.
Salieron, después, de Cella, la que llaman de Canal;
anduvieron todo el día sin pararse a descansar,
y a Calatayud llegaron, por la noche, a reposar.
Por todas aquellas tierras hacen pregones lanzar,
y gentes de todas partes se les vienen a juntar.
Los emires Galib y Hariz, que al frente de todos van,
al buen Cid Campeador a Alcocer van a cercar.
Hariz y Galib cercan al Cid en Alcocer
Plantan las tiendas en tierra preparando la campaña;
sus fuerzas van aumentando, ya tienen gente sobrada.
Los centinelas que ponen los moros, ya se destacan,
y ni de noche y de día se desnudan de sus armas;
muchos son los centinelas y mucha la gente armada.
A mío Cid y a los suyos, logran cortarles el agua.
Las mesnadas de mío Cid quieren presentar batalla;
el que en buena hora nació firmemente lo vedaba.
Así tuvieron cercado al Cid más de tres semanas.
Consejo del Cid con los suyos. – Preparativos secretos. – El Cid sale a batalla campal contra Hariz y Galib. – Pero Bermúdez hiere los primeros golpes
Al cabo de tres semanas, cuando la cuarta va a entrar,
mío Cid con sus guerreros consejo va a celebrar:
«El agua nos han quitado, nos puede faltar el pan,
escaparnos por la noche no nos lo consentirán;
muy grandes sus fuerzas son para con ellos luchar;
decidme, pues, caballeros, qué resolución tomar.»
Habló primero Minaya, caballero de fiar:
«De Castilla la gentil nos desterraron acá;
si con moros no luchamos, no ganaremos el pan.
Bien llegamos a seiscientos, y acaso seamos más;
en nombre del Creador, ya no podemos optar;
presentémosles batalla mañana al alborear.»
Díjole el Campeador: «Así quiero oírte hablar;
así te honras, Minaya, como era de esperar.»
A los moros y a las moras los manda desalojar,
para que ninguno sepa lo que en secreto va a hablar.
Durante el día y la noche comienzan a preparar
la salida; al otro día, cuando el sol quiere apuntar,
armado está mío Cid y cuantos con él están;
y así comenzó a decir, como ahora oiréis contar:
«Salgamos todos afuera, nadie aquí debe quedar;
sino sólo dos personas que la puerta han de guardar;
si morimos en el campo, aquí ya nos entrarán;
si ganamos la batalla, mucho habremos de ganar.
Y vos, buen Pero Bermúdez, la enseña mía tomad,
como sois de verdad bueno la tendréis con lealtad,
pero no os adelantéis si no me lo oís mandar.»
Al Cid le besó la mano y la enseña fue a tomar.
Abren las puertas y fuera del castillo salen ya.
Viéronlo los centinelas y hacia sus huestes se van.
¡Qué prisa se dan los moros! Van las armas a empuñar;
el ruido de los tambores la tierra quiere quebrar;
vierais armarse a los moros para pronto pelear.
Al frente de todos ellos dos enseñas grandes van,
y los pendones mezclados, ¿quién los podría contar?
Los pelotones de moros su avance comienzan ya
para llegar frente al Cid y a los suyos atacar.
«Quietas, mesnadas, les dice el Cid, en este lugar,
no se separe ninguno hasta oírmelo mandar.»
Aquel buen Pero Bermúdez ya no se puede aguantar;
la enseña lleva en la mano y comienza a espolear:
«¡Que Dios Creador nos valga, Cid Campeador leal!
En medio del enemigo voy vuestra enseña a clavar;
los que a ella están obligados ya me la defenderán.»
Díjole el Campeador: «¡No lo hagáis, por caridad!»
Repuso Pero Bermúdez: «Dejar de ser no podrá.»
Espoleó su caballo y a los moros fue a buscar.
Ya los moros le esperaban para la enseña ganar;
y aunque le dan grandes golpes no le pueden derribar.
Y así dijo mío Cid: «¡Valedle, por caridad!»
Los del Cid acometen para socorrer a Pero Bermúdez
Embrazan ya los escudos delante del corazón
bajan las lanzas en ristre envueltas con el pendón,
inclinan todas las caras por encima del arzón
y arrancan a combatir con ardido corazón.
A grandes voces les dice el que en buen hora nació:
«¡Heridlos, mis caballeros, por amor del Creador!
Yo soy Ruy Díaz, el Cid, de Vivar Campeador.»
Todos van sobre la fila donde Bermúdez entró.
Trescientas lanzas serían, todas llevaban pendón;
cada jinete cristiano a otro moro derribó,
y a la vuelta , otros trescientos muertos en el campo son.
Destrozan las haces enemigas
Vierais allí tantas lanzas todas subir y bajar,
y vierais tantas adargas horadar y traspasar;
tantas lorigas romperse y sus mallas quebrantar
y tantos pendones blancos rojos de sangre quedar,
y tantos buenos caballos sin sus jinetes marchar.
A Mahoma y a Santiago claman unos y otros ya.
Y por los campos caían tendidos en el lugar
de la batalla, los moros, unos mil trescientos ya.
Mención de los principales caballeros cristianos
¡Qué bien estaba luchando sobre su exornado arzón
mío Cid Rodrigo Díaz, ese buen Campeador!
Con él Minaya Álvar Fáñez, el que Zorita mandó,
el buen Martín Antolínez, aquel burgalés de pro;
Muño Gustioz que del Cid fuera el criado mejor;
Martín Muñoz el que un día mandara en Montemayor.
Álvar Salvadórez y también Álvar Alvaroz,
y el buen Galindo García, caballero de Aragón;
y Félez Muñoz, sobrino que era del Cid Campeador .
Además de los citados, todos cuantos allí son
van a socorrer la enseña, y a mío Cid Campeador.
Minaya en peligro. – El Cid hiere a Hariz
Al buen Minaya Álvar Fáñez le mataron el caballo
y en su ayuda corren prestas las mesnadas de cristianos.
La lanza tiene quebrada y a la espada metió mano,
y aunque a pie lucha Minaya certeros golpes va dando.
Viólo mío, Cid Ruy Díaz de Vivar el Castellano
y acercóse a un alguacil, que tenía buen caballo
y diole un tajo de espada certero con diestro brazo
que le cortó por el talle y echólo en medio del campo.
Y al buen Minaya Álvar Fáñez le fue a ofrecer el caballo:
«Cabalgad, Minaya, en él, ya que sois mi diestro brazo.
Hoy de todo vuestro esfuerzo me encuentro necesitado;
muy firmes están los moros, aun no me dejan el campo,
y es menester que, al final, firmes les acometamos.»
Cabalgó entonces Minaya, ya con la espada en la mano,
por entre las fuerzas moras fuertemente peleando.
A los que logra alcanzar, la vida les va quitando.
Mío Cid Rodrigo Díaz, Campeador bienhadado,
al emir Hariz tres golpes con su mandoble le ha dado;
le fallan los dos primeros, sólo el tercero ha acertado
y por la loriga abajo la sangre va chorreando;
el emir volvió la rienda para escaparse del campo.
Y por aquel golpe, el Cid la victoria hubo alcanzado.
Galib herido y los moros derrotados
El buen Martín Antolínez tan gran tajo le dio a Galib,
que los carbunclos del yelmo dejólos sueltos aparte,
atravesó con la lanza el yelmo y llegó a la carne;
y a recibir otro golpe no se aventuró a esperarse.
Derrotados están ya los jefes Hariz y Galib.
¡Qué buen día fue aquel día para la cristiandad grande
porque los moros huyeron por una y por otra parte!
Los hombres de mío Cid les van siguiendo al alcance,
y el emir Hariz se va a Terrer a refugiarse,
pero a Galib no quisieron en tal pueblo cobijarle,
y a Calatayud se marcha, tan pronto puede escaparse.
Mío Cid Campeador detrás íbale al alcance.
y hasta la misma ciudad persiguiólo sin cansarse.
Minaya ve cumplido su voto. – Botín de la batalla. – El Cid dispone un presente para el rey
Al buen Minaya Álvar Fáñez bueno le salió el caballo,
y de moros enemigos llegó a matar treinta y cuatro.
Tanto su espada tajó, que sangriento lleva el brazo,
y de la muñeca al codo la sangre va chorreando.
Dice Minaya Álvar Fáñez: «Ahora me siento pagado,
porque hacia Castilla irán noticias y comentarios
de que mío Cid Ruy Díaz campal batalla ha ganado.»
Tantos moros yacen muertos, que pocos vivos quedaron,
y al perseguirlos sin tregua, alcance les fueron dando.
Ya tornan los caballeros de mío Cid bienhadado.
Andaba el Campeador montado en su buen caballo
y con la cofia fruncida , ¡oh Dios, y qué bien barbado!,
el almófar en la espalda y con la espada en la mano.
Mirando cómo los suyos a él se iban acercando:
«Agradezco a Dios, decía, Aquel que está allá en lo alto,
que ha hecho que esta batalla hayamos por Él ganado.»
El campamento enemigo los del Cid han saqueado,
tantos escudos y armas y riqueza han hallado
de los moriscos vencidos a los que luego tomaron,
además de las riquezas, quinientos y diez caballos.
¡Gran alegría reinaba entre todos los cristianos,
pues de los suyos tan sólo quince de menos echaron!
Oro y plata tanta tienen, no saben dónde guardarlo;
enriquecidos se quedan todos aquellos cristianos
con aquel botín tan grande que de la lucha sacaron.
En su castillo, los moros, defendiéndolo, quedaron,
y allí mandó mío Cid que les entregasen algo.
Grande es el gozo del Cid y el de todos sus vasallos.
Repartir manda el dinero y tantos bienes sobrados;
en su quinta parte al Cid le tocaron cien caballos.
¡Dios, y qué bien que pagó mío Cid a sus vasallos,
a los que luchan a pie y a los que van a caballo!
Tan bien los supo arreglar mío Cid el bienhadado,
que cuantos con él estaban satisfechos se quedaron.
«¡Oíd, Minaya, le dice, vos que sois mi diestro brazo!,
de todas estas riquezas que el Creador nos ha dado,
según vuestro parecer, tomadlas con vuestra mano.
Enviaros a Castilla quiero con este recado
de la batalla que aquí a los moros les ganamos.
Al rey de Castilla, Alfonso, que de ella me ha desterrado,
quisiera enviarle, como presente, treinta caballos,
cada uno con su silla y todos bien embridados,
llevando sendas espadas de los arzones colgando.»
Dijo Minaya Álvar Fáñez; «Así lo haré de buen grado.»
El Cid cumple su oferta a la catedral de Burgos
«He aquí, mi buen Minaya, el oro y la plata fina;
con ello habéis de llenar esa alta bota? hasta arriba;
en Santa María de Burgos, por mí pagaréis mil misas,
y aquello que os sobre, dadlo a mi mujer y a mis hijas,