Cantar del Mio Cid (5 page)

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Authors: Anónimo

BOOK: Cantar del Mio Cid
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que rueguen mucho por mí, en las noches y en los días;

que si yo sigo viviendo, habrán de ser damas ricas.»

42

Minaya parte para Castilla

Contento estaba Álvar Fáñez con lo que el Cid le ha mandado;

los que con él han de irse estaban ya preparados.

Dan la cebada a las bestias cuando la noche va entrando.

El Cid les habla a los suyos, que allí estaban congregados.

43

Despedida

«¿Os vais, Minaya Álvar Fáñez, a Castilla la gentil?

A todos nuestros amigos muy bien les podéis decir

que, con la ayuda de Dios, vencimos en buena lid.

Tal vez a nuestro regreso aún nos encontréis aquí;

si no, allá donde supieseis que estamos, allí acudid.

Con la lanza y con la espada ganaremos el vivir,

y si en esta tierra pobre no podemos resistir,

creo yo que nos tendremos al fin que marchar de aquí.»

44

El Cid vende Alcocer a los moros

Todo preparado ya, al alba partió Minaya;

mío Cid Campeador quedó allí con su mesnada.

Estéril era la tierra sobre la que se acampaban.

Todos los días al Cid Campeador espiaban

los moros de las fronteras con otras gentes extrañas.

Curado ya el emir Hariz, todos de él se aconsejaban.

Entre los moros de Ateca, y los que a Terrer poblaban,

y los de Calatayud, ciudad de más importancia,

convienen con mío Cid por escrito, en una carta,

que Alcocer le comprarán por tres mil marcos de plata.

45

Venta de Alcocer.

Mío Cid Rodrigo Díaz a Alcocer tiene vendido;

y así pagó a sus vasallos que en la lucha le han seguido.

Lo mismo a los caballeros que a los peones, hizo ricos;

ya no queda ni uno pobre de cuantos le hacen servicio.

Aquel que a buen señor sirve, siempre vive en paraíso.

46

Abandono de Alcocer. – Buenos agüeros. – El Cid se sienta en el Poyo sobre Monreal

Cuando quiso mío Cid el castillo abandonar,

moros y moras cautivos comenzáronse a quejar:

«¿Vaste, mío Cid? ¡Contigo nuestras oraciones van!

Agradecidos quedamos, señor, de tu trato y paz.»

Cuando salió de Alcocer mío Cid el de Vivar,

todos los moros y moras comenzaron a llorar.

Con la enseña desplegada, el Campeador se va,

y por el Jalón abajo, hacia delante se va;

mientras camina, las aves, favorables, ve volar.

Les plugo a los de Terrer y a los de Calatayud más,

y a los de Alcocer les pesa, que al Cid no querían mal.

Aguijó el Cid su caballo, siguiendo su caminar,

hasta acampar en un Poyo que está sobre Monreal.

Alto y grande el cerro era, tan maravilloso y tan

inexpugnable, que no se le podía asaltar.

A la ciudad de Daroca tributo le hizo pagar,

y lo mismo hizo a Molina que del otro lado está,

y la tercera, Teruel, que está del lado de acá;

en su mano tiene el Cid a Cella la del Canal.

47

Minaya llega ante el rey. – Éste perdona a Minaya, pero no al Cid

¡Mío Cid Rodrigo Díaz de Dios alcance la gracia!

A Castilla ya se ha ido Álvar Fáñez de Minaya,

y aquellos treinta caballos al rey se los presentaba,

y al contemplar el presente, así sonrió el monarca:

«¿Quién te ha dado estos caballos, así os valga Dios, Minaya?»

«Mío Cid Rodrigo Díaz, que en buen hora ciñó espada;

aquel a quien desterrasteis y ganó Alcocer por maña,

por lo que el rey de Valencia un mensaje le enviara:

ordenó ponerle cerco y le cortasen el agua.

El Cid salió del castillo, sobre el campo guerreaba,

y a dos generales moros venció en aquella batalla,

y abundante fue, señor, de la lucha la ganancia.

A vos, oh rey respetado, este presente hoy os manda;

dice que los pies os besa y os besa las manos ambas,

pidiendo vuestra merced, y que el Creador os valga.»

Díjole entonces el rey: «Aún es muy pronto mañana

para que a un desterrado, que del rey perdió la gracia,

vuelva a acogerlo en perdón al cabo de tres semanas .

Pero, ya que fue de moros, tomo lo que me regala,

y me place a mí que el Cid adquiera tantas ganancias.

Y sobre todo lo dicho, os perdono a vos, Minaya,

vuestros honores y tierras mando se os sean tornadas;

id y venid desde ahora, podéis contar con mi gracia;

mas del Cid Campeador aún no puedo decir nada.»

48

El rey permite a los castellanos irse con el Cid

Además de esto, Minaya, quiero deciros algo más :

y es que, de todos mis reinos, a cuantos quieran marchar,

hombres buenos y valientes, a mío Cid ayudar,

libres los dejo, y prometo sus bienes no confiscar.»

El buen Minaya Álvar Fáñez las manos le fue a besar:

«Gracias os doy, rey Alfonso, como a señor natural;

esto concedéis ahora, en adelante haréis más;

daremos gracias a Dios de cuanto vos nos hagáis.»

Díjole el rey: «Álvar Fáñez, dejemos aquesto estar.

Marchad libre por Castilla, que nadie os prohiba andar,

y, sin temor a castigo, al Cid bien podéis buscar.»

49

Correrías del Cid desde el Poyo. – Minaya, con doscientos castellanos, se reúne al Cid

Os quiero contar de aquel que en buen hora ciñó espada:

Ya sabéis que sobre el Poyo acampó con sus mesnadas,

y en tanto que el pueblo exista, moro o de gente cristiana,

el «Poyo de mío Cid» se le llamará en las cartas.

Estando allí mío Cid muchas tierras saqueaba,

todo el valle del Martín ya le pagaba las parias.

A la misma Zaragoza noticias del Cid llegaban;

esto no agradó a los moros, firmemente les pesaba.

Allí estuvo mío Cid cumplidas quince semanas;

cuando vio que del viaje mucho tardaba Minaya,

con todos sus caballeros de noche emprendió la marcha;

dejó el Poyo abandonado y el campamento dejaba,

y más allá de Teruel aún Ruy Díaz pasaba,

llegando al pinar de Tévar, donde detuvo la marcha.

Todas las tierras aquellas que corría, sojuzgaba,

y la misma Zaragoza su tributo le pagaba.

Cuando todo aquesto hizo, al cabo de tres semanas,

de Castilla regresó Álvar Fáñez de Minaya

con doscientos caballeros, todos ciñendo su espada,

y no podían contarse los que a pie con él llegaban.

Cuando hubo visto mío Cid aparecer a Minaya,

al correr de su caballo, va a abrazarlo sin tardanza;

en la boca le besó y en los ojos de la cara .

Todo lo cuenta Álvar Fáñez, no quiere ocultarle nada.

Mío Cid Campeador sonriente le escuchaba:

«Gracias al Dios de los cielos, dice, y a sus fuerzas santas,

que mientras que vos viváis, a mi me irá bien, Minaya.»

50

Alegría de los desterrados al recibir noticias de Castilla

¡Dios, y qué alegre se puso la hueste de desterrados

cuando Minaya Álvar Fáñez de Castilla fue llegado,

trayéndoles las noticias de sus parientes y hermanos

y las compañeras suyas que en Castilla se dejaron!

51

Alegría del Cid.

¡Dios, y cuán alegre estaba el de la barba bellida

al saber que Álvar Fáñez pagó en Burgos las mil misas,

y de conocer las nuevas de su mujer y sus hijas!

¡Dios, y cómo mío Cid rebosaba de alegría!

«Álvar Fáñez de Minaya, ¡largos sean vuestros días!

Más valéis vos que yo valgo, ¡qué misión tan bien cumplida!»

52

El Cid corre tierras de Alcañiz

No se retrasó mío Cid Campeador bienhadado;

a doscientos caballeros, escogidos por su mano.

enviólos por la noche a reconocer el campo.

Aquellas tierras estériles de Alcañiz, las han dejado,

y por los alrededores todo lo van saqueando.

Al tercer día, de vuelta al mismo sitio tornaron.

53

Escarmiento de los moros

Cundió presto la noticia por aquellas tierras todas;

ya las gentes de Monzón y Huesca están pesarosas;

pero el que den ya tributo place a los de Zaragoza,

ya que ellos de mío Cid no temen ninguna cosa.

54

El Cid abandona el Poyo. – Corre tierras amparadas por el conde de Barcelona

Con todas estas ganancias, al campamento se van;

todos estaban alegres porque han hecho buen ganar;

satisfecho está mío Cid, Minaya contento está.

Sonrióse el Campeador, al no poderlo evitar:

«Oídme, mis caballeros, voy a decir la verdad:

quien vive en el mismo sitio sus bienes verá menguar:

así que al amanecer echemos a cabalgar,

dejando este campamento y siguiendo más allá.»

Entonces se mudó el Cid hacia el puerto de Olocau,

de donde puede marcharse hasta Huesa y Montalbán.

En aquella correría diez días gastados han.

Las noticias se esparcían y por todas partes van

de que el que dejó Castilla les va haciendo grande mal.

55

Amenazas del conde de Barcelona

Se esparcían las noticias por aquellas tierras todas,

llegando a conocimiento del conde de Barcelona

de que mío Cid Ruy Díaz corría su tierra toda,

lo que le causa pesar y por ultraje lo toma.

56

El Cid trata en vano de calmar al conde

El conde es muy fanfarrón y dijo una vanidad:

«Grandes entuertos me hace mío Cid el de Vivar.

Hasta dentro de mi corte gran agravio me hizo ya,

porque a mi sobrino hirió y no lo quiso enmendar .

Ahora saquea las tierras que bajo mi amparo están;

yo no lo he desafiado ni le tornaré mi amistad;

mas como él me provoca, yo se lo iré a demandar.»

Numerosas son las fuerzas que aprisa llegando van;

entre moros y cristianos, muchos se juntan allá

para perseguir al Cid Ruy Díaz el de Vivar.

Tres días con sus tres noches hubieron de caminar

hasta lograr alcanzarlo de Tévar en el pinar;

tantos son, que con las manos creen que le cogerán.

Con las ganancias que lleva, mío Cid el de Vivar

desciende de una alta sierra y a un valle llegando va.

De la llegada del conde don Ramón, se entera ya

y le envía este mensaje al que le viene a cercar:

«Decidle al conde que aquesto no debe tomarlo a mal,

nada llevo de lo suyo: déjeme marchar en paz.»

El conde así respondió: «Eso no será verdad.

Lo de ahora y lo de antes, todo me lo pagará;

y ya sabrá el desterrado a quién se atrevió a ultrajar.»

Y se tornó el mensajero al más rápido marchar.

Entonces comprende el Cid don Rodrigo el de Vivar

que con el conde no puede la batalla evitar ya.

57

Arenga del Cid a los suyos

«Mis caballeros, poned a recaudo las ganancias;

y guarneceos aprisa con vuestras mejores armas,

porque el conde don Ramón darnos quiere gran batalla,

y de moros y cristianos trae gentes muy sobradas,

y si no nos defendemos podrán vencernos por nada.

Nos seguirán si marchamos; aquí sea la batalla:

cinchad fuerte los caballos y vestíos de las armas.

Ellos vienen cuesta abajo y llevan tan sólo calzas,

van sobre sillas coceras y las cinchas aflojadas;

nosotros, sillas gallegas y botas sobre las calzas.

Con sólo cien caballeros venceremos sus mesnadas.

Antes que lleguen al llano, presentémosles las lanzas;

por cada uno que hiráis tres sillas serán vaciadas.

Verá Ramón Berenguer a quien quería dar caza

en los pinares de Tévar por quitarle las ganancias.»

58

El Cid vence la batalla. – Gana la espada Colada

Preparados están todos cuando esto el Cid hubo hablado;

las armas bien empuñadas, firmes sobre sus caballos.

Por la cuesta abajo llegan las mesnadas de los francos ;

en el hondo de la cuesta y muy cerca ya del llano,

ordenó atacar el Cid Campeador bienhadado;

y así lo cumplen los suyos con voluntad y buen grado,

los pendones y las lanzas tan bien los van empleando;

a los unos van hiriendo y a los otros derribando.

Vencedor en la batalla fue mío Cid bienhadado,

y en ella el conde Ramón por prisionero ha quedado.

Allí ganó la Colada que vale más de mil marcos.

59

El conde de Barcelona, prisionero, quiere dejarse morir de hambre

Ganó esta batalla el Cid a gran honra de su barba;

cogió al conde don Ramón y a su tienda lo llevaba,

mandando que le custodien a gentes de confianza,

dentro de su misma tienda en donde preso quedara

y suyos de todas partes a juntársele llegaban.

Contento estaba mío Cid con todas esas ganancias.

A mío Cid don Rodrigo gran comida le preparan,

pero el conde don Ramón no hacía aprecio de nada;

llevándole los manjares, delante se los dejaban,

él no quería comer y todo lo desdeñaba:

«No he de comer un bocado por cuanto hay en España;

antes perderé mi cuerpo y condenaré mi alma,

ya que tales malcalzados me vencieron en batalla.»

60

El Cid promete al conde la libertad

Mío Cid Rodrigo Díaz oiréis lo que le dijo:

«Comed, conde, de este pan; bebed, conde, de este vino,

que si lo que digo hiciereis, dejaréis de estar cautivo,

si no, en todos vuestros días no veréis cristiano vivo.»

61

Negativa del conde

«Comed, dice, don Rodrigo y tranquilo descansad;

yo he de dejarme morir, pues nada quiero probar.»

Hasta pasados tres días no logran volverle atrás;

62

El Cid reitera al conde su promesa. – Pone en libertad al conde y le despide

Dijo entonces mío Cid: «Comed, conde, comed algo,

pues si no queréis comer, ya no veréis más cristianos,

y si llegáis a comer de ello quedaré pagado;

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