Cuando ella se resistió, dio orden de que la encarcelaran, de que sólo debía dormir y comer lo suficiente para seguir con vida. Sabía que, pasado un tiempo, accedería a sus deseos.
Y ahora, mientras comía, Ilian recordó de repente lo que había hecho. Algo que Katinka van Bak había callado. Ilian apenas pudo engullir la comida cuando se volvió y clavó una mirada penetrante en Katinka van Bak.
—¿Por qué no me habéis recordado lo de mi hermano? —preguntó con frialdad.
—No fue culpa vuestra —respondió Katinka van Bak. La mujer bajó la mirada—. Yo hubiera hecho lo mismo que vos. Cualquiera lo habría hecho. Os torturaron.
—Y yo se lo dije. Les dije donde estaba escondido. Le encontraron y le asesinaron.
—Os torturaron —insistió Katinka van Bak—. Destrozaron vuestro cuerpo. Lo ultrajaron. No os dejaron dormir. No os dejaron comer. Querían dos cosas de vos. Sólo les disteis una. ¡Fue todo un triunfo!
—Queréis decir que, en lugar de entregarme, entregué a mi hermano. ¿Llamáis a eso un triunfo?
—En aquellas circunstancias, sí. Olvidadlo, Ilian. Aún podemos vengar a vuestro hermano… y a los demás.
—Mucho he de hacer para expiar aquel crimen —dijo Ilian.
Había lágrimas en sus ojos y trató de contenerlas.
—Sea como sea, hay mucho que hacer —dijo Jhary-a-Conel.
El gatito blanco y negro sobrevolaba el bosque, conducido por una corriente de aire caliente. El sol descendía hacia el horizonte. El gato aguardó, porque prefería actuar de noche. Desde el suelo, si alguien conseguía verlo, lo confundirían con un halcón. Planeaba, sin mover apenas las alas, sobre una ciudad ocupada recientemente por un ejército numeroso y feroz.
Katinka van Bak no había mentido al describir el ejército que la había vencido. Su única mentira hacía referencia a dónde había luchado contra este ejército y a cuáles eran las intenciones de los invasores. En cierto sentido, desde luego, había ocupado las Montañas Búlgaras, ¿pues acaso no existía este país, de una forma misteriosa, dentro de su límite?
Mientras el sol se hundía, también el gatito blanco y negro descendía cada vez más, hasta que se posó sobre una rama cercana a la copa de uno de los árboles más altos. La brisa agitaba las hojas y producía la impresión, desde donde estaba el gato, de que el árbol se movía como las olas de un mar extraño.
El gato saltó y aterrizó sobre una rama más baja, volvió a saltar y esta vez desplegó sus alas. Voló unos metros, antes de encontrar otro lugar seguro.
Procedió a descender poco a poco hacia la ciudad, cuyas luces se veían muy abajo. No era la primera vez que el gato espiaba para su amo, Jhary-a-Conel, que se dirigía a un lugar inaccesible a Jhary, o a sus amigos.
Por fin, el gato alcanzó una rama que colgaba sobre el centro de la ciudad. Virinthorm carecía de murallas, pues hacía mucho tiempo que no las necesitaba, y todos sus edificios principales estaban construidos de ébano pulido y labrado, incrustado en marfil de ballena comprado a los pueblos ribereños del sur. En otros tiempos, aquella gente había cazado ballenas, pero ahora los pocos miembros que quedaban eran cazados por monstruos. Los demás edificios estaban hechos de madera dura, porque la piedra no abundaba en Garathorm, y las que aún quedaban en pie poseían un aspecto encantador.
El gato saltó y hundió sus garras en el suave techo de un enorme edificio. Trepó a la viga principal.
Un horrible hedor invadía la ciudad: el olor a muerte y putrefacción. El gato lo consideró al instante desagradable e interesante, pero reprimió el instinto de explorar el origen del olor. Desplegó las alas, abandonó el tejado, perdió altura rápidamente y se deslizó por una ventana abierta.
El extraordinario sexto sentido del gato no le había engañado. Se encontraba en un dormitorio. La estancia estaba atestada de ricos brocados, sedas y capas de pluma. La cama estaba desecha y muy desordenada. Por todas partes se veían diseminadas copas de vino vacías, y había señales de que se había derramado mucho vino por toda la habitación en el curso de semanas o meses. En la cama yacía un hombre desnudo. A su lado, dormían dos muchachas, estrechamente abrazadas. Había cortes y magulladuras en sus cuerpos. Las dos tenían el cabello negro y la piel pálida. El cabello del hombre era de un vivo color amarillo, tal vez teñido. El vello de su cuerpo no era del mismo color, sino de un castaño rojizo. Tenía un cuerpo muy musculoso y debía medir, como mínimo, dos metros de largo. La cabeza era grande y ahusada desde los anchos pómulos a la mandíbula; una cabeza brutal y poderosa, aunque emanaba cierta sensación de debilidad. El mentón puntiagudo y la boca cruel afeaban la cara (aunque tal vez alguien la encontrara atractiva) hasta crear un conjunto extrañamente repulsivo.
Era Ymryl.
Un cuerno de ámbar recubierto de plata colgaba mediante una cuerda de su grueso cuello.
Ymryl, el Cuerno Amarillo.
Y el cuerno se oía desde kilómetros de distancia, por si necesitaba convocar a sus hombres. Se decía que las notas del cuerno también podían oírse en otras partes. Se decía que podían oírse en el Infierno, donde Ymryl tenía camaradas.
Ymryl se removió, como si hubiera notado la presencia del gato. Éste se deslizó enseguida hacia un saliente de la pared más alejada. En otro tiempo habían colgado trofeos de ella, pero el escudo de oro ganado por los antepasados de Ilian había sido quitado meses antes. Ymryl tosió, gruñó y abrió los ojos un poco. Rodó sobre la cama, apoyó los codos sobre el culo de una chica y se sirvió vino de la jarra que descansaba sobre la mesilla de noche. Vació la copa, sorbió por la nariz y se incorporó en la cama.
—¡Garko! —ladró Ymryl—. ¡Ven, Garko!
Un ser salió trotando de otra habitación. Tenía cuatro piernas cortas, un torso redondo en el que estaba sepultada la cara y largos brazos delgados, terminados en unas enormes manos.
—¿Sí, amo? —susurró Garko.
—¿Qué hora es?
—Ya ha anochecido, amo.
—Así que he dormido todo el día, ¿eh? —Ymryl se levantó y se puso una bata sucia, robada del guardarropa del rey—. Otro día aburrido, sin duda. ¿No hay noticias del oeste?
—No. Si pensaran atacar, a estas alturas ya lo sabríamos, señor.
—Supongo que sí. ¡Por Arioco! Me aburro, Garko. Empiezo a sospechar que estamos aquí como castigo. Ojalá supiera en qué he ofendido a los Señores del Caos, si ése es el caso. Al principio, pensamos que nos habían dado un paraíso para que lo saqueáramos. Poca gente tenía idea de lo que era la guerra. Fue facilísimo conquistar sus ciudades. Y ahora no tenemos nada que hacer. ¿Cómo van los experimentos del hechicero?
—Sus intentos de poner en funcionamiento la máquina para viajar por las dimensiones han fracasado. Tengo poca fe en él, amo.
Ymryl sorbió por la nariz.
—Bueno, mató a la joven por mí…, o algo por el estilo. Y a distancia. Fue muy ingenioso. Quizá descubrirá la forma de sacarnos de aquí.
—Quizá, amo.
—No entiendo por qué ni los más poderosos de nosotros seguimos sin tener noticia de los Señores del Caos. Si no fuera Ymryl, el Cuerno Amarillo, si fuera un hombre inferior, me sentiría abandonado. En mi mundo, Garco, goberné una gran nación. Y la goberné en nombre del Caos. Me sacrifiqué mucho por Arioco, Garko. Muchísimo.
—Ya me lo habíais dicho, amo.
—Y otros eran reyes en sus mundos. Algunos gobernaban imperios. Y ninguno hemos compartido el mismo tiempo, ni siquiera el mismo plano, por lo visto. Eso es lo que me desconcierta. Cada ser, humano o inhumano, como tú, llegó aquí en el mismo momento, desde un mundo diferente. Sólo pudo ser obra de Arioco, o de algún otro Señor del Caos poderoso, porque todos, o la gran mayoría, somos servidores de aquellos grandes Señores de la Entropía, pero Arioco continua sin explicarnos el motivo de nuestra presencia aquí.
—Quizá no haya ninguno, amo.
Ymryl resopló y golpeó a Garko en la cabeza, aunque sin mucha fuerza.
—Arioco siempre tiene un motivo. Y es bueno con aquellos que le sirven sin hacer preguntas, tal como yo le serví durante muchos años en mi mundo. Al principio, pensé que esto era la recompensa…
Ymryl se acercó con la copa y la jarra a la ventana y contempló la ciudad que había conquistado, mientras se servía más vino. Ladeó su cabeza amarilla y bebió el vino.
—Me aburro tanto, tanto. Pensaba que los conquistadores de las provincias occidentales habrían intentado atacarnos, impulsados por la codicia, pero por lo visto son tan cautelosos como yo. No quieren provocar la cólera de Arioco, enfrentándose entre sí. Sin embargo, estoy empezando a cambiar de opinión a ese respecto. Creo que Arioco quiere que luchemos. Desea descubrir quién es el más fuerte. Quizá por eso nos trajo aquí. A modo de prueba, ¿entiendes, Garko?
—Una prueba. Entiendo, amo.
Ymryl resopló.
—Llama al hechicero. Quiero consultarle. Puede que me ayude a comprender algo.
—Le llamaré, amo.
Garko salió de la habitación.
El gatito blanco y negro vio que Ymryl paseaba arriba y abajo de la habitación, abismado en sus pensamientos. El hombre desprendía una sensación de inmensa fuerza física, pero también una indecisión que tal vez no siempre había mostrado. Quizá antes de someterse a los dictados del Caos había sido más fuerte. Se decía con frecuencia que el Caos moldeaba a quienes le servían…, y no siempre físicamente.
En un momento dado, Ymryl se detuvo y miró a su alrededor, como si intuyera de nuevo la presencia del gato, pero levantó la cabeza y murmuró:
—¡Arioco! ¡Arioco! ¿Por qué no venís? ¿Por qué no enviáis un mensajero?
Ymryl aguardó unos momentos, expectante; después, meneó la cabeza y continuó paseando.
Garko regresó un rato después.
—El hechicero está aquí, amo.
—Que entre.
Una figura encorvada, ataviada con una túnica verde decorada con serpientes negras, se deslizó en la habitación. Cubría su rostro con una máscara que representaba una serpiente a punto de atacar. La máscara estaba hecha de platino grabado, y piedras preciosas formaban los detalles.
—¿Para qué me habéis llamado, Cuerno Amarillo? —La voz del hechicero era algo apagada, levemente quejumbrosa, pero dentro de todo, deferente—. Estaba enfrascado en un experimento.
—El experimento, si tiene tanto éxito como los demás, puede esperar un poco, barón Kalan.
—Supongo que tenéis razón. —La máscara de serpiente se movió de un lado a otro cuando su dueño examinó la habitación, muy iluminada—. ¿De qué queréis hablar conmigo, Ymryl?
—Deseaba conocer vuestro análisis de la situación. Ya sabéis mi opinión, que estamos aquí como consecuencia de algún plan forjado por los Señores del Caos…
—Sí, y como ya sabéis, no conozco a estos seres sobrenaturales. Soy un científico. Si esos seres existen, parece que son tortuosos hasta el extremo de la estupidez…
—¡Silencio! —Ymryl levantó una mano—. Tolero vuestras blasfemias, barón Kalan, porque respeto vuestro talento. Os aseguro que el duque Arioco del Caos y los demás no sólo existen, sino que se interesan mucho por los asuntos de la humanidad, en todas las esferas de su existencia.
—Muy bien. Si debo aceptar ese hecho, tampoco entiendo por qué no se manifiestan. Mis teorías se basan en mis experiencias. Mis experimentos en el campo de la manipulación del tiempo han provocado una inmensa desestructuración, cuyo resultado, entre otras cosas, es este fenómeno en particular. Como vos, yo también tengo la sensación de estar varado en este lugar. Todos mis esfuerzos por enviar la pirámide a través de las dimensiones se han saldado con el fracaso, lo reconozco. Es un problema cuya respuesta se me escapa. Ha tenido lugar una conjunción de planos, pero no sé por qué se ha reunido en este mundo tanta gente de tantos planos diferentes.
Ymryl bostezó y toqueteó su cuerno amarillo.
—En conclusión, no sabéis nada.
—Os aseguro, Ymryl, que estoy trabajando en el problema, pero debo hacerlo a mi manera…
—Oh, no os estoy culpando, hechicero. Lo más irónico de la situación es que, pese a la cantidad de personas inteligentes congregadas aquí, ninguna es capaz de solucionar el problema. Los idiomas que hablamos suenan igual, pero todos son esencialmente diferentes. Los términos no son los mismos. Nuestras referencias no son las mismas. Yo llamo brujería a lo que vos llamáis "ciencia". Yo hablo de dioses y vos habláis de principios científicos. Todo es lo mismo, pero las palabras nos confunden.
—Sois un hombre inteligente, Ymryl, os lo aseguro. Me pregunto por qué perdéis el tiempo de esa forma. Da la impresión de que matar, fornicar o beber no os proporcionan excesivo placer…
—Os estáis pasando, y eso que soy tolerante —dijo Ymryl con suavidad—. Tengo que pasar el tiempo de alguna manera, y estimo en poco la cultura, salvo cuando me resulta útil. Vuestros conocimientos me han sido de utilidad anteriormente. Vivo en la paciente esperanza de que volverán a serme útiles. Estoy condenado, barón Kalan. Lo sé. Me condené en el momento en que acepté el obsequio de este cuerno que cuelga de mi cuello. El cuerno que ayudó a convertirme en el monarca de Hythiak, la nación más poderosa de mi mundo, cuando hasta aquel momento sólo era el jefe de una banda de ladrones de ganado. —Ymryl sonrió—. El duque Arioco en persona me dio el cuerno. Solicitaba la ayuda del Infierno siempre que yo la necesitaba. Me hizo grande. Sin embargo, también me convirtió en un esclavo: esclavo de los Señores del Caos. No puedo devolver este regalo, de la misma forma que no puedo negarme a servirles. Y por estar condenado, la vida carece de sentido para mí. Cuando era ladrón de ganado tenía ambiciones. Ahora, añoro aquellos tiempos sencillos, cuando pasaba el tiempo bebiendo, matando y fornicando. —La sonrisa de Ymryl se convirtió en una carcajada—. Da la impresión de que el trato me ha reportado muy poco.
Rodeó con el brazo la encorvada espalda del hechicero y salió con él de la habitación.
—Vamos. Quiero ver los progresos de vuestros experimentos.
El gatito se asomó al borde del saliente y miró hacia abajo. Las dos muchachas seguían durmiendo, fundidas en su estrecho abrazo.
El gato oyó que las carcajadas de Ymryl despertaban ecos en la habitación. Saltó desde el saliente, pasó por encima de la cama y salió por la ventana, de vuelta a donde le aguardaba Jhary-a-Conel.