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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

Cerulean Sins (10 page)

BOOK: Cerulean Sins
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Se puso de pie, mi mano aún en la suya. Sonrió, esa sonrisa brillante que tanto me gustaba porque era real, o tan cerca de lo real que podía ser. Había pasado siglos educando su rostro, cada movimiento perfeccionado, para ser cortés, para gracioso y sobretodo, para no mostrar nada.

—Ven,
ma petite
, vamos, vamos a cumplir con nuestros clientes.

Asentí.

—Claro.

Me envolvió a través de su brazo y miró a Damián.

—Toma el otro brazo,
mon ami
, vas a ser su escolta en el interior de la habitación.

Damián reiteró la mano en la suave y musculosa piel de su antebrazo.

—Con mucho gusto, maestro.

Normalmente, a Jean-Claude no le gustaba que sus vampiros lo llamaran maestro, pero esta noche teníamos que ser formales. Estábamos tratando de impresionar a gente que no había sido impresionada por nada, en siglos.

Asher dio un paso adelante para alzar las cortinas, Jason fue al otro lado, y tiraron de las cortinas hacia un lado para que pudiéramos entrar sin tener que apartarlas. Esa era una de las razones de por qué había tapices sobre las puertas.

La única desventaja de tener a un vampiro atractivo en cada brazo, era que no podía ir por mi pistola rápidamente. Por supuesto, si tuviera que tomar un arma tan pronto nada más pasar la puerta, entonces la noche iba a ser mala. Ya era bastante malo no saber si sobreviviríamos esta noche.

SIETE

Mussete estaba de pie junto a la chimenea de ladrillo blanco. Tenía que ser ella, ya que era la única Barbie que había en la habitación, y era exactamente como Jason la había descrito. Jason podía tener un montón de defectos, pero impreciso a la hora de describir a una mujer no era uno de ellos.

Era realmente pequeña, por lo menos 7 cm más baja que yo. Mediría apenas 152 cm y sí estaba usando tacones debajo del vestido blanco sería todavía más baja.

Le caían ondas de pelo rubio sobre sus hombros, pero sus cejas eran negras y estaban perfectamente arqueadas. O bien se las teñía o era una de esas rubias raras que tienen el cabello de un color y el vello de otro. Sucede pero no a menudo. Tenía el cabello rubio y la piel pálida, con las cejas y las pestañas oscuras enmarcando unos ojos azules como un cielo de primavera. Me di cuenta que los tenía unos tonos más claros que Jason. Tal vez era el contraste con esas cejas y pestañas oscuras lo que los hacían parecer todavía más claros.

Ella sonrió con una boca que parecía un capullo de una rosa roja, vi que tenía los labios pintados, y cuando me fijé pude ver que llevaba maquillaje. Estaba bien maquillada, con pequeños retoques que ayudaban a realzar esa belleza casi infantil. Su «
pomme de sang
» se arrodilló a sus pies como si fuera un animal de compañía. La muchacha llevaba el pelo arremolinado como una cascada de rizos castaños que le hacían parecer todavía más joven que ella. Era pálida, no tan pálida como un vampiro pero casi, y el vestido largo azul hielo pasado de moda que llevaba no ayudaba a darle precisamente un poco de color. Su esbelto cuello era suave y sin marcas. Si Mussette se alimentaba de ella, ¿por dónde la mordía? ¿Realmente quiero saberlo? En realidad no.

Había un hombre entre la chimenea y el gran sofá blanco con almohadas de color oro y plata. Era casi lo contrario a Musette. Medía como 1.82, era como un gran nadador, ancho de hombros, cintura de avispa, caderas estrechas, y con unas piernas que le hacían parecer todavía más alto. Tenía el pelo negro, tan negro como el mío pero con destellos azules, atado con una trenza. Su piel muy oscura parecía que no había visto el sol en mucho tiempo. Apuesto a que se bronceaba en poco tiempo. Sus ojos tenían un extraño color turquesa como las aguas del Caribe. Quedaban increíbles en ese rostro moreno, debía haberle dado calidez y belleza pero estaban fríos. Podría haber sido hermoso pero no lo era, la amarga expresión de su rostro robaba toda la atención, parecía como si siempre estuviera de mal humor. Tal vez era la ropa. Estaba vestido como si lo hubieran sacado de una pintura del siglo pasado. Si tuviera que ir con esa ropa también estaría cabreada.

Jean-Claude nos llevó entre los dos mullidos sillones, uno de oro, y uno de plata con sus correspondientes almohadas blancas. Se detuvo delante de la mesa blanca de café con un jarrón de claveles blancos y amarillos puestos encima.

Damián también se detuvo al instante, estaba de pie muy atento al toque de mi mano. Jason se dejó caer con gracia en una de las sillas de color oro que estaban cerca de la chimenea. Asher estaba al otro lado sentado en la silla de color plata, tan lejos de Musette como podía sin salir de la habitación.

Musette le habló en francés y Jean-Claude respondió, realmente pude entender que le estaba diciendo que yo no hablaba francés. Entonces ella le dijo algo que no entendí y de repente cambió con un fuerte acento inglés. La mayoría de los vampiros no tienen acento, por lo menos en América, pero Musette tenía uno extraordinario. Bastante rudo y hablaba demasiado rápido, inglés o no, no sé si sería capaz de entenderla.

—Damián ha sido durante mucho tiempo un agradable invitado en nuestro territorio.

—A mí antigua amante no le importaba la vida en la corte.

—Tu amante Morvoren es un tanto rara.

Sentí como el cuerpo de Damián reaccionó ante el nombre como si le hubiesen dado una bofetada. Le acaricié la parte superior de la mano como si estuviera calmando a un niño preocupado.

—Morvoren es lo suficientemente potente para competir por un puesto en el Consejo. Incluso se le ofreció el antiguo puesto de Muevetierra. Ni siquiera ha tenido que luchar por ello. Fue un regalo. —Musette observaba a Damián, estudiaba su rostro, su cuerpo, sus reacciones.

—¿Por qué crees que ella se negó a tal recompensa? —Damián tragó, su respiración estaba entrecortada—. Como he dicho… —tuvo que aclararse la garganta para poder terminar—… a mi antigua amante no le gusta la vida del consejo. Ella prefiere su soledad.

—Pero rechazar un puesto en el Consejo sin ni siquiera haber tenido que luchar por él es una locura ¿Por qué Morvoren hace eso? —Cada vez que escuchaba ese nombre Damián se estremecía.

Entonces le dije:

—A su antigua ama le gusta la privacidad.

Mussete giró sus ojos azules hacía mí, se podía palpar la hostilidad en su mirada. Ojala no hubieras interrumpido. Pensé.

—Entonces, esta es la nueva. —Se dirigió hacia nosotros y no sólo caminaba sino que desfilaba con un increíble dominio de sus caderas. Llevaba tacones debajo de la falda, nadie consigue un desfile así sin ellos. El hombre alto y moreno se movió detrás de ella como una sombra.

La muchacha se quedó sentada delante de la chimenea, sus faldas de color azul pálido se difuminaban con el entorno como si hubiera sido preparado.

Sus manos estaban muy quietas en su regazo. Todo parecía colocado, como si le hubiera dicho tú aquí sentada y quédate hay, hasta que Mussete le dijera que se moviera. Definitivamente asqueroso.

—Te presento a Anita Blake, mi sierva humana, la primera que he llamado a mí. No hay otro, sólo hay una. —Jean-Claude me cogió la mano y me llevo con él alejándose de la mesa de café, y, de paso, de Musette. Fue casi un paso de baile, como una reverencia, o algo así. Damián siguió el movimiento, haciéndolo parecer como un juego muy gracioso. Los vampiros se inclinaron y atrapada entre ellos no tuve más remedio que hacer lo mismo. Tal vez había más de una razón por la cual Jean-Claude me había colocado en el centro.

Musette caminó hacia nosotros, haciendo ondular la falda blanca con sus caderas.

—La sierva de Asher, ¿cómo se llamaba? —Había una mirada en esos ojos azules que decía que sabía muy bien cuál era su nombre.

—Julianna —dijo Jean-Claude. Lo dijo con una voz neutral. Pero ni Asher, ni yo podríamos haber dicho el nombre de Julianna sin alguna emoción—. Ah, sí, Julianna, un bonito nombre para alguien tan común. —Ella se había colocado delante de nosotros. El hombre alto y moreno, estaba detrás de ella, resultaba amenazante con su gran tamaño. Tenía que medir unos malditos 2,15 metros de altura.

—¿Por qué Asher eligió a una mujer tan corriente? Supongo que hay algo reconfortante en las acciones de los campesinos.

Me reí antes de que pudiera pensar. Jean-Claude me apretó la mano. Damián se quedó inmóvil en la otra mano. A Musette no le gusto que me riera, eso era evidente por su rostro.

—¿Por qué te ríes muchacha?

Jean-Claude me apretó la mano lo suficiente como para hacerme algo de daño.

—Lo siento —dije—, pero llamar a alguien campesino no es un insulto muy bueno.

—¿Por qué no? —preguntó ella, y parecía realmente perpleja.

—Cualquier persona puede ver mi árbol genealógico y verá que nunca he tenido nada, mis antepasados eran soldados o agricultores. Eran campesinos y estoy orgullosa de ello.

—¿Por qué estas orgullosa de eso?

—Porque todo lo que hemos conseguido, lo hemos hecho con las manos, el sudor de nuestra frente, ese tipo de cosas. Hemos tenido que trabajar por todo lo que tenemos. Nadie nos ha dado nada.

—No entiendo —dijo.

—No sé si te lo puedo explicar —dije. En ese momento pensé que era como si Asher me tratara de explicar lo que era un señor feudal. Nunca había tenido nada en mi vida que me prepara para comprender ese tipo de obligación. Sin embargo no lo dije en voz alta, no quería plantear la idea de que le debía algo a Belle Morte. Porque no me sentía así.

—No soy tonta Anita, me gustaría entenderlo si me lo explicas claramente.

Asher se trasladó desde atrás a nuestro lado, todavía tan lejos como podía quedarse de Musette, pero fue valiente por llamar su atención sobre sí mismo.

—Ayer traté de explicarle a Anita los deberes hacia un señor feudal, y no pudo entenderlo. Es joven y americana, nunca han tenido el… Beneficio de ser gobernados aquí.

Volvió la cabeza hacia un lado, preocupada, como un pájaro justo antes de que coger un gusano.

—¿Y qué tiene que ver esto con su falta de comprensión hacía las formas civilizadas? —Un ser humano se habría lamido sus labios, Asher sólo se quedó inmóvil, silencioso. No te muevas y así el zorro no te podrá ver.

—Tú, encantadora Mussete, nunca has tenido que vivir a las órdenes de ningún señor o señora feudal. Nunca has vivido sin conocer los derechos que uno tiene como señor.

—¿
Oui
? —Lo hizo parecer una palabra fría, muy fría, como diciendo que acababa de cavar su propia tumba.

—¿Nunca has soñado con la posibilidad de ser un campesino, tal vez?, sería una experiencia liberadora.

Ella hizo un gesto con la mano cuidadosamente arreglada.

—Absurdo. Experiencia liberadora, ¿qué significa eso?

—Creo —dijo Jean-Claude—, que el hecho de que no entiendes lo que eso significa es el punto exacto de Asher.

Ella les frunció el ceño.

—No entiendo, por qué es tan importante. —Lo desestimó todo con un gesto de manos. Luego volvió su atención hacia mí, y fue aterrador. No estaba segura de qué significaba esa mirada, pero un escalofrió recorrió mi columna.

—¿Has visto a nuestros Jean-Claude y Asher?

Debí haberla mirado tan confundida como me sentía, porque se volvió e hizo un movimiento detrás de ella, pero todo lo que podía ver era a su sirviente humana.

—Angelito, muévete para que pueda ver.

¿Angelito? De alguna manera el nombre, «angelito» no le iba bien. Se movió, y caminó hacia la chimenea. No fue hasta que llego a la chimenea que pude ver que había una pintura encima de ella, algo en el cuadro me llamó la atención.

Se suponía que iba a ser una pintura de Jean-Claude, Asher, y Julianna con ropa de la época de los Tres Mosqueteros, pero no era así. Si no hubiera habido vampiros extraños en la habitación, estoy segura de que me hubiera dado cuenta antes. ¡Oh, sí, claro que me hubiera dado cuenta!

Era una imagen de Cupido y Psique, una escena tradicional, donde Psique dormida es finalmente revelada a la vela armada de Cupido. En el Día de San Valentín, Cupido la había robado al principio. Él no era un bebé gordito asexuado con alas. Era un dios, un dios del amor.

Sabía quién había posado para Cupido, nadie había tenido nunca ese cabello de oro, tan largo, y ese cuerpo perfecto. Tenía recuerdos de lo que había sido Asher, pero nunca lo había visto así, yo no. Caminé hacia la pintura como una flor atraída hacia el sol. Era irresistible.

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