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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

Cronopaisaje (7 page)

BOOK: Cronopaisaje
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—Especialmente los físicos, puesto que nosotros sabemos de qué se trata. El asunto es que Einstein mostró que dos personas yendo la una al encuentro de la otra no pueden ponerse de acuerdo sobre dos acontecimientos que se produzcan al mismo tiempo. Ello es debido a que la luz necesita un tiempo finito para viajar desde los acontecimientos hasta las dos personas, y ese tiempo es distinto para cada una de ellas. Puedo demostrarle eso con algunas matemáticas sencillas…

—Oh, no hace falta, de veras —se echó a reír Marjorie.

—De acuerdo. Esto es una fiesta, después de todo. El asunto es que su esposo está yendo aquí detrás de un pez grande. Su experimento con los taquiones lleva las ideas de Einstein un paso más allá, en un cierto sentido. El descubrimiento de partículas viajando más rápidas que la luz significa que esos dos observadores que se están moviendo tampoco se pondrán de acuerdo acerca de cuál de los dos acontecimientos llegó primero. Es decir, el sentido del tiempo resulta también embrollado.

—Pero seguramente esto es tan sólo una dificultad de comunicación. Un problema con el haz de taquiones y todo eso.

—No, absolutamente falso. Es fundamental. Mire, la «barrera de la luz», como era llamada, nos mantenía en un universo que poseía un sentido desordenado de lo que es simultáneo. ¡Pero al menos podíamos decir en qué sentido fluía el tiempo! Ahora ni siquiera eso podemos hacer.

—¿Usando esas partículas? —dijo Marjorie dubitativamente.

—Sí. Raramente se producen de forma natural, creemos, de modo que no hemos visto antes sus efectos. Pero ahora…

—¿No sería más excitante construir una espacionave a taquiones? ¿Ir a las estrellas?

Él agitó fuertemente la cabeza.

—En absoluto. Todo lo que John puede crear son haces de partículas, no objetos sólidos. De todos modos, ¿cómo viajaría usted en una espacionave que se moviera más rápido que la luz? La idea en sí es un absurdo. No, el auténtico impacto aquí es la transmisión de señales, un campo completamente nuevo dentro de la física. Y yo… yo tengo la suerte de estar metido en ello.

Instintivamente, Marjorie adelantó su mano y palmeó el brazo del hombre, sintiendo una oleada de tranquila alegría ante aquella última frase. Era bueno ver a alguien totalmente comprometido con algo más allá de sí mismo, especialmente en esos días. John era igual que él, por supuesto, pero con John era algo distinto. Sus emociones estaban encapsuladas por una obsesión con la maquinaria y con alguna turbulencia interna, casi una desafiante irritación ante el universo por guardar sus secretos. Quizás ésa fuera la diferencia entre meramente pensar acerca de los experimentos, como nacía Greg, y tener realmente que ver con ellos. Podía ser difícil creer en serenas bellezas matemáticas cuando uno tenía las manos sucias.

James se les acercó.

—Greg, ¿tienes alguna información acerca del clima político de Washington? Estaba preguntándome…

Marjorie vio que el momento de comunicación entre ella y Greg se había roto, de modo que se apartó, observando la geometría de sus huéspedes. James y Greg discutían ya de política. Greg cambió inmediatamente de engranajes conversacionales. Rápidamente tomaron partido acerca de las incesantes huelgas, echando la mayor parte de la culpa sobre el Consejo de Sindicatos de Comercio. James preguntó cuándo iba a abrir de nuevo el gobierno americano el mercado de valores. John estaba flotando por ahí, sin objetivo fijo. Qué extraño, pensó Marjorie, que un hombre se sintiera tan incómodo en su propia casa. Se dio cuenta, por el fruncimiento de sus cejas, que estaba dudando acerca de si unirse o no a los dos hombres. No sabía nada del mercado de valores y casi lo despreciaba como si fuera una forma de juego. Suspiró y sintió piedad por él.

—John, ven y échame una mano, ¿quieres? Voy a poner el primer plato en la mesa.

Él se volvió, aliviado, y la siguió al interior de la casa. Ella echó un vistazo al paté moteado de gris y adornó los platos con rizos de zanahoria y lechuga del huerto. John la ayudó a preparar los moldes de mantequilla y las tostadas Melba hechas con pan horneado en casa. Luego abrió algunas botellas de vino hecho en casa.

Marjorie se introdujo entre los retazos de conversación, conduciendo a sus invitados con gentiles invitaciones a la mesa. Se sentía casi como un perro ovejero, volviendo sobre sus pasos para insistir a aquellos que habían llegado a un punto interesante en su conversación y se habían retrasado en el jardín. Hubo murmurados comentarios de apreciación ante la mesa, adornada con flores del jardín y velas individuales hábilmente dispuestas dentro de las servilletas dobladas. Los organizó alrededor de la mesa, Jan cerca de James ya que parecían entenderse perfectamente, Greg se sentó junto a Heather; ella pareció un poco nerviosa ante ese detalle.

—Marjorie, eres una maravilla —declaró Heather—. Este paté es delicioso… y este pan es horneado en casa, ¿no? ¿Cómo te las arreglas, con el racionamiento de energía y todo lo demás?

—Dios, sí. Es terrible, ¿no? —exclamó Greg—. Quiero decir el racionamiento de energía —añadió rápidamente—. El paté es excelente. Buen pan, también. Pero tener electricidad únicamente cuatro horas al día… increíble. No comprendo corno la gente puede vivir así.

Y la mesa se desencadenó en una serie de comentarios: «Es una medida experimental, hay que comprenderlo»… «¿Crees que durará?»… «Demasiadas desigualdades»… «Las fábricas siguen teniendo energía, por supuesto»… «Los horarios de trabajo se han visto alterados»… «Aquellos que están enfermos, los viejos excéntricos como nosotros»… «Los pobres no se preocupan por ello, ¿verdad?»… «Mientras puedan abrir una lata de judías y una cerveza»… «Los ricos que poseen todos los aparatos eléctricos que»… «Es por eso que va a ser fulminantemente cesado»… «Yo sencillamente lo hago todo a la vez, pongo la lavadora y paso el aspirador y»… «Entre las diez y las doce del mediodía y durante las horas nocturnas»… «El mes próximo será peor, cuando cambie de nuevo el horario»… «La Anglia Oriental está siguiendo el mismo esquema que los Midlans, de doce a dos y de ocho a diez»…

—¿Cuánto tiempo pasará antes de que la Anglia Oriental vuelva de nuevo al esquema de seis a ocho? —intervino John—. Al menos es un buen horario para tener invitados.

—No hasta noviembre —respondió Marjorie—. El mes de la coronación.

—Oh, sí —murmuró Greg—. Danzando en la húmeda oscuridad.

—Bueno, puede que hagan una excepción —dijo Heather, algo amilanada por el sarcástico tono de Greg.

—¿Cómo?

—No cortando la energía. A fin de que la gente de todo el país pueda ver la ceremonia.

—Sí —dijo Marjorie—. Londres no necesitará siquiera un suplemento de energía para ponerlo todo en marcha. Si pensamos en ello, una coronación es un acontecimiento completamente ecológico.

—Al decir «ecológico» quieres dar a entender «virtuoso», ¿no? —preguntó Greg.

—Bueeeno —Marjorie dejó arrastrar la palabra mientras intentaba juzgar qué era exactamente lo que quería decir Greg—. Sé que es un mal empleo de la palabra, pero realmente, en la coronación, siempre se utilizan carrozas tiradas por caballos, y la abadía está iluminada con velas. Y no necesitarán calefacción, con todas aquellas personas con sus ropas recubiertas de pieles.

—Sí, me gustaría verlo —dijo Jan—. Todo tan lleno de colorido.

—Siempre preocupados por el interés público, los pares —afirmó James juiciosamente—. Han sido de una gran ayuda al gobierno. Acelerando la legislación y todo lo demás.

—Oh, sí —sonrió Greg—. Harán todo lo que sea por los trabajadores, excepto convertirse en uno de ellos.

A un coro de risitas de asentimiento, Heather añadió:

—Bueno, sí, todo el mundo prefiere hablar antes que trabajar. Los pares simplemente llenan el aire con sus discursos.

—Y por lo que he visto, viceversa —respondió Greg.

El rostro de James se puso rígido. Marjorie recordó de pronto que tenía un influyente familiar en la Cámara de los Lores. Se puso rápidamente en pie y murmuró algo acerca de ir a buscar el pollo. Mientras se iba, Markham inició una frase acerca del punto de vista americano sobre el partido de la oposición, y la tensa boca de James se distendió. Un extremo de la mesa se centró en los dardos políticos de Greg, y en el otro James preguntó:

—Aún resulta extraño decir «el rey», después de toda una vida diciendo «la reina», ¿no?

Marjorie regresó con un gran recipiente de pollo a la crema con verduras tiernas y arroz pilaff. Unos murmullos apreciativos dieron la bienvenida a la aromática vaharada cuando ella alzó la tapa. Mientras servía el pollo, la conversación se fragmentó, James y Greg hablando de las leyes laborales, los demás hablando de la inminente coronación. La reina Isabel había abdicado a favor de su hijo mayor en las últimas Navidades, y él había elegido ser coronado el día de su cincuenta aniversario, en noviembre.

John había ido a buscar más vino, esta vez un blanco también hecho en casa.

—Creo que es un terrible derroche de dinero —declaró Heather—. Hay tantas cosas mejores en las que podríamos gastar nuestro dinero antes que en una coronación. ¿Qué hay acerca del cáncer, por ejemplo? Las estadísticas son aterradoras. Uno de cada cuatro, ¿no es así? —Se calló de pronto.

Marjorie sabía la causa, y sin embargo le pareció carente de sentido eludirla. Se inclinó hacia delante.

—¿Cómo está tu madre?

Heather no vaciló en seguir la conversación; Marjorie se dio cuenta de que necesitaba hablar de ello.

—Mamá sigue bien, teniendo en cuenta todos los aspectos. Quiero decir, se está deteriorando, por supuesto, pero realmente parece haberlo aceptado. Estaba terriblemente asustada de que tuvieran que drogarla al final, ya sabes.

—¿No va a ser así? —preguntó John.

—No, los doctores dicen que no. Ha salido un nuevo tipo de anestésico electrónico.

—Simplemente actúa sobre los centros superficiales del cerebro —añadió James—. Bloquea la percepción del dolor. Mucho menos arriesgado que los anestésicos químicos.

—Y menos adictivo también, supongo —dijo Greg.

Heather parpadeó.

—No había pensado en eso. ¿Puede uno volverse adicto?

—Quizá no, si simplemente eliminan el dolor —dijo Jan—. ¿Pero y si descubren una forma de estimular también los centros del placer?

—Ya la han descubierto —murmuró Greg.

—¿De veras? —dijo Marjorie—. ¿La están utilizando también?

—No se atreven. —James dijo aquello con aire definitivo.

—Bueno, en cualquier caso —prosiguió Heather—, todo eso ya no influye para nada en mamá. Los doctores no tienen ni idea de cómo detener el cáncer que tiene.

Antes de que el interés se centrara en los detalles del pronóstico, Marjorie se apresuró a hablar de otros temas.

Cuando sonó el teléfono, contestó John. Una voz chillona se identificó como Peterson.

—Deseaba hacérselo saber antes de marcharme esta noche —dijo—. Estoy en Londres; la reunión del Consejo Europeo acaba de terminar. Creo que he conseguido lo que necesitan ustedes, o al menos parte de ello.

—Espléndido —dijo John rápidamente—. Maravilloso.

—Digo «parte», porque no estoy seguro de que los americanos vayan a enviar todo lo que necesitan ustedes. Dicen que tienen en mente otros usos. Usos distintos a ese asunto de los taquiones, quiero decir.

—¿Podría conseguir yo una lista de lo que tienen?

—Estoy trabajando en ello. Escuche. Tengo que colgar. Solamente deseaba que usted lo supiera.

—De acuerdo. Estupendo. ¡Ah, y gracias!

La noticia cambió el ambiente de la velada. Heather y James no sabían nada del experimento de John, de modo que hubo que explicar mucho antes de que pudieran comprender la importancia de la llamada telefónica. Renfrew y Markham se turnaron explicando la idea básica, evitando cuidadosamente la parte más complicada de las transformaciones de Lorentz y cómo los taquiones podían propagarse hacia atrás en el tiempo; para intentarlo hubieran necesitado una pizarra. Marjorie entró procedente de la cocina, secándose las manos en un delantal. Las voces de los hombres eran enérgicas, resonando en el pequeño comedor. La luz de las velas bañaba los rostros en torno a la mesa con un pálido resplandor amarillo. Las mujeres hablaban con crecientes inflexiones, preguntando.

—Parece extraño pensar en la gente del pasado de una como en algo real —dijo Marjorie distantemente. Las cabezas se volvieron hacia ella—. Es decir, imaginarla como personas vivas y susceptibles de ser cambiadas de alguna forma…

Los reunidos permanecieron en silencio por un momento. Varios de ellos fruncieron el ceño. La forma de Marjorie de plantear el problema los había pillado desequilibrados. A menudo aquella noche habían hablado de las cosas cambiando en el futuro. Imaginar el pasado tan vivo también, una cosa viva y maleable…

El momento pasó, y Marjorie volvió a la cocina. Regresó no con uno sino con tres postres. Cuando los depositó sobre la mesa, el plato fuerte —un merengue a base de frambuesas tempranas y crema batida— creó la oleada de ahs que había anticipado. Al cabo de un momento siguió con moldes de mousse de fresas y un gran bol de cristal con bizcocho borracho al jerez cuidadosamente decorado.

—Marjorie, eres realmente extraordinaria —protestó James.

John se sentó y radió orgullo silenciosamente mientras sus huéspedes cantaban alabanzas a su esposa. Incluso Jan se sirvió dos veces, aunque rechazó el bizcocho borracho.

—Creo —comentó Greg— que los dulces deben ser el sustituto inglés para el sexo. Después de los postres, los invitados se trasladaron cerca de la chimenea, mientras Greg y John retiraban los platos de postre. Marjorie sintió una cálida relajación por todo su cuerpo mientras preparaba el servicio de té. La habitación se había enfriado a medida que se acentuaba la oscuridad; añadió un pequeño y resplandeciente hornillo a vela para calentar las tazas. El fuego de la chimenea chisporroteó y arrojó una chispa naranja sobre la gastada moqueta.

—Sé que se supone que el café es malo para ustedes, pero debo decir que es lo que va mejor con los licores —observó Marjorie—. ¿Alguien quiere un poco? Tenemos Drambuie, Cointreau y Grand Marnier. No caseros.

Sintió una relajada sensación de la tarea bien terminada ahora que la comida había llegado a su final. Sus deberes terminaban tendiendo las tazas. Fuera empezaba a alzarse el viento. Las cortinas estaban abiertas y pudo ver las silueteadas ramas de los pinos agitarse al otro lado de las ventanas. La sala de estar era un oasis de luz, paz y estabilidad.

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