Cartas de la conquista de México (8 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Y después de estar algo descansado, salí una noche, después de rondada la guardia de la prima, con cien peones y con los indios nuestros amigos y con los de caballo, y a una legua del real se me cayeron cinco de los caballos y yeguas que llevaba que en ninguna manera los pude pasar adelante, e hícelos volver. E aunque todos los de mi compañía decían que me tornase, porque era mala señal, todavía seguí mi camino, considerando que Dios es sobre Natura. Y antes que amaneciese di sobre dos pueblos, en que maté mucha gente. E no quise quemar las casas por no ser sentido, con los fuegos, de las otras poblaciones, que estaban muy juntas. E ya que amanecía di en otro pueblo tan grande, que se ha hallado en él, por visitación que yo hice hacer, más de veinte mil casas. E como los tomé de sobresalto, salían desarmados, y las mujeres y niños desnudos por las calles, e comencé a hacerles algún daño. E viendo que no tenían resistencia, vinieron a mí ciertos principales de dicho pueblo a rogarme que no les hiciese más mal, porque ellos querían ser vasallos de vuestra alteza y mis amigos, y que bien vían que ellos tenían la culpa en no me haber querido creer; pero que de allí adelante yo vería cómo siempre harían lo que yo en nombre de vuestra majestad les mandase, y que serían muy verdaderos vasallos suyos. Y luego vinieron conmigo más de cuatro mil dellos de paz, y me sacaron fuera a una fuente muy bien de comer. E así los dejé pacíficos, y volví a nuestro real, donde hallé la gente que en él había dejado fano atemorizada, creyendo que se me hobiera ofrecido algún peligro por lo que la noche antes habían visto en volver los caballos y yeguas. E después de sabida la victoria que Dios nos había querido dar y cómo dejaba aquellos pueblos de paz, hobieron mucho placer, porque certifico a vuestra majestad que no había tal de nosotros que no tuviese mucho temor por nos ver tan dentro en la tierra y entre tanta y tal gente, y tan sin esperanza de socorro de ninguna parte. De tal manera, que ya a mis oídos oía decir por los corrillos, y casi público, que había sido Pedro Carbonero, que los había metido donde nunca podría salir. E aún más: oí decir en una choza de ciertos compañeros, estando donde ellos no me veían, que si yo era loco y me metía donde nunca podría salir, que no lo fuesen ellos, sino que se volviesen a la mar, y que si yo quisiese volver con ellos, bien; y si no, que me dejasen. E muchas veces fui desto por muchas veces requerido y yo los animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de vuestra alteza, y que jamás en los españoles en ninguna parte hobo falta, y que estábamos en disposición de ganar para vuestra majestad los mayores reinos y señoríos que había en el mundo. Y que demás de facer lo que como cristianos éramos obligados en puñar contra los enemigos de nuestra fe, y por ello en el otro mundo ganábamos la gloria y en éste conseguíamos la mayor prez y honra que hasta nuestros tiempos ninguna generación ganó. Y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa es imposible, y que lo viesen por las victorias que habíamos habido, donde tanta gente de los enemigos eran muertos, y de los nuestros ninguno; y les dije otras cosas que me pareció decirles desta calidad; que con ellas y con el real favor de vuestra alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a mi propósito y a facer lo que yo deseaba que era dar fin en mi demanda comenzada.

Otro día siguiente, hora de las diez, vino a mi Sicutengal, el capitán general desta provincia, con hasta cincuenta personas principales della, y me rogó de su parte y de la de Magiscacin, que es la más principal persona de toda la provincia, y de otros muchos señores della, que yo los quisiese admitir al real servicio de vuestra alteza y a mi amistad y les perdonas los yerros pasados, porque ellos no nos conocían ni sabían quién éramos, y que ya habían probado todas sus fuerzas, así de día como de noche, para excusarse de ser súbditos ni sujetos a nadie; porque en ningún tiempo esta provincia lo había sido, ni tenían ni hablan tenido cierto señor, antes habían vivido exentos y por sí de inmemorial tiempo acá, y que siempre se habían defendido contra el gran poder de Muteczuma y de su padre y abuelos, que toda la tierra tenían sojuzgada y a ellos jamás habían podido traer a sujeción, teniéndolos como los tenían cercados por todas partes, sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder salir, e que no comían sal porque no la había en su tierra ni se la dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestían ropas de algodón porque en su tierra, por la frialdad, no se criaba y otras muchas cosas de que carecían por estar así encerrados, e que lo sofrían y habían por bueno por ser exentos y no sujetos a nadie; y que conmigo que quisieran hacer lo mismo, y que para ello, como ya decían habían probado sus fuerzas, y que veían claro que ni ellas ni las mañas que habían podido tener les aprovechaban, que querían antes ser vasallos de vuestra alteza que no morir y ser destruidas sus casas y mujeres y hijos. Yo les satisfice diciendo que conociesen como ellos tenían la culpa del daño que habían recibido, y que yo me venía a su tierra creyendo que venía a tierra de mis amigos, porque los de Cempoal así me lo habían certificado que lo eran y querían ser, y que yo les había enviado mis mensajeros delante para les facer saber cómo venía y la voluntad que de su amistad traía, y que sin me responder, viniendo yo seguro, me habían salido a saltaren el camino y me habían muerto dos caballos y herido otros; y demás desto, después de haber peleado conmigo, me enviaron sus mensajeros, diciendo que aquello que se había hecho había sido sin su licencia y consentimiento, y que ciertas comunidades se habían movido a ello sin les dar parte; pero que ellos se lo habían reprendido y que querían mi amistad. Y yo, creyendo ser así, les había dicho que me placía, y me vería otro día seguramente en sus casas como en casas de mis amigos, y que asimismo me habían salido al camino y peleado conmigo todo el día hasta que la noche sobrevino, no obstante, que por mí habían sido requeridos con la paz, y trájeles a la memoria todo lo demás que contra mí habían hecho, y otras muchas cosas que por no dar a vuestra alteza importunidad dejo. Finalmente, que ellos quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuestra majestad y para su real servicio, y ofrecieron sus personas y haciendas, y así lo hicieron y han hecho hasta hoy, y creo lo farán para siempre, por lo que vuestra majestad verá.

Y así estuve sin salir de aquel aposento y real que allí tenía seis o siete días, porque no me osaba fiar dellos, puesto que me rogaban que me viniese a una ciudad grande que tenían, donde todos los señores desta provincia residían y residen, hasta tanto que todos los señores me vinieron a rogar que me fuese a la ciudad, porque allí sería bien recibido y proveído de las cosas necesarias, que no en el campo. Y porque ellos tenían vergüenza en que yo estuviese tan mal aposentado, pues me tenían por su amigo, y ellos y yo éramos vasallos de vuestra alteza; y por su ruego me vine a la ciudad, que está seis leguas del aposento y real que yo tenía La ciudad es tan grande y de tanta admiración, que aunque mucho de lo que della podría decir dejé, lo poco que diré creo es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte, y de tan buenos edificios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó, y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescados de los ríos, y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta ciudad un mercado en que cuotidianamente, todos los días, hay en él de treinta mil almas arriba vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la ciudad en parte. En este mercado hay todas cuantas cosas, así de mantenimiento como de vestido y calzado, que ellos tratan y pueden haber. Hay joyerías de oro y plata y piedras, y de otras joyas de plumaje, tan bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de todas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña y carbón y yerbas de comer y medicinales. Hay casas donde lavan las cabezas como barberos y las rapan; hay baños. Finalmente, que entre ellos hay de toda manera de buena orden y policía y es gente de toda razón y concierto; y tal, que lo mejor de Africa no se le iguala. En esta provincia de muchos valles llanos y hermosos, y todos labrados y sembrados, sin haber en ella cosa vacua; tiene en torno la provincia noventa leguas y más; la orden que hasta ahora se ha alcanzado que la gente della tiene en gobernarse es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. Hay muchos señores y todos residen en esta ciudad, y los pueblos de la tierra son labrados y son vasallos de estos señores, y cada uno tiene su tierra por sí; tienen unos más que otros, e para sus guerras, que han de ordenar, júntanse todos, y todos juntos las ordenan y conciertan. Créese que deben de tener alguna manera de justicia para castigar los malos, porque uno de los naturales desta provincia hurtó cierto oro a un español, y yo le dije que aquel Magiscacin, que es mayor señor de todos, y ficieron su pesquisa, y siguiéronlo fasta una duda que está cerca de allí, que se dice Churultecal, y de allí lo trajeron preso, y me lo entregaron con el oro, y me dijeron que yo le hiciese castigar; yo les agradecí la diligencia que en ello pusieron y les dije que pues estaba en su tierra, que ellos lo castigasen como lo acostumbraban, y que yo no me quería entremeter en castigar a los suyos estando en su tierra, de lo cual me dieron gracias, y lo tomaron, y con pregón público que manifestaba su delito, le hicieron llevar por aquel gran mercado, y allí le pusieron al pie de uno como teatro que está en medio del dicho mercado, y encima del teatro subió el pregonero, y en altas voces tornó a decir el delito de aquél, e viéndolo todos le dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. E muchos otros habernos visto en prisiones, que dicen que los tienen por furtos y cosas que han hecho. Hay en esta provincia, por visitación que yo en ella mandé hacer, quinientos mil vecinos, que con otra provincia pequeña que está junto con ésta, que se dice Guazincango que viven a la manera déstos, sin señor natural; los cuales no menos están por vasallos de vuestra alteza que estos de Tascalteca.

Estando, muy católico Señor, en aquel real que tenía en el campo cuando en la guerra de esta provincia estaba vinieron a mí seis señores muy principales vasallos de Muteczuma con fasta docientos hombres para su servicio, y me dijeron que venían de parte del dicho Muteczuma a me decir cómo él quería ser vallado de vuestra alteza y mi amigo, y que viese yo qué era lo que quería que él diese por vuestra alteza en cada un año de tributo, así de oro como de plata y piedras, y esclavos y ropa de algodón y otras de las que él tenía y que todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra, y que lo hacía porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos, y que le pesaría de que yo padeciese necesidad y los que conmigo venían; e con ellos me envió fasta mil pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta el fin della, que vieron bien lo que los españoles podían y las paces que con los desta provincia se ficieron, y el ofrecimiento que al servicio de vuestra sacra majestad los señores y toda la tierra ficieron, de que según pareció y ellos, diciendo que no era cierto lo que me decían ni verdadera la amistad que afirmaban, y que lo hacían por me asegurar para hacer a su salvo alguna traición. Los desta provincia, por consiguiente, me decían y avisaban muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Muteczuma, porque eran traidores, y sus cosas siempre las hacían a traición y con mañas, y con éstas habían sojuzgado toda la tierra, y que me avisaban dello como verdaderos amigos y como personas que los conocían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y desconformidad de los unos y de los otros, no hube poco placer, porque me pareció haber mucho a mi propósito, y que podría tener manera de más aína sojuzgarlos, y que se dijese aquel común decir de
de monte
, etcétera, e aun acordéme de una autoridad evangélica que dice
Omme regnum in seipsum divisum desolabitur
; y con los unos y con los otros maneaba y a cada uno en secreto le agradecía el aviso que me daba y le daba crédito de más amistad que al otro.

Después de haber estado en esta ciudad veinte días y más me dijeron aquellos señores mensajeros de Muteczuma, que siempre estuvieron conmigo, que me fuese a una ciudad que está seis leguas desta de Tascaltecal, que se dice Churultecal, porque los naturales della eran amigos de Muteczuma, su señor, y que allí sabríamos la libertad del dicho Muteczuma, si era que yo fuese a su tierra, y que algunos dellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho, y me volverían con la respuesta. E aunque sabían que allí estaban algunos mensajeros suyos para me hablar, yo les dije que me iría, y que me partiría para un día cierto, que les señalé. Y sabido por los de esta provincia de Tascaltecal lo que aquellos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado de me ir con ellos a aquella ciudad, vinieron a mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese, porque me tenían ordenada cierta traición para me matar en aquella ciudad a mí y a los de mi compañía, e que para ello había enviado Muteczuma de su tierra (porque alguna parte della confina con esta ciudad) cincuenta mil hombres, y que los tenía en guarnición a dos leguas de la dicha ciudad, según señalaron, e que tenían cerrado el camino real por donde solían ir, y hecho otro nuevo de muchos ojos y palos agudos, fincados y encubiertos, para que los caballos cayesen y se mancasen, y que tenían muchas de las calles tapiadas, y por las azoteas de las casa mucha piedras, para que después que entrásemos en la ciudad tomarnos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad, y que si yo quería ver cómo era verdad lo que ellos me decían, que mirase cómo los señores de aquella ciudad nunca habían venido a me ver ni hablar estando tan cerca desta, pues habían venido los de Guazincango, que estaban más lejos que ellos; y que los enviase a llamar, y vería cómo no querían venir. Yo les agradecí su aviso y les rogué que me diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar, y así me los dieron, e yo las envié a rogar que viniesen a verme porque les quería hablar ciertas cosas de parte de vuestra alteza y decirles la causa de mi venido a esta tierra. Los cuales mensajeros fueron, y dijeron mi mensaje a los señores de dicha ciudad; y con ellos vinieron dos o tres personas, no de mucha autoridad, y me dijeron que ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no podían venir, por estar enfermos; que a ellos les dijese lo que quería. Los desta ciudad me dijeron que era burla, y que aquellos mensajeros eran hombres de poca suerte, y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la ciudad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros, y les dije que embajada de tan alto príncipe como vuestra sacra majestad que no se había de dar a tales personas como ellos, y que aun sus señores eran poco para la oír; por tanto, que dentro de tres días pareciesen ante mí a dar la obediencia y a se ofrecer por sus vasallos, con apercibimiento que pasado el término que les daba si no viniesen, iría sobre ellos y les destruiría, y procedería contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querían someter debajo del dominio de vuestra alteza. E para ello les envié un mandamiento, firmado de mi nombre y de un escribano, con relación larga de la real persona de vuestra sacra majestad y de mi venida, diciéndoles cómo todas estas partes y otras muy mayores tierras y señoríos eran de vuestra alteza, y que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorecidos, y, por el contrario, los que fuesen rebeldes serían castigados con arreglo a justicia. Y otro día vinieron algunos de los señores de la dicha ciudad, o casi todos, y me dijeron que si ellos no habían venido antes la causa era porque los desta provincia eran sus enemigos, y que no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros; e que bien creían que me habían dicho algunas cosas dellos; que no les diese crédito, porque las decían como enemigos y no porque pasaba así, y que me fuese a su ciudad, y que allí conocería ser falsedad lo que éstos me decían y verdad lo que ellos me certificaban; e que desde entonces se daban y ofrecían por vasallos de vuestra sacra majestad, y que lo serían para siempre, y servirían y contribuirían en todas las cosas que de parlé de vuestra alteza se les mandase; e así lo asentó un escribano por las lenguas que yo tenía; y todavía determiné de me ir con ellos, así por no mostrar flaqueza, como porque desde allí pensaba hacer mis negocios con Muteczuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho, y allí usaban venir, y los de allí ir allá, porque en el camino no tenían requesta alguna.

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