El lugar recobró la solidez del mundo físico y Albrecht vio que Tvarivich lo estaba mirando fijamente, o para ser más precisos, a la corona que llevaba.
—Es la Corona de Plata. Y tú… Tú eres su rey.
El
rey.
—Sí, puedes jurarlo —dijo él—. Me alegro de que haya quedado aclarado.
—Pero Arkady…
—Arkady te mintió.
Mephi dio un paso al frente.
—Piénsalo con detenimiento, Reina Tvarivich —dijo—. Arkady sobrevivió a un viaje que ni el más valiente de tus soldados hubiera podido acometer con esperanzas, ni antes ni después. Debió de contar con alguna ayuda y todos sabemos lo que eso significa. Debió de hacer algún tipo de pacto con el Wyrm y de ese momento de debilidad derivó la tragedia que el Rey Albrecht te ha descrito. ¿Tan difícil resulta de creer eso, cuando la alternativa es tan absurda?
—¿Absurda?
—Si crees a Arkady —se explicó Mephi— tendrás también que creer que cinco líderes de clan de la región perfectamente razonables han conspirado para arruinar a uno de los mayores guerreros que cualquiera de nosotros ha conocido jamás. Y sin ninguna razón. Y
además
, tendrás que creer que el Rey Albrecht ha cruzado el océano desde su protectorado sólo para poder mentirte a la cara.
»¿Qué resulta más fácil de creer, Alteza? ¿Que un guerrero desesperado tomó la decisión equivocada en un momento de debilidad o que algunas de las más brillantes luminarias del mundo occidental quieren engañarte para que lo creas así?
Cuando Mephi dejó de hablar, Albrecht soltó mentalmente un suspiro de alivio. Hubiera confiado en que Evan acudiría en su defensa de aquella manera pero no sabía si el Caminante vería las cosas de forma tan preclara. Para ser un extraño, Mephi tenía una de las visiones más objetivas que Albrecht hubiera podido pedir. Y eso parecía estar haciendo efecto. La reina soltó un suspiro ruidoso y sus hombros se doblaron bajo el peso de la desesperación y la fe traicionada.
—No quiero creeros —susurró—. Arkady es el mejor de todos nosotros. ¿Cómo podría habernos traicionado? ¿Cómo podría esforzarse tanto para conseguir que lo creyéramos y no desplomarse por el peso de la vergüenza?
—No lo sé —dijo Albrecht—. Pero él sabe que su necio orgullo lo ha estropeado todo. Puede que creyera que podría empezar desde cero si llegaba lo bastante lejos. O puede que sólo esperase que si se arrojaba al fuego las veces necesarias, acabaría por quemarse. Esa clase de cosas pasan por la mente de un exiliado. Yo lo sé.
—Puede —suspiró Tvarivich—. ¿Y ahora quieres que me incline ante sus acusadores y me retracte de mi apoyo?
—Para un minuto —dijo Albrecht mientras se le aproximaba un poco más—. No he venido hasta aquí para presionarte por esos capullos. Sólo quería que supieras la verdad de lo que ocurrió entre Arkady y yo, porque merecías conocerla.
»Estoy aquí para que pongas lo que Arkady te reveló sobre la mesa y así podamos luchar contra Jo’cllath’mattric como los guerreros en que Gaia nos ha convertido, en lugar de como políticos e intrigantes. Ése es el deber al que me refería: no besarle el culo a Konietzko sino combatir contra el Wyrm a su lado.
»Esos tíos no tenían derecho a juzgar a uno de los nuestros sin dejarnos ni decir esta boca es mía. En eso tenías razón. Pero ni siquiera eso importa porque cuando expulsé a Arkady de la tribu yo ya lo había sentenciado como traidor. Y eso fue lo que convirtió su traición en una realidad a los ojos de Halcón. Por eso no se ha presentado para defenderse así mismo. Sabe que no puede. No es culpa nuestra que las demás tribus se nos hayan adelantado para hacerlo «oficial».
—¿Le has dicho algo de esto a los demás? —preguntó Tvarivich Ahora parecía confiar un poco más en él—. ¿Saben lo que acabas de contarme?
—Aún no —dijo Albrecht—. Es importante resolver primero las cosas en el seno de la tribu. Tenemos que unirnos antes de volver a asumir la posición que nos corresponde por derecho en la Nación Garou. Por ahora, podemos dejar que crean lo que quieran siempre que estén haciendo lo que deben. Además, tenemos preocupaciones más importantes y acuciantes.
—Sí —dijo Tvarivich con solemnidad—. Como contarle al consejo lo que sé sobre Jo’cllath’mattric —parecía haber superado la conmoción provocada por lo que Albrecht acababa de contarle y lo estaba digiriendo bien.
—Te diré una cosa, reina Tvarivich —dijo Albrecht—. ¿Por qué no nos cuentas primero a nosotros lo que Arkady te reveló? De ese modo Mephi y yo te diremos si algo no encaja con lo que ya sabemos y podremos entrar en ese consejo como deberían hacerlo los Colmillos Plateados: fuertes y unidos.
—No estoy seguro —dijo Mephi—. ¿Cómo podemos saber si debemos confiar en lo que puede haberle contado?
—No creo que tengamos demasiadas alternativas —dijo Albrecht—. Ya has oído esos tíos en el consejo. No saben dónde deben ir y no parece que las cosas vayan a mejorar. Aunque todo lo que le ha contado a la Reina Tvarivich sea una mentira, si ponemos a la gente suficiente a pensar sobre ello, puede que logremos encontrar la verdad que se esconde detrás. En todo caso, no podemos asumir sin más que se trata de una mentira y guardárnosla. Tenemos que correr el riesgo de que parte de ello sea verdad.
—Así que, una vez más, tenemos que correr un gran riesgo.
—Eh, todo es posible, ¿recuerdas? —dijo Albrecht.
—De acuerdo —le concedió Mephi—. Supongo que es justo. Oigámoslo.
—Muy bien —empezó a decir Tvarivich—. Tened en cuenta, por supuesto, que Arkady me contó todo esto hace tiempo, antes de que nadie hubiera cuestionado su integridad, de modo que lo discutí con él de buena fe. Todo ocurrió en el transcurso de una visita suya a mi túmulo, en los Urales, para participar en la celebración de la victoria sobre los ejércitos de Baba Yaga. Una mañana me despertó antes del alba y me pidió consejo sobre un sueño que aseguraba que acababa de tener.
»En el sueño, él entraba en una sombría farsa del hogar ancestral de los Colmillos Plateados en la Umbra y era atacado por unas Perdiciones serpentinas y aladas que no se parecían a ningunas otras que hubiera visto jamás o de las que yo hubiera oído hablar —Albrecht y Mephi intercambiaron una mirada pero no dijeron nada—. Se enroscaron a su alrededor y lo hirieron pero él las abrió en canal y acabó con todas. Sin embargo, mientras los cadáveres de las Perdiciones se desintegraban entre sus dedos, dieron luz a otros espíritus. No Perdiciones como las serpientes, me aseguró Arkady, sino sirvientes espirituales de Halcón.
—¿Estás bromeando? —preguntó Albrecht.
—No. Describió a los espíritus halcón como pútridos y mutilados, como si las Perdiciones los hubieran digerido pero fueran aún reconocibles y conservaran la facultad de volar. Una vez que Arkady los liberó, se reunieron en una bandada y se alejaron volando sobre una estepa yerma y un bosque de árboles putrefactos. Lo llamaron con la voz de sus ancestros, según me contó. Arkady los siguió y se encontró frente al foso lleno de agua estancada de un enorme castillo de basalto en el que se veía el blasón de su familia, sólo que invertido, sobre la puerta. Entonces la puerta se abrió ante él y entró. Una vez en el interior, siguió el sonido de las alas de los sirvientes espirituales por corredores serpenteantes, entre fantasmas confundidos que vagaban de acá para allá, hasta llegar a la escalera central del castillo.
»Arkady subió las escaleras hasta el tejado de la más alta de las torres del castillo y allí los espíritus halcón de sus ancestros empezaron a volar sobre él describiendo círculos mientras le susurraban historias sobre tiempos pasados y túmulos en los que éstas tenían lugar. Mientras escuchaba estas historias, algunas de las cuales recordaba aún al despertar, Arkady miró desde lo alto de la torre y contempló un mundo en miniatura que respondía a lo que los halcones le estaban refiriendo. Cuando los espíritus mencionaban un túmulo, una luz se encendía en el punto en el que el túmulo se hallaba. Muy pronto, toda la tierra que rodeaba el castillo de Arkady estaba iluminada por una brillante malla de luz.
»Pero entonces la sombra del Wyrm, me contó, cayó sobre muchos de estos túmulos mientras él observaba y apagó su luz. Una tras otra, las luces fueron cediendo a la oscuridad, hasta que estuvo tan oscuro que resultó casi imposible ver nada. Aquello desesperó a Arkady y le preguntó a los espíritus halcón cómo podía eliminar la sombra y volver a encender los túmulos. Pero los espíritus le dieron la espalda y le dijeron que era imposible. Entonces todos ellos remontaron el vuelo y le gritaron, «la luz de la esperanza se ha apagado. Aquí permanecerá el hijo olvidado. Para siempre el hijo olvidado». Recordaba esta parte a la perfección. Entonces los espíritus desaparecieron en la lejanía, dejando a Arkady en lo alto de la torre, hasta que una sombra cayó sobre él desde atrás. En aquel momento despertó, antes de poder ver qué era lo que la proyectaba.
»Después de despertar, trató de quitarle importancia pensando que no era más que una simple pesadilla pero encontró sangre en la almohada y más sangre aún, sólo que seca, entre las sábanas, en los mismos lugares en los que había sido herido por las Perdiciones. Al verlo acudió al instante a mí y me contó el sueño tal como lo recordaba. Fue entonces cuando admitió, acaso para él lo mismo que para mí, que lo había tenido en otras ocasiones, aunque nunca con consecuencias físicas.
»En todo caso, como Theurge que soy, siempre me han intrigado los sueños de Halcón, en especial cuando son los miembros de nuestra tribu los que los tienen. Cuando Arkady me contó éste, hablamos largo y tendido sobre él, tratando de encontrar algún significado. Arkady creía que Halcón lo había utilizado para poner a prueba su fe y resolución, del mismo modo que cuenta la leyenda bíblica sobre Abraham e Isaac.
—No estoy muy seguro de
eso
… —dijo Mephi.
—Nunca había oído que Halcón pusiera a prueba a otro Colmillo Plateado de esa manera —prosiguió Tvarivich—, pero una parte del sueño me intrigó más que su posible significado. La parte concerniente a los túmulos que los espíritus halcón mostraron a Arkady parecía de especial importancia. Algunos de ellos están en manos de los Garou; otros en las de los engendros del Wyrm. Algunos no han sido utilizados o siquiera activados desde hace siglos. De algunos de ellos no he oído hablar jamás. Pero lo que me resultaba especialmente interesante era el hecho que todos aquellos que reconocía se encontraban básicamente en la misma región de Europa meridional.
—Los Balcanes —dijo Albrecht. Mephi asintió.
Tvarivich también lo hizo.
—Como supongo que sabéis, durante los últimos años hemos perdido varios túmulos, a manos de la Tejedora o del Wyrm o por culpa de nuestra negligencia. Y, por alguna razón, muchos de éstos son precisamente los que Arkady vio en su sueño desde la torre de basalto. De modo que decidí que los situáramos en un mapa. Empezamos por aquellos que conocíamos por su nombre y continuamos emplazándolos con relación a hitos del paisaje que Arkady era capaz de reconocer. Trabajamos en ello durante días, se diría que sin pausa. Cuando terminamos, habíamos trazado un mapa con la posición de la mayoría de los túmulos, e incluso interpolamos con precisión casi exacta la posición del punto elevado que Arkady ocupaba en el sueño y desde el que dominaba el mundo en miniatura.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Mephi.
—Arkady me lo pidió —dijo Tvarivich.
—Muy bien —dijo Albrecht—. De modo que teníais el mapa. ¿Qué hicisteis luego?
—Tratamos de descifrar el significado general del mensaje —dijo Tvarivich—. Como ya os he dicho, Arkady estaba convencido de que era Halcón quien se lo enviaba, como una prueba para él. Se enfadó y trató de convencerme de que Halcón le había dado la espalda. El hecho de que los espíritus halcón lo abandonaran y no dejaran de llamarlo «el hijo olvidado» era lo que hacía que lo creyera. Hasta dijo que se lo merecía por no haber conseguido refuerzos en el Oeste.
—Se lo merecía —dijo Albrecht—. Pero no por eso. Por lo demás, estaba en lo cierto.
—Eso parece ahora —dijo Tvarivich—. Pero en aquel momento yo no estaba de acuerdo. No tenía razón para ello. De hecho, te culpaba a ti por su fracaso, Lord Albrecht. Pero por mucho que lo intenté, no logré convencerlo de que era inocente.
»Arkady creía que Halcón le estaba ofreciendo un camino de redención por su fracaso. Creía que el sueño le ordenaba ir al lugar que había visto y que habíamos localizado juntos y que correspondía a una montaña de granito situada en lo que ahora es la zona neutral situada entre Kosovo y Serbia.
—O sea, tierra del Wyrm —dijo Mephi.
—Sí —respondió Tvarivich—. Decía que estaba seguro de que si llegaba hasta ese lugar, podría volver a comunicarse con Halcón y éste le diría lo que debía hacer para redimirse. Yo no creía que necesitara ninguna redención pero sí que me parecía que Halcón le había encomendado aquella misión. Le deseé suerte y le ofrecí ayuda. Todo lo que me pidió fue que mantuviera el sueño en secreto hasta su regreso. No quería provocar un estallido de paranoia y pánico entre nuestros hermanos de tribu, que lo consideraban el mejor de todos nosotros. O eso dijo en aquel momento.
—Porque si hubieran sabido que Halcón le había dado la espalda —Albrecht esbozó una sonrisa despectiva— hubieran empezado a preguntarse quién iba a ser el siguiente, ¿verdad?
—Ése era su temor.
—Y, por supuesto, tenía que hacerlo solo porque no quería apartar guerreros del campo de batalla para perseguir a sus demonios personales. Apostaría a que te dijo algo así.
—Lo hizo —asintió Tvarivich—. Conoces bien su forma de pensar.
—Sólo conozco a los de su clase —gruñó Albrecht.
—Ya veo. En todo caso, cuando Arkady partió al fin, dijo que pretendía hacer una parada en el Clan del Amanecer para asistir al Rito de Reconocimiento de un pariente. Aseguraba que quería ver cómo concedía Halcón su favor a alguien que lo merecía una última vez antes de partir en su largo y solitario viaje. Sin embargo, fue allí donde se enfrentó al Wyrm de la Tormenta y se condenó a los ojos de los demás. Nadie ha sabido nada de él desde entonces.
—Bien —dijo Albrecht—. Pero no sé qué tiene esto que ver con Jo’cllath’mattric. Me dijeron que sabías algo sobre él, específicamente, pero aún no me has contado nada de eso.
—En realidad, sí que lo ha hecho —dijo Mephi—. Sólo que no así.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Quizá deberías explicárselo —dijo Tvarivich con un leve gesto de la cabeza dirigido a Mephi.