—Claro —se volvió hacia Albrecht y dijo—. Cuando estuve en el Tisza, presencié un ritual que varios Danzantes de la Espiral Negra llevaban a cabo. No lo supe hasta más tarde, pero tenía como propósito tratar de liberar a Jo’cllath’mattric de su prisión partiendo las cadenas que lo maniatan. Bien, pues mientras realizaban el ritual, no dejaban de llamar a Jo’cllath’mattric, «el Hijo Olvidado».
Una luz se encendió en la mente de Albrecht y entonces respiró profundamente.
—Y eso era lo que los espíritus estaban diciendo en el sueño de Arkady. El hijo olvidado está justo aquí. No estaban hablando de Arkady; estaban hablando de Jo’cllath’mattric.
—Oí por primera el relato de la misión de Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte en el Tisza cuando Konietzko envió a sus mensajeros para invitar a todos los líderes de los clanes a reunirse con él aquí, en Cielo Nocturno. Cuando el mensajero me relató la historia de los esfuerzos realizados hasta el momento por el margrave, no sólo reconocí el nombre de Descanso del Buho, que era uno de los que aparecía en el sueño de Arkady, sino también el del Hijo Olvidado.
—Y supusiste —dijo Arkady— que quizá no fuera Halcón el que había llamado a Arkady, después de todo.
—Sí —dijo Tvarivich—. Se me ocurrió que, consumido por los reproches, Arkady podía haberse dejado engañar y podía estar dirigiéndose a una trampa.
—Pero ¿no ocurrió todo eso después del asunto de Yunque-Klaiven? —dijo Albrecht—. ¿No pensaste que era posible que Arkady hubiera sabido desde el principio quién era el que lo estaba llamando?
—Sí —dijo Tvarivich—. Pero me negué a aceptar esos pensamientos. En cambio, empecé a temer por su seguridad. Sabía que la orden del consejo haría que se ocultara pero temía que siguiera tratando de llegar a su destino sin darse cuenta del peligro que podía esperarlo allí. Y por esa razón vine aquí y presenté mis demandas ante el nuevo consejo del margrave. Confiaba en que si utilizaba lo que sabía para conseguir que cambiaran de idea, podría conseguir que Arkady saliera a la luz.
—Para someterse a un nuevo juicio —dijo Mephi.
—Sí. En el que podríamos limpiar su nombre y yo podría advertirle de los peligros que había estado a punto de afrontar sin darse cuenta. Entonces podría reemprender su búsqueda, pero esta vez respaldado por un ejército. Puede que entonces dejase de dudar sobre sí mismo y su fe en Halcón se renovara. Tal fue mi deseo desde el principio.
—Odio decirlo, Reina Tvarivich —dijo Albrecht—. Pero eso no tiene pinta de ir a pasar en un futuro próximo. Arkady se había descarriado mucho antes de empezar a tener estos sueños. De hecho, lo más probable es que empezara a tenerlos precisamente por eso.
—Puede —dijo Tvarivich en voz baja—. Puede que sea así.
Durante un momento prolongado, ninguno de ellos habló y el único sonido que pudo escucharse fue la respiración de la reina que trataba de contener un intenso suspiro de decepción. Albrecht sabía lo que debía de estar pasando. En los primeros días de su exilio, una vez que la cólera provocada por la injusticia de la situación se había esfumado, pensar en el Rey Morningkill le había hecho respirar de la misma manera. Pero, por el amor de Gaia, ¿había sabido desde el principio dónde había estado Jo’cllath’mattric y no se lo había contado a
nadie
?
—He sido una necia por no compartir lo que sabía —dijo Tvarivich al fin—. Ahora me doy cuenta. Al margen de mis deseos de ayudar a Arkady, no debería habérselo ocultado a los demás. Pero, sabiendo lo poco digno de mi ayuda que ha sido desde el principio, ¿cómo puedo volver ahora y enfrentarme a ellos?
—Puedes, porque es lo más honorable —dijo Albrecht—. Debes hacerlo. Algunas veces hay que admitir que se ha cometido un error y tragarse el orgullo. Así es como funciona. Entonces todo el mundo lo olvida y la guerra continúa. Y si esos tíos
no son capaces
de olvidarlo, bueno…
—Al infierno con ellos —terminó Mephi.
—Sí —sonrió Albrecht—. Eso mismo.
—Muy bien —dijo Tvarivich—. Hablaré con ellos, tal como demanda el honor y les contaré lo que sé.
—Bien —dijo Albrecht—. Más vale tarde que nunca. El margrave quiere volver a reunir el consejo mañana para seguir haciendo planes y estoy seguro de que lo que vas a llevarles a la mesa los hará saltar por los aires.
—Estaré preparada —dijo Tvarivich con cierta tristeza.
Era poco más de la una de la tarde cuando Albrecht volvió a reunirse con el margrave y los demás líderes de clan. Abrió las puertas de par en par y entró en la sala seguido un paso atrás por Tvarivich, a su izquierda, y Mephi, a su derecha.
La cámara tenía más o menos el aspecto que Albrecht esperaba. Dientesabueso, Cólera Lenta, Rápido-como-el-Río, Caminante del Alba y Konietzko se encontraban allí, de pie junto a la mesa situada en el centro de la sala. Sin embargo, pocos de los guerreros y consejeros que la última vez habían contribuido a llenar la estancia seguían en la estancia. Los ausentes, supuso Albrecht, estarían ejercitándose con los soldados de Konietzko, visitando la fortaleza o departiendo con los suyos en sus propios campamentos.
Todo el mundo levantó la mirada cuando entraron pero, por fortuna, su aparición fue recibida con menos impaciencia y fastidio que el día anterior. Aquel día los demás parecían frescos y ansiosos, un poco más dispuestos a escuchar. También estaban observando a la Reina Tvarivich con sorpresa y algo que podía interpretarse como un atisbo de respeto ofrecido a su pesar. La impresión duró sólo un instante pero supuso una recepción mucho más digna que la que Albrecht había obtenido la última vez.
—Lord Albrecht —dijo Konietzko en inglés mientras Mephi cerraba las puertas tras ellos—. Ya hemos empezado. Únete a nosotros, por favor.
Albrecht, Tvarivich y Mephi se acercaron a la mesa y los demás líderes de los clanes les hicieron sitio.
—Parece que has tenido más éxito de lo que ninguno de nosotros esperaba —continuó Konietzko—. Reina Tvarivich, nos sorprende que hayas decidido reunirte con nosotros al fin.
Sergiy Caminante del Alba subrayó el sentimiento con una carcajada y los demás emitieron sonidos que variaban entre prosaicos gruñidos y suspiros de aceptación. Rápido-como-el-Río y Guy Dientesabueso parecían los menos satisfechos.
—¿Qué quiere ahora? —gruñó Rápido-como-el-Río.
—¿Has venido a discutir tus términos en persona, Tvarivich? —preguntó Dientesabueso, al tiempo que cruzaba los brazos sobre el pecho y fulminaba a la reina con la mirada—. Lo siento, pero no tenemos tiempo para más juegos.
—Nada de juegos —repuso Tvarivich en el alemán nativo de Dientesabueso—. Estamos aquí con espíritu de alianza y honesta cooperación. Como deberíamos haber hecho desde el principio.
—En efecto —dijo Konietzko con aún más sorpresa—. Entonces, ¿estás dispuesta a someterte al veredicto del consejo de Yunque-Klaiven?
—Ese veredicto ya no importa —dijo Tvarivich serenamente en inglés—. El peligro representado por la bestia Jo’cllath’mattric anula cualquier otra consideración. El Rey Albrecht ha discutido las cosas conmigo y estamos de acuerdo.
—Es cierto —dijo Albrecht muy despacio, para que los traductores no perdieran el hilo de sus palabras—. Y los tres estamos aquí para ayudar.
—Por supuesto —dijo Helena Cólera Lenta con una sonrisa dulcemente venenosa—. Queréis hacer vuestra parte. Tú ya has hecho la tuya, Lord Albrecht y ahora, gracias a un cambio providencial, la joven Reina Tvarivich quiere hacer lo mismo.
—Así es —dijo Tvarivich, sin dejarse atrapar por el sardónico cebo de Cólera Lenta—. Estaba equivocada.
—Entonces, por favor, Reina Tvarivich —dijo Caminante del Alba mientras un murmullo de asombro recorría la mesa—, todos debemos saber eso tan vital que hubiera podido conseguir que cambiáramos nuestro veredicto sólo para poder oírlo.
—¿Te lo ha contado ya, Albrecht? —Dientesabueso esbozó una sonrisa despectiva—. ¿De Colmillo Plateado a Colmillo Plateado?
Albrecht estaba decidido a dejar que Tvarivich se las hubiera por sí sola con aquellos pomposos ingratos pero aun así tuvo que resistirse al impulso de enseñarle su dedo a Dientesabueso. O partirle la nariz.
—Lo he hecho, sí —replicó Tvarivich—. Pero ahora prefiero compartir con el concilio entero lo que Arkady me contó a hacerlo con uno de sus miembros individuales. Aunque éste sea el Rey Albrecht.
Mientras Tvarivich recorría la sala con la mirada para acallar cualquier conato de desacuerdo con su afirmación, Albrecht se encontró intercambiando miradas con Konietzko desde el otro lado de la mesa. Los astutos ojos del margrave lo examinaban, buscaban cualquier señal de debilidad de carácter o espíritu. Lo escudriñaban sin titubeos. Albrecht sintió que la rabia hervía en su interior por la audacia de aquel anciano —aquel Señor de las Sombras— pero mantuvo la compostura y le devolvió a Konietzko una mirada igualmente inquisitiva. Al fin, el margrave inclinó la cabeza una fracción de pulgada hacia un lado.
—Por supuesto, Reina Tvarivich —dijo—. Y ahora, si eres tan amable, cuéntanos lo que sabes.
La Reina Tvarivich lo hizo así y relató a la asamblea lo que casi con las mismas palabras había contado la noche pasada a Albrecht y Mephi. Rememoró el sueño de Arkady y la decisión que, según creía, había tomado él al respecto. A continuación les refirió lo que había decidido más tarde y sus acciones posteriores. Tuvo que detenerse más a menudo que el pasado día para responder a las preguntas de una audiencia más nutrida pero en menos de una hora les había contado lo que había estado ocultando desde su llegada. Entonces sacó el mapa que había hecho basándose en la información de Arkady y sus propias extrapolaciones. Lo puso sobre la mesa, entre las cartas que mostraban la infección del Wyrm y la actividad de las tormentas del Umbra, que los líderes de los clanes habían elaborado a lo largo de los últimos meses.
—Aquí —dijo al fin, indicando una montaña en el centro del diagrama que había trazado—. Éste, creo, es el enlace físico con el lugar del mundo espiritual en el que está encadenado Jo’cllath’mattric. Así lo deduzco basándome en lo que Arkady me contó y en lo que he averiguado desde entonces.
—Qué conveniente que Arkady te diera justo lo que necesitabas para averiguarlo —respondió Helena Cólera Lenta con una sonrisa despectiva que le valió un asentimiento de aprobación por parte de Guy Dientesabueso—. Todo lo que has deducido está basado en información relacionada con las mentiras de ese traidor. ¿Cómo esperas que confiemos en ello? ¿Cómo puedes
tú
confiar en ello?
—Todos estos mapas y cartas confirman lo que yo he descubierto —dijo Tvarivich, tomando varios documentos de la mesa y hojeándolos—. Todos ellos muestran que las Perdiciones se están reuniendo alrededor de estas montañas en números cada vez mayores. Y esas tormentas que habéis estado rastreando en la Umbra parecen estar moviéndose en la misma dirección. La evidencia apoya todo lo que he dicho.
—Lo único que
yo
veo es la preparación de una emboscada —dijo Guy Dientesabueso—. Orquestada por el propio Arkady y puesta en marcha utilizándote a ti como medio para transmitirnos sus mentiras. Con toda inocencia.
—¿A alguno de los presentes se le ha ocurrido que todos esos engendros del Wyrm pueden estar reuniéndose allí porque también ellos han estado tratando de encontrar el lugar? —dijo Albrecht—. O sea, mirad todo lo que han estado haciendo últimamente. Saben que Jo’cllath’mattric está por ahí, en alguna parte y están tratando de desenterrarlo antes de que nosotros sepamos dónde mirar. No me entendáis mal. Creo que Arkady le estaba mintiendo a la Reina Tvarivich pero sé que no es un mentiroso
tan
bueno. Él utilizaría una mentira lo más sencilla y próxima a la verdad posible.
—Puede —le concedió Caminante del Alba—. Pero ¿cuál es la mentira y qué deberíamos creer?
—Bueno, para empezar, yo creo que sí tuvo el sueño que le contó a la Reina Tvarivich tal como ella nos lo ha referido —dijo Albrecht—. Creo que vio esos túmulos y que se suponía que debía inferir su posición en relación a ellos, tal como hizo. Hasta creo que vio la sombra del Wyrm, tal como aseguraba. Pero creo que en el sueño había algo más de lo que dijo. Creo que al final, cuando la sombra cayó sobre él, no despertó bañado en sudor frío. Creo que vio lo que le había enviado el sueño y apuesto a que habló con ello. Apuesto a que lo quería o lo necesitaba de alguna manera, así que se puso en contacto con él de la única manera posible. Y cuando lo llamó, Arkady quiso ir a buscarlo.
—Es posible —asintió Dientesabueso con una sonrisa maliciosa—. No sería la primera vez que Arkady hubiera tenido tratos con sirvientes del Wyrm.
—Sigue siendo demasiado fácil —ladró Rápido-como-el-Río en la Alta Lengua al tiempo que golpeaba la mesa con los nudillos, irritado—. Es una trampa.
—Lo siento, Reina Tvarivich, Lord Albrecht —dijo Caminante del Alba—. Creo que estoy de acuerdo. Es posible que Arkady te ofreciera esta información con el propósito de fingir su propia desaparición mientras lo «investigaba». Luego, dado que era una figura tan renombrada e importante, seguro que sus camaradas se hubieran precipitado a una región infestada de servidores del Wyrm para averiguar lo que había sido de él. Y entonces caerían víctimas de su engaño.
—Un ardid que, potencialmente, hubiera podido repetir hasta el infinito —dijo Helena Cólera Lenta—. Sacrificando a quienes acudieran a su rescate a su nuevo amo hasta que Jo’cllath’mattric renaciera en este mundo.
—Salvo que un determinado incidente que se produjo más allá de mi protectorado se interpuso en su camino —termino Caminante del Alba—. El incidente que reveló su traición de forma prematura y nos obligó a actuar en Yunque-Klaiven.
—O puede ser —dijo Albrecht a regañadientes— que Arkady supiera lo que le estaba pasando y estuviera tratando de advertirnos. No pudo revelarnos todo lo que necesitábamos para encontrar al engendro del Wyrm pero sí lo suficiente para que pudiéramos encontrar el resto por nosotros mismos puede que al final conservara algo de honor.
Puede
.
—¿Y mientras él estaba vendiendo su alma —dijo Cólera Lenta— un último retazo de ésta suplicaba a gritos la redención? Qué romántico.
—No lo sé —admitió Albrecht—. Ninguno de nosotros puede estar seguro. Pero si una posibilidad está ahí, no podemos ignorarla sin más. Yo soy la prueba viviente de eso.