Casa capitular Dune (50 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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—Tenéis miedo de lo que yo pueda hacer —dijo Murbella.

—Hay verdad en lo que dices —admitió Odrade.

Honestidad y sinceridad… herramientas limitadas que en estos momentos tienen que ser utilizadas con extrema cautela.

—Duncan. —La voz de Murbella brotó llana, con nuevas habilidades Bene Gesserit.

—Temo lo que tú compartes con él. ¿No encuentras extraño el hecho de que una Madre Superiora admita el miedo?

—¡Conozco la sinceridad y la honestidad! —Hizo que la sinceridad y la honestidad sonaran repelentes.

—A las Reverendas Madres se les enseña a no abandonar nunca el yo. Somos adiestradas a no sobrecargamos de esa forma con preocupaciones de otras.

—¿Es eso todo?

—Es algo que penetra muy profundamente y tiene otras ramificaciones. Ser una Bene Gesserit te marca, a su propia manera.

—Sé lo que estáis pidiendo: Elige a Duncan o a la Hermandad. Conozco vuestros trucos.

—Creo que no.

—¡Hay cosas que no haré!

—Cada una de nosotras se halla forzada por un pasado. Yo hago mis elecciones, hago lo que debo porque mi pasado es distinto del tuyo.

—¿Seguiréis adiestrándome pese a lo que os acabo de decir?

Odrade oyó aquello con la receptividad total que esos encuentros con Murbella exigían, cada sentido alerta a cosas no dichas, mensajes que flotaban en los bordes de las palabras como si fueran cilios agitándose allí, tendiéndose para entrar en contacto con un peligroso universo.

La Bene Gesserit debe cambiar sus caminos. Y aquí hay una que puede guiarnos en ese cambio.

Bellonda se sentiría aterrada ante la perspectiva. Muchas Hermanas la rechazarían. Pero ahí estaba.

Al ver que Odrade guardaba silencio, Murbella dijo:

—Adiestrar. ¿Es ésa la palabra adecuada?

—Condicionar. Esa puede que te sea más familiar.

—Lo que queréis realmente es unir nuestras experiencias, hacerme lo suficientemente parecida a vos como para que podamos crear una confianza entre nosotras. Eso es lo que hace toda vuestra educación.

¡No juegues a juegos eruditos conmigo, muchacha!

—Podríamos fluir en la misma corriente, ¿eh, Murbella?

Cualquier acólita de Tercer Grado se hubiera vuelto lentamente cautelosa oyendo aquel tono de la Madre Superiora. Murbella permaneció impasible.

—Excepto que yo no voy a abandonarle.

—Eso eres tú quien debe decidirlo.

—¿Dejasteis a Dama Jessica decidir?

Al fin la salida de este callejón sin salida.

Duncan había animado a Murbella a estudiar la vida de Jessica.
¡Con la esperanza de frustrarnos!
Los holos de aquella proeza habían iniciado severos análisis de multitud de grabaciones.

—Una persona interesante —dijo Odrade.

—¡Amor! Después de todas vuestras enseñanzas, ¡vuestro
condicionamiento
!

—¿No crees que ella se comportó traicioneramente?

—¡Nunca!

Ahora delicadamente.

—Pero contempla las consecuencias: un Kwisatz Haderach… ¡y ese nieto, el Tirano! —
Un argumento muy querido al corazón de Bellonda.

—La Senda de Oro —dijo Murbella—. La supervivencia de la humanidad.

—Los Tiempos de Hambruna y la Dispersión.

¿Estás observando esto, Bell? No importa. Lo observarás.

—¡Las Honoradas Matres! —dijo Murbella.

—¿Todo a causa de Jessica? —preguntó Odrade—. Pero Jessica volvió al redil y vivió sus últimos años en Caladan.

—¡Maestra de acólitas!

—También un ejemplo para ellas. ¿Ves lo que ocurre cuando nos desafías? —
¡Nos desafías, Murbella! Hazlo más hábilmente que Jessica.

—¡A veces me repeléis! —Su honestidad natural la obligó a añadir—: Pero sabéis que deseo lo que vosotras poseéis.

Lo que nosotras poseemos.

Odrade recordó sus propios primeros encuentros con los atractivos de la Bene Gesserit. Todas las funciones corporales ejecutadas con una exquisita precisión, los sentidos sintonizados para detectar los más pequeños detalles, los músculos adiestrados para actuar con una maravillosa exactitud. Esas habilidades en una Honorada Matre no podían hacer más que añadir una nueva dimensión amplificada por la velocidad corporal.

—Estáis arrojándolo todo sobre mis espaldas —dijo Murbella—. Intentando forzar mi elección cuando ya la conocéis muy bien.

Odrade guardó silencio. Aquella era una forma antigua de argumentación que los jesuitas habían casi perfeccionado. El simulflujo superponía controvertidos esquemas: dejemos que Murbella se convenza a sí misma. Proporcionémosle tan sólo el más suave de los empujones. Démosle pequeñas excusas que ella misma pueda ampliar.

¡Pero hazlo rápido, Murbella, por el amor de Duncan!

—Sois muy lista exhibiendo las ventajas de vuestra Hermandad delante de mis narices —dijo Murbella.

—¡No somos un autoservicio de restaurante!

Una sonrisa indiferente aleteó en los labios de Murbella.

—Tomaré uno de esos y uno de esos otros y creo que me gustará uno de esos pastelillos de crema que hay ahí.

Odrade disfrutó de la metáfora, pero las omnipresentes observadoras tenían sus propios apetitos.

—Una dieta que puede matarte.

—Pero veo vuestras ofertas desplegadas de una forma tan atractiva. ¡La Voz! Qué cosa tan maravillosa habéis cocinado ahí. Tengo este maravilloso instrumento en mi garganta, y vos podéis enseñarme a tocarlo de una forma definitiva.

—Ahora eres un maestro concertista.

—¡Deseo vuestra habilidad para influenciar a aquellos que hay a mi alrededor!

—¿Con qué fin, Murbella? ¿Con qué metas?

—Si como lo que vos coméis, ¿creceré con vuestro tipo de resistencia: plastiacero por fuera, y aún más duras por dentro?

—¿Es así como me ves?

—¡El chef en mi banquete! Y tengo que comer todo lo que me traigáis… por mi bien y por el vuestro.

Sonaba casi maníaca. Una extraña persona. A veces parecía ser el más desdichado de los seres, yendo arriba y abajo por sus aposentos como una fiera enjaulada. Esa loca mirada en sus ojos, las motas naranja en las córneas… como ahora.

—¿Sigues negándote a
trabajarte
a Scytale?

—Dejad que lo haga Sheeana.

—¿La adiestrarás?

—¡Y ella utilizará mi adiestramiento sobre el chico!

Se miraron mutuamente, dándose cuenta de que compartían un pensamiento similar.
Esto no es una confrontación porque cada una de nosotras desea a la otra.

Estaban en una danza, una pavana con una estructura formal que ninguna de las dos podía cambiar. Dentro de la estructura, estaban obligadas a improvisar pasos. Era como una reproducción limitada de las alocadamente arrítmicas danzas rakianas, la base del control de Sheeana sobre los gusanos. La estructura limitaba las cosas que podían decirse, e incluso la excusa:
«Creo que me gustaría decirte otras cosas pero eso no está permitido.»

—Comunicación limitada —dijo Odrade.

Murbella pensó que aquello podía ser llevado hasta más allá de sus límites, pero entonces se hallarían en otro tipo de negociación, una excursión a lugares donde la Bene Gesserit era experta.
Siempre encuentran un camino.

Manos sucias,
pensó Odrade. E
so es lo que ella teme. Nuestra suciedad en su consciencia.
Era una excelente rama en la cual podían injertar la moralidad Bene Gesserit.

—Estoy atada a vos por lo que vos podéis proporcionarme —dijo Murbella, con voz muy baja—. Pero vos deseáis saber si yo puedo actuar contra eso que me ata.

—¿Puedes?

—No más de lo que podríais vos si las circunstancias lo exigieran.

—¿Crees que alguna vez lamentarás tu decisión?

—¡Por supuesto que lo haré! —¿Qué tipo de pregunta estúpida era aquella? La gente siempre lamentaba cosas. Murbella lo dijo así.

—Lo cual confirma tu honestidad contigo misma. Nos gusta que no huyas bajo falsas banderas.

—¿Vosotras proporcionáis banderas de esa clase?

—Naturalmente que lo hacemos.

—Debéis poseer formas de extirparlas.

—La Agonía hace eso por nosotras. La falsedad no viene a través de la especia.

Odrade se dio cuenta de que los latidos del corazón de Murbella se aceleraban.

—¿Y no vais a exigir que abandone a Duncan? —muy agudamente.

—Esa relación presenta dificultades, pero son tus dificultades.

—¿Otra forma de pedirme que lo abandone?

—Acepta la posibilidad, eso es todo.

—No puedo.

—¿No lo harás?

—Quiero decir lo que digo. Soy incapaz.

—¿Y si alguien te mostrara cómo?

Murbella miró fijamente a Odrade a los ojos durante un largo momento, luego:

—Casi he estado a punto de decir que eso me liberaría… pero…

—¿Sí?

—No estaré libre mientras él siga ligado a mí.

—¿Es eso una renuncia de los caminos de las Honoradas Matres?

—¿Renuncia? Una palabra equivocada. Simplemente he crecido más allá de mis anteriores Hermanas.

—¿Tus anteriores Hermanas?

—Siguen siendo mis Hermanas, pero son las Hermanas de mi infancia. A algunas las recuerdo con cariño, otras me desagradan intensamente. Compañeras en un juego que ya no me interesa.

—¿Esa decisión te satisface?

—¿Estáis satisfecha vos, Madre Superiora? Odrade dio una palmada con una no reprimida excitación. ¡Con cuánta rapidez había adquirido Murbella la pronta respuesta Bene Gesserit!

—¿Satisfecha? ¡Qué terrible palabra!

Mientras Odrade hablaba, Murbella se sintió trasladada como en un sueño al borde de un abismo, incapaz de despertar e impedir la caída. Su estómago le dolía con un secreto vacío, y las siguientes palabras de Odrade llegaron desde una distancia llena de ecos.

—La Bene Gesserit lo es todo para una Reverenda Madre. Nunca serás capaz de olvidar eso.

Tan rápidamente como había venido, la sensación de sueño pasó. Las siguientes palabras de la Madre Superiora fueron frías e inmediatas.

—Prepárate para ausentarte a menudo de la nave tan pronto como tu bebé haya nacido. Te sacaremos más a menudo para adiestramiento avanzado.

—Bajo guardia, por supuesto.

—Por ahora. —
Hasta que te enfrentes a la Agonía… vivas o mueras.

Odrade alzó los ojos hacia los com-ojos del techo.

—Enviad a Sheeana aquí. Empezará inmediatamente con su nueva maestra.

—¡Así que vais a hacerlo! Vais a
trabajaros
a ese niño.

—Piensa en él como en el Bashar Teg —dijo Odrade—. Eso ayuda. —
Y no vamos a darte tiempo a reconsiderarlo.

—No me resistí a Duncan, y no puedo discutir con vos.

—No discutas tampoco contigo misma, Murbella. Carece de sentido. Teg era mi padre, y pese a todo debo hacer esto.

Hasta aquel momento, Murbella no se había dado cuenta de la fuerza que se ocultaba tras la anterior afirmación de Odrade.
La Bene Gesserit lo es todo para una Reverenda Madre. ¡Que el Gran Dur me proteja! ¿Voy a ser así?

Capítulo XXXII

Somos testigos de una fase transitoria de la eternidad. Ocurren cosas importantes, pero algunas personas nunca se dan cuenta. Intervienen accidentes. Uno no está presente en los episodios. Tiene que depender de los informes. Y la gente cierra sus mentes. ¿Qué tienen de bueno los informes? ¿La historia en un noticiario? ¿Preseleccionada en una conferencia editorial, digerida y excretada por los prejuicios? Los informes que uno necesita raras veces proceden de aquellos que hacen la historia. Diarios, memorias y autobiografías son formas subjetivas de oratoria especial. Los Archivos están atestados con este sospechoso material.

Darwi Odrade

Scytale observó la excitación de los guardias y de los demás cuando alcanzó la barrera al final de su pasillo. El rápido ir y venir de la gente, especialmente a aquella temprana hora del día, había llamado su atención y lo había atraído hasta la barrera. Allí estaba aquella doctora Suk, Jalanto. La reconoció de la vez que Odrade la había enviado a él «porque parecéis enfermo».
¡Otra Reverenda Madre para espiarme!

Ahhh, el bebé de Murbella.
Ese era el motivo de las carreras, y de la doctora Suk.

¿Pero por qué todas aquellas otras? Atuendos Bene Gesserit en una abundancia como nunca antes había visto allí. No solamente acólitas. Las Reverendas Madres iban por ahí arriba y abajo en un número tremendamente superior a las otras. Le recordaron grandes pájaros carroñeros. Finalmente apareció una acólita, llevando a un niño sobre sus hombros. Muy misterioso.
¡Si tan sólo tuviera un enlace con los sistemas de la nave!

Se reclinó contra la pared y aguardó, pero la gente desapareció por varias compuertas y pasos. Algunos de sus destinos podían ser situados con toda seguridad, otros eran un misterio.

¡Por el Sagrado Profeta! Ahí venía la Madre Superiora en persona! Cruzó una gran compuerta por la que habían desaparecido la mayoría de las demás.

Era inútil preguntarle a Odrade la próxima vez que la viera. Ahora lo tenía en su trampa.

¡El Profeta está aquí y en manos powindah!

Cuando ya no apareció más gente por el pasillo, Scytale regresó a sus aposentos. El monitor de identificación en su puerta parpadeó a su paso, pero se obligó a no mirarlo.
La ID es la clave.
Con este conocimiento, este fallo en el sistema de control de la nave ixiana lo atraía como una sirena.

Cuando actúe, no van a darme mucho tiempo.

Sería un acto de desesperación con la nave y su contenido de rehenes. Segundos para tener éxito. Quién sabía qué falsos paneles habían sido erigidos, qué compuertas secretas podían alzar aquellas horribles mujeres ante él. No se atrevía a dar ese paso antes de haber agotado todos los otros caminos. Especialmente ahora… con el Profeta restaurado.

Traicioneras brujas. ¿Qué otras cosas habrán cambiado en esta nave? Un pensamiento inquietante. ¿Sigue siendo aplicable aún mi conocimiento?

La presencia de Scytale al otro lado de la barrera no se le había escapado a Odrade, pero había otros asuntos que la preocupaban. El alumbramiento de Murbella (le gustaba el antiguo término) había llegado en el momento oportuno.

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