Read Cruising Online

Authors: Frank García

Cruising (16 page)

BOOK: Cruising
9.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Está bien, te lo pondré con la boca.

Se agachó y me lo puso con la boca. Se incorporó, subió una pierna al borde de la bañera y se la metí de golpe. Decidí follarle a saco, primero para saber su aguante y segundo, sabía que eso le calentaría y él haría lo mismo conmigo, como así sucedió. Nos limpiamos bien y nos secamos. Yo con la toalla que me prestó Marco y él con la suya.

—Si te parece, me apetece buscar un par de machos y follarlos a la vez los dos, pero nuestra leche les tiene que empapar la espalda.

—Yo no soy tan lefero como tú.

—Me da igual, quiero ver como explota esa polla.

—Vamos vicioso —le agarré de la polla—, sigamos follando.

Me sonrió y agarró mi polla.

—Entremos así en el salón.

—Me gustas cabrón, ¿de dónde eres? Tienes cierto acento.

—Portugués.

—Ya decía yo. Bueno vecino, demostremos de que somos capaces los peninsulares.

—¿Español? —me sonrió—. Normal que seas tan caliente.

Entramos en el salón y nos quedamos mirando aquel paisaje de carne. Nadie estaba en pequeños grupos, ni en parejas. Todo el mundo estaba unido en el centro. Unos encima de otros. Rodeándose por todos los sitios, con sus pollas en las bocas y culos de los demás, pero ninguna libre. Un chico nos sonrió y movió su culo, al lado mismo otro estaba también en pompa comiendo el rabo a otro. Nos miramos y nos colocamos un condón cada uno. Nos arrodillamos y contamos en silencio. Uno, dos y tres y las dos pollas entraron hasta el final. No se inmutaron y empezamos a penetrarles despacio.

Paulo resultó ser muy divertido y juguetón. Lo descubrí mientas penetrábamos a aquellos dos chicos. Empezaba a poner posturitas: colocando los brazos en cruz, detrás de la nuca mientras meneaba la cadera, con una mano en una nalga y la otra haciendo el rodeo… Y yo le imitaba. Luego, después de un buen rato me sugirió galopar con fuerza y lo hicimos como dos jinetes sobre sus caballos. Yo tenía más aguante que él a la hora de eyacular y él lo sabía con lo que me avisó con tiempo suficiente para que yo acelerase más y juntos sacar las pollas de los culos, quitarnos el condón y llenar aquellas espaldas de nuestro líquido blanco y caliente. Fue la primera vez que probé mi semen, cuando el comenzó a lamer el suyo de aquella espalda y yo hice lo mismo. No me resultó desagradable, todo lo contrario, resultó muy dulce. Nos pusimos de pie, nos abrazamos y le besé. Nuestros rabos húmedos jugaron durante un rato, flácidos entre ellos y aquellos dos chicos se levantaron, nos abrazaron por detrás y jugaron al mismo juego que nosotros habíamos emprendido momentos antes con ellos. Nos penetraron sin separarse de nosotros y nos vimos allí envueltos y rodeados por dos machos. Sentí la polla de Paulo crecer y la mía. Ellas mismas buscaron una posición para no molestarse y nosotros seguimos comiéndonos la boca, mientras terminaron de penetrarnos.

—¿Otra ducha?

—Tengo una idea mejor. ¿Qué te parece si llenamos la bañera con espuma y mientras nos revolcamos entre todos estos y les pedimos que se corran encima de nosotros? Luego nos vamos, nos metemos en la bañera y la disfrutamos tú y yo tranquilamente.

—¡Sí! Gran idea.

Fuimos al baño y preparamos todo, dejamos el grifo cayendo el agua suficiente para que nos diera tiempo de un buen revolcón y no se saliera el agua por fuera. Corrimos hacia el salón y nos metimos entre todos. Nos comimos varios rabos, nos follaron y follamos y Paulo gritó:

—¡Queremos leche encima de nosotros!

Varios tíos se incorporaron y se pusieron a masturbarse, les ayudábamos con caricias, tocándoles los huevos e incluso comiéndoselos a algunos de ellos y empezó a caer la lluvia blanca sobre nuestros cuerpos. Paulo y yo sonreíamos mientras nos morreábamos. Nos revolcamos el uno encima del otro juntando la leche de todos aquellos machos.

—A la bañera —le susurré al oído.

Nos levantamos, entramos en el baño entre risas, cerramos por dentro y nos metimos en la bañera.

—Me lo estoy pasando muy bien contigo —comentó.

—Yo también. Eres un tío, como se dice en España, de puta madre.

—Conozco vuestras expresiones. Paso siempre mis vacaciones en Andalucía.

—Yo soy de Granada.

—¡Qué bonita es Granada! Me enamoró, pero no tanto como tú —le miré sorprendido—. Disculpa, lo he dicho mal. He querido decir que tú eres más bonito que Granada, no que esté enamorado de ti —se rió a carcajadas mientras me lanzaba una gran cantidad de espuma a la cara.

—Eres muy especial tío, me alegro de haberte conocido.

—Y lo que nos queda.

—Me da pena que se termine la orgía…

—No. Lo que nos queda a ti y a mí. Me gustaría que nuestra amistad continuase.

—Por mí perfecto.

—¿Dónde vives?

—En una residencia. Estoy aquí por trabajo y no sé cuando tendré que regresar.

—¿Por qué no te vienes a vivir conmigo? Nada de compromisos, cada uno a lo suyo, si nos apetece follar, follamos. Si cada uno quiere salir por su lado, lo mismo. Pero me gustaría tenerte como compañero. Vivir sólo es un aburrimiento.

—Te tomo la palabra. Te pagaré a ti lo que pago a la residencia.

—A mí no me tienes que pagar nada. El piso es de la empresa y no tengo gastos —sonreí y no le dije nada—. ¿Por qué sonríes de esa manera? Me gusta verte sonreír.

—Hace un par de días estaba agobiado, no conocía a nadie aquí salvo a algunos de la residencia y la verdad que no he pasado de conversaciones típicas y ahora… Ahora me encuentro contigo.

—Yo soy muy natural, ya me ves. Soy así. Un poco payaso, muy vicioso, pero también serio cuando hay que serlo.

—Sí, somos muy parecidos.

—¿Follamos? —me tocó la polla con el pie.

—No me apetece, la verdad que ahora me gustaría salir de esta bañera, secarme e irme a casa, desnudarme y meterme en la cama con alguien como tú —le miré—. Pero sin follar y al despertarnos…

—Echar un buen polvo matutino. Esos son los mejores.

—Sí.

—Pues hagámoslo —se levantó y la espuma le cubría todo el cuerpo—. Salgamos sin que nadie se entere y nos vamos a mi casa. O mejor, vamos a la residencia donde estás, lo recoges todo y ya te quedas a vivir conmigo. Yo vivo en pleno centro.

—Pues yo trabajo en el centro —me levanté y le quité algo de la espuma que tenía por el cuerpo, él hizo lo mismo y después de algunas caricias nos aclaramos y secamos—. Avisaré a Marco, espero que no le importe.

Marco abandonó la orgía por unos instantes para entregar la bolsa a Paulo. Yo estaba vistiéndome en la habitación y entró.

—¿Te parece bonito? —me preguntó con cara de enfadado.

—Perdona, es qué… —intenté disculparme y su semblante cambió sonriendo.

—Me di cuenta desde el primer momento. Paulo es un gran amigo y una persona increíble.

—Dejo la residencia, me voy a vivir con él.

—¿Cómo? —me miró sorprendido.

—Sí. Le he ofrecido quedarse en mi casa —intervino Paulo entrando en la habitación—. Nos hemos caído muy bien y quiero que nos conozcamos mejor. Los dos estamos solos.

—Me alegro por los dos, pero espero veros a menudo y en la próxima fiesta.

—Querido Marco —le abrazó—. Tú eres uno de mis mejores amigos. Andrés y yo viviremos como amigos, eso sí, con derecho a roce cuando nos apetezca a los dos.

—Que será siempre —le interrumpió

—Bueno, pero lo tenemos muy claro. Además él algún día se volverá a España y yo no quiero un novio tan lejos.

—Si ya estáis vestidos, os abriré despacio, no quiero alertar al resto de la jauría.

—La manada ni se va a enterar de nuestra falta. Como siempre ha sido un placer venir a una de tus fiestas. Te lo montas muy bien y esta vez mejor que nunca —me besó en los labios—. Tu novedad ha sido la mejor.

—Lo sabía, pero te la llevas tú.

Besé a Marco —al menos yo, quiero volver a sentir tu piel.

—La sentirás amigo, la sentirás. Largo de mi casa, que me estoy quedando frío.

—Fin de la historia —y Andrés me miró esperando mi reacción.

—Es curioso. Yo descubrí un gran amigo en aquella fiesta de cuero y tú en la orgía.

—Sí. La gente en ocasiones se equivoca. Es cierto que en fiestas como la tuya o una orgía, como la que yo asistí, se va a follar a saco y ese es el objetivo principal. Mucho morbo, mucha carne, calor humano y sexo hasta el límite, pero también suelen surgir conversaciones y amistades.

—Tal vez es la poca información y la que se tiene, cuando no hay experiencia en esos campos, está desvirtuada por imágenes en revistas o películas.

—Sí, por eso yo nunca me he cerrado a nada.

—Es igual que la situación en la que estamos tú y yo ahora. Dos tíos en pelotas encima de una cama, hablando de sexo. Mucha gente pensaría, que lo que buscan es calentarse el uno al otro y luego follar como animales, en cambio, yo me siento feliz tal y como estoy ahora. Sin deseo de sexo — encendí otro cigarrillo—. ¿Qué pasó con Paulo?

—Nos hicimos grandes amigos como te puedes imaginar. Estábamos compenetrados al máximo. Los meses que viví en su casa están aún muy vivos dentro de mí. Resultaba tierno, seductor, romántico, juguetón, divertido. Se parecía mucho a ti, tal vez por ese motivo, he conectado más directamente contigo.

—Vamos, que soy la sombra de tu amor portugués.

—No, no me entiendas mal.

—Es lo que has sugerido.

—No. Como se suele decir, "no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada". Él era él y tú eres tú. Él aportó a mi vida mucho y espero que tú lo hagas desde ahora hasta el fin de nuestras vidas. Siempre he sabido lo que buscaba en la vida: Un hombre que mantenga despierto el niño que llevo dentro y caliente al hombre que soy.

—Vale. Por esta vez te libras. Continúa,

—Pues eso. Compartíamos las mismas cosas. Por las mañanas nos levantábamos pronto, porque a él le gustaba el deporte y me contagió aquella afición de correr. Así que ya me ves en pantalón corto y camiseta corriendo por Green Park.

—Estarías muy sexy. Tienes buenas piernas para lucir.

—¡Tendrás quejas del resto!

—No seas tan susceptible. Lo he dicho por los pantalones cortos.

—Pasábamos aproximadamente una hora corriendo y regresábamos a casa. Nos dábamos una buena ducha y desayunábamos. En la puerta de la calle nos despedíamos. Cada uno a su trabajo y a la vuelta, a diario, de lunes a jueves no salíamos más que a dar un paseo o a comprar algo que se nos había olvidado. Tenía muy buena mano para la cocina, disfrutaba preparando todo tipo de platos y si no hubiera sido por aquellas carreras matutinas, hubiera engordado como un cerdo. Cenábamos siempre en la cama, desnudos y viendo alguna película o hablando tranquilamente.

—¿Cenabais en la cama?

—Sí. Paulo tenía una de esas mesas que se adaptan a las camas para los enfermos. Muy pocas veces, cuando estábamos en casa, comíamos, cenábamos o desayunábamos, en la mesa del comedor. Preferíamos desnudarnos, meternos en la cama y allí descansar tranquilamente. El me descubrió el Londres que los turistas no conocen y nos gustaba pasear por los parques, creo que los conocí todos, al menos los más importantes. Londres tiene un clima templado y lluvioso y, sin duda, la mejor estación es el verano. Con su coche recorríamos toda la ciudad de un lado a otro y nos deteníamos en aquellos en los que me deseaba mostrar algo interesante.

—Así que te robó el trabajo.

—No, todo lo contrario. Cuando salía como guía, siempre el recorrido era el mismo. Resultaba igual de pesado y monótono, pero desde que Paulo me enseñara otros sitios, me permitía la licencia de llevarlos también a esos lugares. Los turistas me lo agradecían y el bolsillo también. Las propinas eran muy generosas. En la agencia me preguntaban cómo podía conocer esos lugares y les decía que por la noche estudiaba la historia de Londres en Internet.

—¡Qué cabrón!

—Pues sí. Todos salíamos ganando.

—¿Alguna vez algún turista te pidió información de lugares gays?

—Constantemente y en algunas ocasiones Paulo y yo les acompañábamos, al igual que terminábamos follando en la casa de Paulo, con aquellos que más nos gustaban.

—El guía resultaba ser un semental.

—Ya te lo he demostrado y eso que aún no has probado mi rabo.

—¿Es una insinuación?

No me contestó, cogió otro cigarrillo, lo encendió, me lo ofreció y él prendió otro. Miré hacia la ventana, la tarde empezaba a decaer. Me levanté, abrí la ventana y me asomé. Por fin había dejado de llover.

—¿Te quedas a dormir?

—Me gustaría, pero tengo que preparar cosas en casa.

—Está bien —agachó la cabeza y dejó caer la ceniza en el cenicero.

—No te pongas triste —me senté junto a él y lo abracé—. Te prometo que esta semana empaqueto todo y me vengo contigo. Hablaré con el casero y le diré que me tengo que ir, ya inventaré algo. Quiero vivir contigo, compartir nuestras vidas, como lo hiciste con Paulo.

—Será mucho mejor, Paulo y yo éramos amigos con derecho a roce, nada más. Tú eres mi chico y espero no defraudarte jamás. Te amo y quiero amarte toda mi vida. Eres…

—No lo harás, estoy más que convencido. Entre nosotros existirá siempre la complicidad, que es lo que une a dos personas. Ya ves, nos estamos contando nuestras experiencias sexuales con total naturalidad.

—Sí, es verdad —sonrió—. Tengo miedo, pero quiero intentarlo. Mi corazón está curado, pero soy un sentimental y no quiero sufrir.

—Menos mal que no soy de guardar muchas cosas, porque odio las mudanzas. Compraré unas cajas y con las maletas…

—Yo te ayudaré. Tengo un amigo que tiene una furgoneta y si no tienes muebles, en un viaje lo haremos todo.

—Nene, me voy a tener que ir —le abracé con fuerza—. Me va a costar conciliar el sueño esta noche sin sentirte a mi lado. Esa costumbre sí que no la quiero perder: abrazarte y sentirte.

—Y a mí, pero piensa que a partir del viernes ya no podrás separarte de mí.

—¡Qué miedo!

—Tiembla. No sabes lo que te espera.

—Me gustas cabrón, me divierto contigo. Las horas se pasan volando junto a ti.

—Y yo. Me tienes que contar más aventuras.

—Sí, el próximo día te hablaré de la primera vez que fisteé a un tío.

—Me gustaría más ver como lo haces.

—No es mala idea. El viernes, después de traer mis cosas, cenamos, nos duchamos y nos vamos.

—¿Vestidos de cuero?

BOOK: Cruising
9.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Death in the Highlands by Caroline Dunford
Ride Me Cowboy by Taylor, Alycia
Lady Dearing's Masquerade by Greene, Elena
The Fragrance of Her Name by Marcia Lynn McClure
Skylark by Patricia MacLachlan
Deception's Playground by al-Fahim, Kevin Williams
Blood of the Rainbow by Shelia Chapman
And Able by Lucy Monroe