Eran casi cien y la mayoría contaba con lanzas flamígeras. Katinka van Bak les había adiestrado a marchas forzadas y algunas de las lanzas solían fallar, porque eran muy antiguas, pero las armas proporcionaban confianza a quienes las empuñaban.
Ilian se volvió en la silla de montar y examinó a su ejército. Cada hombre y mujer tenía su montura, entre las cuales predominaban las vayna. Todos saludaron a la bandera flamígera cuando la alzó. El estandarte que ardía sin consumir la tela ondeó sobre su cabeza. Era su orgullo. Y se fingían hacia Virinthorm.
Cabalgaban todos bajo los gigantescos árboles verdes de Garathorm Ilian, Katinka van Bak, Jhary-a-Conel, Yisselda de Brass, Lyfeth de Ghant, Mysenal de Hinn y lo demás. Todos, salvo Katinka van Bak, Ilian tenía la impresión de que, si bien aquellos a quienes lideraba no habían olvidado su crimen, su pueblo y ella estaban unidos de nuevo. Todo dependía de cómo terminaran las batallas que les aguardaban.
Cabalgaron toda la mañana y, por la tarde, avistaron Virinthorm.
Los espías ya les habían informado de que Ymryl había partido con el grueso de su ejército. Apenas había dejado un cuarto de sus fuerzas para defender Vinnthorm, pues no sospechaba un ataque a gran escala. Con todo, los defensores eran quinientos hombres fuertes, más que suficientes para repeler el ataque de Ilian y sus fuerzas.
En cualquier caso, las lanzas flamígeras sólo mejoraban las posibilidades de los garathormianos. No era seguro que pudieran derrotar a los hombres de Ymryl. De todos modos, era su única esperanza. Cantaban mientras cabalgaban. Cantaban antiguas tonadas de su país. Canciones alegres, henchidas de amor hacia su boscoso y exuberante mundo. Sólo cesaron en sus cánticos cuando llegaron a los suburbios de Virinthorm y se dispersaron.
Los hombres de Ymryl se habían atrincherado cerca del centro de la ciudad, junto a la mansión que en otros tiempos había sido la residencia de la familia de Ilian y que, hasta hacía poco, era el palacio de Ymryl.
Ilian lamentó que Ymryl estuviera ausente. Ardía en deseos de vengarse de él, si sus planes se saldaban con la victoria.
Los cien jinetes desmontaron y se situaron en círculo alrededor del centro de la ciudad. Algunos se apostaron tras bancadas improvisadas, otros en los tejados, y los demás se guarecieron en los portales. Un centenar de lanzas flamígeras apuntaron a la ciudad cuando Ilian se internó por la amplia avenida principal y gritó:
—¡Rendíos en nombre de la reina Ilian!
Su voz era alta y orgullosa.
—¡Rendíos, hombres de Ymryl! Hemos vuelto a reclamar nuestra ciudad.
Los pocos mercenarios que había en las calles se volvieron consternados y sus manos volaron en busca de las armas. Hombres ataviados de mil maneras diferentes, con toda clase de armaduras, de mil formas diferentes, hombres con todo el cuerpo cubierto de vello, hombres sin un solo pelo, hombres con cuatro brazos o cuatro piernas, hombres con cabeza de animal, hombres con cola, cuernos u orejas peludas, hombres con pezuñas en lugar de pies, hombres de piel verde, azul, roja y negra, hombres provistos de armas extravagantes, cuyo propósito era misterioso, hombres deformes, hombres enanos, hombres gigantescos, hombres hermafroditas, hombres con alas o de piel transparente, se lanzaron a la calle, vieron a la reina Ilian de Garathorm y estallaron en carcajadas.
Un guerrero de barba anaranjada que le llegaba a la cintura gritó:
—Ilian está muerta. Como lo estarás tú, antes de que haya pasado un minuto.
En respuesta, Ilian levantó su lanza flamígera, apretó el botón enjoyado y perforó la frente del hombre con un rayo rojo. Al mismo tiempo, un soldado con cara de perro lanzó un disco que aullaba. Ilian apenas tuvo tiempo de levantar un escudo que llevaba en el brazo derecho y detener el pequeño objeto. Hizo girar grupas a su caballo y busco refugio. Los defensores también procuraron ponerse a cubierto cuando rayos de luz roja brotaron de todas partes.
El combate se prolongó una hora. Cada bando utilizaba armas energéticas para protegerse, mientras Katinka van Bak se desplazaba de guerrero en guerrero y daba instrucciones para estrechar el cerco y acorralar a los defensores lo máximo posible. Lo consiguieron con grandes dificultades, porque si bien el enemigo contaba con menos armas energéticas, las manejaban con mayor destreza. Ilian trepó a un tejado para observar el desarrollo de la batalla.
Los soldados enemigos se estaban reagrupando para contraatacar. Muchos iban montados sobre animales de lo más variados, incluidas varias vaynas. Ilian bajó al suelo y buscó a Katinka van Bak.
—¡Piensan cargar sobre nosotros, Katinka!
—Habrá que detenerles —respondió la mujer con firmeza.
Ilian montó en su vayna. El ave de largas patas graznó cuando Ilian la obligó a dar media vuelta. Cabalgó hacia Jhary-a-Conel, que había tomado la delantera.
—¡Jhary!¡Van a atacar!
En aquel momento, una apretada masa de jinetes avanzó por las avenidas lanzando alaridos.
Alzó la lanza flamígera y tocó el botón. Una luz rubí surgió del extremo y dlbujó una línea errática sobre los cuerpos de los primeros jinetes. Al caer, estorbaron a los que venían detrás y la fuerza de la carga.
Pero la lanza estaba casi inutilizada. La luz osciló, se difuminó y quemó la piel de los soldados, que continuaron avanzando, con la débil.
—¡Por Garathorm!
Se sintió invadida por una gran alegría. Una alegría negra.
—¡Por Pyran y Bradne!
Su espada se hundió en la carne transparente de un ser fantasmal que sonrió y trató de desgarrarla con sus zarpas de acero.
—¡Por la venganza!
Y cuán dulce era aquella venganza. Cuán satisfactorio el derramamiento de sangre. Se encontraba muy cerca de la muerte, pero se sentía más viva que nunca. Su destino era éste: empuñar una batalla, guerrear. Tuvo la impresión de que estaba luchando en mil batallas a la vez en cada batalla tenía otro nombre y experimentaba el mismo júbilo.
El enemigo rugía y maldecía a su alrededor, todas las espadas parecían querer matarla, pero se rió de todo.
Y su risa era un arma. Helaba la sangre en las venas de los guerreros. Les sumía en un pavor indescriptible.
—¡Por el soldado del destino! —se oyó gritar—. ¡Por el Campeón Eterno! ¡Por la lucha sin fin!
No conocía el significado de las palabras, aunque sabía que las había gritado antes y las volvería a gritar, tanto si sobrevivía a esta batalla como si no.
Y ya no estaba sola. Vio que el caballo amarillo de Jhary-a-Conel se encabritaba, relinchaba y golpeaba con sus cascos a todos los guerreros que se le ponían por delante. Parecía dotado de una inteligencia sobrenatural. Su comportamiento no implicaba pánico ni confusión. Luchaba con agresividad, ayudando a su amo. Y sonreía, exhibía sus torcidos dientes amarillos, contemplaba la escena con sus fríos ojos amarillos, mientras su jinete repartía mandobles a diestro y siniestro, también sonriente.
Y vio a Katinka van Bak, que mataba inflexible, metódica y fríamente. Sujetaba un hacha de doble filo en una mano y una maza de púas en la otra, pues no consideraba la situación apta para emplear a espada. Se abrió paso entre el enemigo a lomos de su fuerte e impasible caballo, mutiló miembros y aplastó cráneos con la misma destreza que un ama de casa atareada en preparar carne y verduras para su mando. Y Katinka van Bak no sonreía. Se tomaba su trabajo muy en seno, haciendo lo que era preciso, sin desagrado ni placer.
Ilian estaba intrigada por el placer que experimentaba. Todo su cuerpo bullía de alegría. Tendría que estar cansada, pero se sentía mas fesca que nunca.
—¡Por Garathorm! ¡Por Pyran! ¡Por Bradne!
—¡Por Bradne! —repitió una voz detrás de ella—. ¡Y por Ilian!
Era Lyfeth de Ghant, que manejaba su espada con una mezcla de delicadeza y ferocidad comparables a las de Ilian. Y cerca estaba Yisselda de Brass, demostrando que era una guerrera experimentada, y utilizaba la púa de su escudo con tanta eficacia como su espada.
—¡Qué estupendas mujeres somos! —gritó Ilian—. ¡Qué guerreras!
El enemigo se hallaba desconcertado por el número de mujeres que les atacaban. Por lo visto, existían pocos mundos en donde las mujeres luchaban como los hombres. Nunca había ocurrido en Garathorm, antes de que llegara Katinka van Bak.
Ilian vio que Mysenal de Hinn le dedicaba una fugaz sonrisa. Sus ojos brillaban cuando pasó junto a ella en persecución de un grupo de guerreros, cuya huida fue cortada por tres o cuatro lanzas flamígeras disparadas desde los tejados de unas casas próximas.
Las armas energéticas habían incendiado dos o tres edificios y el humo empezaba a invadir las calles. Por un momento, la visión de Ilian se nubló, y tosió cuando el acre humo arañó su garganta. Luego, dejó atrás la nube y apoyó a Mysenal en su ataque contra el enemigo.
Ilian no estaba cansada, pese a que sangraba por una docena de cortes y heridas sm importancia. Tiró a un jinete de su caballo con un golpe de escudo y con el mismo movimiento giró su espada en redondo hundiéndola en la boca de un enano de vello verde, hasta que la punta alcanzo su cerebro. Mientras el enano se derrumbaba, Ilian extrajo la espada del cadáver justo a tiempo de parar un hacha que le había arrojado un guerrero de armadura púrpura, cuyos dientes con punta de acero entrechocaron cuando intentó echar hacia atrás el brazo y ensartarla con la lanza que sujetaba en la otra mano. Ilian se inclinó hacia adelante y le corto la mano por la muñeca; el puño y la espada cayeron al suelo. El muñón, chorreante de sangre, continuó el movimiento de arrojar la lanza, y sólo entonces comprendió lo ocurrido el guerrero de los dientes de acero y lanzó un gemido. Ilian continuó adelante y se dirigió hacia una de sus muchachas que, de pie sobre el cuerpo de su vayna muerta, intentaba con desesperación parar los golpes de tres hombres de piel reptiliana (Si bien iban vestidos de manera diferente), decididos a acabar con ella. Ilian partió el cráneo de uno, dejó a otro inconsciente, que cayó del caballo, y atravesó el corazón del último. La muchacha le dedicó una mirada de gratitud, cogió su lanza flamígera y corrió hacia una puerta abierta.
Ilian entró en la plaza seguida por un grupo de sus guerreros.
—¡Hemos pasado! —gritó, exultante.
Hombres a pie surgieron de todas las casas (los que no habían participado en la carga de caballería). Ilian se vio rodeada de nuevo.
Y no tardó en reír otra vez, a medida que iba segando vidas con su espada centelleante.
El sol declinaba.
—¡Deprisa! —gritó Ilian a los suyos—. Acabemos antes de que anochezca y se nos complique el trabajo.
El resto de la caballería enemiga había sido empujada hacia la plaza. Lo que quedaba de la infantería retrocedía hacia la mansión, la casa a la que Ymryl llamaba su "palacio" y donde había nacido Ilian. También era la casa donde había temblado, chillado y revelado el escondite de su hermano.
Por un momento, una sensación de insufrible desesperación sustituyo la alegría de Ilian, y se detuvo. El fragor de la batalla pareció disiparse. La escena se nubló. Y recordó el rostro de Ymryl, de una seriedad casi infantil, cuando se inclinó sobre ella y dijo: «¿Dónde está? ¿Dónde?».
Ilian se estremeció. Bajó la espada, indiferente al peligro que acechaba por todas partes. Cinco seres deformes, cuyos cuerpos y rostros estaban cubiertos de enormes verrugas, se abalanzaron hacia las manos engarfiadas. Ilian notó que uñas afiladas se abrían paso entre los eslabones de su malla. Les contempló con aire ausente.
—Bradne… —murmuró.
—¡Te han herido, muchacha!
Katinka van Bak apareció, un hacha golpeó un cráneo y una maza aplastó un hombro. Los seres deformes chillaron.
—¿Estás mareada?
Ilian salió del trance y utilizó su espada para partir en dos un cuerpo cubierto de verrugas.
—Sólo por un momento —respondió.
—Quedan unos cien —informó Katinka van Bak—. Se han atrincherado en la mansión de vuestro padre. Dudo que podamos desalojarles.
—Prenderemos fuego al edificio —dijo con frialdad Ilian—. Les quemaremos.
Katinka frunció el ceño.
—No me gusta eso. Deberíamos darles la oportunidad de rendirse…
—Les quemaremos a ellos y al edificio ¡Quemadles!
Ilian paseó la vista por la plaza. Estaba sembrada de cadáveres. Cincuenta de los suyos continuaban con vida.
—Se acabará la batalla, ¿no es cierto?
—Sí, pero…
—Y salvará las vidas de nuestros supervivientes.
—Sí… —Katinka intentó mirar a los ojos de Ilian, pero ésta volvió la cara—. Sí, pero piensa también en el edificio. Tus antepasados habitaron en él durante generaciones. Es el edificio más bello de Virithorm. No hay uno más hermoso en todo Garathorm. Las maderas con que fue construido son excepcionales. Muchas variedades de árbol empleadas en la construcción ya se han extinguido…
—Que arda. No podría vivir ahí de nuevo.
Katinka suspiró.
—Daré la orden, aunque no sea de mi agrado. ¿Puedo ofrecer la rendición a nuestros enemigos?
—A nosotros no nos dieron esa posibilidad.
—Pero nosotros no somos ellos. Moralmente…
No me apetecen sermones de momento, gracias.
Katinka van Bak se dispuso a obedecer la orden de la reina Ilian.
Hombres y mujeres de expresión sombría, con las manos apoyadas sobre sus armas y la cara teñida de rojo por las llamas, veían arder la mansión de Pyran en la negrura de la noche, percibían el olor procedente de la pira y escuchaban los débiles y horribles sonidos que todavía brotaban del humo negro y espeso.
—Justo es —dijo Ilian de Garathorm.
—Hay tres formas de justicia —replicó Katinka van Bak en voz baja—. El fuego no purificará vuestro sentimiento de culpa, Ilian.
—¿Por qué no? —Ilian lanzó una áspera carcajada—. Entonces, ¿cómo explicáis la satisfacción que siento?
—No estoy acostumbrada a estas cosas —dijo Katinka van Bak. Hablaba en voz baja para que sólo la oyera Ilian, y lo hacía de mala gana—. He sido testigo de actos de venganza similares, pero me desagrada la incomodidad que experimento ahora. Os habéis convertido en un ser cruel, Ilian.
—Es el sino del Campeón —dijo la voz de Jhary—. Siempre. No os inquietéis, Katinka van Bak. El Campeón siempre procura librarse, o librar a los demás, de cierto peso ambiguo. Uno de los medios que el Campeón emplea es la crueldad deliberada, actos contrarios a los dictados de su conciencia. Ilian piensa que sólo la agobia el peso de haber traicionado a su hermano. No es así. La culpa que la aflige es tal que vos y yo, Katinka van Bak, jamás podremos experimentarla. ¡Y demos gracias a los dioses por ello!