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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (81 page)

BOOK: Ciudad abismo
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—Entonces —dijo Ratko—, ¿qué os trae por aquí, amigos?

—Puedes considerarlo una inspección de calidad —dije.

—Nadie se ha quejado de la calidad, que yo sepa.

—Entonces quizá no hayas prestado la suficiente atención —dijo Zebra—. Cada vez es más difícil hacerse con esa mierda.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad —dije yo—. No es solo que el Combustible escasee. Hay un problema de pureza. Zebra y yo suministramos Combustible a una cartera de clientes que abarca hasta el Cinturón de Óxido. Y estamos recibiendo quejas. —Intenté sonar razonable aunque amenazante—. En fin, puede que eso quiera decir que existe un problema en algún punto de la cadena de suministro de aquí al Cinturón; hay muchos eslabones débiles en esa cadena y, créeme, los estoy investigando todos. Pero también podría querer decir que el producto base se está degradando. Cortado, aguado, lo que tú quieras. Por eso hacemos esta visita personal, con la ayuda del señor Quirrenbach. Necesitamos comprobar que todavía se fabrica Combustible de Sueños de gran calidad. Si no es así, alguien ha estado mintiendo a alguien y va a volar más mierda que en una tormenta de grado diez. En cualquier caso, alguien va a tener problemas.

—Oye, escucha —dijo Ratko levantando las manos—. Todos saben que hay problemas con la fuente. Pero solo Gideon puede decirte por qué.

Solté un cebo.

—He oído que le gusta conservar su intimidad.

—No tiene más remedio, ¿no?

Me reí e intenté sonar lo más convincente posible, sin comprender de qué me reía. Pero por la forma en que lo había dicho el hombre de las gafas, estaba claro que lo consideraba algún tipo de chiste.

—No, supongo que no. —Cambié el tono de voz tras haber establecido una inestable base para el respeto mutuo—. Bueno, empecemos nuestra amistad con buen pie, ¿vale? ¿Podrías acabar con mis dudas sobre la calidad inmediata del producto con, por así decirlo, una pequeña muestra comercial?

—¿Cuál es el problema? —preguntó Ratko mientras metía la mano en el abrigo y sacaba un pequeño frasco rojo oscuro—. ¿Te colocas demasiado a menudo con tu propio suministro?

Cogí el frasco y Zebra me pasó su pistola nupcial. Sabía que tenía que hacerlo; que solo el Combustible me permitiría desvelar los últimos secretos de mi pasado.

—Ya sabes cómo es esto —dije.

Sky y Norquinco siguieron hacia delante, siempre con la mirada puesta en las brújulas inerciales. El hueco se ramificaba y retorcía, pero las pantallas de los cascos siempre les mostraban su posición con respecto a la lanzadera, junto con la ruta que habían seguido hasta el momento, de modo que no había posibilidad real de perderse, ni siquiera si encontraban obstrucciones en el camino de salida. La ruta que habían tomado conducía más o menos al centro de la nave y avanzaban más o menos en línea recta hacia donde debería estar la esfera de mando. Llevaban andando unos cinco minutos cuando notaron otra reverberación parecida a la de una campana, como si todo el casco fuera un gong. Aquella vez les pareció un poco más fuerte.

—Se acabó —dijo Norquinco—. Nos volvemos.

—No, no nos volvemos. Ya hemos perdido el cable y para salir tendremos que cortar de todas formas. Si seguimos, lo único que pasará es que tendremos que cortar más materia.

Aunque reacio, Norquinco lo siguió. Pero algo estaba cambiando. Los sensores de sus trajes empezaban a recoger rastros de nitrógeno y oxígeno en vez de alto vacío. Era como si el aire se formara lentamente dentro del hueco; como si los dos golpes que hubieran oído fueran parte de un enorme y extraño compartimento estanco.

—Hay luz más adelante —dijo Sky cuando la presión del aire alcanzó una atmósfera y comenzó a subir.

—¿Luz?

—Una luz amarilla enfermiza. No me la estoy imaginando. Parece salir de las mismas paredes.

Apagó la linterna y le ordenó a Norquinco que hiciera lo mismo. Durante un instante se quedaron a oscuras. Sky se estremeció al sentir de nuevo el viejo aunque no del todo superado terror a la oscuridad que le había infundido la guardería. Pero los ojos se le empezaron a adaptar a la iluminación ambiental y fue casi como si todavía llevaran encendidas las linternas. De hecho, era mejor, porque la pálida luz amarilla avanzaba por delante de ellos y dejaba al descubierto la sección de túnel que tenían a decenas de metros delante de ellos.

—¿Sky? Hay algo más.

—¿El qué?

—De repente me parece arrastrarme cuesta abajo.

Le entraron ganas de reír, de derribar a Norquinco, pero él también lo sentía. Algo presionaba a su cuerpo hacia un lado del hueco. Era suave pero, conforme seguía arrastrándose (y lo cierto es que ya tenían que hacerlo) aumentó de fuerza hasta que le pareció estar de nuevo a bordo del
Santiago
, con la gravedad artificial creada por el giro de la nave. Pero la nave alienígena no había girado ni acelerado.

—¿Gómez?

La respuesta, cuando llegó, era increíblemente débil.

—Sí. ¿Dónde estáis?

—Muy adentro. En algún lugar cerca de la esfera de mando.

—No lo creo, Sky.

—Es lo que dicen las brújulas.

—Entonces deben estar mal. Tus emisiones de radio llegan desde un lugar en el centro del eje.

Por segunda vez sintió miedo, pero no tenía nada que ver con la ausencia de luz. No habían estado arrastrándose el tiempo suficiente para llegar tan lejos. ¿Es que el casco había cambiado de forma desde que entraran para ayudarlos a avanzar? Pensó que las emisiones de radio debían ser correctas; Gómez debía tener sus posiciones localizadas con una precisión razonable a través de la triangulación de señales, aunque la masa de casco entre ellos distorsionara la estimación. Pero aquello significaba que las brújulas inerciales les habían mentido casi desde que habían entrado en la nave. Y en esos momentos se movían a través de una especie de campo gravitacional estático; algo intrínseco al casco y no una ilusión creada por la aceleración o por la rotación. Parecía capaz de tirar de ellos de forma arbitraria, según la geometría del hueco. No era de extrañar que las brújulas inerciales dieran lecturas falsas. La gravedad y la inercia guardaban una relación tan estrecha que prácticamente no se podía alterar la una sin alterar la otra.

—Deben controlar totalmente el campo Higgs —dijo Norquinco extrañado—. Es una pena que Gómez no esté aquí. Ya tendría una teoría.

Norquinco le recordó a Sky que se creía que el campo Higgs se extendía por todo el espacio, por toda la materia. La masa y la inercia no eran en realidad propiedades intrínsecas de las partículas fundamentales, sino simples efectos del frenado impuestos sobre ellas al interactuar con el campo Higgs… como el frenado impuesto sobre un famoso que intenta cruzar una habitación llena de admiradores. Norquinco parecía pensar que los constructores de la nave habían encontrado la forma de dejar que el famoso se deslizara sin molestia alguna… o de impedir su progreso todavía más. Era como si pudieran aumentar o disminuir la densidad de admiradores y restringir o mejorar su habilidad para molestar a la celebridad. Sabía que era una forma muy primitiva de imaginar algo que Gómez (y quizá hasta Norquinco) podían ser capaces de vislumbrar sin la necesidad de metáforas, de ir directos a su brillante corazón matemático; pero para Sky, aquello bastaba. Los constructores podían manipular la gravedad y la inercia con la misma facilidad que la enfermiza luz amarilla y, quizá, sin dedicarle mucho más tiempo.

Lo que, por supuesto, quería decir que su corazonada era correcta. Si había algo a bordo de la nave que pudiera enseñarle aquella técnica, se imaginaba la cantidad de cosas que podría hacer por la Flotilla… o, al menos, por el
Santiago
. Habían intentado librarse de masa desde hacía años para así poder retrasar la deceleración hasta el último momento posible. ¿Y si pudieran apagar la masa del
Santiago
como si fuera un enorme interruptor? Podrían entrar en el sistema de Cisne al ocho por ciento de la velocidad de la luz y parar de golpe en órbita alrededor de Final del Camino, reduciendo la velocidad en un instante. Aunque no pudieran lograr algo tan drástico, cualquier reducción de la inercia de la nave (incluso en un pequeño porcentaje) sería bien recibida.

La presión exterior del aire estaba ya muy por encima de la atmósfera y media, aunque empezaba a subir con menos rapidez. El ambiente era cálido, pesado de humedad y quedaban rastros de gases que, aunque inofensivos, no estaban presentes en la misma relación en el aire que solía respirar Sky. La gravedad alcanzó una meseta de media G; de vez en cuando bajaba de aquel valor, pero nunca subía. Y la pálida luz amarilla era lo bastante brillante como para leer. En algunas ocasiones tenían que arrastrarse por una rendija del suelo del hueco y aquellas rendijas estaban llenas de un líquido espeso y oscuro. Había restos de aquello por todas partes: unas manchas color rojo sangre que cubrían todas las superficies.

—¿Sky? Aquí Gómez.

—Habla. Casi no te oigo.

—Sky; escúchame. Tendremos compañía dentro de cinco horas. Hay dos lanzaderas aproximándose a nosotros. Saben que estamos aquí. Me arriesgué a rebotar el radar hacia ellos para establecer su posición.

Bien; probablemente él hubiera hecho lo mismo.

—Déjalo estar. No hables con ellos ni hagas nada que les permita identificarnos como del
Santiago
.

—Pero salid de ahí, ¿vale? Todavía podemos huir.

—Norquinco y yo no hemos acabado.

—Sky, no creo que seas consciente de…

Cortó la comunicación, más interesado en lo que tenía delante. Algo iba hacia ellos moviéndose por el mismo túnel. Se transportaba mediante oscilaciones, como una larva, y su cuerpo era de color blanco rosado, como un gusano.

—¿Norquinco? —dijo Sky tras levantar la pistola y apuntar al hueco—. Creo que alguien viene a darnos la bienvenida. —Se preguntó si parecería muy asustado.

—No veo nada. No; espera… ahora puedo. Oh.

La criatura era del tamaño de un brazo; no lo bastante grande como para causarles ningún daño. Le faltaban órganos que pudieran resultar peligrosos; por lo que podía ver Sky, no tenía mandíbulas. La parte delantera solo tenía un volante con forma de corona; zarcillos translúcidos que ondeaban delante de la criatura. Aunque fueran venenosos, se sentía a salvo en su traje. La criatura no parecía tener ojos ni extremidades manipuladoras. Se repitió a sí mismo aquellas observaciones tranquilizadoras y examinó su estado mental, decepcionado al ver que seguía igual de asustado que antes.

Pero el gusano no parecía especialmente asustado por los recién llegados. Simplemente se paró y agitó sus fantasmales zarcillos hacia ellos. El cuerpo segmentado color rosa pálido de la cosa enrojeció un poco más, y después una secreción arterial roja brotó entre los segmentos y formó un charco escarlata bajo la criatura. El charco alargó sus propios zarcillos y se arrastró hacia delante como si corriera cuesta abajo. Sky sintió que su sentido de la verticalidad cambiaba y se sintió mareado, como si la dirección de la gravedad hubiera cambiado localmente. El fluido rojo se escurrió hacia ellos como una marea escarlata y después fluyó alrededor de sus trajes. Durante un segundo a Sky le pareció estar bocabajo y cayendo. El velo rojo pasó por encima de su visor, como si buscara una forma de entrar. Después pasó.

La gravedad volvió a la normalidad. Con la respiración alterada, todavía aterrado, observó cómo el charco rojo volvía al gusano y después se introducía de nuevo en la criatura. El gusano se volvió rojo durante un instante y después el rubor perdió intensidad hasta volver a ser rosa.

Entonces el gusano hizo algo muy extraño; no se dio la vuelta en el agujero, sino que se puso del revés; los zarcillos se introdujeron en el cuerpo por un extremo y salieron por el otro. La criatura serpenteó de nuevo camino de las profundidades amarillas del túnel. Era como si no hubiera sucedido nada.

Pero entonces una voz les habló. Atravesó los muros con un volumen infernal y parecía demasiado profunda para ser humana.

—Es bueno tener compañía —dijo, en portugués.

—¿Quién eres? —preguntó Sky.

—Lago. Venid a verme, por favor; ya no estáis muy lejos.

—¿Y si decidimos dejarte?

—Me sentiré triste, pero no os lo impediré.

Las reverberaciones de la voz infernal murieron y todo quedó como antes de la llegada del gusano. Los dos respiraban con dificultad, como si hubieran estado corriendo. Pasaron unos largos momentos hasta que habló Norquinco.

—Nos volvemos a la lanzadera. Ahora.

—No. Vamos a seguir, como le hemos dicho a Lago.

Norquinco cogió a Sky del brazo.

—¡No! Es una locura. ¿Es que has borrado lo sucedido de tu memoria a corto plazo?

—Algo que podría habernos matado antes si hubiese querido nos ha invitado a seguir entrando en la nave.

—Algo que se hace llamar Lago. Aunque Oliveira…

—En realidad no dijo que Lago estuviera muerto. —Sky luchó por controlar el miedo de su voz—. Solo que le había pasado algo. Personalmente, me interesa averiguar lo que fue. Y también cualquier otra cosa que esta nave o lo que sea pueda decirnos.

—Bien. Entonces sigue tú. Yo me voy.

—No. Te quedas aquí, vienes conmigo.

Norquinco dudó antes de responder.

—No puedes obligarme.

—No, pero puedo hacer que merezca la pena quedarse. —Le tocaba a Sky ponerle la mano en el brazo al otro hombre—. Usa tu imaginación, Norquinco. Aquí debe haber algo que podría destrozar todos los paradigmas que hayamos sido capaces de reconocer. Como poco, debe haber cosas que puedan hacer que lleguemos a Final del Camino antes que las otras naves, quizá hasta puedan darnos una ventaja táctica cuando lleguen detrás de nosotros y comiencen a impugnar los derechos territoriales.

—¿Estás a bordo de una nave extraterrestre y en lo único que piensas es en insignificantes asuntos humanos como disputas territoriales?

—Créeme, esas cosas no te parecerán tan insignificantes dentro de unos años. —Cogió el brazo de Norquinco con más fuerza y sintió las capas de ropa comprimirse bajo su mano—. ¡Piensa, hombre! Todo podría tener su origen en este momento. Toda nuestra historia podría tomar forma a partir de lo que suceda aquí y ahora. No somos pequeños jugadores, Norquinco; somos colosos. ¡Quédate un momento con esa idea! Y empieza a pensar en el tipo de recompensas que les esperan a los hombres que conforman la historia. A los hombres como nosotros. —Pensó en el
Santiago
; en la habitación escondida en la que guardaba al infiltrado quimérico—. Yo ya tengo planes a largo plazo, Norquinco. Mi seguridad está garantizada en Final del Camino, aunque los acontecimientos se vuelvan contra nosotros. Si eso ocurriera, también me ocuparía de tu seguridad. Y si las cosas no se vuelven contra nosotros, podría convertirte en un hombre muy poderoso.

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