Casa capitular Dune (47 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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—Has visto muchas veces esa conversación entre Duncan y Murbella —dijo Bellonda—. ¿Es eso lo que Sheeana estaba ocultando, y si es así, por qué?

—Teg era mi padre.

—¡Qué delicadeza! ¡Una Reverenda Madre tiene escrúpulos en imprimar al ghola del padre de la Madre Superiora!

—Ella fue mi estudiante personal, Bell. Siente preocupaciones hacia mí que tú no puedes sentir. Además, no es solamente un ghola, es un niño.

—¡Tenemos que estar seguras de ella!

Odrade vio el nombre formarse en los labios de Bellonda, pero permaneció sin ser pronunciado. «Jessica».

¿Otra Reverenda Madre imperfecta?
Bell tenía razón, debían asegurarse con Sheeana.
Es mi responsabilidad.
Una visión de la negra escultura de Sheeana parpadeó en la consciencia de Odrade.

—El plan de Idaho posee un cierto atractivo, pero… —Bellonda dudó.

Odrade expresó en voz alta sus temores:

—Pero es un niño todavía, su crecimiento es incompleto. El dolor de la restauración habitual de las memorias podría aproximarse a la Agonía. Podría alienarle. Pero esto…

—Controlarlo con una Imprimadora: esta parte la apruebo. ¿Pero y si eso no restaura sus memorias?

—Seguimos teniendo el plan original. Y
tuvo
ese efecto en Idaho.

—Fue diferente con él, pero la decisión puede esperar. Estás retrasada para tu encuentro con Scytale.

Odrade sopesó el cristal.

—¿El resumen diario?

—Nada que no hayas visto ya muchas veces. —Viniendo de Bell, era casi una nota de preocupación.

—Lo traeré aquí. Haz que Tam esté esperando, y tú entra luego con algún pretexto.

Scytale ya casi se había acostumbrado a aquellas salidas de la nave, y Odrade observó aquello en su actitud casual cuando emergieron del transporte al sur de Central.

Era más que un paseo y ambos lo sabían, pero ella había convertido aquellas excursiones en algo regular, una repetición pensada para apaciguarlo.
Rutina. Tan útil en ocasiones.

—Muy amables esos paseos por vuestra parte —dijo Scytale, mirando a ambos lados—. El aire es más seco de lo que recuerdo. ¿Dónde vamos esta tarde?

Qué pequeños son sus ojos cuando los entrecierra contra el sol.

—A mi cuarto de trabajo. —Hizo una seña hacia los edificios de Central, a medio kilómetro al norte. Hacía fresco bajo un cielo de primavera sin nubes y los cálidos colores de los tejados, las luces empezaban a encenderse en la torre, guiños que tenían una promesa de alivio contra el frío viento que acompañaba a casi todos los anocheceres aquellos días.

Con una atención periférica, Odrade observó cuidadosamente al tleilaxu que tenía a su lado. ¡Tanta tensión! Podía sentirla también en las Reverendas Madres y acólitas guardianas que caminaban cerca detrás suyo, todas ellas elegidas especialmente por Bellonda.

Necesitamos a este pequeño monstruo, y él lo sabe. ¡Y seguimos sin saber la extensión de las habilidades tleilaxu! ¿Qué talentos ha acumulado? ¿Por qué sondea con una indiferencia tan aparente un posible contacto con sus compañeros prisioneros?

Los tleilaxu hicieron al ghola-Idaho, se recordó a sí misma. ¿Habían ocultado cosas secretas en él?

Odrade encontraba a Scytale vagamente repulsivo.
¿Por qué eligieron ser tan grises? Sus conocimientos genéticos hubieran podido proporcionarles una apariencia mucho más aceptable. Aquello era deliberado. Desean agitar antiguos miedos.

—Soy sólo un mendigo que ha acudido a vuestra puerta, Madre Superiora —dijo Scytale con aquella gimoteante voz de elfo—. Nuestro planeta está en ruinas, mi pueblo ha sido completamente masacrado. ¿Por qué tengo que acudir a vuestros aposentos?

—Para negociar en un entorno más placentero.

—Sí, el ambiente en la nave es excesivamente confinado. Pero no comprendo por qué siempre abandonamos el vehículo tan lejos de Central. ¿Por qué tenemos que caminar?

—Lo considero refrescante.

Scytale miró a su alrededor, a las plantaciones.

—Agradable, pero completamente frío, ¿no creéis?

Odrade miró al sur. Aquellas laderas meridionales estaban plantadas con viñedos, las crestas y las más frías laderas septentrionales estaban reservadas a los huertos. Eran uvas mejoradas, aquellos viñedos. Desarrolladas por los jardineros Bene Gesserit. Viejas cepas, cuyas raíces «se hundían hasta el infierno», donde (según la antigua superstición) robaban el agua de las almas que allí ardían. Los lagares estaban bajo tierra, del mismo modo que las bodegas y las cavas de envejecimiento. Nada que estropeara el paisaje de viñedos tendidos en ordenadas hileras, plantadas a la suficiente distancia las unas de las otras como para que los equipos de vendimia pudieran trabajar cómodamente.

¿Agradable para él?
Dudaba que Scytale viera algo agradable allí. Estaba adecuadamente nervioso, tal como ella deseaba que estuviera, preguntándose a sí mismo:
¿Por qué ha elegido realmente esa mujer hacerme caminar a través de este rústico entorno?

Irritaba a Odrade el que no se atrevieran a utilizar elementos de persuasión Bene Gesserit más poderosos sobre aquel hombrecillo. Pero estaba de acuerdo con el consejo que decía que si esos esfuerzos fracasaban, no iban a tener una segunda oportunidad. Los tleilaxu habían demostrado que morirían antes que entregar ningún conocimiento secreto (y sagrado).

—Hay cosas que me desconciertan —dijo Odrade, abriéndose camino entre un montón de útiles agrícolas mientras hablaba—. ¿Por qué insistís en tener a vuestros propios Danzarines Rostro
antes
de consentir a nuestras peticiones? ¿Y a qué se debe vuestro interés en Duncan Idaho?

—Mi querida dama, no tengo compañeros en mi soledad. Eso responde a ambas preguntas. —Se frotó con aire ausente el pecho, allá donde llevaba oculta la cápsula de entropía nula.

¿Por qué se frota aquí con tanta frecuencia? Era un gesto sobre el que tanto ella como las analistas se habían sentido desconcertadas. No hay ninguna cicatriz, ninguna inflamación de la piel. Quizá tan sólo un remanente de su infancia. ¡Pero eso fue hace tanto tiempo! ¿Un fallo en su reencarnación?
Nadie podía saberlo. Y esa piel gris tenía una pigmentación metálica que resistía los instrumentos de sondeo. Seguro que había sido sensibilizado a los rayos más intensos y sabía que habían sido utilizados sobre él. No… ahora era cuestión de diplomacia.
¡Maldito sea este pequeño monstruo!

Scytale se preguntó: ¿Acaso esa hembra powindah no posee simpatías naturales sobre las que yo pueda actuar? Lo
típico
era algo ambivalente en esa pregunta.

—El Welht de Jandola ya no existe —dijo. Miles de millones de nosotros fueron masacrados por esas rameras. Hemos sido destruidos hasta los más lejanos confines del Yaghist, y sólo quedo yo.

Yaghist,
pensó ella.
La tierra de los no gobernados.
Era una palabra reveladora en el Islamiyat, el lenguaje de la Bene Tleilax.

En ese idioma, dijo:

—La magia de nuestro Dios es nuestro único puente.

Exigió una vez más compartir su Gran Creencia, el ecumenismo Sufí-Zensunni que había difundido la Bene Tleilax. Hablaba el lenguaje sin ningún fallo, conocía las palabras adecuadas, pero él captaba falsedades.
¡Llama «Tirano» al Mensajero de Dios, y desobedece los preceptos más básicos!

¿Dónde se reunían aquellas mujeres en kehl para sentir la presencia de Dios? Si hablaban realmente el lenguaje de Dios, tenían que saber ya que estaban buscándolo con burdos regateos.

Mientras ascendían la última cuesta hacia la pavimentada pista de aterrizaje de Central, Scytale apeló a Dios en busca de ayuda.
¡La Bene Tleilax reducida a esto! ¿Por qué nos has sometido a una tal prueba? Somos los últimos legalistas del Shariat y yo, el último Maestro de mi gente, debo buscar respuestas de Ti, Dios, cuando Tú ya no puedes hablarme en kehl.

Una vez más en un perfecto Islamiyat, Odrade dijo:

—Fuisteis traicionados por vuestra propia gente, aquella a la que enviasteis a la Dispersión. Ya no tenéis más hermanos Malik, sólo hermanas.

Entonces, ¿dónde está tu cámara sagra, engañosa powindah? ¿Dónde está ese lugar profundo y sin ventanas donde sólo los hermanos pueden entrar?

—Esto es algo nuevo para mí —dijo. ¿Hermanas Malik? Esas dos palabras han sido siempre autoexclusivas. Las Hermanas no pueden ser Malik.

—Waff, vuestro difunto Mahai y Abdl, tuvo problemas a causa de eso. Y condujo a vuestro pueblo casi a la extinción.

—¿Casi? ¿Sabéis de supervivientes? —No pudo disimular la excitación en su voz.

—No Maestros… pero he oído de algunos Domel, y todos en manos de las Honoradas Matres.

Se detuvo donde la esquina de un edificio ocultaba de su vista el sol en su ocaso durante algunos pasos y, aún en el lenguaje secreto de los tleilaxu, dijo:

—El sol no es Dios.

¡El alba y el ocaso gritan el Mahai!

Scytale sintió tambalearse su fe mientras la seguía dentro de un pasaje en arco entre dos edificios cuadrados. Sus palabras eran adecuadas, pero solamente el Mahai y Abdl debía pronunciarlas. En el oscuro pasaje, con el sonido de los pasos de su escolta muy cerca detrás de ellos, Odrade lo confundió diciendo:

—¿Por qué no decís las palabras que corresponden? ¿No sois el último Maestro? ¿No os hace esto Mahai y Abdl?

—No fui elegido por los hermanos Malik. —Sonó débil incluso para él.

Odrade llamó a un elevador y se detuvo junto a la entrada del tubo. En un detalle de sus Otras Memorias, encontró el kehl y su derecho al ghufran como algo familiar… palabras susurradas en medio de la noche por amantes de mujeres muertas hacía mucho tiempo. «Y luego nosotros…» «Y así pronunciamos esas sagradas palabras…»
¡Ghufran!
La aceptación y la readmisión de alguien que se había aventurado entre los powindah, con el que había regresado pidiendo perdón por haber estado en contacto con los inimaginables pecados de los extranjeros.
¡El Masheikh se ha reunido en kehl y ha sentido la presencia de su Dios!

El tubo se abrió. Odrade hizo un gesto a Scytale hacia dos guardias que había delante. Mientras el hombre pasaba, ella pensó:
Tiene que ofrecernos algo pronto. No podemos seguir jugando nuestro pequeño juego hasta el fin que él desea.

Tamalane permanecía de pie junto al ventanal, vuelta de espaldas a la puerta, cuando Odrade y Scytale entraron en el cuarto de trabajo. La luz del atardecer iluminaba sesgadamente los tejados. El brillo desaparecía al cabo de poco y dejaría detrás una sensación de contraste, una noche más oscura debido a ese último resplandor a lo largo del horizonte.

A la lechosa luz, Odrade despidió a los guardias con un gesto, notando su reluctancia. Bellonda les había indicado que se quedaran, obviamente, pero no iban a desobedecer a la Madre Superiora. Señaló una silla-perro al otro lado de la de ella y aguardó a que él se sentara. Scytale miró suspicazmente a Tamalane antes de sentarse, pero lo disimuló diciendo:

—¿Por qué no hay luces?

—Este es un interludio de relajación —dijo ella.
¡Y sé que la oscuridad te inquieta!

Permaneció un momento de pie tras su mesa, identificando puntos de referencia en la penumbra, el brillo de una serie de cosas dispuestas a su alrededor para convertir aquel lugar en algo suyo: el busto de Chenoeh, desaparecida hacía tanto tiempo, en su nicho al lado de la ventana, y allá en la pared a su derecha, un paisaje pastoral de las primeras migraciones humanas al espacio, un montón de cristales ridulianos sobre la mesa, y el plateado reflejo de su luz de sobremesa concentrando la débil iluminación de las ventanas.

Ya ha ardido lo suficiente.

Tocó una placa en su consola. Una serie de globos situados estratégicamente en las paredes y el techo cobraron vida. Tamalane se volvió en redondo, haciendo sonar deliberadamente sus ropas. Se detuvo dos pasos detrás de Scytale, la imagen de un ominoso misterio Bene Gesserit.

Scytale se sobresaltó ligeramente ante el movimiento de Tamalane, pero se mantuvo sentado inmóvil. La silla-perro era un poco demasiado grande para él, y parecía casi como un niño sentado allí.

—Las Hermanas que os rescataron —dijo Odrade— dijeron que mandabais una no-nave en Conexión y os preparabais para dar el primer salto por el Pliegue espacial cuando atacaron las Honoradas Matres. Acudíais a vuestra nave en un deslizador monoplaza, dijeron, y os alejasteis justo a tiempo antes de las explosiones. ¿Detectasteis a los atacantes?

—Sí. —Con reluctancia en su voz.

—Y sabíais que podían localizar a la no-nave a partir de vuestra trayectoria. Así que huisteis, dejando que vuestros hermanos fueran destruidos.

Scytale habló con la absoluta amargura del testigo de una tragedia.

—Antes, cuando partimos de Tleilax, vimos iniciarse el ataque. Nuestras explosiones para destruir todo lo que pudiera tener valor para los atacantes y los quemadores procedentes del espacio crearon el holocausto. Entonces huimos también.

—Pero no directamente a Conexión.

—En todos los lugares que buscamos, los atacantes habían estado antes que nosotros. Ellos tenían las cenizas, pero yo tenía nuestros secretos. —
¡Recuérdale que todavía tienes algo de valor para negociar!
Golpeó su cabeza con un dedo índice.

—Buscasteis refugio con la Cofradía o la CHOAM en Conexión —dijo Odrade—. Fue una suerte que nuestra nave espía estuviera allí para detectaros antes de que el enemigo pudiera reaccionar.

—Hermana… —¡Qué difícil esa palabra!—… si es que sois realmente mi hermana en kehl, ¿por qué no me proporcionáis sirvientes Danzarines Rostro?

—Siguen habiendo muchos secretos entre nosotros, Scytale. ¿Por qué, por ejemplo, estabais abandonando Bandalong cuando llegaron los atacantes?

¡Bandalong!

El nombre de la gran ciudad Tleilax estrujó su pecho, y sintió pulsar la cápsula de entropía nula, como si deseara liberarse de su precioso contenido.
La perdida Bandalong. Nunca más volver a ver la ciudad de cielos de cornalina, nunca más sentir la presencia de los hermanos, de los pacientes Domel y…

—¿Os encontráis mal? —preguntó Odrade.

—¡Me siento enfermo ante lo que he perdido! —Oyó el siseo de ropas a sus espaldas, y sintió a Tamalane más cerca.

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