Categoría 7 (17 page)

Read Categoría 7 Online

Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

BOOK: Categoría 7
4.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

El presidente echó una ojeada a sus notas, con la justa cuota de humildad, y el correcto tono de enfado patriótico. Carter fue consciente de que entrecerraba los ojos.

—Sus palabras fueron apoyadas por los nobles sacrificios de los ciudadanos de nuestra joven nación. Nuestros antepasados se enfrentaron a un futuro que habría sido incierto si no hubiera sido por su inquebrantable fe, sus corazones firmes y su resolución indomable. Y prevalecieron. A pesar de los innumerables inconvenientes y privaciones, a pesar del alto costo en familias y propiedades destruidas, triunfaron. Y nosotros, los ciudadanos congregados hoy aquí en el Jardín de las Rosas y los millones de estadounidenses dispersos en ciudades y pueblos de todo el país y alrededor del mundo, somos los beneficiarios de su presciencia, su conciencia, su fe y su llamada a la acción.

El presidente esperó un segundo que Carter sintió como un eco en su mente, y luego, miró otra vez fijamente a las cámaras, a los ojos de Carter.

—Me encuentro hoy, aquí, de pie frente a vosotros, rodeado de patriotas invadido por el mismo espíritu, conducidos por el mismo deseo de autodeterminación, inspirados por la misma llamada a la libertad y la liberación. Con ese gran placer y orgullo, anuncio la creación de la Coalición para una América Energéticamente Independiente, que será dirigida por Frances Morton, cuyos antepasados provienen, por un lado, del
Mayflower
y por otro, mucho más atrás, de la gran nación india Quinault, y que ha sido subsecretaría del Interior desde los primeros días de mi gobierno. Bajo el firme y entregado liderazgo de la señora Morton, la coalición trabajará para alcanzar este objetivo de una total independencia americana de las fuentes de energía extranjeras antes del 2030.

Carter no se movió. Apenas si respiraba mientras observaba al presidente arropado por el más entusiasta aplauso que había recibido en muchos meses.

«Yo tendría que estar ahí. Él lo sabe. Yo lo sé. El país lo sabe. Yo debería estar estrechando su mano, sonriendo a las cámaras, respondiendo preguntas.

»Pero no lo estoy».

Carter relajó su mandíbula y se puso de pie, orgulloso de su autocontrol, aun cuando la furia amenazaba con consumirlo.

—¿Cómo es que no nos hemos enterado de esto, Meg?

Ella lloraba en el teléfono.

—No lo sé, papá. Te juro que no lo sé. Esto es…

Él dejó de escucharla cuando el presidente tomó de nuevo la palabra.

—Ésta es la segunda declaración de independencia de los Estados Unidos, y ésta, también, requerirá la fuerza y la fortaleza de todos los estadounidenses, mientras trabajamos mancomunadamente para pasar de la dependencia de los proveedores extranjeros de combustibles fósiles a nuevos y domésticos métodos de calentar nuestros hogares, alimentar nuestros automóviles e iluminar nuestras ciudades. No siempre ha de ser sencillo o confortable. Al igual que sucedió con los patriotas de antaño, el cambio de un modo de vida a otro nuevo comportará sacrificios. Debemos tener en mente, sin embargo, que lo mismo que el sacrificio de nuestros antecesores ayudó a dar forma no sólo a nuestra nación, sino también al mundo, así también, nuestros sacrificios cambiarán el mundo que conocemos por otro mejor.

Se detuvo para permitir que volvieran a aplaudirlo, para continuar después.

—La creación de esta coalición amplia, bipartidista, con representantes de las industrias y de diversas agencias es un punto de inflexión en la historia de nuestra nación. Mi administración ha estado trabajando durante meses entre bastidores para reunir a representantes de todos los sectores de las industrias de suministro de energía: reguladores, miembros de lobbys, directores de empresa e investigadores. Los hemos sentado juntos a la mesa, les dimos de comer y los animamos a conversar. —Sonrió a la multitud—. No les sugerimos qué habían de decirse, del mismo modo que no les sugerimos qué comer. Simplemente pusimos jamón, pollo, tofu y verduras, y dejamos que ellos se prepararan sus emparedados. Después de todo, debemos elegir con cuidado nuestras batallas.

Habiendo confirmado su papel como hombre del pueblo, su expresión y su voz retomaron la seriedad anterior, mientras se apagaban las risas.

—Fue un acontecimiento inspirador. Fue una pequeña acción democrática con D minúscula. Todos estaban al mismo nivel. Los dueños de molinos generadores de electricidad tuvieron oportunidad de hablar, hablar seriamente, con los representantes de grandes industrias energéticas. Los productores de etanol discutieron sus ideas con los ejecutivos de las compañías petroleras. Los fabricantes de equipos de energía geotérmica y solar compartieron sus opiniones con los fabricantes de automóviles y la gente que construye gasoductos. Fue un libre fluir de información entre gente que, hasta ese momento, se habían visto como competidores, o peor aún, como enemigos. Ahora, se han dado cuenta de que estábamos todos del mismo lado, que estábamos alineados para presentar batalla y que era una lucha que queríamos ganar.

Hizo una pausa, brindando una mirada profundamente humana a las cámaras, mirada que le provocó una náusea a Carter en el estómago tanto como las palabras de Benson.

—Repito. Hoy es un gran día para la nación y para el mundo. Conducidos por esta coalición, América tomará la delantera en la investigación, desarrollo, producción y uso de energía limpia, y lo haremos dentro de nuestras fronteras y con nuestros propios medios. Por eso le pido al Congreso que apruebe rápidamente los fondos por tres billones de dólares para la investigación y desarrollo de las actividades que la coalición debe llevar a cabo. Para endulzar el asunto, he pedido a todos los participantes, del más grande al más pequeño, que contribuyan con dinero, talento y otros recursos para que la coalición funcione del mejor modo posible. Trabajando mancomunadamente, los miembros de esta amplia coalición estudiarán todos los métodos posibles dentro de los límites de la seguridad para nuestro pueblo, nuestro medio ambiente y nuestra economía. Y como los fundadores de nuestra nación, nuestra determinación y sacrificio asegurará que nuestros nietos y
sus
nietos vivan en una nación más segura, limpia y próspera. Gracias a todos por venir aquí hoy, y que Dios bendiga a América.

Winslow Benson se negó a responder preguntas, y cruzó el escenario con paso firme y sonrisa confiada para desaparecer bajo el pórtico, seguido por un enjambre de trajes oscuros.

Cada emisora pasó de inmediato a un comentarista, que intentaron rellenar el espacio repitiendo lo que el presidente acababa de decir hasta que pudieran dar con un «experto» para discutir lo que acababa de suceder.

—Meg, ¿cuánta gente tienes…?

—Todos. Están todos en camino a la Colina y a la calle K para averiguar qué está sucediendo. Todos los teléfonos de la oficina están ocupados, papá. Lamento muchísimo no haberlo visto venir. Es que… No hubo siquiera una pista. Ni una. —Su voz volvía a quebrarse por la desesperación.

—Es suficiente con eso. Mantenme al tanto de lo que averigües.

Terminó su conversación con Meg y miró a su asistente, que había permanecido de pie junto a la puerta, mirándolo nerviosamente, durante los últimos minutos.

—Busca a Davis Lee y que me llame por teléfono. Y dile a Pam que necesito verla de inmediato —ordenó con calma, refiriéndose a otra de sus hijas, su vicepresidenta de relaciones públicas.

—Sí, señor. Ya está de camino.

Notando el errático latido de su corazón, Carter asintió y observó cómo cerraba la puerta. El mareo comenzó a apropiarse de su conciencia, e ignorando la constelación de luces titilantes en su teléfono, se reclinó en su silla, descansando la cabeza contra el almohadón descolorido que una de sus hijas había hecho a ganchillo para él, hacía muchos años. Intentando concentrarse en mantener el ritmo de su respiración lento y reposado, no pudo bloquear los pensamientos que inundaban su mente.

«Así que ésta es la respuesta de Winslow. Los Verdes reciben una palmadita en la espalda y otra promesa vacía de que se los escuchará, mientras que los nucleares, los industriales y los petroleros reciben nuevos contratos y más dinero con menos supervisión».

El marco no se disipaba tan rápidamente como de costumbre, por lo que redujo aún más su ritmo respiratorio, intentando dividir la información en porciones manejables.

Todos iban a «contribuir». Los grandes muchachos enviarían a sus matones, que eran excelentes para desperdiciar el tiempo y el dinero, y los pequeños entregarían a sus científicos y su credibilidad por la causa. Y todo sería para el bien común. Todos tendrían una oportunidad de opinar, y saldrían beneficiados.

Como estrategia, era brillante. Y aunque fuera una idea insostenible a largo plazo, sería posible que funcionara a corto plazo, de la misma forma que había sido efectiva, el siglo anterior, cuando el persuasivo político Karl Marx había utilizado la misma filosofía, con el mismo efecto. A pesar de que Winslow Benson había aludido a la antigua gloria y a los padres de la patria, echando mano a la retórica para presentarlo, el paquete no aminoraba su efecto ni ocultaba su origen.

«A todos según su capacidad, a cada uno según su necesidad».

La diferencia estribaba en que, en esta situación, las organizaciones menos poderosas contribuirían con todo lo que tenían y las grandes corporaciones acapararían todo lo que pudieran.

La ira de Carter volvió a surgir, más difícil de controlar, brotando de las imperceptibles grietas de su compostura. El medio ambiente era
su
tema, no el de Winslow Benson. Él era el que tenía la orden de protegerlo. Él era quien había desarrollado los medios para controlar el poder, para devolver la vida. El presidente podía destruirlo —al medio ambiente, al planeta, a la vida—. Estaba tan seguro de ello como de que el sol saldría a la mañana siguiente. Él lo destruiría todo con su causa favorita, la energía nuclear. Ellos habían llenado sus bolsillos y lo habían enviado a la Casa Blanca. Eran sus dueños, dueños de su duro corazón y su alma negra. Lo poseían.

Y terminarían matándolo. Carter se aseguraría de ello.

El rugido en sus oídos que lo desorientaba se detuvo, y sorprendido, Carter fue capaz de controlar su furia.

Seguramente no había pensado en serio en matar al presidente. Eso no sería correcto. Como hombre de honor, no lo haría. No podía.

De pronto, abrió los ojos. Dio con el puño cerrado un fuerte golpe sobre el escritorio de cedro americano.

Que se vaya al infierno el alma maldita de Winslow Benson por lo que está a punto de hacerle a este país y al mundo.

¿Y qué hay con lo que ya ha hecho?

La vocecita resonó como un eco en su interior y la respiración de Carter se detuvo.

Por supuesto. La corriente en chorro.

Había estado detenida en medio del país durante semanas, a principios del verano, constriñendo el aire más estable, cálido y húmedo del Golfo en su marcha hacia el Norte, inhibiendo a los frentes fríos del Pacífico que habitualmente cruzaban las laderas este de las Rocosas. El tiempo había sido maravilloso en gran parte del país, no insoportable, sin sequía. No habían sucedido tormentas catastróficas en el Medio Oeste, ni tornados en el Sur, ni siquiera actividad digna de mención en el Caribe o en el Golfo. Una serie de tormentas se había alzado en el Atlántico y desaparecido sin mayores consecuencias. Y entonces, de repente, la corriente en chorro había vuelto a su posición normal, desatando tormentas focalizadas de sorprendente violencia a lo largo del Sur y por el Medio Oeste.

Supo, en el fondo de su mente, que semejante periodo de buen tiempo ininterrumpido seguido de un mal tiempo inexplicable no podía ser natural, pero ahora, reconociendo que la alternativa era probablemente una realidad, un escalofrío le recorrió el espinazo.

Si las anomalías en la corriente en chorro no eran naturales, eso significaba que él no era el único en controlarlas.

Eso quería decir que alguien más podía manipular el clima.

Y ese alguien sólo podía ser el gobierno de los Estados Unidos.

Y el único medio posible era el HAARP.

La furia lo invadió. Tenía que ser una prueba —una maldita prueba de largo alcance— o tal vez una muestra de fuerza. Dios sabía que había motivos suficientes para que la Casa Blanca quisiera mostrar sus músculos. La administración de Benson había sido un blanco ideal durante mucho tiempo, e incluso sus aliados habituales la habían estado atacando por todos los flancos, criticando sus acuerdos comerciales, de medio ambiente, y su política internacional. Hoy por hoy, nadie estaba satisfecho. Ni siquiera el electorado.

«El electorado».

El tiempo casi perfecto en el verano antes de la elección le daría al presidente algo por lo que cacarear durante todo el invierno mientras reunía fondos para su campaña. Durante el extenso periodo de temperaturas agradables, el uso de la electricidad había aumentado y permanecido constante, haciendo del presidente el niño mimado de la industria mientras que desviaba la atención hacia el papel de la denominada industria nuclear «limpia» entre las fuentes de energía nacionales. Los reducidos porcentajes de lluvia caída habían forzado a los diques y reservas de agua por debajo de los niveles normales, aunque sin llegar a los de sequía, poniendo a los ecologistas en el punto de mira pero sin presentar a las industrias agropecuarias como a los malos de la película. Y la ausencia de mal tiempo no sólo había ayudado al olvido colectivo de las recientes y fracasadas respuestas de la administración en situaciones críticas, sino que había desprovisto a los críticos de las operaciones de emergencia del gobierno de los argumentos previstos. Por no mencionar lo que la falta de desastres naturales había perjudicado a las ganancias de su propia empresa, que no habían sido tan altas como era habitual en esta época del año.

Ahora el péndulo se movía en dirección contraria, pero, esta vez, el presidente estaba preparado.

«Ese hijo de puta».

La subida de adrenalina hizo que Carter se pusiera de pie, mientras miraba la bandera estadounidense que pendía orgullosa en un rincón de su despacho, balanceándose con la brisa que entraba por las ventanas abiertas. Había ondeado sobre las tumbas del cementerio nacional de Arlington y se la había entregado el gobernador de Iowa.

«Con libertad y justicia para todos.

»Para todos».

Carter sintió que se le aclaraba la mente mientras miraba fijamente a la bandera roja, blanca y azul. Su visión interna se intensificó y concentró.

Other books

Vintage Love by Clarissa Ross
Lord of Misrule by Alix Bekins
Baa Baa Black Sheep by Gregory Boyington
Death on Lindisfarne by Fay Sampson
Interlocking Hearts by Roxy Mews
The Land Across by Wolfe, Gene
The Third Bear by Jeff Vandermeer