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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (29 page)

BOOK: Con la Hierba de Almohada
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—Nunca te condenaría. Mi propia conducta ha sido mucho más cruel que la tuya, a juzgar por los resultados.

—Pero tú perteneces a este mundo, Takeo; vives en él. Yo anhelaba ser diferente; incluso ese deseo se me reveló como el más odioso de los orgullos. Regresé a Terayama y solicité el permiso del abad para retirarme a esta pequeña cabana, donde podría dedicarme por completo a practicar con la flauta y a alimentar los deseos que aún me quedaban de servir al Iluminado; ni siquiera confiaba en alcanzar su iluminación espiritual, pues no soy digno de ello.

—Todos vivimos en el mundo -repliqué-. ¿En qué otro lugar nos sería posible vivir?

Mientras hablaba me pareció escuchar la voz de Shigeru: "Al igual que el río siempre está a la puerta, así está siempre el mundo de puertas afuera. Y es en ese mundo donde estamos obligados a vivir".

Makoto tenía la mirada clavada en mí; de repente, su expresión se animó y los ojos le brillaron.

—¿Es ése el mensaje que yo debo escuchar? ¿Ése es quizá el motivo por el que has sido enviado hasta aquí?

—Apenas conozco los planes para mi propia vida -repliqué-. ¿Cómo puedo averiguar los tuyos? Pero ésta es una de las enseñanzas que recibí de Shigeru: es en el mundo donde estamos obligados a vivir.

—Entonces, sigamos sus indicaciones -terció Makoto, mientras yo percibía que la energía volvía a fluir en su interior. Momentos antes parecía haberse resignado a morir, pero ante mi atenta mirada estaba regresando a la vida-. ¿Vas a llevar a cabo los deseos de Shigeru?

—Ichiro me dijo que debo ejercer la venganza contra sus tíos y reclamar mi herencia, y ésa es mi intención; pero no tengo ni idea de cómo lograr mi propósito. Debo casarme con la señora Shirakawa; ésa era también la voluntad de Shigeru.

—El señor Fujiwara desea contraer matrimonio con ella -exclamó Makoto con cautela.

Yo no quise prestar atención. No podía creer que Kaede fuera a casarse con nadie que no fuera yo. Sus últimas palabras fueron: "Nunca querré a nadie más que a ti", y antes, me había dicho: "Sólo me encuentro a salvo a tu lado". Yo conocía los rumores que corrían sobre Kaede: se decía que todo hombre que la deseara, moriría. Yo había yacido con ella... y seguía vivo. Le había dado un hijo y después la había abandonado. Ella había estado a punto de morir tras perder a la criatura... ¿Sería Kaede capaz de perdonarme?

Makoto prosiguió:

—Fujiwara prefiere los hombres a las mujeres; pero por lo visto se ha obsesionado con la señora Shirakawa. Él no se propone consumar el matrimonio; su intención es protegerla. Por otra parte, no debe de ser indiferente a la herencia de Kaede. Lamentablemente, Shirakawa se encuentra en un estado casi ruinoso, pero siempre queda Maruyama.

Como yo guardé silencio, Makoto continuó:

—Fujiwara es coleccionista y Kaede pasará a ser una de sus posesiones. Sus piezas nunca ven la luz del día; únicamente son mostradas a un reducido grupo de amistades privilegiadas.

—¡Eso no puede sucederle a Kaede!

—¿Qué otra alternativa tiene? Puede considerarse afortunada, pues el matrimonio la salvaría de la deshonra. Haber sobrevivido a la muerte de tantos hombres relacionados con ella ya es de por sí humillante; pero también tiene algo antinatural. Dicen que ordenó matar a dos de los lacayos de su padre que se negaron a servirla; además, lee y escribe como si fuera un hombre y, por lo visto, está organizando un ejército para reclamar Maruyama en primavera.

—Tal vez ella misma sea su mejor protección -dije yo.

—¿Una mujer? -replicó Makoto con desprecio-. ¡Imposible!

Mi corazón se hinchó de admiración hacia Kaede. Sería una aliada magnífica. Si nos casáramos, poseeríamos la mitad del territorio Seishuu. Maruyama me ofrecería todos los recursos que yo necesitaba para enfrentarme a los señores Otori. Una vez que hubiera terminado con ellos, sólo el corazón del territorio que antes era Tohan y ahora pertenecía a Arai impediría que nuestras tierras se extendiesen de costa a costa.

Debido a la llegada de la nieve, cualquier plan tendría que esperar hasta la primavera. Me encontraba exhausto, aunque por dentro ardía de impaciencia. Temía que Kaede tomara una decisión irrevocable antes de que nos encontrásemos otra vez.

—¿Me acompañarás al templo, como dijiste?

Makoto asintió con un gesto.

—Partiremos al despuntar el día.

—Si yo no hubiera aparecido por aquí, habrías pasado en esta choza todo el invierno...

—No quiero engañarme -replicó-. No creo que hubiera podido sobrevivir; puede que me hayas salvado la vida.

Seguimos conversando hasta bien entrada la noche; en realidad, fue Makoto quien habló, como si la presencia de otro ser humano le hubiera dado rienda suelta tras semanas enteras de silencio. Me contó parte de su pasado. Era cuatro años mayor que yo y había nacido en una familia de guerreros de bajo rango que sirvió a los Otori hasta la batalla de Yaegahara. Tras aquella derrota sus parientes fueron obligados a trasladar su lealtad a los Tohan. Makoto había sido criado como guerrero, pero era el quinto hijo de una familia numerosa cada vez más empobrecida. Desde que era niño sus padres habían fomentado su amor por el conocimiento y su interés por la religión, y cuando la familia comenzó su declive le enviaron a Terayama. Tenía 11 años. Un hermano suyo -que entonces contaba con 13 años de edad- también fue enviado al templo como novicio, pero tras el primer invierno huyó del lugar y nada se había vuelto a saber de él desde entonces. Su hermano mayor murió combatiendo en Yaegahara; su padre, poco después. Sus dos hermanas se casaron con guerreros Tohan y hacía años que no sabía nada de ellas. Su madre aún vivía en la granja familiar con sus otros dos hijos y sus respectivas familias. Ya apenas se consideraban como parte del clan de los guerreros. Makoto veía a su madre una o dos veces al año.

Hablábamos como viejos amigos, y recordé cuánto había añorado un compañero como él cuando viajaba con Akio. Mayor que yo y mucho más instruido, Makoto ostentaba una seriedad y una capacidad de reflexión que contrastaban con mi naturaleza inquieta. Sin embargo, como yo averiguaría más tarde, también era fuerte y valeroso... Seguía siendo un guerrero detrás del monje y el erudito que habitaban en él.

Entonces, pasó a relatarme el sentimiento de horror e indignación que recorrió Yamagata y Terayama tras la muerte de Shigeru.

—Estábamos armados y preparados para un alzamiento. Iida llevaba tiempo amenazando con la destrucción de nuestro templo, consciente de que con el paso de los años nuestra riqueza y poder aumentaban. El señor de la guerra conocía el profundo resentimiento de la población, que había sido obligada a servir a los Tohan, y albergaba la esperanza de abortar cualquier intento de rebelión desde su inicio. Tú fuiste testigo del aprecio que la población sentía hacia el señor Shigeru. Cuando murió, el sentimiento de pérdida y desconsuelo fue terrible. Yo nunca he visto nada parecido. Las revueltas en la ciudad -que los Tohan ya habían temido en vida de Shigeru- estallaron con inusitada violencia tras la fatal noticia de su muerte. Se produjo una insurrección espontánea: antiguos guerreros Otori, ciudadanos armados con estacas, incluso campesinos con guadañas y piedras tomaron el castillo. Nosotros nos encontrábamos preparados para unirnos al ataque cuando llegó la noticia de la muerte de Iida y la victoria de Arai en Inuyama. Las fuerzas de los Tohan se batieron en retirada y las perseguimos en dirección a Kushimoto. Nos encontramos contigo en la carretera, cuando portabas la cabeza de Iida. Para entonces casi todos sabían cómo habías rescatado a Shigeru, y también empezaron a imaginar la identidad de aquel a quien llamaban el Ángel de Yamagata.

Makoto lanzó un suspiro y después sopló los rescoldos intentando avivarlos. La lámpara de aceite se había apagado hacía tiempo.

—Cuando regresamos a Terayama, en absoluto parecías un héroe. Te encontrabas más perdido y desconsolado de lo que cualquiera pudiera imaginar, y te enfrentabas a decisiones que te desgarraban el corazón. Me interesé por ti nada más conocerte, pero te encontraba extraño; dotado de talento, cierto es, pero débil. Tu capacidad auditiva parecía fuera de lo normal, y me recordaba a la de los animales. Creo que normalmente sé juzgar a los hombres. Me sorprendió que te invitaran a regresar al templo, y la confianza que Shigeru depositaba en ti me desconcertaba. Entonces, me di cuenta de que no eras lo que aparentabas, entendí la valentía que debías de haber mostrado e intuí el ímpetu de tus emociones. Me enamoré de ti. Como te conté, nunca antes me había sucedido; también te dije que no te explicaría las razones, pero ahora mismo acabo de hacerlo.

Y tras una pausa, añadió:

—No volveré a hablar de ello.

—No pasa nada -repliqué-. En realidad ocurre lo contrario. Lo que más necesito en el mundo es un amigo.

—Lo que más necesitas... -dudó él- ¿a excepción de un ejército?

—Eso tendrá que esperar hasta la primavera.

—Haré cuanto esté en mi mano para ayudarte.

—¿Qué será de tu llamada divina, de tu búsqueda de la iluminación espiritual?

—Tu causa es mi llamada -respondió-. ¿Por qué otro motivo te habría traído hasta aquí el Iluminado, si no fuera para recordarme que vivimos en el mundo? Entre nosotros existe un fuerte vínculo, y de pronto he entendido que no tengo por qué luchar contra él.

El fuego casi se había extinguido, y ya no veía el rostro de Makoto. Bajo la delgada manta, yo tiritaba de frío. Me pregunté si lograría dormir, si volvería alguna vez a conciliar el sueño, si dejaría en algún momento de estar alerta ante la respiración de un asesino. En un mundo que parecía dominado por la hostilidad, la devoción que Makoto me profesaba me emocionó profundamente. No se me ocurría nada que decir. Tomé su mano y la apreté por un instante en señal de agradecimiento.

—¿Te importa mantener tú la vigilancia mientras duermo un par de horas?

—Claro que no.

—Despiértame, y después podrás dormir un rato antes de que partamos.

Asintió con la cabeza. Me envolví con otra manta más y me tumbé. Del brasero llegaba un tenue resplandor, y yo podía percibir su susurro agonizante. En el exterior, el viento había amainado bastante, y del alero de la techumbre caían algunas gotas; un pequeño roedor estaba escarbando en la paja y, cuando una lechuza ululó, permaneció inmóvil. Me quedé dormido y soñé con niños que se ahogaban... Yo me lanzaba una y otra vez a las oscuras aguas, pero era incapaz de salvarlos.

* * *

El frío me despertó cuando la aurora empezaba a ¡luminar la choza. Makoto permanecía sentado en actitud de meditación; su respiración era tan lenta que yo apenas podía oírla, y sin embargo no había duda de que el joven monje estaba totalmente alerta. Le observé durante unos instantes. Cuando abrió los ojos, yo aparté la mirada.

—Deberías haberme despertado.

—No estoy cansado; necesito pocas horas de sueño -y a continuación, preguntó con curiosidad-: ¿Por qué nunca me miras?

—Porque podría sumirte en un profundo sueño. Ésa es una de las dotes que he heredado de la Tribu. Debería lograr controlarla, pero a veces hago dormir a la gente sin quererlo; por eso no suelo mirar directamente a los ojos.

—¿Quieres decir que tienes más poderes extraordinarios, aparte de tu capacidad de audición? ¿Qué más sabes hacer?

—Puedo hacerme invisible el tiempo suficiente como para confundir a un adversario o pasar junto a un guardia. Además, soy capaz de permanecer en un lugar una vez que me he marchado, y de estar en dos sitios a la vez; es lo que conocemos como utilizar el segundo cuerpo -observé a Makoto disimuladamente mientras me escuchaba, pues me interesaba comprobar su reacción.

Y el monje no pudo evitar un pequeño sobresalto.

—Semejantes poderes recuerdan más a los de un demonio que a los de un ángel -masculló-. ¿Disponen todos los miembros de la Tribu de tales habilidades?

—Los miembros de la Tribu cuentan con dotes distintas. Por lo visto yo he heredado muchas más de las que me correspondían.

—Yo no sabía nada sobre la Tribu, ni siquiera conocía su existencia, hasta que nuestro abad habló de ti y de tu vinculación con esa organización tras tu visita al templo el verano pasado.

—Muchos piensan que los poderes extraordinarios son cosa de brujería -aseguré yo.

—¿Es eso cierto?

—No lo sé, porque ignoro cómo los adquirí. Vinieron a mí, yo no los busqué; ahora bien, se pueden mejorar con el entrenamiento.

—Supongo que, como todas las dotes, pueden emplearse para hacer el bien o el mal -replicó él pausadamente.

—Es verdad, pero la Tribu sólo las utiliza para sus propios objetivos -le informé yo-. Ésa es la razón por la que no me permitirán seguir con vida. Si me acompañas, te enfrentarás al mismo peligro que yo. ¿Seguro que estás dispuesto a hacerlo?

Él asintió con un gesto, antes de añadir:

—Sí, estoy dispuesto; pero ¿no te asusta? Cualquier hombre se sentiría aterrado.

Yo no supe cómo responder. Muchas veces se ha dicho que no conozco el miedo, aunque tal afirmación no es del todo cierta. Al igual que la invisibilidad, un don con el que nací, la ausencia de miedo no es más que un estado que viene a mí de vez en cuando y que, además, tengo que esforzarme por mantenerlo.

Conozco el temor, como cualquier hombre; pero en ese momento no deseaba pensar en ello. Me incorporé y recogí mis ropas, que no estaban secas del todo. Me las puse, y al contacto con mi piel las note pegajosas. Salí al exterior para orinar; el aire era frío y húmedo, pero había dejado de nevar y la nieve que quedaba en el suelo estaba a medio derretir. Alrededor de la cabaña y el santuario no se veían más huellas que las mías, e incluso éstas apenas se apreciaban ya. El sendero desaparecía ladera abajo y se encontraba en buen estado. Con la excepción del silbido del viento, en el bosque y en la montaña reinaba el silencio. Desde lo lejos llegaban a mis oídos los graznidos de los cuervos, y algo más cerca un pájaro de menor tamaño emitía su melancólico canto. Yo no escuchaba nada que evindenciara actividad humana alguna: ni hachas golpeando troncos, ni campanas de templo repicando, ni perros ladrando desde una aldea... El arroyo del santuario emitía un débil borboteo; me lavé la cara y las manos en el agua oscura y helada, y bebí con avidez.

Aquella agua fue todo nuestro desayuno. Makoto empaquetó sus pocas pertenencias, se colocó las flautas bajo el cinturón y recogió el palo de combate. Era su única arma. Le entregué la espada corta que le había quitado a mi asaltante el día anterior, y él la guardó junto a las flautas, debajo del cinturón.

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