Read Cómo mejorar su autoestima Online
Authors: Nathaniel Branden
El estado de una persona que no está en guerra ni consigo misma ni con los demás,
es una de las características más significativas de una autoestima sana.
La importancia de una autoestima sana radica en que esa es la base de nuestra capacidad para responder de manera activa y positiva a las oportunidades que se nos presentan en el trabajo, en el amor y en la diversión. Además, es la base de esa serenidad de espíritu que hace posible disfrutar de la vida.
El concepto que cada uno de nosotros tiene de sí mismo consiste en quién y qué pensamos que somos consciente y subconscientemente, nuestros rasgos físicos y psicológicos, nuestras cualidades y nuestros defectos y, por encima de todo, nuestra autoestima. La autoestima es el componente
evaluativo
del concepto de si mismo.
Este concepto modela nuestro destino, es decir, que la visión más profunda que tenemos de nosotros mismos influye sobre todas nuestras elecciones y decisiones más significativas y, por ende, modela el tipo de vida que nos creamos.
Las breves ilustraciones que siguen procuran clarificar cómo el concepto de sí mismo afecta a los sentimientos y a la conducta. Lea estas historias con esa perspectiva en mente.
Alicia tenía treinta y cuatro años y trabajaba de vendedora en unos grandes almacenes. Aunque mantenía con un hombre una relación que ella describía como "confortable", nunca se había casado. En nuestro primer encuentro explicó que no tenía ninguna queja específica, sino más bien una sensación de insatisfacción general, la sensación de que "la vida debe ser algo más que esto". Luego agregó:
"Me gustaría entenderme mejor, y me gustaría ser más emprendedora".
Le pedí que cerrara los ojos y se sumergiera en la siguiente fantasía:
"Piense que está al pie de una montaña, cualquier clase de montaña que desee imaginar. Hay un sendero que conduce hasta la cima. Comienza a caminar. A medida que sube, siente el esfuerzo en los músculos de las piernas. ¿Hay árboles y flores en la ladera de esta montaña?.. Mientras sube va tomando conciencia de algo muy interesante: Todos los miedos, dudas e inseguridades de su vida cotidiana parecen desaparecer, como si fueran un exceso de equipaje que usted ya no necesita. Cuanto más asciende, más libre se siente. A medida que se acerca a la cima se da cuenta de que casi no pesa nada. Tiene la mente despejada. Se siente más fuerte, más segura de si misma que durante toda su vida anterior. Imagine ese estado y explórelo. ¿Le gusta? ¿Y, cómo se siente su cuerpo cuando usted tiene confianza en sí misma y está libre de dudas y de miedos?.. Ahora está apenas a unos pasos de la cima de la montaña. Ahora se detiene en la cima y contempla el mundo. ¿Cómo se siente? ¿Qué sensación tiene ahora de su relación con el mundo? ¿Cómo es estar sin las viejas y conocidas dudas? Tómese unos minutos para explorar ese estado... Y ahora dé la vuelta y comience a bajar. Y mientras sigue el sendero montaña abajo, fíjese en si lleva consigo su fuerza y su libertad nuevas, o si dejó esos sentimientos en la cima. ¿Vuelve a sentir los viejos pesos mientras va acercándose al pie de la montaña? Y al regresar al punto desde el cual partió, ¿puede contemplar al mundo desde una nueva perspectiva? ¿Cómo se siente? ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Se experimenta a usted misma de una manera diferente?".
Al cabo de unos instantes abrió los ojos.
—Me encantó estar en la cima. Me sentí yo misma, aunque es un yo que nunca fui. Y me sentía sola. Y asustada. Y oí la voz de mi madre que me decía: "Este no es tu lugar". Cuando bajaba por la montaña sentí que volvía mi vieja pesadez, pero no del todo. Había algo diferente. Y allá arriba hubo un momento en que... en que fui libre. Realmente libre. Sabía que podía hacer cualquier cosa. Sabia que nada me detenía, salvo yo misma. Realmente podía sentir eso, experimentarlo, no como una teoría, ¿me entiende?, sino como algo real, algo que sentía en el cuerpo y veía con toda mi mente. Fue casi como un momento de embriaguez. Pero era una embriaguez que no me apartaba de la realidad. Era más bien un aumento de la visión.
—¿Tal vez subir más alto podría significar ir en contra de su madre? —sugerí—. ¿Contradecir la opinión que ella tiene de las cosas?
—Supongo que sí... dejar de ser su hija.
—Y, visto de ese modo, parece una elección difícil.
—¿Puedo gustarme a mí misma si no le gusto a mi madre?
—¿Puede? —le insinué.
—No veo por qué no. Y tal vez ella aprenda también. Tal vez ella se adapte a mí en lugar de ser yo quien se adapte a ella.
—¿Ha pensado alguna vez en que casi todos los viajes iniciáticos empiezan cuando el héroe deja su hogar, cortando el lazo que lo une como una fuerza de gravitación, a su familia?
Lo principal de mi trabajo con Alicia consistió en enseñarle a adquirir un mayor conocimiento de sí misma (conocimiento de sus sentimientos, deseos, pensamientos y aptitudes), autoaceptación (aprender a no rechazar su experiencia y a no mantener consigo misma una relación de rivalidad) y autoexpresión en la acción (autoafirmación), que son algunos de los pilares más importantes de la autoestima. Alicia utilizó la imagen de embarcarse en un viaje para romper sus ataduras familiares, y eso le proporcionó una nueva perspectiva. Después de varios meses de terapia dijo que había alcanzado su meta, y la terapia finalizó.
Seis meses más tarde recibí una alentadora carta en la cual me informaba con alegría que una semana después de terminar la terapia había dejado su trabajo y abierto su propio negocio, "algo que deseaba hacer desde hacía años, pero nunca me sentía con fuerzas para ello", y que le iba muy bien. "En mi familia se suponía que las mujeres no sirven para los negocios, pero ahora ya he olvidado del todo esas tonterías. Lo que obtuve mediante la terapia fue saber que mi vida me pertenece a mí —¿no es esto fundamental para la autoestima?— y que si hay algo que quiero de verdad, ¿por qué no voy a tratar de conseguirlo? Ahora ya estoy preparada para empezar a pensar en mis relaciones."
Alicia no carecía de autoestima la primera vez que me consultó. Sin embargo, una parte de ella estaba invertida en valores falsos: en la creencia de que la aprobación de su madre era necesaria para su bienestar y para su respeto por si misma. Al aprender a eliminar esa inversión, al volver a tomar la vida en sus propias manos y vivir según su propio juicio, elevó su autoestima de manera natural y abrió la puerta a posibilidades que antes había creído fuera de su alcance.
¿Hay algo en la historia de Alicia que tenga relación con la experiencia que ha vivido usted?
Carlos, de cincuenta años, banquero de gran éxito, vino a verme a causa de una profunda infelicidad en sus relaciones personales y un miedo muy arraigado, oculto tras una máscara de aparente calma y seguridad. "Es increíblemente fácil engañar a la gente con respecto a mi autoconfianza —dijo—. Y es porque ellos también se sienten inseguros". Divorciado después de quince años de matrimonio, hacía tres años que estaba con una misma mujer, separándose, reconciliándose y volviendo a separarse. "La verdad es que no tengo mucha consideración por ella. Pero ella me adora, se aferra a mí, quiere estar conmigo todo el tiempo. Es una relación segura y simple. Peleamos porque yo no quiero casarme. Yo la humillo, le reprocho sus aventuras anteriores. Ella me echa en cara que yo tengo miedo a comprometerme. Pero, ¿por qué tendría que comprometerme con una mujer que, en realidad, en el fondo, no me interesa? ¿Qué estoy haciendo, pues, con ella?".
Lo que yo vi cuando miré el rostro de este hombre de mediana edad, cuyos cabellos comenzaban a escasear, fue un chico asustado, confundido, angustiado, que parecía salir a pedir ayuda desde las profundidades de alguna pesadilla de su pasado. Yo sabía perfectamente que no era así como lo veían sus socios, pero me pregunté cómo hacían para no verlo de ese modo. Y pensé que su sensación de invisibilidad debía de aumentar aun más sus sufrimientos.
Hijo único de una pareja de inmigrantes rusos venidos a menos, lo habían criado, según dijo, sin amor, sin el más ligero gesto de calidez o de afecto, y con una buena dosis de humillante brutalidad física.
—Pero yo sabía que era inteligente y que podría sobrevivir. Sabía que podía ver cosas que los demás no veían.
Cómo hacer dinero, por ejemplo. A los catorce años ya tenía mi primer negocio, que administraba con éxito. Yo quería dinero para ser libre. Hoy tengo mucho. A mí, los negocios me resultan muy fáciles. No sé por qué, pero así es. Las jugadas correctas me resultan obvias. En cuanto a mi vida personal, un par de veces traté de confiarme a uno de mis socios, y hablarle de mis inseguridades. Se rió de mí, no me creía, ni siquiera quería escucharme. Vivo en un apartamento de dos dormitorios y no me interesan los lujos personales. Creo que no los merezco. Creo que no merezco casi nada... ¿Sabe qué es lo que me gusta de usted? Que ve mi miedo y mi dolor y cree en ellos, no le asustan, no trata de cambiar de tema.
—Ya que hablamos de eso —le dije—, me pregunto cómo sería vivir en su casa cuando usted tenía cinco años.
Mientras me contaba cómo y por qué esa época había sido verdaderamente terrible, se le llenaron los ojos de lágrimas. A medida que hablaba, el niño que había sido emergía en su rostro cada vez con mayor claridad.
Era evidente que de niño, pese a su feroz voluntad de sobrevivir, Carlos se había formado un concepto de sí mismo asombrosamente desfavorable, que explicaba tanto su sentimiento de no ser merecedor de nada como su elección de una mujer a la que tenía en baja estima. ¿Quién era él para poseer el amor de una mujer admirable? Y aunque se permitía hacer dinero, no se permitía disfrutarlo.
Decidí que el niño (o, más precisamente, la parte de niño que había en el si-mismo del adulto) era el que encerraba la clave para recuperar la autoestima de Carlos. Ya que el concepto del "sí-mismo niño"
[child-self)
es importante y volverá a aparecer más adelante en este libro, detengámonos un poco para comprenderlo mejor.
Todos nosotros hemos sido niños una vez y, aunque quizá no nos demos cuenta, llevamos ese niño dentro de nosotros, como un aspecto del sujeto que somos. A veces nos trasladamos al estado de conciencia del niño que fuimos, y respondemos a situaciones de nuestra vida adulta como si, para todos los fines prácticos, fuéramos todavía ese niño, con sus valores, emociones, perspectivas y su peculiar manera de interpretar la experiencia. A veces esto es conveniente, por ejemplo, cuando experimentamos la espontaneidad y la capacidad lúdica de los niños. Sin embargo, no lo es cuando reactivamos las inseguridades, la dependencia y la limitada percepción del mundo, propias de los niños.
Podemos aprender a reconocer a ese niño, intimar con él y escuchar atentamente lo que necesita decirnos, aunque sea doloroso. Podemos, en verdad, permitir que el niño se sienta cómodo dentro de nosotros y, por lo tanto, permitir que el sí-mismo niño se integre en el sí-mismo adulto. O podemos rechazar a ese niño, por miedo, dolor o vergüenza ignorando su existencia o sus necesidades. En este último caso, el sí-mismo niño, abandonado y no integrado, empieza por lo general a causar estragos en nuestra vida, de maneras que es probable que no reconozcamos; haciéndonos imposible vivir una vida amorosa feliz, llevándonos a conductas impropias en el trabajo, negándonos la libertad de formas de juego adultas, etcétera.
Yo quería explorar la hipótesis de que los primeros años de Carlos habían sido tan dolorosos que él se había entumecido psicológicamente para sobrevivir, que en el proceso de maduración había abandonado a su sí-mismo niño en una habitación cerrada donde sus gritos apenas pudieran oírse, y que la redención de su autoestima no comenzaría hasta que redimiera a ese sí-mismo niño. Mientras su si-mismo niño siguiera sintiéndose rechazado y repudiado por su sí-mismo adulto, mientras una parte de él siguiera tan implacablemente condenada por otra de sus partes, no habría modo de que su autoestima sobreviviera incólume.
Los primeros estadios de la terapia, por lo tanto, se concentraron en recorrer junto con él los años de su infancia, y permitirle que experimentara en niveles más y más profundos las indignidades, las humillaciones y el sentimiento general de peligro y caos que habían constituido sus primeras impresiones de la vida. Esto se consiguió principalmente mediante una técnica de completar oraciones gramaticales que ocupa un lugar preponderante en mi método de terapia. Le expliqué a Carlos que le daría el principio de una oración, una oración incompleta, y que él repetiría ese principio y terminaría la oración cada vez con un final diferente, sin preocuparse de que cada final fuera literalmente cierto, o de que alguno de los finales pareciera oponerse a otro. Lo que sigue son unos extractos de nuestras primeras sesiones.
Le di el principio
Si el niño que tengo dentro pudiera hablar, diría...,
y éstos son los finales que él añadió:
Tengo miedo.
No entiendo.
¿Por qué mamá siempre me grita?
¿Por qué papá me pega?
¿Por qué nada tiene sentido?
¿Por qué nade juega conmigo?
No sé cómo hablar con la gente.
Siempre tengo pesadillas, y cuando lloro papá me grita.
¿Por qué, cuando me estoy bañando, papá entra y se burla de mí?
¿Por qué nadie me protege?
Después le di el principio
Una de las cosas que tuve que hacer para sobrevivir fue...
Ser cauteloso.
No sentir.
Esconderme.
Leer.
Mantener los ojos bien abiertos cada instante.
Estar siempre alerta al peligro.
No confiar en nadie.
Aprender a ser independiente.
En una sesión posterior:
Una de las cosas que mi sí mismo niño necesita de mí es...
Permiso para ser espontáneo.
Que lo escuche.
Que lo haga sentir seguro.
Que lo deje llorar.
Que lo abrace.
Que no lo castigue como hizo papá.
Que atienda a su dolor.
Que lo consuele.
Que esté a su lado.
Que no huya de él.
Si yo fuera más compasivo y amable con mi sí-mismo niño...
Lo dejaría jugar más.
Se sentiría menos solo.
No se sentiría abandonado por todos.
Yo podría ser el padre que él nunca tuvo.
Lo dejaría disfrutar de las cosas.