Cartas de la conquista de México (3 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
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CARTA PRIMERA

ENVIADA A LA REINA DOÑA JUANA Y AL EL EMPERADOR CARLOS V, SU HIJO, POR LA JUSTICIA Y REGIMIENTO DE LA RICA VILLA DE LA VERACRUZ, A 10 DE JULIO DE 1519

Muy altos y muy poderosos excelentísimos príncipes, muy católicos y muy grandes reyes y señores: Bien creemos que vuestras majestades, por letras de Diego Velázquez, teniente de almirante en la isla Fernandina, habrán sido informados de una tierra nueva que puede haber dos años poco más o menos que en estas partes fue descubierta, que al principio fue intitulada por nombre Cozumel, y después la nombraron Yucatán, sin ser lo uno ni lo otro, como por esta nuestra relación vuestras reales altezas podrán ver; porque las relaciones que hasta ahora a vuestras majestades desta tierra se han hecho, así de la manera y riquezas della como de la forma en que fue descubierta, y otras cosas que della se han dicho no son ni han podido ser ciertas, porque nadie hasta ahora las ha sabido, como será ésta que nosotros a vuestras reales altezas enviamos; y trataremos aquí desde el principio que fue descubierta esta tierra hasta el estado en que al presente está porque vuestras majestades sepan la tierra que es, la gente que la posee y la manera de su vivir, y el rito y ceremonias, seta o ley que tienen, y el fruto que en ellas vuestras reales altezas podrán hacer y della podrán recibir, y de quien en ella vuestras majestades han sido servidos; porque en todo vuestras reales altezas puedan hacer lo que más servido serán. Y la cierta y muy verdadera relación es en esta manera:

Puede haber dos años, poco más o menos, muy esclarecidos príncipes, que en la ciudad de Santiago, que es en la isla Fernandina, donde nosotros hemos sido vecinos en los pueblos della, se juntaron tres vecinos de la dicha isla, y el uno de los cuales dice Francisco Fernández de Córdoba, y el otro Lope Ochoa de Caicedo, y el otro Cristóbal Morante; y como es costumbre en estas islas que en nombre de vuestras majestades están pobladas de españoles de ir por indios a las islas que no están pobladas por españoles, para se servir dellos, enviaron los susodichos dos navíos y un bergantín a que de las islas dichas trujesen indios a la dicha isla Fernandina para se servir dellos, y creemos, porque aún no lo sabemos de cierto, que el dicho Diego Velázquez, teniente de almirante, tenía la cuarta parte de la dicha armada; y el uno de los dichos armadores fue por capitán de la armada, llamado Francisco Fernández de Córdoba, y llevó por piloto a un Antón de Alaminos, vecino de la villa de Palos, y a este Antón Alaminos trujimos nosotros ahora también por piloto; lo enviamos a vuestras reales altezas, para que dél vuestras majestades puedan ser informados. Y siguiendo su viaje, fueron a dar a dicha tierra, intitulada de Yucatán, a la punta della, que estará sesenta o setenta leguas de la dicha isla Fernandina, desta tierra de la rica tierra de la Veracruz, donde nosotros, en nombre de vuestras reales altezas, estamos; en la cual saltó en un pueblo que se dice Campoche, donde al señor dél pusieron por nombre Lázaro, y allí le dieron dos mazorcas con una tela de oro; y porque los naturales de la dicha tierra no los consintieron estar en el pueblo y tierra, se partieron de allá y se fueron la costa abajo hasta diez leguas, donde tornó a saltar en tierra junto a otro pueblo que se llama Machocobón, y el señor dél Champoto, y allí fueron bien recibidos de los naturales de la tierra; mas no los consintieron entrar en sus pueblos, y aquella noche durmieron los españoles fuera de las naos, en tierra. Y viendo esto los naturales de aquella tierra, pelearon otro día por la mañana con ellos, de tal manera, que murieron veinte y seis españoles y fueron heridos todos los otros; y finalmente, viendo el capitán Francisco Fernández de Córdoba esto, escapó con los que le quedaban con acogerse a las naos.

Viendo, pues, el dicho capitán cómo le habían muerto más de la cuarta parte de su gente, y que todos los que le quedaban estaban heridos, y que él mismo tenía treinta y tantas heridas, y que estaba casi muerto, que no pensaría escaparse, volvió con los dichos navíos y gente a la isla Fernandina, donde hicieron saber al dicho Diego Velázquez cómo habían hallado una tierra muy rica de oro, porque a todos los naturales della lo habían visto traer puesto, ya dellas en las narices, ya dellos en las orejas y en otras partes, y que en la dicha tierra había edificios de cal y canto y mucha cantidad de otras cosas que de la dicha tierra publicaron, de mucha administración y riquezas, y dijéronle que si él podía enviase navíos a rescatar oro, que habría mucha cantidad.

Sabido esto por el dicho Diego Velázquez, movido más a codicia que a otro celo, despacho luego en su procurador a la isla Española con cierta relación que hizo a los referidos padres de San Jerónimo, que en ella residían por gobernadores de estas Indias, para que en nombre de vuestras majestades le diesen licencia, por los poderes que de vuestras altezas tenían, para que pudiese enviar a bojar la parte tierra, diciéndoles que en ello hará gran servicio a vuestra majestad con tal que le diesen licencia para que rescatase con los naturales dello oro y perlas y piedras preciosas y otras cosas, lo cual todo fuese suyo pagando el quinto a vuestras majestades; lo cual por los dichos reverendos padres gobernadores jerónimos le fue concedido, ansí porque hizo relación que él había descubierto la dicha tierra a su costa, como por saber el secreto della, y a proveer como a servicio de vuestras reales altezas conviniese, y por otra parte, sin lo saber los dichos padres jerónimos, envió a un Gonzalo de Guzmán con su poder y con la dicha relación a vuestras reales altezas, diciendo que él había descubierto aquella tierra a su costa, en lo cual a vuestras majestades había hecho servicio, y que la quería conquistar a su costa, y suplicando a vuestras reales altezas lo hiciesen adelantado y gobernador della en ciertas mercedes que allende desto pedía, como vuestras majestades habrán ya visto por su relación, y por esto no las expresamos aquí.

En este medio tiempo, como le vino la licencia que en nombre de vuestras majestades le dieron los reverendos padres gobernadores de la Orden de San Jerónimo, diose prisa en armar tres navíos y un bergantín, porque si vuestras majestades no fuesen servidos de le conceder lo que con Gonzalo de Guzmán, les había enviado a pedir los hubiese ya enviado con la licencia de los dichos padres gobernadores jerónimos, y armados, envió por capitán dellos a un deudo suyo, que se dice Juan de Grijalba, y con él ciento sesenta hombres de los vecinos de dicha isla, entre los cuales venimos algunos de nosotros por capitanes, por servir a vuestras reales altezas; y no sólo venimos y vivieron los de la dicha armada, aventurando nuestras personas, mas aun casi todos los bastimentos de la dicha armada pusieron y pusimos de nuestras casas; en lo cual gastamos y gastaron asaz parte de sus haciendas; y fue por piloto de la dicha armada el dicho Antón de Alaminos, que primero había descubierto la dicha tierra cuando fue con Francisco Fernández de Córdoba, y para hacer este viaje tomaron susodicha derrota, que antes que a la dicha tierra viniesen descubrieron una isla pequeña que bojaba hasta treinta leguas, que está por la parte del sur de la dicha tierra, la cual es llamada Cozumel, y llegaron en la dicha isla a un pueblo que pusieron por nombre San Juan de Portalatina, y a la dicha isla llamaron Santa Cruz; y el mismo día que allí llegaron salieron a verlos hasta ciento y cincuenta personas de los indios del pueblo, y otro día siguiente, según pareció, dejaron el pueblo los dichos indios, y acogiéronse al monte; y como el capitán tuviese necesidad de agua, hizose a la vela para la ir a tomar a otra parte del mismo día, y yendo su viaje, acordóse de volver al dicho puerto y la isla de Santa Cruz, y surgió en él, y saltando en tierra halló al pueblo sin gente, como si nunca fuera poblado, y tomada su agua se tornó a sus naos sin calar la tierra ni saber el secreto della, lo cual no tuvieran hacer, pues era menester que la calara y supiera para hacer verdadera relación a vuestras reales altezas de lo que era aquella isla; y alzando velas, se fue, y prosiguió su viaje hasta llegar a la tierra que Francisco Fernández de Córdoba había descubierto, adonde iba para la bojar y hacer su rescate; y llegados allá, anduvieron por la costa della del sur hacia el poniente, hasta llegar a una bahía, a la cual el dicho capitán Grijalba y piloto mayor Antón de Alaminos pusieron por nombre la bahía de la Ascensión, que según opinión de pilotos, es muy cerca de la punta de las Veras, que es la tierra que Vicente Yáñez descubrió y apuntó, que la parte mide aquella bahía, la cual es muy grande, y se cree que pasa a la mar del norte; y desde allí se volvieron por la dicha parte tierra, y por la costa por donde habían ido, y hasta doblar la punta de la dicha del norte della navegaron hasta llegar al dicho puerto Campoche, que el señor dél se llama Lázaro, donde había llegado el dicho Francisco Fernández de Córdoba, y así para hacer su rescate, que por el dicho Diego Velázquez les era mandado, como por la mucha necesidad que tenían de tomar agua. Y luego que los vieron venirlos naturales de la tierra, se pusieron en manera de batalla cerca de su pueblo para les defender la entrada, y el capitán los llamó con una lengua y intérprete que llevaba y vinieron ciertos indios, a los cuales hizo entender que él no venía sino a rescatar con ellos de lo que tuviesen, y a tomar agua, y ansí se fue con ellos hasta un paraje de agua que estaba junto a su pueblo, y allí comenzó a tomar su agua y a les decir con el dicho faraute que les diesen oro y que les darían de las preseas que llevaban, y los indios, desque aquello vieron, como no tenían oro que les dar, dijéronles que fuesen, y él les rogó que les dejasen tomar su agua y que luego se irían, y con todo esto no se pudo dellos defender sin que otro día de mañana a hora de misas los indios no comenzasen a pelear con ellos con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas, por manera que mataron a un español y hirieron al dicho capitán Grijalba y a otros muchos, y aquella tarde se embarcaron en las carabelas con su gente sin entrar en el pueblo de los dichos indios, y sin saber cosas de que a vuestras reales majestades verdadera relación se pudiese hacer; y de allí se fueron por la dicha costa hasta llegar a un río, al cual pusieron por nombre el río de Grijalba, y surgió en él casi a hora de vísperas, y otro día de mañana se pusieron de la una y de la otra parte del río gran número de indios y gente de guerra, con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas, para defender la entrada en su tierra; y según pareció a algunas personas, serían hasta cinco mil indios; y como el capitán esto vio, no saltó a tierra nadie de los navíos, sino que desde los navíos les habló con las lenguas y farautes que traía, rogándoles que se llegasen más cerca para que les pudiese dar la, causa de su venida, y entraron veinte indios en una canoa, y vinieron muy recatados, y acercáronse a los navíos, y el capitán Grijalba les dijo y dio a entender por aquel intérprete que llevaba cómo él no venía a rescatar, y que quería ser amigo dellos, y que le trujesen oro de lo que tenían y que él les daría de las preseas que llevaban, y ansí lo hicieron. El día siguiente, en trayéndole ciertas joyas de oro sotiles, el dicho capitán les dio de su rescate lo que le pareció, y ellos se volvieron a su pueblo, y el dicho capitán estuvo allí aquel día, y otro día siguiente se hizo a la vela, y sin saber más secreto alguno de aquella tierra, y siguió hasta llegar a una bahía, a la cual pusieron por nombre la bahía de San Juan, y allí saltó el capitán en tierra con cierta gente en unos arenales despoblados, y como los naturales de la tierra habían visto que los navíos venían por la costa, acudieron allí, con los cuales él habló con sus intérpretes, y sacó una mesa en que puso ciertas preseas, haciéndoles entender cómo venían a rescatar y a ser sus amigos; y como esto vieron y entendieron los indios, comenzaron a traer piezas de ropa y algunas joyas de oro, las cuales rescataron con el dicho capitán y desde aquí despachó y envió el dicho capitán Grijalba a Diego Velázquez la una de las dichas carabelas con todo lo que hasta entonces habían rescatado; y partida la dicha carabela por la isla Fernandina, adonde estaba Diego Velázquez, se fue el dicho capitán Grijalba por la costa abajo con los navíos que le quedaron, y anduvo por ella hasta cuarenta y cinco leguas sin saltar en tierra ni ver cosa alguna, excepto aquello que desde la mar se parecía; y desde allí se comenzó a volver para la isla Fernandina, y nunca más vio cosa alguna de la tierra que de contar fuese. Por lo cual vuestras reales altezas pueden creer que todas las relaciones que desta tierra se le han hecho no han podido ser ciertas, pues no supieron los secretos della más de lo que por sus voluntades han querido escribir.

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