Criopolis (42 page)

Read Criopolis Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
11.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Jin, ¿estás bien?

Se apoyó en un codo y vio a su madre inclinada junto a él, a un lado de la mesa-cama. Tenía de nuevo puesta la mascarilla filtrante, la bata cerrada, y sus ojos lo estudiaban ansiosamente.

—Creo que sí.

Se frotó la cara un poco más, y luego la cabeza, que aún le dolía por el tirón de pelos.

Mina saltó al lado de su madre y lo miró con gran interés.

—El soldado Roic te disparó. Nunca había visto que le dispararan a nadie de verdad.

Ni Jin tampoco. Le parecía muy extraño haber recibido un disparo. Por primera vez, se preguntó qué habría sentido Miles-san cuando le dispararon con aquella granada de agujas. Naturalmente, ser simplemente aturdido no era nada comparado con eso, supuso Jin, pero aquel extraño instante de mirar el rostro inflexible del soldado Roic, y sentirse tan indefenso y saber que era demasiado tarde y que una gente a la que no podía controlar le había arrebatado su mundo… Hizo una mueca. No le gustaba demasiado esa sensación.

—No está roto —dijo la voz de Raven-sensei.

—Se nota que a usted no le duele —replicó la voz de Vorlynkin.

Jin se volvió para ver a los dos en la mesa de al lado. Vorlynkin estaba sentado con las piernas colgando. Se había quitado la amplia guerrera de anchas mangas, junto con la camisa, y tenía remangada la camiseta. Raven-sensei estaba de pie delante de él, tocándole el brazo izquierdo, que Vorlynkin sujetaba a la defensiva.

Vorlynkin tenía el rostro lavado, y las marcas de las garras de Nefertiti eran ahora tres finas líneas rojas bajo una brillante capa de vendas de plástico transparentes. Había un montón de sangre seca en el cuello de su camisa, y en sus ropas, y Jin se sintió culpable por su nueva mascota.

—Ahora tendrá unas magulladuras magníficas —continuó diciendo Raven-sensei.

—Culpa de la palanqueta. Tengo suerte de que no me dieran en la cara.

—Vorlynkin-san encontró más ninjas —le confió Mina a Jin—. Tuvieron una pelea. Vorlynkin-san ganó.

Vorlynkin se volvió para mirarla y le sonrió con tristeza.

—Afortunadamente para mí, no eran ninjas. Eran sólo un par de matones contratados en el grupo local de los L.L.N.E. Supongo que finalmente intentaban cumplir su eslogan.

—Creía que todos habían sido detenidos después de los secuestros de la conferencia —dijo Raven-sensei.

—Parece que ésos eran una escisión radical. Tengo la impresión de que su organización no está muy unida.

Vorlynkin se volvió hacia Jin.

—Encontré a los dos en el edificio del fondo, tras tu escondite, intentando abrir la puerta y llegar a los túneles con más líquido incendiario. Si hubieran tenido éxito habrían causado una catástrofe.

Raven-sensei alzó las cejas.

—¿Habrían salido de allí con vida los pirómanos?

—Es difícil decirlo. Parece horriblemente fácil perderse ahí abajo. Pero el departamento pudo controlar fácilmente el incendio del edificio térmico, en cuanto les dije que era asterzina. Un producto feo, la asterzina. No se le puede echar agua, y habría sido una horrible sorpresa para los bomberos si lo hubieran hecho. Puedo asegurarles que irán a por los L.L.N.E. por la mañana.

Jin frunció el ceño.

—¿Por qué una palanqueta? La puerta de ese lado no se cierra nunca.

Vorlynkin parpadeó, y luego se echó a reír y se tocó la cara arañada.

—Menos mal que ninguno de nosotros lo sabía. Después de confiscar la palanqueta, pude retenerlos hasta que llegó la policía. Algunos de los bomberos estaban ansiosos por ayudar. La pareja señaló a los guardias de seguridad de NeoEgipto como a quienes los habían contratado, evidentemente sólo para crear una distracción al nuevo secuestro del doctor Leiber, aunque supongo que algunos de los Liberadores se pasaron de ansiosos y excedieron sus instrucciones. Pero todo debe conducir a los jefes a los que el lord Auditor Vorkosigan quería señalar.

La madre de Jin se frotó la frente, y dos profundas arrugas se marcaron en torno a sus ojos.

—Si no consiguen eliminar todas las pruebas, otra vez.

—Sospecho que ahora no será así—dijo Vorlynkin, sonriéndole tranquilizador.

—¿Dónde está Nefertiti? —preguntó Jin, súbitamente alarmado.

Mina señaló la mesa de la pared del fondo, junto a una alacena. De debajo de las sombras llegó una especie de gruñido.

—Está escondida. Tal vez puedas lograr que salga después de calmarla. He intentado darle de comer, pero creo que no tiene hambre.

Raven-sensei rodeó las mesas para sonreír a Jin, mirarlo a los ojos, tirarle de los párpados y tomarle el pulso.

—¿Dolor de cabeza? ¿Náuseas?

—En realidad no. —Jin se palpó la cara, que le picaba, y encontró una tira de vendaje plástico en el cuello.

—Sólo un arañazo —le aseguró Raven-sensei.

—Siento la cara un poco entumecida.

—Eso es normal. Se pasará dentro de una hora. Si no, házmelo saber. —Raven-sensei hizo una pausa y se aclaró la garganta—. Lord Vorkosigan me dijo que cuando despertaras te comunicara que esos pocos minutos de retraso que Mina y tú lograsteis con esos matones de NeoEgipto sirvieron para marcar la diferencia. Fuisteis el grupo de rescate.

—Oh —dijo Mina, encantada.

Raven-sensei asintió.

—Dijo que si os hubieran sacado del edificio antes de que llegáramos, habría sido una caza larga y difícil, una de sus expresiones militares, que significa que nos habría costado un infierno alcanzaros. Aunque imagino que lo habría conseguido, de algún modo. Él… ah… tiende a ser insistente.

Por primera vez, Jin se incorporó del todo. En la cabina de cristal junto a la de su madre estaban encerrados los dos tipejos de NeoEgipto, y Jin dio un respingo atemorizado, hasta que vio que Hans estaba inconsciente en el suelo, y Oki tenía las manos atadas a la espalda y los hombros hundidos, sin prestarle atención a nada.

Jin imaginó la situación: todos encerrados en una furgoneta sin ventanas camino de Dios sabía donde, «y mamá arrebatada de nuevo…». Tragó saliva, lo cual hizo que la venda se le tensara en la piel. Su desesperada lucha contra aquellos hombres no había parecido servir de nada en su momento, de hecho había parecido absolutamente inútil, pero tal vez…

Miles-san llegó entonces, con paso vivo, seguido del soldado Roic. Oki siguió sin levantar la cabeza, y Jin recordó que no se podía oír nada dentro de estas cabinas.

—Ah —dijo Roic, sonriendo a Jin y saludándolo amistosamente—. Estás despierto. Bien.

Jin lo miró con mala cara, incapaz de quitarse de la cabeza la imagen de Roic mirándolo como si no estuviera allí y apuntando con el aturdidor. La expresión de Roic decayó un poco, aunque entonces probó a sonreír a Mina con mejor efecto. ¿Era falsa esa sonrisa? ¿Cuál era el Roic real, el hombretón sonriente o ese otro frío y concentrado que daba miedo?

—Están todos aquí, excelente —dijo Miles-san a la habitación en conjunto. Saltó a una silla como el maestro a punto de dar una clase, llamando la atención de todo el mundo y volviéndose así tan alto como Roic. Tendría que haber parecido ridículo, y Jin no estaba seguro de por qué no lo era—. La policía de Northbridge estará aquí dentro de unos pocos minutos para empezar a tomar declaraciones y recoger a nuestros huéspedes de NeoEgipto —continuó Miles-san, indicando la cabina-celda—. Para entonces ya tendríamos que tener aquí a un par de abogados muertos de sueño.

»La señora Xia ha insistido categóricamente en que no tiene ninguna experiencia en ley criminal, pero hemos despertado a un par de asociados del departamento criminal de su bufete. El socio senior vendrá más tarde, cuando todos hayamos vuelto al consulado y hayamos descansado un poco.

La madre de Jin se envaró.

—Nunca hemos tenido suerte con los abogados antes.

—Esta vez, estarán de su parte —prometió Miles-san—. Mientras tanto, Raven, doctor Leiber, cónsul Vorlynkin, tenemos el tiempo justo para hacer coincidir nuestras historias. —Raven-sensei pareció interesado, Leiber-sensei alarmado, y el cónsul Vorlynkin resignado—. Toda esta cadena de acontecimientos es demasiado compleja y retorcida para ajustarse mucho, pero en general preferiría no destacar en ella, por motivos que tienen que ver con la otra mitad de mis investigaciones en Kibou —continuó Miles-san—, que no conciernen y no deberían influir en sus asuntos, señora Sato, así que no se alarme. Por fortuna, Raven y el doctor Leiber, aquí presentes, están bien situados para ser los héroes locales.

Raven-sensei alzó las cejas. La mirada que Leiber dirigió a Miles-san se volvió sombríamente recelosa.

—El resumen es que cuando Raven y yo le visitamos el primer día, doctor Leiber, fue porque Raven estaba buscando a un químico de primera línea especializado en crioconservación para la propuesta de nueva expansión del Grupo Durona a estas instalaciones de Northbridge. Un puesto que de hecho se le ofrecerá, por cierto, suponiendo que podamos librarlo de la cárcel.

—¡Oh! —dijo Leiber-sensei, irguiéndose en el asiento, su repentina sonrisa sorprendida pero gratificada.

—En ese momento, el doctor Leiber explicó sus renovados planes de denunciar a NeoEgipto por la solución descompuesta y el escándalo de los contratos comodificados, y que había sustraído el criocadáver de la señora Sato para asegurar su seguridad como futura testigo. Aprovechando la oportunidad, encargó al doctor Durona que la reviviera, como parte de su recompensa por su trabajo, y el doctor Durona, ansioso por asegurar sus servicios, accedió.

—¿Y me llevé la criocámara robada a mi laboratorio secreto en el acto? —preguntó Raven-sensei, con cierta sequedad.

—Exactamente. —Miles-san le sonrió alegremente—. Aunque mejor no usen el término «robada» en sus declaraciones, por si surge el tema. «Rescatada» estaría bien, o «asegurada».

Raven-sensei asintió.

—¿Y luego qué?

—El intento del doctor Leiber de dejar Kibou para irse a Escobar fue un subterfugio para hacer reaccionar a NeoEgipto, hasta que la señora Sato hubiera sido revivida y estuviera lista para declarar. Por desgracia, funcionó demasiado bien. Pero su rescate por parte de Roic, a petición de Raven, fue permitido por mi parte como un favor nepotista a la compañía de mi hermano.

»Yo los acompañé simplemente para echarle un ojo a Mark, cuyos movimientos son de continuo interés para la Seguridad Imperial de Barrayar por motivos políticos puramente internos. Cosa que también es verdad, por cierto.

»Tras haber llegado a la conclusión de que no hay ninguna amenaza al Imperio por parte de la nueva empresa de Mark, me retiraré en breve de Kibou-daini para atender a mis propios asuntos urgentes.

Jin parpadeó ante la noticia. Sí, bueno… naturalmente, tenía que ser así. La gente se marchaba siempre. Nada estaba a salvo, ni era seguro. Se mordió el labio.

—Sugiero que no ofrezcamos ninguna información sobre la difunta Alice Chen esta noche. Creo que es improbable que se mencione todavía su existencia, pero si es así, Raven la sustrajo también a petición del doctor Leiber, como prueba física independiente de los efectos de la mala criosolución. Raven es lo bastante buen científico y hombre de negocios para no poner su compañía en riesgo por meras habladurías.

Raven ladeó la cabeza y sonrió.

—Me parece bien.

Miles-san sacudió los hombros y se desperezó. Su cara parecía un poco cenicienta, la expresión típica de quien ha madrugado a la fuerza, aunque no parecía más cansado que ninguno de los presentes. Sus ojos, sin embargo, brillaban. Se volvió hacia la madre de Jin.

—Tengo a un analista económico forense experimentado en camino desde la embajada barrayaresa en Escobar. En realidad, mi necesidad de sus servicios ha quedado cortocircuitada por los acontecimientos del último día, pero para justificar el gasto de su viaje se lo prestaré unos cuantos días. Espero que pueda resultarle de ayuda para montar la estrategia de sus próximos movimientos, por si decide revivir su comité de acción política. O incluso si no lo hace.

La madre de Jin se frotó la frente. Con voz pastosa, dijo:

—¿Y si la policía intenta llevarse a Jin y Mina?

Era una idea horrible, una idea en la que Jin había intentado no pensar desde que Miles-san anunció la inminente llegada de las autoridades.

—Creo que es improbable que interroguen a unos menores cuando hay disponibles abundantes testigos adultos. Es usted su pariente inmediato: tendrán que solicitar su permiso para interrogarlos, cosa que le sugiero que niegue por ahora amparándose en que están traumatizados por el reciente susto de su secuestro frustrado.

Mina hizo un leve sonido de indignación ante estas palabras. Jin no estaba tan seguro.

—El abogado la apoyará —continuó Miles-san—. Si se convierte en un problema, cosa que dudo en este momento, dígale a la policía que vengan a verlos más tarde al consulado si es necesario. A esas alturas sospecho que no lo será, y en cualquier caso estaremos jugando en casa.

Vorlynkin asintió para tranquilizarla. Ella sacudió la cabeza, vacilante, pero a Jin le pareció que parte de la tensión en torno a sus ojos se suavizaba. Jin alzó la mirada para encontrar al soldado Roic, que lo estudiaba con atención. Se estremeció incómodo y volvió la cabeza.

—Señora Sato —dijo Roic con voz lenta y grave—, ¿pueden salir Jin y Mina conmigo al pasillo un momento? Me gustaría enseñarles algo.

Jin miró hacia atrás, dispuesto a rechazar la propuesta, pero Mina ya se había incorporado de un salto, adelantándose a su madre, que parecía querer decirle algo al cónsul de todas formas, así que Jin acabó dejándose arrastrar por su hermana. Roic cerró firmemente la puerta tras ellos.

Para sorpresa de Jin, Roic se apoyó en una rodilla, lo que lo convirtió, bueno, en no mucho más bajo que Jin y más alto que Mina.

—Había pensado que tal vez os gustaría disparar mi aturdidor —dijo Roic. Desenfundó de la canana bajo su chaqueta el arma que tanto había dolido, y Jin dio un respingo.

—¡Oooh, oooh! —exclamó Mina—. Guau, ¿podemos?

Eso hizo imposible que Jin dijera que no. Asintió con cautela.

—Nunca debéis apuntar con un arma a una persona a menos que pretendáis disparar. —Roic dio comienzo a una breve instrucción—. No importa que penséis que está descargada, o que el seguro está puesto, o lo que sea. Convertidlo en una costumbre absoluta, y nunca será una cuestión en duda.

Señaló los diversos rasgos del aparato, incluyendo un sensor en la culata que conectaba con su propia palma y que desactivó con un código. Entonces permitió que Jin lo cogiera, asegurándose de que apuntaba al pasillo vacío.

Other books

Cobra Z by Deville, Sean
Captivated by Susan Scott Shelley
Wheels Within Wheels by Dervla Murphy
El Consejo De Egipto by Leonardo Sciascia
The White Peacock by D. H. Lawrence
On a Clear Day by Walter Dean Myers
Lavender Morning by Jude Deveraux