La nave, en su magnífico esplendor, no se movía. Se limitó a permanecer donde estaba. Por fin había llegado el momento que todos los
travellers
habían estado esperando.
Jimmy y Semo empezaron a notar el embotellamiento cuando llegaron a la rotonda de Newcraighall. Fue entonces cuando la policía empezó a obligar a todo el mundo a dar la vuelta. «Pero si vivimos allí mismo», suplicó Semo, dándose cuenta de repente de que iban en un coche robado. Sin embargo, el poli tenía otras cosas en que pensar. Señaló el enorme disco suspendido en el cielo al otro lado de la circunvalación.
Semo se volvió hacia Jimmy. «¡Hay un puto platillo volante encima de mi casa!»
En la conferencia convocada apresuradamente en Washington, los líderes del planeta tenían cierta dificultad para entender a los portavoces alienígenas. Contrataron los servicios de algunos de los
top boys
de los CCS,
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que gozaban de la confianza de los alienígenas, para que les ayudasen con las traducciones.
«Os pasamos por encima sin ningún problema», dijo Tazak chasqueando los dedos. «Ninguna de vuestras putas armas vale de nada contra nosotros, ¿estamos?»
Los líderes mundiales parecían mucho más preocupados que los impasibles hombres de mandíbula cuadrada de los servicios de seguridad federales que les rodeaban.
«Putos cagaos», se burló otro alienígena al captar las vibraciones psíquicas de temor.
«No veo por qué…», empezó a decir el primer ministro británico.
«¡Cierra la puta boca, gafotas!», saltó Tazak. «¡A ti no te ha dirigido la palabra nadie, coño! ¿Vale? ¡Listillo de mierda!»
El primer ministro se miró nerviosamente los pies. El oficial de los Servicios Aéreos Especiales que le flanqueaba se crispó.
«Como iba yo diciendo antes de que empezara este cabrón», dijo Tazak, mirando al silencioso primer ministro, «en una pelea os aniquilamos en un pispás. Sin ningún problema. Tenemos la puta tecnología para hacerlo, ¿eh? Y también la puta fuerza de voluntad. Así lo vemos nosotros, capullos: haced lo que os digamos y ya está, joder. Punto pelota, coño.»
Ally, de los CCS, se puso en pie. Por mucho que hablasen el mismo idioma, la arrogancia de los alienígenas chirriaba. Si pudiera pillar al cabrón aquel con el campo de fuerza bajo. «En una pelea limpia no podríais.»
«¿Eh? ¿Qué dice este capullo?», le preguntó a Tazak uno de los alienígenas.
El presidente norteamericano puso las manos sobre los hombros de Ally para obligarle a sentarse. «¡Siéntate, maldita sea, nos tienen entre la espada y la pared!»
Ally estrelló su cabeza contra la nariz del líder de Occidente. El presidente se derrumbó en la silla, aturdido, y se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta para detener la hemorragia y secarse los lagrimones. Dos agentes de seguridad del FBI se adelantaron rápidamente mientras Masters adoptaba un aire desdeñoso y se preparaba para encajar, pero el alienígena levantó una mano y el presidente indicó con la mano a sus escoltas que se detuvieran.
«A mí no me pone la mano encima ni Dios», dijo Ally.
«El chaval lleva razón», reflexionó Tazak. «Os oigo hablar mucho de esto y aquello, cabrones, pero estos chicos son los únicos que le han echado huevos.» Miró a Ally. «No estarás tratando de decirme que estos capullos os dan miedo, ¿eh, cabrones?», le preguntó mientras sus ojos almendrados hacían un barrido de los líderes del planeta.
«Y una polla…», dijo Ally, mirando con gesto desafiante a la pandilla de tipos trajeados de mediana edad que dirigía el planeta.
«Pero estos cabrones son los
top boys,
los que le dicen a todo el mundo lo que tiene que hacer, ¿no?», dijo Tazak.
El canciller alemán decidió intervenir: «Perro esto es una democracia. El proceso de elección de dirrigentes no se basa en la capacidad física de combate sino en la voluntad de todo el pueblo.»
«Y una puta mierda», corrigió Ally a aquel capullo. «Si eso es así», dijo señalando al primer ministro británico, «¿cómo esque en Escocia ni dios votó a estos hijos de puta y aun así nos gobiernan? Respóndeme a eso si puedes, coño!»
«Y que lo digas», dijo Bri antes de volverse hacia el canciller germano. «A ver si no metéis las putas narices en asuntos de los que no tenéis ni puta idea, ¿vale?»
A esto le siguió una serie de discusiones enérgicas. En cierto momento, parecía como si la cosa fuera a llegar a las manos entre los
top boys
del Capital City Service y las fuerzas de seguridad del FBI.
«¡Que os calléis, coño!», gritó Tazak, el líder alienígena, mientras señalaba a los líderes mundiales. «Escuchad: no soporto a estos mamones de mierda, me están poniendo la cabeza como un bombo. A partir de ahora», dijo haciéndoles un gesto con la cabeza a los
casuals,
«aquí mandáis vosotros.» El líder alienígena le lanzó un transmisor a Ally. El sobresaltado hooligan futbolero dio un respingo y dejó caer el aparato al suelo. «¡Sólo es un puto móvil, mamonazo! ¡Recógelo!»
Ally recogió tímidamente el transmisor.
«Con eso podéis llamarnos en cualquier momento, de día o de noche. Si estos cabrones», dijo haciendo un barrido majestuoso con la mano para indicar a los líderes mundiales, «os dan cualquier problema, nos llamáis y les metemos en cintura. Vaya si lo haremos. Los meteremos en cintura de una vez por todas, ¿entendido?»
«De puta madre», dijo Ally con una sonrisa. «Pero oye…, ¿nos estáis diciendo que con vuestras armas podéis destruir cualquier cosa que haya en la Tierra?»
«Sí… Si os apetece probar no tenéis más que subir a bordo, por nosotros encantados.»
Desde la nave alienígena, Mikey Devlin contempló a los millares de
ravers
que peregrinaban emocionados. Utilizando la Voluntad, movió el monitor para hacer una panorámica de las colinas verdes y marrones de las Pentlands y luego del paisaje urbano.
En un rincón de la psique de Mikey había saltado una chispa. Volvió atrás y se concentró en la circunvalación, que se encontraba casi directamente debajo de la nave. Podía ver el garaje. Acercándose más, Mikey se sintió eufórico al ver a su hermano Alan haciendo funcionar el túnel de lavado.
Alan quería quitarse de encima al conductor, un tal agente Drysdale, lo antes posible. En la trastienda estaba una jovencita llamada Abigail Ford en estado de semidesnudez. Eso sí, Drysdale parecía ido. Seguramente había flipado con el rollo espacial. Muchos de ellos eran así. Y había que reconocer que era bastante alucinante. Entonces, por el rabillo del ojo, Alan vio que algo se movía dentro del taller. Le preocupó que Abby estuviera preparándose para marcharse. Pero no era ella, ¡eran aquella pareja de listillos, Jimmy Mulgrew y Semo!
«¡Esos cabrones nos están robando hasta la camisa, inútil!», le gritó a Drysdale, que seguía sin reaccionar. Alan salió corriendo hacia el taller, y Semo logró escapar justo a tiempo pero consiguió arrinconar a Jimmy Mulgrew. El jovencito intentó golpearle, pero el hooligan veterano le abrumó y le arrastró al exterior, donde procedió a patearle por todo el patio delantero. Semo se lanzó sobre la espalda de Alan, pero éste logró zafarse y tuvo que levantarse apresuradamente y retirarse rápido para evitar un destino similar al que le había tocado en suerte a su amigo, que estaba medio consciente.
Alan registró los bolsillos del maltrecho joven, pero sólo encontró un poco de calderilla y un puñado de gelatinas, que procedió a confiscar inmediatamente. Drysdale salió del garaje conduciendo y sin proceder a realizar detención alguna.
Desde la nave, Mikey observaba con aprobación cómo su hermano se follaba a la jovencita de la trastienda mientras Jimmy Mulgrew se incorporaba y se marchaba dando tumbos por la calle. Esperó a que su hermano terminara y a que la chica se hubiera marchado antes de paralizar el tiempo local y subirle a bordo del aparato.
Alan estaba encantado de volver a ver a su hermano. «¡Mikey! ¡No puedo creerlo! ¡Eres tú el que está detrás de toda esta mierda! ¡Lo sabía! ¡No es broma, tío, algo me decía que viniera a este puto lugar! ¡Por eso no podía marcharme! Fuiste tú, tío!» Escrutó a su hermano mayor. «¡Joder, tío, pareces más joven que yo!»
«Vida sana», dijo Mikey con una sonrisa, «¡no como tú, cacho cabrón!» Había sido inútil tratar de explicarle el concepto del control de la elasticidad y de la forma celular mediante el recurso a la Voluntad.
«No llevarás algo de perica, ¿verdad?», preguntó Mikey.
«No, pero al capullín ese le quité unas gelatinas.»
«¿Y eso qué es?», preguntó Mikey. Mientras Alan se lo explicaba, a Mikey se le iban agrandando los ojos. Le cogió unas cápsulas a Alan. «Esto es justo lo que necesito, ¿vale?»
Al día siguiente de que la conferencia de Washington invistiera de facto a la Administración Casual como el nuevo Gobierno Terrícola unitario, se produjo una serie de desastres sin precedentes en la historia deportiva británica. La junta directiva del Hearts of Midlothian FC quedó deshecha cuando descubrió que su estadio, que contaba con tres tribunas recién estrenadas, había sido completamente volatilizado por un rayo procedente del espacio exterior. En Glasgow, Ibrox, que durante tanto tiempo había sido el estadio-escaparate de Escocia, sufrió la misma suerte. El siguiente horror fue la destrucción del estadio de Wembley y de sus célebres torres gemelas. Después, y de forma consecutiva, todos los campos de fútbol del país, con la excepción del de Easter Road, en Edimburgo, fueron arrasados. Ally y sus colegas trasladaron su centro para la gobernación del planeta a dicho estadio, empleando los fondos de varios Estados-nación terrestres para remozarlo por completo y embarcarse en un programa de renovación del equipo enormemente costoso.
En varios pubs de Leith, algunos acérrimos de las tribunas se quejaban de «los putos cabrones de los
casuals»
que dirigían el club, pero en líneas generales el nuevo régimen fue bien recibido. A la directiva saliente le gustó menos aún que a los jefes de Estado tener que dimitir en beneficio de los
top boys,
pero en vista del poder que ahora ejercían los
hoolies
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le quedaban pocas opciones.
«Mola la movida, ¿eh?», dijo Tazak mientras Mikey vigilaba por el monitor. Todavía no habían establecido contacto alguno con las multitudes danzantes que se encontraban debajo de la nave. No obstante, el momento prácticamente había llegado.
«Pues sí, y hay que decir que han llevado mejor el club que los cabrones que lo dirigían antes. Si es que es todo cuestión de recursos», reconoció sagazmente el
top boy
de los ochenta.
Tazak miró a su amigo. «¿Listos?»
Mientras un estruendoso bajo hacía estremecerse el planeta y la nave emitía una sucesión de láseres cegadores, se desataron los vítores y la multitud comenzó a saltar y a mecerse. Una voz terrícola, escocesa, preguntó: «Lo estamos pasando de puta madre, ¿eh?» y la multitud chilló al unísono: «¡Sí!» No cabía duda de que así era; las únicas voces disidentes eran las de la peña
fubar,
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que pedía más. Algún capullo gritó: «¡Lenny D!»
En la nave apareció una abertura de la que emergió un pequeño balcón. Un terrícola salió al exterior. Una inmensa aclamación surcó los aires mientras se transmitía la imagen en kilómetros a la redonda. «¡Aquí tenemos el mejor equipo de sonido del mundo!», berreó Mikey.
Shelley, que estaba entre la multitud, levantó la vista. Aquel hombre era todavía más fantástico que Liam de Oasis…, era el hombre de sus sueños.
Y en ese momento, el tipo dijo: «¡Y ahora demos una bienvenida terrícola de primera al grandullón flacucho y sonrosado que lo ha hecho todo posible! ¡Desde la otra punta del cosmos, el planeta Cyrastor, respeto a tope para el puto amo, Tazaaaak!»
Tazak salió al balcón con Mikey. La acogida que le dispensó la multitud terrícola fue toda una lección de humildad para él. Ni de coña iba el grandullón alienígena a perder cancha cuando había tanto en juego y la peña daba saltos hasta donde podían ver sus ojazos castaños. Vibrando que te cagas, desencadenó un virus psíquico de sonidos bellos y poderosos que no tenía par en ningún lugar del universo.
La multitud terrícola no había experimentado nada remotamente semejante. Hasta los que habían tenido el privilegio de asistir a algunos de los acontecimientos más grandes y más señeros desde el verano del amor de 1988, tuvieron que reconocer que aquel acontecimiento era un poco especial. Hasta los esnobs de los clubs estuvieron de acuerdo en que ni los casi inexistentes servicios de aseo y catering lograron empañar el carácter asombroso de aquel evento.
Cuando quedó exhausto, Tazak se despidió y, tambaleándose, salió del balcón y regresó al interior de la nave, donde le recibieron entusiasmados. «Gracias…, estoy reventao…», les comunicó telepáticamente a las hordas de abajo.
Ya dentro del aparato, Mikey estaba deshecho. Aquél tenía que haber sido su gran momento, pero no había forma de superar aquello. El terrícola salió y lo hizo lo mejor que pudo, utilizando toda la capacidad de los poderes psíquicos que había desarrollado, superando incluso el límite de sus fuerzas, pero cuando llevaba muy poco tiempo con su número, algunos grupos ya habían iniciado un cántico pidiendo que volviera a salir el grandullón alienígena. Abrevió su actuación y volvió al interior del aparato, completamente humillado.
«De puta madre», le dijo Mikey a su amigo, que se había quedado con todos los aplausos, cuando entró en el anfiteatro que constituía el templo de propulsión central por Voluntad de la nave.
«¡Ha sido cojonudo, joder! ¡He dejado alucinaos a los capullos terrícolas esos! ¡No me digas que no!», rugió Tazak en tono triunfal.
«Pues sí», dijo Mikey en tono amuermado.
Tazak se volvió hacia su amigo. «Oye, colega, ¿no llevarás algo de fumeque encima? Me muero por echarme un piti, ¿vale?»
«No», dijo Mikey, metiéndose la mano en el bolsillo y sacándose una de las gelatinas que su hermano le había quitado a Jimmy. «Tómate una de éstas.»
«¿Qué son?», preguntó Tazak mientras examinaba las cápsulas ovaladas.
«Pastillas. Te quitarán el ansia de fumar hasta que podamos bajar y surtirnos, ¿vale?», dijo Mikey, encogiéndose de hombros. Cuando vio por el rabillo del ojo cómo el alienígena se echaba la pastilla al coleto contrajo los rasgos y esbozó una sonrisa.