Tajavientres se limitó a asentir. No quería de Arastha más que la oportunidad de hacer su sacrificio al Hijo Olvidado.
Albrecht y Mephi abandonaron el túmulo de Tierra del Norte la noche siguiente, solos, a la salida de la luna, tras un largo día invertido en los preparativos de la ausencia del rey. Lo primero que Albrecht tuvo que hacer tras despertarse y desayunar fue dar las órdenes pertinentes y asignar tareas específicas a la Protectora, el Guardián de la Puerta, el Custodio de la Tierra y el Enemigo del Wyrm. Encontrar el equilibrio apropiado de poderes entre ellos resultó un poco delicado pero repartió las responsabilidades adicionales en función de la edad y les dijo a quienes no estaban de acuerdo que se aguantaran.
Después de esto, pasó toda la tarde explicándole a todos los moradores de la mansión y los miembros del clan adónde se marchaba y por qué. Les contó un poco más sobre lo que le había ocurrido a Mari pero les aseguró que estaba bajo la protección de Evan. A continuación les presentó a Mephi, les dijo a todos que el Caminante iba a acompañarlo y se aseguró de que supieran que era él quien la había salvado de una muerte segura en Yunque-Klaiven.
Cuando todo ello hubo terminado —
al fin
— devoró una copiosa cena y preparó su equipaje. Cogió un par de mudas de ropa cómoda, una amoladora para Amo Solemne, una capa escarlata de entretiempo, sus manguitos de piel aislante, una vaina de piel para la espada y un collar fetiche que Jacob Morningkill le había dado después de su Primer Cambio. Por último, incluyó una chaqueta de cuero larga y brillante que Evan y Mari le habían regalado las últimas Navidades. Prefería su viejo y gastado guardapolvos y no solía ponerse la chaqueta pero aquella ocasión parecía merecedora de un toque de distinción. Sí, seguía llevando las botas militares, los gruesos vaqueros azules y un jersey de cuello vuelto con hombreras acolchadas y coderas pero tampoco es que fuera a casarse ni nada por el estilo. Además, puesto que Mari y Evan no podían acompañarlo, le parecía una buena cosa llevar consigo algo que se los recordase.
Al anochecer, Albrecht lo había metido todo en un gran petate, se lo había cargado a la espalda y se había dirigido al corazón del túmulo. Eliphas Standish y Mephi se reunieron con él poco después, mientras la luna irrumpía por el horizonte. Eliphas había abierto entonces el puente que conectaba con Cielo Nocturno y Mephi y Albrecht se habían marchado. Sólo se detuvieron una vez a mitad de camino para descansar y almorzar y luego continuaron. Ahora, en el Túmulo de Cielo Nocturno, en Hungría, salieron del puente lunar a última hora de la tarde. No fueron recibidos sólo por el Guardián de la Puerta sino por un hombre de aspecto agrio, corto de talla, con una gran nariz y una melena negra y ensortijada. El hombre se acercó a Albrecht, levantó la mano y empezó a hablar en un idioma que salía tan deprisa de su boca que el rey no podía ni identificarlo. No obstante, fuera lo que fuese lo que estaba diciendo, no parecía demasiado contento. Mephi hizo ademán de replicar mientras levantaba una mano abierta pero Albrecht lo detuvo.
—¿Qué demonios está diciendo? —miró a los ojos al hombre de cabello negro y le dijo—. ¿Hablas inglés?
—Sí —respondió el hombre mientras miraba a Albrecht con los ojos entornados—. Lo conozco más o menos —entonces volvió a mirar a Mephi y empezó de nuevo a hablar en su propia lengua.
—Ya es suficiente —dijo Albrecht, alzando la voz por encima de las demás—. Hablemos en inglés.
Mephi se puso tenso al oír esto pero el hombre hizo lo que Albrecht decía.
—Estaba diciendo —empezó— que soy Korda Lazslo, el guardián de esta fortaleza —señaló con un gesto al lobo de color pardo que había junto a él—. Éste es Sombra de Fuego, el Protector del Espíritu de la Puerta —Sombra de Fuego ladeó ligeramente la cabeza y miró a Albrecht y Mephi.
—Estupendo —dijo Albrecht—. Encantado de conoceros. Ahora…
—Nos envía el margrave —lo interrumpió Lazslo—. Para daros la bienvenida y preguntaros vuestras intenciones. Traes a un extraño contigo sin invitación del margrave. Así que explícate. No permitiremos que ningún espía o usurpador entre en el Túmulo de Cielo Nocturno.
Albrecht miró a Mephi por el rabillo del ojo y murmuró:
—¿Crees a este tío?
—Es sólo una formalidad —dijo Mephi entre dientes—. No esperaban que nadie te acompañara.
—Lo que sea —dijo Albrecht. Entonces, tras volverse hacia Lazslo, dijo—. Basta de juegos y escuchadme los dos. Recordáis perfectamente a Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte. No hace tanto que estuvo aquí. Está aquí porque yo se lo he pedido, pues posee experiencia directa con los problemas que Jo’cllath’mattric os ha causado a todos.
Lazslo se encogió y Sombra de Fuego arrugó el hocico al escuchar el nombre del espíritu del Wyrm.
—Los dos estamos aquí —continuó Albrecht— porque ese maldito monstruo está liando muchísimo las cosas. No estamos aquí para usurpar ni para espiar. He venido a ayudar.
Sombra de Fuego soltó un bufido escéptico.
—¿Y a cambio? —preguntó Lazslo.
Albrecht titubeó al oírlo, así que fue Mephi quien respondió.
—A cambio, Lord Albrecht pide que el Margrave Konietzko convoque a sus nobles guerreros para unirse en su batalla contra este antiguo enemigo. Todo por la gloria de Gaia.
—Eso mismo —añadió Albrecht.
Sombra de Fuego relajó la cola para mostrar que estaba satisfecho con la respuesta y Lazslo se relajó también. Hizo una leve reverencia e inclinó la cabeza en actitud de deferencia.
—Te creo, Rey, y os doy la bienvenida a tu camarada y a ti. Podéis dejar vuestro equipaje aquí y Sombra de Fuego mandará a un paje que lo lleve a la habitación que os han preparado en la fortaleza.
Albrecht y Mephi dejaron sus mochilas en el suelo y Lazslo les indicó que lo siguieran. Mientras caminaban, Lazslo volvió a hablar en su lengua nativa. Mephi asintió y respondió en el mismo idioma.
—Parece que Konietzko lleva gran parte del día reunido con otros líderes de clan —dijo el Caminante a Albrecht en voz baja—. Ha mencionado a Garras Rojas, Furias Negras, Hijos de Gaia y algunos más.
—Bien —dijo Albrecht—. Pero no te he oído mencionar a los Colmillos Plateados.
—Es que él no lo ha hecho —respondió Mephi—. Supongo que tú eres el único. Lo más probable es que también yo sea el único de mi tribu.
—Bien —gruñó Albrecht—. Al menos contaremos con el respeto que esas tribus suelen ofrecer a las nuestras. Que es bien poco, por supuesto.
El resto de la corta caminata transcurrió en silencio y Albrecht fue cobrando conciencia de la grandeza del lugar. El corazón de aquel protectorado era una ominosa montaña cubierta de niebla situada en el corazón de una poderosa e imponente cordillera. El camino en el que desembocaba el puente lunar era una vereda ancha y sinuosa, pavimentada como una vía romana. Discurría por una serie de pasos rocosos que hubieran sido escenarios perfectos para una emboscada de haber logrado alguien internarse en el túmulo. Aunque no podía verlos, Albrecht sabía que había Guardianes ocultos por todo el camino, observándolos y apuntándolos con sus armas. Se preguntó cuántos de ellos sabrían quién era o reconocerían la corona que llevaba en la cabeza.
La vereda serpenteaba a lo largo de un camino de fuertes altibajos y terminaba a los pies de la misma montaña. Había un colosal arco tallado en la base del edificio y Albrecht supo que habían llegado a la entrada a la fortaleza del Margrave Konietzko. El arco era tres veces más alto que un hombre y durante los muchos años que los Garou habían pasado defendiendo el lugar había sido cuidadosamente refinado y retocado. En el dintel se veía una serie de glifos tallados que representaban, respectivamente, un túmulo, la luna y las estrellas, el trueno y el rayo y la tribu de los Señores de las Sombras. Por sí solos no resultaban especialmente descriptivos pero leídos en conjunto tenían sentido a un nivel instintivo, algo así como el significado que transmite el lenguaje corporal.
Éste es el Túmulo del Cielo Nocturno
, rezaba el mensaje.
Por la Gracia del Abuelo Trueno, los Amos de las Sombras honramos y protegemos este lugar
.
Había más guardias apostados a ambos lados de la entrada pero Lazslo ni siquiera se detuvo para saludarlos. Condujo a los invitados al vestíbulo de la fortaleza, luego a una gran sala de recepción que había más allá y por fin al salón principal. El suelo y las paredes del lugar estaban pulidos con todo cuidado, como los lugares en los que mora el hombre. Bancos, mesas, sillas y banquillos dominaban las habitaciones comunes y los fríos suelos de piedra estaban cubiertos por gruesas alfombras. Había tapices y pinturas en las paredes, así como escenas extraídas de historias del Registro de Plata en las que los Señores de las Sombras habían desempeñado papeles principales. Cada cuatro o cinco metros a lo largo del salón, había un nicho tallado en la pared en cuyo interior se veían estatuas de héroes de antaño o representaciones en yeso de armas y fetiches famosos dentro de cajas de cristal dispuestas sobre pedestales. Una mezcla de antorchas y luces eléctricas escondidas iluminaba el interior del lugar, que en su conjunto se parecía más al interior de un edificio común que al corazón de una montaña.
Varias habitaciones y pasillos más tarde, Lazslo condujo a Mephi y Albrecht hasta una intersección en «T» que rodeaba a una gran estatua en mármol de un guerrero valiente y orgulloso. La figura estaba ataviada para la batalla y sostenía una ominosa espada curva en la mano derecha. Llevaba la cabeza muy alta y una luz montada sobre ella daba la impresión de que estaba mirando al sol con aire arrojado, presto para la aventura. Albrecht miró la estatua, leyó la placa que decía «Boris Golpe de Trueno» y entonces bufó y puso los ojos en blanco.
—No queda mucho —dijo Lazslo. Se situó frente a Albrecht y se volvió para hablar a sus invitados mientras caminaba—. Si seguís a la izquierda después de cuatro puertas, la quinta habitación a la derecha está preparada y a vuestra disposición. De haber sabido que ibas a traer a alguien contigo, habría preparado una más espaciosa.
—Así está bien —dijo Mephi.
—En cualquier caso —continuó Lazslo, sin dejar de caminar hacia atrás—, podéis descansar allí después de reuniros con el consejo, si lo deseáis. Si no es de vuestro agrado, podemos…
—Gracias —dijo Albrecht al tiempo que lanzaba una mirada en la dirección que Lazslo indicaba—. Estoy seguro de que estará bien.
Lazslo se inclinó una vez más y entonces giró en redondo con un movimiento suave. Mephi y Albrecht pasaron por debajo de la estatua, giraron a la izquierda y recorrieron en silencio otro largo pasillo, sometidos a las miradas curiosas de los habitantes del lugar junto a los que caminaban. Por fin, Albrecht se detuvo y se dirigió a Lazslo:
—¿Quién nos espera en la reunión que está manteniendo el margrave?
Lazslo se detuvo y pensó un momento.
—Líderes de los clanes más importantes de la región —dijo—. Helena Cólera Lenta de la tribu de las Furias Negras. Rápido-como-el-Río de los Garras Rojas. Guy Dientesabueso del Clan de las Fuentes de la Montaña. Sergiy Caminante del Alba del Clan del Amanecer. Guerreros de todos sus protectorados. La Reina Támara Tvarivich del Clan de la Luna Creciente también ha venido, aunque hasta el momento se ha mostrado un poco… problemática.
—No me digas —dijo Albrecht. Si lo que había oído de Tvarivich era cierto, se trataba de una brillante líder y estratega que moraba en un túmulo ruso. Lo más probable es que hubiera acudido con la idea de compartir el mando con Konietzko y hubiera sido rechazada—. He oído hablar de ella y también de algunos de los que has mencionado.
—Esperábamos más visitantes —dijo Lazslo—, pero no todos han podido venir. Los guerreros de la región tienen problemas propios de los que ocuparse. Las cosas están cambiando deprisa en este hemisferio.
—Bueno, las cosas están a punto de empezar a cambiar para mejor —dijo Albrecht—. Para eso estamos aquí.
Sin responder a estas palabras, Lazslo condujo a los dos recién llegados hasta unas puertas dobles de madera y allí se detuvo. Las abrió con las dos manos y a continuación se apartó con elegancia y les indicó con un gesto que entraran en la sala. En el interior, todas las conversaciones se detuvieron mientras más de una docena de pares de ojos se volvían hacia ellos.
Albrecht apenas había tenido tiempo de evaluar la atmósfera general que reinaba allí dentro cuando Lazslo estuvo de nuevo a su lado, guiándolo hasta el centro de la estancia. Rostros amargos y sombríos de hombres y mujeres lo rodeaban por todas partes y supuso que sus expresiones no se debían sólo al hecho de haber sido interrumpidos. El aire estaba cargado de tensión y frustración y la llegada de nuevos invitados era sólo una complicación más que nadie parecía necesitar.
La habitación, por su parte, tampoco invitaba al discurso agradable o la relajación. Era demasiado pequeña y estaba mal iluminada, considerando el número de gente que la ocupaba en aquel momento. En el centro había una gran mesa oval, a la que se sentaban apiñados la mayoría de los presentes. No había sillas ni bancos a su alrededor, lo que permitía que más gente aún se amontonara por todas partes. De hecho, los únicos bancos presentes en la sala eran los cuatro o cinco que habían sido apartados contra las paredes y en los que ahora se sentaban personas que, evidentemente, carecían de la importancia necesaria para ocupar un sitio alrededor de la mesa. Estos desgraciados y otros como ellos esperaban sentados o en pie bajo tapices en los que se veía cómo hacían pedazos a sus adversarios los héroes de las leyendas de los Señores de las Sombras.
Albrecht vio todo esto mientras entraba acompañado por Lazslo. Un espacio se abrió al pie de la mesa mientras dos hombres se apartaban respetuosamente y Albrecht lo ocupó. Advirtió entonces que la mesa estaba cubierta de pergaminos, mapas polvorientos y toda clase de utensilios de escritura pero no tuvo tiempo de dedicarles más que una mirada fugaz. Ahora que se encontraba allí, podía sentir todas las miradas sobre él, incluida la del anciano que se sentaba frente a él, a la cabecera de la mesa.
—Margrave Konietzko —dijo Lazslo—, honorables invitados, permitidme que os presente a Lord Jonas Albrecht, rey del protectorado americano de Tierra del Norte, de la tribu de los Colmillos Plateados.
Albrecht miró en derredor mientras sus palabras eran traducidas a aquellos que no hablaban inglés. No es que esperara un estallido de aplausos ni nada por el estilo pero nadie pareció impresionado. La mayoría de ellos siguió mirándolo con frialdad. Puede que fuera la idea de utilizar «rey» y «americano» en la misma presentación lo que los desagradaba. Después de un silencio corto e incómodo, el Margrave Konietzko alzó una mano a modo de saludo y habló: