Read Contra el viento del Norte Online
Authors: Daniel Glattauer
Pero no se trata sólo de mí. Pienso en ti todo el tiempo, Leo. Ocupas unos milímetros cuadrados de mi cerebro (o de mi cerebelo, o de mi hipófisis, no tengo idea de con qué parte del cerebro se piensa en alguien como tú). Te has establecido allí definitivamente. No sé si eres como el que escribe. Pero con que fueras sólo una parte de él, ya serías muy especial. Es lo que tú escribes y lo que yo entiendo: en cierto modo las dos cosas me ayudan a imaginarme a un hombre que podría existir en realidad. Siempre has hablado de tu «Emmi imaginaria». Tal vez yo no esté tan dispuesta a contentarme con un «Leo imaginario», a limitarme indefinidamente a imaginar a alguien que me cae tan bien. Tiene que ser de carne y hueso, y de cosas por el estilo. Y tiene que poder resistir un encuentro conmigo. Aún no estamos listos para eso. Pero tengo la sensación de que por escrito podremos acercarnos cada vez más a nuestro encuentro. Hasta que algún día nos sentemos frente a frente. O estemos de pie frente a frente. O de rodillas. Da igual.
Pensemos en el mensaje que estoy escribiéndote, Leo: la idea de que lo examines palabra por palabra para obtener conocimientos científicos, para citar ejemplos de cómo y con qué pueden transmitirse emociones o, peor aún, con qué pueden despertarse emociones en los otros, cómo hay que escribir para que el otro se involucre emocionalmente..., ¡la idea es tan aterradora que me entran ganas de gritar de dolor! Por favor, dime que nuestro diálogo no tiene nada que ver con un estudio. Y perdona que me haya visto obligada a suponerlo. Soy una persona que necesita partir de lo peor para desarrollar fuerzas suficientes para soportarlo luego si resulta cierto.
Este mensaje es el más largo que te he escrito hasta ahora, Leo. No lo pases por alto. Vuelve. No te marches de debajo de mi corteza cerebral. ¡Te necesito! Yo... te aprecio.
Emmi
P D.: Sé que es tardísimo. Pero estoy segura de que aún estás despierto. Y estoy convencida de que mirarás el correo. No hace falta que me contestes ahora. Pero ¿podrías escribirme aunque sea una palabra, para que yo sepa que has recibido mi mensaje? Una palabra solamente, ¿vale? También pueden ser dos o tres, si te resulta más fácil. Por favor. Por favor. Por favor. Por favor. Por favor.
Dos segundos después
Fw:
AVISO DE AUSENCIA. EL DESTINATARIO ESTÁ DE VIAJE Y NO VOLVERÁ A ACCEDER A SUS MENSAJES HASTA EL 18 DE MAYO. EN CASO DE URGENCIA NOTIFICAR AL DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD. LA DIRECCIÓN DE CORREO ELECTRÓNICO ES LA SIGUIENTE: psy—[email protected].
Un minuto después
Re:
¡Es el colmo!
Ocho días después
Asunto: ¡Aquí estoy!
Hola, Emmi:
Ya he vuelto. Estuve en Amsterdam. Marlene me acompañó. Habíamos decidido intentarlo de nuevo. Fue un breve intento. Al cabo de dos días, yo estaba en cama con neumonía. Ha sido humillante para mí. Ella se pasó cinco días agitando el termómetro mientras me sonreía amarga y bondadosamente, como una enfermera con treinta años de servicio, que odia su trabajo pero procura no responsabilizar de ello a sus pacientes. Amsterdam fue lo contrario de lo que había imaginado, no un nuevo comienzo, sino un viejo final, del que con los años hemos ido acumulando una gran experiencia. Esta vez nos separamos muy respetuosamente. Ella dijo que siempre estaría ahí cuando yo necesitara algo. (Se refería a algo de la farmacia.) Y yo dije: «Si alguna vez vuelves a creer que no puedes vivir sin mí y yo sigo estando seguro de que no puedo vivir sin ti, no tenemos más que volar unos días a Amsterdam... y demostrarnos lo contrario».
Por cierto, le hablé de nosotros. Marlene reaccionó como si esa situación fuese más crítica que mi neumonía. «Hay una mujer de Internet que me interesa mucho», le dije. Ella preguntó: «¿Cuántos años tiene? ¿Cómo es?». Yo contesté: «Ni idea. Entre treinta y cuarenta. Rubia, morena o pelirroja. Sea como sea, está felizmente casada». «¡Te has vuelto loco!», replicó.
«Esa mujer —le dije—, me da la posibilidad de pensar en alguien que no seas tú, Marlene, y aun así sentir algo parecido. Me emociona, me altera, a veces me dan ganas de mandarla a la Luna de una patada, pero con las mismas ganas iría a buscarla y me la traería de vuelta. La necesito aquí en la Tierra. Ella sabe escuchar. Es lista. Es divertida. Y lo más importante: está ahí cuando la necesito». «Si te hace bien escribirle, escríbele», me aconsejó Marlene. «¡Y toma las pastillas!», añadió.
Estoy desconcertado, Emmi. ¿Cómo hago para olvidar a esa mujer? Es fría como una nevera, pero entro en calor cuando la toco. Si camino a su lado por Amsterdam, cojo una neumonía. Pero si por la noche me pone la mano en la frente, empiezo a arder.
Bueno, Emmi, segundo punto: ya he vuelto. No pienso marcharme voluntariamente de debajo de tu corteza cerebral. Quiero que sigamos escribiéndonos. Y también quiero que nos conozcamos personalmente. Ya hemos desaprovechado todas las ocasiones lógicas, obvias, correctas y acordes con la racionalidad del ser humano que se nos han presentado para conocernos. Hemos negado las más elementales reglas de juego de las relaciones humanas. Somos viejos amigos, somos nuestro sostén cotidiano, es más, a veces hasta somos una pareja. Pero nos falta el principio natural del encuentro. Le pondremos remedio, tenlo por seguro. Aún no sé cómo nos las arreglaremos para hacerlo sin perder nada de lo que nos importa. ¿Tú lo sabes?
Bueno, Emmi, tercer punto: he empezado mi mensaje con Marlene a propósito, porque quiero que nos contemos más cosas sobre nuestras vidas. No quiero seguir fingiendo que estamos solos en el mundo. Quiero saber cómo controlas tu matrimonio, cómo te las apañas con los niños y todas esas cosas. Sería bueno que compartieras conmigo tus preocupaciones. Me consuela saber que no soy el único que las tiene. Me hace bien interesarme por tus asuntos. Me honra ser tu confidente.
Bueno, Emmi, cuarto punto: ¡haz el favor de no volver a odiarme nunca preventivamente! No lo soporto. A principios de marzo dejé de colaborar en el estudio sobre la influencia del correo electrónico en nuestra conducta lingüística y su importancia como vehículo de emociones. La razón que alegué oficialmente fue la falta de tiempo. En realidad, el tema ya me resultaba demasiado «personal» para querer ocuparme científicamente de él. ¿Está claro, Emmi?
Que tengas un buen día,
Leo
P D.: Por una parte, mi «aviso de ausencia» fue el justo castigo por tu agresivo aviso de desconfianza. Por otra parte, me diste pena. Me escribiste un mensaje hermosísimo, franco, sincero y detallado. ¡Gracias por cada palabra! En compensación, puedes pedirme que aguante algunas impertinencias.
45 minutos después
Re:
¿Abandonaste tu estudio por nosotros? Eso está muy bien, Leo, ¡por eso te quiero! (Por suerte, ni te imaginas de qué modo acabo de decírtelo.) Ahora tengo que llevar a Jonás al dentista. Desgraciadamente aún no le han puesto anestesia general. Lo digo sólo por tu pregunta sobre cómo me las apaño con los niños.
Hasta luego,
Emmi
Seis horas después
Re:
Bueno, Leo. Estoy en mi habitación, Bernhard aún está trabajando, Fiona pasará la noche en casa de una amiga, Jonás duerme (con dos dientes menos), Wurlitzer come alimento para perros (es más barato y a él le da igual, siempre que sea abundante). Como ya sabes, ardillas no tenemos (probablemente al gato le gustarían mucho). Los muebles me dirigen miradas de reproche. Sospechan la traición, me amenazan: ¡cuidadito con revelar cuánto costamos, de qué color somos y qué forma tenemos! El piano dice: ¡ojo con contarle que Bernhard era tu profesor de piano, y cómo os besasteis por primera vez y cómo os sentasteis sobre mí e hicisteis el amor! La librería pregunta: ¿y quién es ese tal Leo? ¿Qué hace aquí? ¿Por qué pasas tantas horas con él? ¿Por qué echas mano de mí tan raras veces? ¿Por qué estás tan ensimismada últimamente? El aparato de música dice: quizá llegues al extremo de dejar de escuchar Rachmáninov, ya sabes que la música es lo que más os une a Bernhard y a ti. Tal vez empieces a escuchar la música que le gusta a ese tal Leo. ¡A lo mejor, Sugar Babes! El mueble botellero es el único que objeta: pues yo no tengo nada en contra de Leo, los tres nos llevamos bien. Pero la cama se muestra amenazante: Emmi, si estás tumbada aquí, no sueñes con estar en otro sitio. ¡Que no te pesquen aquí con ese tal Leo...! ¡Te lo advierto!
No puedo, Leo. No puedo hablarte de este mundo. Jamás podrás formar parte de él. Es demasiado compacto. Es una fortaleza. No puede ser conquistada, no admite intrusos, es hermética. Tenemos que permanecer «fuera», Leo, es nuestra única oportunidad, si no, te pierdo. ¿Querías saber cómo «controlo» nuestro matrimonio? ¡A fuerza de coraje, Leo, de verdad! Y Bernhard también. Él me adora. Yo lo estimo y lo aprecio. Nos tratamos con respeto. Él no me engañaría jamás. Yo nunca podría abandonarlo. No queremos hacernos daño. Hemos construido cosas juntos. Cada uno cuenta con el otro. Tenemos la música, el teatro. Tenemos muchos amigos en común. Fiona, la chica de dieciséis años, es como una hermana menor para mí. Y para Jonás he llegado a ser algo parecido a una mamá. Tenía tres años cuando su madre murió.
No me obligues a hojear mi álbum familiar, Leo. Hagamos lo siguiente: yo hablo de lo que pasa «en casa» cuando de veras me apetezca, cuando realmente me vea en apuros, cuando quiera pedirle opinión a un amigo muy, muy íntimo. Pero tú puedes contarme de tu vida privada cuando quieras, hasta los detalles más explosivos. (Pero nada erótico, ¡eso no te lo consiento!)
Bueno, me voy a la cama (por fin volveré a dormir bien). ¡Qué bueno que estés de nuevo ahí, Leo! ¡Me haces tanta falta! Necesito poder moverme y sentir también fuera de mi mundo. ¡Tú eres mi mundo exterior, Leo! Mañana hablamos de Marlene, para eso debo tener la cabeza despejada. Que duermas bien, querido Leo.
Te mando un beso de buenas noches.
Al día siguiente
Asunto: Marlene
Buenos días, Leo.
Cuando juntos no funciona y separados tampoco, sólo hay una alternativa: ¡cambiar! Necesitas otra mujer, Leo. Tienes que volver a enamorarte. Sólo entonces sabrás lo que ha estado faltándote todo este tiempo. La intimidad no es la interrupción de la distancia, sino su superación. La pasión no es la falta de perfección, sino un continuo encaminarse y aferrarse a ella. No hay remedio, Leo, necesitamos una mujer para ti. Sin duda es ingenuo decir: ¡olvida a Marlene! Pero hazlo, y hazlo en serio. Te propongo algo: en lugar de pensar en Marlene, piensa siempre en mí deliberadamente. Puedes imaginar que haces conmigo todo lo que te gustaría hacer con Marlene. (Los muebles ya empiezan a mirarme otra vez.) Quiero decir que es sólo un estado transitorio, hasta que te encontremos una mujer. ¿Qué clase de mujer quieres? ¿Qué aspecto debería tener? Venga, dilo de una vez. A lo mejor realmente tengo a alguien para ti.
Fuera de bromas, una mujer que dice de nosotros «Si te hace bien escribirle, escríbele» está a años luz de lo que yo entiendo por amor. Marlene no ama a Leo. Leo no ama a Marlene. Ambos no—amantes obtienen su pasión de la nostalgia por el amor del otro. Bueno, no se me ocurre nada más sensato que decir. Ahora debo trabajar.
Hasta luego,
Emmi, la alternativa virtual
Cuatro horas después
Fw:
Querida Emmi del mundo exterior:
Disfruto con tus mensajes. Te los agradezco mucho. Dile a tus muebles de mi parte que admiro su actitud y aprecio su espíritu de equipo. No seré un intruso para los Rothner, sólo invado a Emmi en la pantalla. Muchos recuerdos al botellero: quizá algún día montemos otro
happening
los tres a medianoche. (Prometo no beber tanto antes.)
Me parece particularmente encantador que fantasees con la idea de emparejarme. ¿Que qué mujeres me gustan? Pues mujeres que sean como tú escribes, Emmi. Y mujeres de quienes yo presienta que alguna vez puedo llegar a ser el mundo interior y no sólo el exterior. En pocas palabras, mujeres que no necesariamente estén ya «felizmente casadas», integradas en una fortaleza familiar y custodiadas por los muebles de su casa. Hasta que no me tropiece con una mujer así, me remitiré gustoso a tu propuesta de pensar deliberadamente en ti antes que en Marlene. Puede que no siempre lo consiga, aunque si sigues mimándome tanto en tus mensajes, poco a poco iré acercándome al objetivo.
Que tengas una buena tarde. Hoy he quedado con mi hermana Adrienne. Se alegrará cuando se entere de que he logrado separarme una vez más de Marlene. Y también se alegrará de que siga en contacto contigo. Sólo conoce unas líneas de tus textos, mis comentarios sobre ti... y tres candidatas a Emmi. Le caes bien, no importa cuál de las tres seas. En eso está de acuerdo con su hermano.
Al día siguiente
Asunto: ¡Mia!
Hola, Leo:
Anoche la encontré. Desde luego: ¡Mia! ¡Es ella! Leo y Mia... ¡Qué bien suena! Escucha, Leo: Mia tiene 34 años, guapísima, profesora de educación física, piernas largas, un cuerpo fantástico, ni un gramo de grasa de más, tez oscura, pelo negro. La única desventaja: es vegetariana, pero basta con que digas siempre «es tofu» para que coma carne. Es muy culta, inteligentísima, activa, alegre y siempre está de buen humor. Resumiendo, la mujer ideal. ¡Y está soltera! ¿Quieres que te la presente?
Una hora y media después
Fw:
¡Ay, Emmi, Emmi, Emmi! Conozco bien a las «Mia» de piernas largas. Mi hermanita me presenta a una nueva casi cada semana. Conozco catálogos de moda repletos de modelos al estilo de Mía, con 0,0 por ciento de grasa, una más bonita y con las piernas más largas que la otra. Y todas están solteras. ¿Sabes por qué, querida Emmi? ¡Porque les gusta! Y porque quieren seguir así un tiempo más.
Aparte de eso: no es que quiera refrenar tu euforia, querida Emmi del mundo exterior, pero de momento no me apetece lo más mínimo conocer a una Mia ideal. Estoy muy contento con mi vida. No obstante, gracias por tus esfuerzos.
Por cierto: muchos recuerdos de parte de mi hermana. Dice que no debo cometer el error de encontrarme contigo. Dice textualmente: «Un encuentro seria el fin de vuestra relación. Y esa relación te sienta divinamente». Que tengas un buen día,
Leo
Dos horas después
Re:
Está bien, Leo, nuestro encuentro puede esperar, ya me he hecho a la idea. ¡Acabarás haciendo de mí una persona paciente! Me alegra muchísimo que tu hermana piense eso de nosotros. Pero ¿por qué está tan segura de que un encuentro acabaría con nuestra «relación»? ¿A qué se refiere: a que la acabarías tú o a que la acabaría yo?