—No hay problema. Probablemente pueda averiguarlo por mí misma —dijo con aire indiferente—. Es decir, ¿cuántas formas de calor puede producir una tormenta en ciernes? Tendría que ser algo natural, algo como metal en la superficie que estuviera irradiando calor absorbido durante el día. No fue una bomba, porque eso no se puede ocultar. ¿Qué otra cosa puede haber sido? Si nuestro gobierno no sabe lo que es, eso quiere decir que la maquinaria pertenece a otros. ¿Es algún rayo mortal del espacio exterior que inventaron los rusos? Mierda, Jake, dime para quién trabajas —exigió—. ¿A quién crees que se lo voy a contar?
—Ahora no te lo puedo decir. Tal vez más adelante.
Dejando escapar un exagerado y exasperado suspiro, alzó la vista al cielo.
—Esto es una locura. No me lo puedes decir ahora. ¿Qué significa eso? ¿Que me lo puedes decir pero después tendrás que matarme? Vamos, ¿es la CIA? ¿el FBI? ¿la DEA? ¿Alguna otra agencia de tres letras? ¿Qué significa que no me lo puedes decir?
Él no dijo nada y comenzó a caminar de vuelta por donde habían venido. Kate lo vio alejarse mientras algo le cosquilleaba en el fondo de su mente.
Salió detrás de él y lo agarró del brazo al llegar a su lado.
—Son aviones, ¿verdad? Me preguntaste por qué había investigado si había aviones en la zona.
—No voy a seguir con esto…
—¿Podría hacerlo alguien en un avión? ¿Bombardear una tormenta en ciernes?
—No lo sé.
—Mira, hemos empezado mal. No te estoy diciendo que no vaya a ayudarte. Te ayudaré, Jake. Pero tienes que ser sincero conmigo.
—Ya te he dicho que no puedo. Ahora no. Necesito más información y más respuestas antes de poder decirte algo más que meras hipótesis.
—En ese caso, Carter podría tener más respuestas que Richard —le soltó.
Él se detuvo de golpe y ella chocó con él.
—¿Por qué?
Kate dio un paso atrás y tomó aire.
—Porque financia una fundación que se ocupa de reforestaciones. Una de las chicas de la empresa me lo comentó hace unos días. Ella lo está investigando para un trabajo.
Él la miró.
—¿De qué estás hablando?
—Él financia una pequeña fundación que examina distintos modos de acabar con la desertificación y la deforestación de las selvas tropicales. ¿Acaso una gran parte de eso no dependería de las lluvias? Él podría estar a la cabeza de este tipo de investigaciones. Es decir, todas esas tormentas tienen que ver con lluvias fuera de lo común e inesperadas, ¿no es cierto? Si él sabe quién está trabajando en ese tipo de investigación meteorológica, podría saber quién está detrás de las tormentas. O quién podría estarlo.
Por un momento, pareció que Jake iba a taladrar con los ojos a Kate.
—¿Puedo hablar con esa mujer? ¿La que está haciendo ese trabajo?
—Si está en la ciudad. La llamaré más tarde, cuando la gente normal se despierte.
Hicieron el resto del breve recorrido de vuelta a su apartamento en relativo silencio, llegando a la manzana de su edificio antes de que la esperada lluvia comenzara a caer. Kate casi podía escuchar los engranajes dar vueltas en el cerebro de Jake, y sabía que iba a pasar algún tiempo antes de que él tuviera algo coherente que decir. Probablemente era como la mayoría de los hombres: cuando ocupaba su cerebro al máximo, su capacidad para atender a varias cosas a la vez dejaba de existir.
Una vez dentro del apartamento, Kate tomó el mando a distancia y encendió el televisor mientras iba de la sala al dormitorio.
—Voy a darme una ducha. Quédate a ver los programas dominicales tipo
Grill the Hill
, si es que no se han ido todos hacia las tierras altas. —Ella atrajo su atención agitando el mando, y luego dejándolo a la vista, sobre la mesita de centro—. Estaré lista en diez minutos, y después quiero respuestas. Verdaderas respuestas.
Domingo, 22 de julio, 6:40 h, DUMBO, Brooklyn.
El viaje a Nueva York empezaba a parecerle un error. Kate estaba resultando ser bastante molesta con dos malas costumbres: interrumpirlo en mitad de la conversación y hacer demasiadas preguntas. Pero las noticias sobre las investigaciones de Carter tal vez le suministraran algunas pistas.
Jake tomó el mando de la televisión y, por costumbre, zapeó por las cadenas hasta llegar al Canal del Tiempo. Uno de los muchos expertos sobre fenómenos climáticos graves, un amigo de la universidad, estaba en pantalla. Jake subió el volumen mientras observaba cómo el ratón de la pantalla trazaba un círculo rodeado de flechas en dirección contraria a las agujas del reloj sobre una mancha roja de tamaño considerable que avanzaba por la Costa Este de Estados Unidos.
—… aumentando rápidamente por la noche tras entrar en la Corriente del Golfo y ha continuado avanzando en dirección norte paralela a la costa. En estos momentos,
Simone
está a unos ciento setenta kilómetros frente a las costas de Richmond, Virginia. El Centro Nacional de Huracanes la ha elevado de categoría 4 a categoría 5 durante la pasada noche. Los vientos constantes soplan a doscientos kilómetros por hora, y cuenta con un compacto y muy desarrollado muro en torno al ojo de la tormenta, como puede apreciarse en pantalla. ¿Jim?
Dio paso a uno de los presentadores, que miró con expresión seria a cámara.
—Gracias, Paul. Mientras continuamos con nuestra cobertura del huracán
Simone
, queremos ofrecer nuestras condolencias a las familias de las veintidós personas cuyas muertes han sido atribuidas a la tormenta, y apremiamos a los habitantes de las zonas que puedan ser afectadas para que tomen las precauciones necesarias y busquen refugio. Aunque la tormenta todavía no ha tocado tierra, las bajas zonas costeras desde los cayos de Florida hasta los Outer Banks han sufrido enormes daños por los vientos y las marejadas. Washington, D.C. se encuentra bajo orden de evacuación obligatoria y las organismos de emergencias de la ciudad de Nueva York y Long Island han emitido órdenes de evacuación obligatoria para los habitantes de las Zonas Uno y Dos, y de evacuación voluntaria a los residentes de la Zona Tres y otras áreas costeras. Los habitantes de la costa de Connecticut a Boston deberán prepararse para enfrentarse a intensos vientos, altas mareas y olas que podrían superar los tres metros. Volveremos con más información sobre el huracán
Simone
.
Jake apretó el botón para silenciar el volumen y observó la imagen de la tormenta que aparecía sobre el logo del canal antes de que comenzaran los anuncios. El incremento era impresionante, pero todavía no estaba fuera de los parámetros de lo normal. Eso no quería decir que fuera normal, pensó con ironía, porque aquellos dementes podían haberla intensificado con sus sucios trucos. No había tenido tiempo para empezar a investigarlo antes de salir de Washington y estaba ansioso por abrir su ordenador allí mismo, pero sabía que eso sólo conduciría a que Kate le hiciese más preguntas. Ya había soportado suficientes en la última media hora. Además, la información no se marcharía a ninguna parte. Tan pronto como encontrara respuestas a sus preguntas y pudiera sacarse a Kate de encima regresaría a Washington, en donde podría bajar todos los datos y echarles una ojeada.
Se desperezó en el sofá de Kate, hizo un poco de zapeo por los canales para buscar más cobertura de la tormenta, y luego cruzó las manos y se dedicó a observar los destrozos.
Vestida pero con el cabello todavía húmedo, Kate había salido de su dormitorio, encontrándose el televisor encendido y a Jake recostado en su sofá, completamente dormido.
«¿Por qué los hombres siempre parecen tan indefensos cuando están dormidos? Incluso cuando son unos cretinos que apenas nos conocen pero, sin embargo, se entrometen en nuestras vidas sin razón aparente».
Haciendo un gesto de frustración y todavía sin saber muy bien cómo actuar ante semejante situación, sacudió su cabeza y se encaminó hacia la cocina para servirse más café. Tras echar una rápida ojeada al reloj, tomó el teléfono. Su padre ya estaría despierto. Tendría que dejar a Jake en alguna parte e ir a casa de sus padres para llevarlos a un refugio. Parecía ridículo. Ella sabía que no dejarían nunca su departamento por voluntad propia, aunque vivían a sólo dos manzanas de la playa. Su padre querría enfrentarse a la tormenta y su madre tomaría su rosario favorito y les pondría escapularios a los dos. Ninguna de las dos cosas sería capaz de desviar los vientos de doscientos kilómetros por hora o las olas de seis metros de altura.
La grave voz procedente del televisor le llamó la atención.
—Y ahora, un avance con las últimas noticias. Conectamos con Oíd Greenwich, Connecticut, en donde el meteorólogo Richard Carlisle fue hallado muerto en su jardín esta mañana…
Convencida de que no había oído bien, Kate movió con fuerza la cabeza, con los ojos fijos en la pantalla.
El rostro de Richard le sonreía desde una foto colocada a la izquierda de la rubia presentadora.
Las palabras que oía no podían ser ciertas.
—… el cuerpo de Carlisle fue descubierto a las dos de la mañana por la policía de Greenwich, que se acercó hasta su casa, alertada por un vecino que se quejaba de los ladridos de un perro. Están tratando la muerte como un homicidio. Carlisle, que vivía solo en la exclusiva zona de playa de Oíd Greenwich, era una respetada figura en la comunidad de meteorólogos y un apreciado personaje televisivo. Tenía sesenta y seis años. Pasamos ahora a otra noticia de última hora, en Oriente Próximo, durante la noche…
La taza de café se le cayó de las manos, haciéndose añicos a sus pies. Casi no se dio cuenta ni del ruido o la sensación, pero con el rabillo del ojo vio a Jake ponerse de pie de un salto desde del sofá en donde había estado durmiendo hasta hacía unos segundos. Al instante, estaba de pie a su lado.
—¿Qué sucede?
Ella se volvió a mirarlo, y aquel movimiento pareció durar una eternidad, hasta que pudo reconocer su rostro.
—Dijo que estaba muerto —murmuró. La áspera y ahogada voz no parecía ser la suya—. ¿No es eso lo que ella dijo?
—¿Quién ha muerto? Creo que deberías sentarte. Ten cuidado. El suelo está cubierto de cristales rotos —dijo Jake con suavidad, tomándola de la mano y llevándola amablemente hacia el sofá.
—No puede estar muerto.
—Aquí.
Ella sintió las manos de Jake sobre sus hombros, empujándola para sentarla, y luego cómo se doblaban sus rodillas y caía sobre los cojines. Lo miró, sintiéndose como si no fuera ella misma, como si el tiempo se hubiera transformado en algo viscoso. Era la misma sensación que la había invadido cuando vio caer las torres. No podía ser cierto.
—¿Por qué dirían que ha muerto? Cambia a otro canal. Quiero oír cuando digan que todo ha sido un lamentable un error.
—¿Quién dijeron que ha muerto? —volvió a preguntarle, con voz amable, mientras se agachaba frente a ella, mirándola a los ojos.
Ella le devolvió su mirada.
—Richard. Dijeron que Richard está muerto. Y que puede que sea un homicidio.
Jake abrió los ojos desmesuradamente y se puso de pie.
—Kate, quédate aquí. Te traeré un poco de agua.
—No tengo sed, Jake. Quiero cambiar de canal —le dijo, alzando la voz a la vez que su corazón comenzaba a latir más aceleradamente—. ¿Dónde está el mando?
Ella observó, a cámara lenta, cómo él agarraba el mando a distancia y cambiaba de canal hasta que llegó a uno de noticias en donde un periodista estaba de pie bajo la lluvia constante frente al cartel de una calle, Ford Lañe, la calle de Richard.
—Sube el volumen.
—… vivía al fondo de esta calle particular. Los vecinos llamaron a la policía a la una menos cuarto de esta madrugada para quejarse de los ladridos del perro de Carlisle, y fue entonces cuando su cuerpo fue descubierto en el jardín, aproximadamente a medio camino entre su casa y un pequeño embarcadero. Los vecinos recuerdan haber visto un coche oscuro entrar en la propiedad de Carlisle a última hora de la tarde, y un vecino informó haber oído voces procedentes de los alrededores de la propiedad de Carlisle. Según la policía, no había indicios de que las puertas hayan sido forzadas y el robo no parece haber sido el móvil. La policía ha informado también que no hay señales de lucha, sugiriendo que tal vez Carlisle conociera a su atacante. Desde Old Greenwich, Connecticut, Brian Mitchell para la CNN Noticias.
El aparato quedó en silencio y muy, muy lentamente, Kate volvió la cabeza para mirar a Jake, como entre brumas. Las lágrimas le ardían en las mejillas y un nudo le atenazaba la garganta.
—Jake…
—Lo siento. —Se arrodilló nuevamente en el suelo junto al sofá y la abrazó, mientras ella comenzaba a temblar. No estaba segura de cuánto tiempo permaneció sentada así, llorando, entre la incredulidad y el vacío de la pérdida.
—Kate —dijo Jake finalmente, susurrando a su oído—. Creo que tendrías que venir conmigo.
Ella se apartó y lo miró, secándose las mejillas con la palma de la mano.
—¿Adónde?
—A Washington —contestó él tras un momento.
—No. —Ella comenzó a apartarse, pero sus manos se cerraron con firmeza sobre sus hombros y la sacudió levemente.
—Kate, escúchame —le dijo, en voz baja y grave—. Hay gente que quiere hablar contigo sobre tu ponencia, sobre Richard y sobre lo que te podría haber dicho.
—No. Él no me dijo nada. Necesito ir a…
—Kate —dijo, autoritario, y ella lo miró fijamente, sintiendo que sus ojos se abrían frente a la intensidad de los suyos—. Kate, préstame atención. Necesitas venir conmigo a Washington.
Ahora
. Así que no discutas. Nueva York está bajo orden de evacuación voluntaria. Washington está bajo evacuación obligatoria, pero te llevaré hasta allí a pesar de, literalmente, tormentas y huracanes.
—Pero mis padres…
—Deja que otro se ocupe de ellos.
—No hay nadie —replicó, apartándolo con las manos.
—Tiene que haber. Un vecino, alguien.
—No, yo…
—¡Maldita sea, escúchame, Kate! No sé si tu ponencia, la muerte de Richard y esta tormenta están relacionadas, pero si lo están, corres serio peligro. —Se agachó y subió el volumen del televisor, llenando la sala con la información sobre el último pesticida, y luego acercó su boca hasta su oído—. No estoy hablando de los Boy Scouts. Estoy hablando de terroristas. Trabajo para la Agencia Central de Inteligencia. Alguien está actuando en estas tormentas, Kate. Alguien las está
creando
. Lo sabemos. Sólo que no sabemos quiénes son. Tú has dicho más o menos lo mismo en tu conferencia. La muerte de Richard puede haber sido un hecho violento fortuito, Kate, pero si no lo es, y si existe alguna conexión entre esas tormentas o tu ponencia, podrías ser un objetivo. Así que deja de discutir conmigo y prepara la maleta.