Casa capitular Dune (41 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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—El Bashar podría ayudar, ¿no?

Así que el niño escuchaba realmente. Idaho palmeó el brazo de Teg.

—El Bashar no es suficiente. —Luego, a Bellonda—: Los dos rebuscamos en el mismo cubo. ¿Debemos ladrarnos sobre el mismo hueso?

—Eso ya lo has dicho antes. —
E indudablemente seguirás diciéndolo.

—¿Aún Mentat? —preguntó él—. ¡Entonces descartad el drama! Apartad el halo de romanticismo de nuestro problema.

¡Dar es la romántica! ¡No yo!

—¿Qué hay de romántico —preguntó él— en las pequeñas bolsas de Dispersas Bene Gesserit aguardando a ser masacradas?

—¿Crees que ninguna va a escapar?

—Estáis sembrando el universo con enemigos —dijo Duncan—. ¡Estáis alimentando a las Honoradas Matres!

Ella era completamente (y solamente) Mentat entonces, forzada a igualar su habilidad ghola con otra habilidad. ¿Drama? ¿Romanticismo? El cuerpo estaba sumergido en la forma de actuación Mentat. Los Mentats utilizan el cuerpo, no dejan que interfiera.

—Ninguna de las Reverendas Madres que habéis Dispersado ha regresado nunca ni ha enviado un mensaje —dijo Idaho—. Habéis intentado tranquilizaros a vosotras mismas diciendo que solamente las Dispersas saben donde fueron. ¿Cómo podéis ignorar el mensaje que enviaron en este otro hecho? ¿Por qué ninguna intentó comunicarse con la Casa Capitular?

¡Está reprendiéndonos a todas, maldito sea! Pero tiene razón.

—¿He planteado vuestro problema en su forma más elemental?

¡Una pregunta Mentat!

—Cuanto más simple es la pregunta, más simple es la proyección —admitió ella.

—Éxtasis sexual amplificado: ¿imprimación Bene Gesserit?

—¿Murbella? —Un desafío en una sola palabra.
¡Valora a esa mujer a la que dices que quieres!

—Están condicionadas contra alzar su propio goce a niveles adictivos, pero son vulnerables.

—Ella niega que sus conocimientos estén basados en fuentes Bene Gesserit.

—Tal como ha sido condicionada a hacer.

—En cambio, ¿un ansia de poder?

—Al menos, habéis hecho una pregunta pertinente. —Y, cuando ella no respondió, dijo—: Mater Felicissima. —Dirigiéndose a ella por el antiguo término reservado a los miembros del Consejo Bene Gesserit.

Ella sabía por qué lo había hecho, y sintió que la palabra producía el efecto deseado. Ahora se sentía firmemente equilibrada, una Reverenda Madre Mentat rodeada por el
Mohalata
de su propia Agonía de la Especia… esa unión de Otras Memorias benignas protegiéndola de la dominación de los antepasados malignos.

¿Cómo ha sabido hacer eso?
Cada observadora detrás de los com-ojos estaría haciéndose esa pregunta.
¡Por supuesto! El Tirano lo adiestró así, una y otra vez. ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí? ¿Cuál es este talento que la Madre Superiora se atreve a emplear? Peligroso, sí, pero mucho más valioso de lo que sospechaba. ¡Por los dioses creados por nosotras! ¿Es la herramienta que nos ha de liberar?

Qué tranquila estaba. Idaho sabía que la había atrapado.

—En una de mis vidas, Bell, visité vuestra casa Bene Gesserit en Wallach IX, y allí hablé con una de vuestras antepasadas, Tersius Helen Anteac. Dejad que ella os guíe, Bell. Ella sabe.

Bellonda sintió el familiar estímulo en su mente. ¿
Cómo podía saber él que Anteac era mi antepasada?

—Fui a Wallach IX siguiendo las órdenes del Tirano —dijo Duncan—. ¡Oh, sí! A menudo pensaba en él como el Tirano. Mis órdenes eran suprimir la escuela Mentat que vosotras creíais que habíais ocultado allí.

El simulflujo de Anteac se interpuso:
Te mostraré ahora el acontecimiento del que habla.

—Piensa —dijo él—. Yo, un Mentat, obligado a suprimir una escuela que adiestraba a la gente de la forma en que yo había sido adiestrado. Sabía el porqué él lo había ordenado, por supuesto, y vosotras también.

El simulflujo rezumó a través de su consciencia:
La Orden de los Mentats, fundada por Gilbertus Albans; refugio temporal con la Bene Tleilax, que esperaba incorporarlos a la hegemonía tleilaxu; diseminada en incontables «escuelas semilla»; suprimida por Leto II porque formaban un núcleo de oposición independiente; diseminada en la Dispersión tras la Hambruna.

—Mantuvo a algunos de los más selectos maestros en Dune, pero la cuestión de Anteac os obliga a afrontar ahora el porqué no vinieron aquí. ¿Dónde fueron vuestras hermanas, Bell?

—No tenemos forma de saberlo todavía, ¿verdad? —Miró a la consola de él con una nueva consciencia. Era un error bloquear una mente así. Si tenían que usarla, debían usarla totalmente.

—Incidentalmente, Bell —mientras ella se ponía en pie para marcharse—. Las Honoradas Matres podrían ser un grupo relativamente pequeño.

¿Pequeño?
¿Sabía él la forma en que estaba siendo abrumada la Hermandad, en terrible número, planeta tras planeta?

—Todos los números son relativos. ¿Hay algo en el universo realmente inamovible? Nuestro Antiguo Imperio puede que sea un último refugio para ellas, Bell. Un lugar donde ocultarse e intentar reagruparse.

—Sugeriste antes eso… a Dar.

No Madre Superiora. No Odrade. Dar.
Idaho sonrió.

—Y quizá pudiéramos ayudar con Scytale.

—¿Pudiéra
mos?

—Murbella para reunir la información. Yo para evaluarla.

No le gustó la sonrisa que eso produjo.

—¿Qué es exactamente lo que estás sugiriendo?

—Dejemos vagar nuestra imaginación, y modelemos nuestros experimentos en consecuencia. ¿De qué serviría incluso un no-planeta si alguien pudiera atravesar su escudo?

Ella miró al niño. ¿Conocía Idaho su sospecha de que el Bashar había
visto
las no-naves? ¡Naturalmente! Un Mentat con sus habilidades… indicios y detalles encajados en una proyección maestra.

—Requeriría toda la energía de un sol G-3 para escudar cualquier planeta medianamente habitable. —Seca y muy fría la forma en que lo miraba.

—Nada es imposible en la Dispersión.

—Pero no dentro de nuestras actuales posibilidades. ¿Tienes algo menos ambicioso?

—Revisad vuestros marcadores genéticos en las células de vuestra gente. Buscad esquemas comunes en la herencia Atreides. Puede que ahí haya talentos que nunca hayáis ni siquiera sospechado.

—Tu inventiva imaginación no deja de dar saltos hacia todos lados.

—De los soles G-3 a la genética. Puede que existan factores comunes.

¿Por qué esas locas sugerencias? ¿No-planetas y gente para quien los escudos prescientes son algo transparente? ¿Qué es lo que está haciendo?

No la halagaba en absoluto que él hablara tan sólo en beneficio de ella. Siempre estaban los com-ojos.

Idaho guardó silencio, un brazo pasado negligentemente por los hombros del niño. ¡Los dos observándola! ¿Un desafío?

¡Sé un Mentat si puedes!

¿No-planetas?
A medida que aumentaba la masa de un objeto, la energía necesaria para anular la gravitación cruzaba umbrales emparejados con los números primos. Los no-escudos se encontraban con aún mayores barreras de energía. Otra magnitud de incremento exponencial. ¿Estaba sugiriendo Idaho que alguien en la Dispersión podía haber hallado una forma de bordear el problema? Se lo preguntó.

—Los ixianos no han penetrado el concepto de unificación de Holzmann —dijo él—. Simplemente lo utilizan… una teoría que funciona incluso aunque tú no la comprendas.

¿Por qué dirige mi atención hacia la tecnocracia de Ix?
Los ixianos tenían los dedos metidos en demasiados pasteles como para que la Bene Gesserit confiara siquiera un poco en ellos.

—¿No os sentís curiosas acerca del porqué el Tirano nunca eliminó Ix? —preguntó Duncan. Y cuando ella siguió mirándole—: Únicamente los frenó. Se sentía fascinado por la idea de hombre y máquina inextricablemente ligados, cada uno probando los límites del otro.

—¿Cyborgs?

—Entre otras cosas.

¿Conocía Idaho el residuo de revulsión dejado por el Yihad Butleriano incluso entre las Bene Gesserit? ¡Alarmante! La convergencia de lo que cada uno —humano y máquina— podían hacer. Considerando las limitaciones de la máquina, eso era una sucinta descripción de la miopía ixiana. ¿Estaba diciendo Idaho que el Tirano había suscrito la idea de la Inteligencia Mecánica? ¡Estupideces! Se apartó de él.

—Os estáis yendo demasiado pronto, Bell. Deberíais sentiros más interesada en la inmunidad de Sheeana a la esclavitud sexual. Los jóvenes que envié para pulir
no
han sido imprimados, ni tampoco ella. Sin embargo, ninguna Honorada Matre es más que una adepta.

Bellonda veía ahora el valor que Odrade había situado sobre su ghola.
¡Inapreciable! Y yo hubiera podido matarlo.
La proximidad de aquel error la llenó de desánimo.

Cuando llegó a la puerta, él la detuvo una vez más.

—Los Futars que vi en Gammu… ¿Por qué nos dijeron que cazaban y mataban Honoradas Matres? Murbella no sabe nada de eso.

Bellonda se marchó sin mirar atrás. Todo lo que había aprendido hoy acerca de Idaho incrementaba su peligro… pero tenían que vivir con él… por ahora.

Idaho inspiró profundamente y miró al desconcertado Teg.

—Gracias por estar aquí, y aprecio el hecho de que permanecieras silencioso frente a una gran provocación.

—¿Ella os hubiera matado… realmente?

—Si tú no hubieras ganado para mí esos primeros segundos, hubiera podido hacerlo.

—¿Por qué?

—Tiene la idea equivocada de que yo puedo ser un Kwisatz Haderach.

—¿Como Muad’Dib?

—Y su hijo.

—Bien, ahora ya no os hará daño.

Idaho miró a la puerta por la que había desaparecido Bellonda. Un aplazamiento. Eso era todo lo que había conseguido. Quizá ya no fuera más
simplemente
un engranaje en las maquinaciones de otros. Habían conseguido una nueva relación, una que podía mantenerlo con vida si la explotaba cuidadosamente. Los lazos emocionales nunca habían figurado en ella, ni siquiera con Murbella… no con Odrade. Muy en lo profundo, Murbella odiaba tanto el lazo sexual como él mismo. Odrade podía acudir a los antiguos lazos de la lealtad Atreides, pero uno no podía confiar en las emociones de una Reverenda Madre.

¡Atreides!
Miró a Teg, viendo los parecidos familiares empezar a insinuarse en el aún inmaduro rostro.

¿Y qué he conseguido realmente con Bell?
Ya no era probable que siguieran proporcionándole falsos datos. Podía confiar hasta un cierto punto en lo que le decía una Reverenda Madre, tiñéndolo con la consciencia de que cualquier ser humano podía cometer errores.

No soy el único en una escuela especial. ¡Las Hermanas se hallan ahora en mi escuela!

—¿Debo ir a buscar a Murbella? —preguntó Teg—. Prometió enseñarme a luchar con los pies. No creo que el Bashar aprendiera nunca eso.

—¿
Quién
no lo aprendió nunca?

Con la cabeza baja, avergonzado:


Yo
nunca lo aprendí.

—Murbella está en la sala de prácticas. Ve allá. Pero déjame a mí contarle lo de Bellonda.

El aprendizaje nunca terminaba en un entorno Bene Gesserit, pensó Idaho mientras observaba marcharse al niño. Pero Murbella tenía razón cuando decía que estaban aprendiendo cosas útiles tan sólo de las Hermanas.

Este pensamiento agitó recelos. Vio una imagen en su memoria: Scytale de pie detrás de la barrera del campo en un corredor. ¿Qué era lo que estaba aprendiendo su compañero cautivo? Idaho se estremeció. Pensar en los tleilaxu siempre evocaba recuerdos de Danzarines Rostro. Y eso evocaba la habilidad de los Danzarines Rostro de «reimprimir» las memorias de cualquiera al que mataran. Esto lo llenó a su vez de miedo a sus visiones. ¿Danzarines Rostro?

Y yo soy un experimento tleilaxu.

Aquello no era algo que se atreviera a explorar con una Reverenda Madre, o ni siquiera al alcance de la vista o del oído de una.

Salió entonces a los pasillos y se dirigió a los aposentos de Murbella, donde se instaló en una silla y examinó los residuos de una lección que ella había estudiado. La Voz. Ahí estaba el registro de tonos que había utilizado para hacer resonar sus experimentos vocales. El arnés respiratorio para forzar las respuestas prana-bindu estaba tirado sobre una silla, hecho un montón, descuidadamente olvidado. Tenía malos hábitos de los días de las Honoradas Matres.

Murbella lo encontró allí cuando regresó. Llevaba unos ajustados leotardos blancos manchados de sudor, y sentía prisa por quitarse aquellas ropas y ponerse cómoda. El la detuvo en su camino a la ducha, utilizando uno de los trucos que había aprendido.

—He descubierto algo que no sabía acerca de la Hermandad.

—¡Cuéntame! —Era
su
Murbella quien lo pedía, el sudor brillando en su ovalado rostro, sus verdes ojos admirativos.
¡Mi Duncan ha visto de nuevo a través de ellas!

—Un juego donde una de las piezas no puede ser movida —le recordó él.
¡Dejemos que los perros guardianes tras los com-ojos jueguen un poco con eso!
—. No sólo esperan que las ayude a crear una nueva religión en torno a Sheeana,
nuestra participación voluntaria en su sueño
, sino que se supone que debo ser su tábano, su consciencia, haciendo que se cuestionen sus propias excusas acerca del
comportamiento extraordinario
.

—¿Ha estado aquí Odrade?

—Bellonda.

—¡Duncan! Esa es peligrosa. Nunca deberías verla a solas.

—El chico estaba conmigo.

—¡No lo dijo!

—Obedecía órdenes.

—¡De acuerdo! ¿Qué ocurrió?

Le hizo un breve relato, describiendo incluso las expresiones faciales y las demás reacciones de Bellonda. (¡Y no se lo pasarían en grande los perros guardianes tras los com-ojos con aquello!).

Murbella se mostró furiosa.

—¡Si te hace algún daño, nunca volveré a cooperar con ninguna de ellas!

En la misma diana, querida. ¡Consecuencias! Vosotras las brujas Bene Gesserit deberíais reexaminar con gran cuidado vuestro comportamiento.

—Aún apesto de la sala de prácticas —dijo Murbella—. Ese chico. Es rápido. Nunca había visto a un niño tan brillante.

El se puso en pie.

—Ven, te frotaré la espalda.

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