Ciudad Zombie (23 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Ciudad Zombie
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—No lo sé —le contestó ella, insegura—. Nosotros somos los raros por estos alrededores, ¿no te parece? No van a esperar...

—No van a esperar que ningún jodido cadáver aparezca en una autocaravana y llame a su puerta, ¿o no?

—No, pero...

—¿Pero qué? Verán la caravana, nos verán a nosotros y todo irá bien.

—¿Qué ocurrirá si te ven a pie?

—Suena como si estuvieras intentando encontrar razones para no hacer esto.

—¡Anda ya, eso no es justo! Sólo me preocupa que no funcione bien.

—Funcionará.

—Hay cientos de razones para que no lo haga. Me dijiste que creías que llevaban trajes de protección. Ni siquiera pueden andar en el exterior. No pueden respirar el aire, porque les hará lo que le hizo al resto de la población.

—Sí, y ésa es nuestra ventaja, ¿no te parece?

—¿Qué quieres decir?

—Si no funciona como queremos, simplemente nos podemos ir andando.

—¿Crees que nos dejarán?

—¿Crees que tienen elección?

—¿Y si nos quieren cortar a trocitos? ¿Fabricar una vacuna con nuestra sangre o algo por el estilo? Es posible que nos quieran usar como ratas de laboratorio.

—Estás diciendo tonterías.

—¿Seguro? Lo siento, Mike, no estoy intentando ser negativa. Sólo creo que necesitamos plantearnos toda esta situación con mucho, mucho cuidado.

Sabía que iba a tener problemas para intentar contener el ansia y la excitación de Michael. Su repentino punto de vista amable y su aparente falta de preocupación le inquietaban. Ambos sabían lo que estaba en juego. Ya habían perdido casi todo lo que tenían. En la granja habían luchado para construir un refugio que los protegiera del resto del mundo y, a pesar de su superioridad física y mental sobre las incontables víctimas de la plaga, lo habían perdido todo de un plumazo. Un error fue todo lo que hizo falta. Y aunque estar sentados en una fría autocaravana en medio de la nada estaba muy lejos de ser ideal, al menos habían conseguido recuperar cierto nivel de control. Emma tenía la incómoda sensación en la boca del estómago de que estaban peligrosamente cerca de perderlo todo.

Cada noche parecía durar una eternidad. Las horas de oscuridad no tenían fin. Sin distracciones ni entretenimientos, Michael y Emma intentaban no mortificarse con los problemas que quedaban al otro lado de la delgada puerta de metal. De vez en cuando, la situación se volvía algo más soportable. Sin embargo, la mayor parte del tiempo el pesado ambiente que gravitaba sobre la autocaravana era tenso y apabullante.

La conversación siguió siendo escasa y difícil durante toda la velada. Como la pareja había descubierto en muchas ocasiones, había pocas cosas sobre las que pudieran hablar y que, de alguna manera, no les condujeran a discutir sobre todo lo que habían estado intentando olvidar. Irse a la cama proporcionaba a veces un alivio temporal, pero en la mayoría de los casos era de poca ayuda. O bien se tendían inquietos, incapaces de dormir, o conseguían perder la conciencia sólo para verse catapultados de nuevo a su extraña realidad por medio de una oscura pesadilla o un ruido repentino procedente del otro lado de las paredes, delgadas como papel, de la autocaravana.

El único alivio que había encontrado Michael en los días y en las noches desde que su vida había dado un vuelco había sido Emma. Cuando se tendían juntos en la cama, abrazándose con fuerza, manteniendo el calor de ambos, se relajaba en la comodidad de su proximidad. Le gustaba el sonido de su voz susurrándole en el oído a altas horas de la noche, y la suave caricia de su aliento sobre la mejilla, de alguna forma le hacía recordar que, no importaba como se sintiese, seguía estando aún vivo. Su aroma, la sensación de su cuerpo contra el suyo, la calidez que proporcionaba a las noches largas y frías, todo ello le ayudaba a confirmar que el esfuerzo de sobrevivir valía la pena y que, a pesar de todos los obstáculos que tenían en contra, seguían siendo un trémulo rayo de esperanza de que la situación acabaría mejorando. Se aferraba a la idea de que, algún día, los dos serían libres para pasear de nuevo por el exterior sin temor. Sabía que podía ocurrir. Los cuerpos se estaban deteriorando y no podían seguir así de forma indefinida, ¿o no?

Eran las dos y veinte de la madrugada. El viento estaba golpeando un lado de la autocaravana, la lluvia caía a mares y resonaba sobre el techo de metal por encima de sus cabezas; podían oír los pasos tambaleantes y chapoteantes de un cuerpo solitario, que tropezaba y resbalaba en el barro del exterior. Durante unos momentos preciosos nada de esto le pareció importar a Michael. Estaba junto a Emma y, de alguna manera, era capaz de olvidar por un rato todo lo demás.

32

Ocho supervivientes estaban sentados en la semioscuridad de una de las salas de conferencias de la universidad y comían una cena preparada a toda prisa. El ambiente del edificio había cambiado notablemente desde la imprevista llegada de Cooper ese mismo día. Para muchas de las personas desesperadas y aterrorizadas que estaban refugiadas en el bloque de alojamientos, su aparición había traído a sus vidas un ligero e inesperado rayo de esperanza. Para un número similar, sin embargo, su presencia en el edificio había aumentado su incomodidad y su ansiedad. Por muy claustrofóbico, monótono e incómodo que se hubiera vuelto su mundo, con el país reducido a ruinas, eso era todo lo que tenían, y la repentina aparición del soldado había resultado inquietante.

—Deberíamos salir de aquí ahora —propuso Donna, con la boca medio llena de comida.

—Tienes razón —estuvo de acuerdo Sunita. No era habitual que estuviera presente en discusiones como ésa, y aún menos frecuente que realizara alguna aportación—. Nos deberíamos ir.

—¿Esto tiene algo que ver con lo que pasó en el edificio de la asociación la pasada noche? —preguntó Croft.

Ella le había explicado lo de los cuerpos cuando él había subido a su habitación a gorrearle un cigarrillo y la había descubierto sentada en un rincón, sollozando. Donna la miró sorprendida.

—¿Por qué? ¿Qué pasó ayer por la noche?

—Fui a buscar pitillos —empezó Sunita, deteniéndose cuando se dio cuenta de que todo el mundo la estaba mirando—. Había estado en la asociación un montón de veces antes y nunca había tenido problemas. La pasada noche había cuerpos dentro. Me oyeron...

—Eso no es extraño —intervino Bernard Heath—. Quizás, en primer lugar, no deberías haber ido sola.

Ella negó con la cabeza.

—Esto fue diferente. Me sentí como si me estuvieran cazando. Eran más rápidos que antes, más agresivos...

—No estaban contentos antes cuando intentaron entrar —comentó Cooper. Tenía razón, el ruido y la conmoción que había acompañado su llegada había provocado en los cuerpos del exterior un frenesí desconocido hasta entonces. Incluso en ese momento, muchas horas después, las criaturas seguían luchando por acercarse al edificio, golpeando inútilmente con sus puños putrefactos las ventanas y las puertas desprotegidas—. ¿Crees que se están volviendo peores?

—Más violentos —respondió Donna, asintiendo con la cabeza— y menos predecibles. Si se van a convertir en un problema más grave, entonces no ganamos nada con quedarnos aquí. Deberíamos salir y regresar a la base con Cooper.

—¿Qué hay allí para nosotros? —preguntó Bernard ansioso.

—Más de lo que hay aquí —replicó Donna antes de devolver su atención al resto de comida que le quedaba en el plato.

—¿Quién ha dicho que voy a regresar a la maldita base? —preguntó Cooper, lo suficientemente alto para que todos lo oyeran.

—Vayamos o no a esa base —intervino de repente Jack, dejando de lado su plato de comida fría y tomando un sorbo de una lata de bebida—, ¿no ha llegado el momento de que tomemos algunas decisiones? No nos podemos quedar sentados y esperar indefinidamente, ¿no os parece?

—Lo podemos hacer si queremos —discrepó Bernard—. Tiene sentido que nos quedemos sentados y quietos y esperemos a...

—¿Esperar a qué? —le preguntó Donna.

Sentada en silencio en la silla a su lado, Clare miraba de cara en cara bajo la luz mortecina. Primero Bernard, después Jack, después Cooper, después Donna y entonces de vuelta a Bernard. Esperó a que dijera algo. En la penumbra parecía demacrado, aventajado y cansado, como si llevase sobre los hombros los problemas de todo el mundo. Intentaba aparentar tranquilidad y control, pero Clare podía ver el miedo en sus ojos. No había abandonado el edificio desde la mañana en que Nathan y él los encontraron a ella y a Jack.

—Lo que quiero decir es... —tartamudeó Bernard. Quedaba claro que no sabía lo que quería decir.

—¿A qué estás esperando, Bernard? —preguntó de nuevo Donna—. ¿Qué es exactamente lo que crees que va a ocurrir si nos quedamos aquí sin hacer nada?

Claramente incómodo y deseando haberse quedado callado, Bernard jugó con la comida y cogió una servilleta de papel que había reducido a una pequeña bola antes de lanzarla al plato. Se hundió en la silla y levantó la mirada en busca de una inspiración que no le llegó.

—Según lo veo yo, al final ocurrirá algo, ¿no creéis? —comentó Jack.

—¿Como qué? —preguntó Cooper.

—Bueno, las cosas no pueden seguir así para siempre, ¿verdad? Nada permanece igual durante demasiado tiempo. Quiero decir que tú apareciste hoy, ¿o no? Habrá más como tú y...

—Hay más como yo —lo interrumpió Cooper—, pero por lo que a ellos respecta, éste es un lugar muerto. No supongas que vayan a volver.

—Podrían hacerlo.

—Sí, podrían, pero probablemente no lo hagan. Por lo que sé, nos enviaron en una misión de reconocimiento y eso es todo. Si los otros consiguieron regresar a la base e informar de lo que habían encontrado, entonces sabrán que no existe una razón para que nadie vuelva por aquí.

—Entonces, ¿qué crees que harán? —preguntó Donna—. No importa adonde vayan, lo más probable es que encuentren lo mismo en todas partes.

—Realmente no lo sé. Como os he dicho antes, se supone que existen otras bases. Si consiguen establecer contacto con alguna de ellas es posible que se intenten reagrupar. Pero también es posible que se queden donde están, bajo tierra.

—Dios santo, imagina pasarte el resto de tu vida en un bunker —murmuró Phil Croft en voz baja, realizando un intento desganado para unirse de nuevo a la conversación.

—Es mejor que no tener un resto de tu vida —aclaró Clare.

—¿Realmente lo crees? —preguntó Cooper—. Tú no has visto lo que es. Y en cualquier caso, no tenemos la seguridad de que ésas sean las únicas alternativas. Es posible que lo que ocurrió aquí no ocurriese en todas partes. Creo que sí pasó, pero siempre es posible que existan algunas zonas seguras a las que pueda ir la gente.

—Lo dudo —dijo Croft.

—Pero ¿ves lo que estaba diciendo? —continuó Jack, creando un bucle en la conversación y retomándola en el punto en que había hablado por última vez—. Estáis hablando de todas estas situaciones diferentes, pero lo fundamental es que resulta inevitable que las cosas cambien, ¿o no? Es jodidamente improbable que no ocurra nada. La ley de probabilidades dice que las cosas nunca son iguales.

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Richard Stephens desde su asiento en la oscuridad.

Baxter miró hacia el otro lado de la habitación, pero estaba demasiado oscuro para ver dónde estaba sentado.

—¿Has mirado recientemente el exterior? —preguntó Jack, su voz de repente fría y tremendamente seria.

—Intento evitar mirar por las ventanas —respondió Richard con una sonrisita—. Demasiado lúgubre para mi gusto.

—Hazte un favor y echa una mirada desde la fachada. Ahora hay miles de esas malditas cosas en el exterior, y ninguna de ellas se va a ir a ninguna parte. Por la razón que sea, se sienten atraídas hacia nosotros, y cada hora que pasa llegan más y más. Y como acabamos de oír, parece que están cada vez más furiosas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Richard.

—Me parece que está llegando el momento de que el volumen de los que están fuera va a empezar a causarnos problemas de verdad.

—¿Por qué? ¿Crees que pueden entrar? —preguntó Bernard, en una voz baja y nerviosa.

—Es posible —contestó Jack—, pero no creo que sea muy probable. Lo que ocurrirá es que nosotros necesitaremos salir. En algún momento tendremos que ir a buscar suministros, ¿no os parece? Sólo tenemos lo que pudimos almacenar, y no existe ningún sitio cercano en el que los podamos conseguir.

—Tiene razón —estuvo de acuerdo Donna.

—Por mucho que me gustara encerrarme en mi habitación y no volver a salir, cuanto más lo pienso, más me convenzo de que deberíamos coger todo lo que podamos y salir de aquí ahora mismo —continuó Jack.

—También se puede decir mucho a favor de quedarse sentado en silencio y esperar —añadió Phil Croft—. ¿Adónde iremos? ¿Estaremos mejor en cualquier otro sitio?

—Jack tiene razón —intervino Cooper.

—Pero los cuerpos se están descomponiendo, ¿no es así? —aportó Bernard—. Cada vez serán una amenaza menor, no mayor. No importa lo decididos o persistentes que sean esas malditas cosas, llegará un momento en el que físicamente no serán capaces de seguir haciendo lo que hacen.

—¿Y cuánto tiempo será ése? —preguntó Donna, mirando directamente a Croft en busca de una respuesta—. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán en pudrirse por completo?

El se encogió de hombros.

—Seis meses —sugirió, aunque estaba muy lejos de estar seguro.

—Lo podemos conseguir —concluyó Bernard—. Podemos resistir aquí durante seis meses.

—Seguimos necesitando comida y agua, Bernard —le recordó Jack.

—Seis meses es lo que supongo —continuó Croft—. Pero pueden ser más. También puede ocurrir en la mitad de ese tiempo. Aquí nos enfrentamos a un montón de factores desconocidos.

—¿Como cuáles?

—Para empezar, la propia enfermedad. No sabemos qué efectos puede tener en el proceso de descomposición. Y después el hecho de que están al aire libre. Probablemente se pudrirían con mayor rapidez si estuvieran enterrados, pero también podría ser al contrario, que esta exposición a los elementos y el esfuerzo físico de moverse por ahí acabe con ellos a un ritmo más rápido. No lo sé seguro.

Donna se puso en pie de repente. Los otros supervivientes se la quedaron mirando.

—Entonces sólo necesitamos encontrar un lugar seguro donde escondernos hasta que se hayan descompuesto totalmente —fomentó.

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