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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (54 page)

BOOK: Cruzada
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―¿De modo que nos esperan cuatro siglos más de gobierno Tar' Conantur? ―protestó Ithien, que parecía a punto de explotar―. ¿Preferiríais tener otro
Valdur,
otro Orosius, otro Eshar?

―Sí ―declaró Khalia―. Los emperadores proporcionaron a Thetia estabilidad y un liderazgo coherente. Recuerdo la noche en que murió Perseus, cuando existía un claro heredero pero apenas tenía tres años. Se produjo una circunstancia tan inesperada, una caos tan absoluto durante más de una semana, que todos intentaron asumir el control del Consejo de Regencia.

«Lapso durante el cual la Asamblea se sentó a debatir cuántos clanes debían ser representados en el consejo. Finalmente fueron tres, porque tres de los líderes decidieron ignorar a la Asamblea y encargarse de la cuestión por su cuenta. Ése es el modo en que funciona la Asamblea, damas y caballeros, y esperar que asuma el control tras el asesinato de un emperador mucho más poderoso es una idea ridícula.

Nunca hubiera pensado que Khalia adoptaría un papel tan central, pero ella sabía más sobre política thetiana que cualquiera de los demás, incluido Ithien. Era imposible ser doctora en la corte thetiana durante tantos años sin comprender su funcionamiento.

―Bien, ¿y qué pensáis de un sustituto provisional? ―propuso Palatina―. Alguien que pueda restituir el orden, reconducir la marina y luego abandonar el cargo cuando la Asamblea sea lo suficientemente fuerte. El almirante Tanais, por ejemplo.

―Tanais sería una excelente elección ―asentí―, pero no tenemos la menor idea de dónde está. ¿Qué posibilidades tenemos de encontrarlo en los próximos dos o tres días?

Dábamos por sentado que no podíamos perder mucho tiempo. Si queríamos que algo sucediese, tendríamos que estar en Thetia en el momento en que se anunciase la muerte de Eshar. Ya habíamos enviado a buscar la manta de Ithien, y el buque correo del Dominio había sido capturado y estaba listo para zarpar. Hamílcar nos había ofrecido también utilizar su
Aegeta,
aunque era sólo un barco mercante. Llevaría algún tiempo prepararlo y por eso nos permitíamos el lujo de estar allí sentados durante un par de horas.

―Es mejor idea ―reconoció Sagantha.

―Pero ¿qué haremos para evitar que otro asuma el mando? ―dijo Ithien―. El almirante Charidemus podría mantener el orden, pero iniciaría una lucha por el poder en el momento mismo de descubrir que Eshar ha muerto.

―¿Lo haría de veras? ―preguntó Vespasia―. Después de tantos siglos, la gente piensa que la familia imperial es especial, que le corresponde a ella cubrir ese puesto y a nadie más.

―No han sido muy afortunados últimamente ―comentó Khalia―. De todos modos, tenemos aquí a dos miembros de la familia. Incluyendo a la que Orosius había designado emperatriz antes de morir..

Nunca se lo había dicho a Palatina, y había arrojado el pendiente con el delfín que me dio Orosius a las tinieblas del
Aeón
de forma deliberada.

Ravenna, Sagantha, Hamílcar y Vespasia miraron a Palatina. Ithien, Khalia y Oailos, ignorando a Palatina, fijaron los ojos en mí. Sentí que me recorría un curioso escalofrío al pensar que pudiesen seguir mirándome.

―No ―dijimos al unísono Palatina y yo, y luego sobrevino el silencio. Aproveché la oportunidad para continuar, sabiendo con absoluta certeza que nunca haría lo que me pedían, que si permitía que incluso mis amigos me convirtieran en su marioneta conduciría a Thetia, y a mí mismo, al desastre.

―No puedo ayudaros ―afirmé, tajante, mientras intentaba decidir cuál era el mejor argumento―. Nadie sabe que existo y, además, me parezco demasiado a Orosius. De hecho, algunos podrían creer que soy el mismísimo Orosius. La marina lo odiaba, debéis recordarlo.

Ésos no eran los motivos principales, pero eran bastante más convincentes que la pura verdad: que yo no tenía el carácter necesario para ser emperador. Era demasiado débil, demasiado indeciso, demasiado falto de experiencia.

Pero la mención de Orosius funcionó como nunca hubiese hecho la verdad, pues era algo concreto y una razón que todos creían de peso.

Pensé que aquellas pocas palabras bastarían para alejar para siempre de mi cabeza la corona imperial, pues los demás asintieron y se volvieron hacia Palatina. Era absurdo pensar que estuviésemos discutiendo un asunto tan trascendente en semejante salón y me pareció que toda la escena tenía un manto de irrealidad.

―La gente te conoce ―le dijo Sagantha a Palatina―. Te respeta, respetaba a tu padre. Posees talento.

Sus palabras flotaron en el aire durante un momento mientras todos observábamos a la mujer de cabellos castaños allí sentada con su raída túnica verde. Ella a su vez nos devolvía las miradas, quizá preguntándose cuáles eran las razones de cada uno para escogerla.

―No ―sostuvo negando con la cabeza, y lo que explicó a continuación me sorprendió aún más que la admisión de Ravenna de la culpa de su abuelo, pues en algún sentido el modo en que lo dijo respaldaba mi propia decisión más que cualquier otro motivo.

―No seré de ningún modo una gobernante temporal ―señaló con calma―. Asumiría el poder y lo emplearía mucho mejor que Orosius o Eshar. Y jamás renunciaría a él, ni en un millón de años. Aunque sea una Canteni, poseo sangre Tar' Conantur. Nosotros no compartimos el poder, lo ejercemos. No podéis darle el trono a uno de los nuestros y pretender luego que lo cedamos, porque nunca lo haremos.

Avancé unos pasos, apoyándome en el respaldo de un sillón. Cada palabra me golpeó como un martillo. Escuchar a Palatina, el icono de los republicanos, para miles de personas casi la personificación de la libertad, pronunciando esas palabras...

Pero todos sabíamos que decía la verdad. Ninguno de nosotros era consciente de que ella había comprendido algo que muchos no consiguen aceptar en toda una vida.

Y todos sabíamos, además, que ella bien podía habérnoslo ocultado.

―Es irónico ―señaló Khalia rompiendo el silencio― que los únicos Tar' Conantur que están en condiciones de gobernar sean los que saben que no deben hacerlo.

Entendí lo que quería decir. ¿Intentaba acaso influir sobre los demás?

―Pensé que los defendías ―comentó Ithien.

―Soy partidaria de la monarquía ―admitió Khalia―. Creo en la familia, porque tiene el talento de gobernar el imperio. Pero ninguno de los Tar' Conantur que he conocido se ha percatado jamás de cómo el poder les influye. Y aquí, en la misma sala, hay dos que parecen conscientes de sus consecuencias.

―Los dos últimos ―acotó Sagantha―. ¿Quién más queda? ¿Nos sentaremos a un lado para presenciar la lucha por el poder? ¿Dejaremos el Archipiélago a merced de quien sea que asuma el mando? Pues cuando la marina se dé cuenta de que no quedan más Tar' Conantur, o de que no están disponibles, uno de los comandantes, probablemente Charidemus, intentará tomar el trono. Y dudo que encuentre mucha oposición.

―Como tu gente ―señaló Oailos―. Quiero decir, los cambresianos. Os gobernarán los almirantes. No será tan terrible como lo era Eshar, pero ¿supones que se molestarán en proteger el Archipiélago?

No más Tar' Conantur. Una talasocracia, Thetia gobernada por los almirantes. Oailos tenía razón, eso no salvaría el Archipiélago. Pero tampoco lo haría una república, que tan sólo aceleraría la decisión de los almirantes de asumir el poder. Y, sin embargo, no parecía haber nadie más. La madre de Palatina estaba presa...

Existía otra persona.

―Aurelia ―dijo Palatina, al mismo tiempo que yo otra vez. Algunos sonrieron y la tensión del ambiente se relajó un poco.

―¿Estás seguro de que ella no es tu gemela? ―me preguntó Vespasia mirando a Palatina.

―Me hubiese gustado que lo fuera ―respondí.

Pero los otros ya habían olvidado el fugaz instante de buen humor.

―Aurelia ―repitió Sagantha―. La emperatriz Dowager. Pero no es una Tar' Conantur.

―No creo que eso tenga la menor importancia en su caso ―opinó Hamílcar―. Fue una persona muy respetada, el pueblo la reconocería, se la relaciona con la familia y con el trono.

―¿No podéis llevar al trono a nadie que no pertenezca a la realeza? ―indagó Oailos con desconfianza―. Quiero decir, ella estuvo casada con el emperador, pero no pertenece a la familia imperial.

Desde el mismo momento de conocer mi verdadera identidad había agradecido que a los Tar' Conantur les aterrorizase la endogamia. Tanto que al parecer en Thetia estaba prohibido contraer matrimonio con un primo segundo y mucho menos con un primo directo.

―Aurelia es partidaria de la monarquía ―aseguró Palatina recuperando parte de su entusiasmo―. Quizá no sea evidente en un principio, pero la estirpe imperial sigue en los exiliados.

―Pero fueron los thetianos quienes... ―empezó Ravenna, con aspecto perplejo.

―Sí, así es ―continuó Palatina―. Thetia considera la descendencia por parte de la madre, salvo en el caso de los Tar' Conantur. Sólo puedes ser un Tar' Conantur si uno de tus padres es originario de Exilio. Al menos en teoría. En la práctica no siempre ha funcionado con tanta claridad. Los gemelos de sangre real siempre tenían que casarse con exiliadas, eso formaba parte del tratado que firmamos con Exilio hace varios siglos. Se hereda el nombre y el derecho al trono sólo por intermedio de un exiliado. En cualquier otra familia, yo hubiese tomado el nombre de mi madre, Tar' Conantur, o el de su clan, pero como ella era una exiliada, no fue así. Resulta complicado, pero lo cierto es que Aurelia tiene mucho más derecho que yo a solicitar el trono.

―Es un sistema muy irregular ―comentó Sagantha―. ¿Por qué no podéis hacer las cosas igual que todos los demás?

―Tengo entendido que Aurelia está viva ―dijo Hamílcar―, por si la consideráis candidata. Pero ¿cómo haremos para encontrarla? Podría resultar tan difícil de hallar como Tanais.

―No lo es ―replicó Khalia―, sé dónde está.

 

 

 

Permanecimos en silencio por un momento, los dos solos en la terraza bajo la bóveda estrellada. Oí voces tenues que venían del interior de la casa.

―No, no seré emperador ―afirmé. Entonces las palabras que había pensado tan cuidadosamente se esfumaron. Habían permanecido en mi mente hasta aquel instante, pero huyeron cuando más las necesitaba―. He venido para pedirte que lo seas en mi lugar.

―¿Por el bien de quién?

―Por el bien de todos. «Y sobre todo por el mío», añadí para mis adentros.

CAPITULO XXVII

Entonces, ¿cuál es tu plan? ―preguntó Aurelia. Los otros, todos los que habían participado de la reunión en Ilthys con excepción de los dos delegados gremiales, permanecían en un extremo de la terraza, y pude sentir su ligera impaciencia. Contrariamente a lo que habíamos creído no fue difícil convencerla, pero todos éramos conscientes ahora de cuánto quedaba por hacer.

―Regresemos a Thetia y reclamemos el trono ―dijo Ithien sin perder un segundo.

―No ―objetó Palatina―. Piénsalo mejor. Dependemos primero de la marina. Aunque creamos que lo fundamental es otra cosa, lo importante es la marina. Y ahora está desplegada por todo el mundo, con apenas veinte naves en Thetia.

―No es posible reclamar la corona thetiana desde fuera de Thetia ―protestó Ithien.

―Claro que sí ―dijo Hamílcar―. Charidemus tiene cinco mantas en Tandaris, pero allí se encuentra también la gran flota en su totalidad, unas treinta mantas bajo el mando de otro almirante, Alexios. Son dos de los cuatro almirantes más veteranos, el corazón de la flota. No puedes hacer nada sin obtener su lealtad. Y siempre subyace el peligro de que la flota caiga en manos, del consejo. Eso no sucederá si conseguimos el control de la gran flota. En ese caso habremos vencido. El resto de la marina está disperso y no podrá detenernos sin iniciar una guerra civil.

―De modo que tenemos que llegar a Tandaris lo antes posible.

―En los próximos dos días ―sostuvo Sagantha―. Durante ese tiempo cualquier nave del consejo podría llegar con la noticia del asesinato y poner en práctica el plan que sus miembros tengan en mente.

―¿Tienen planes?

―Muchos ―asintió Sagantha―, y según oí hace poco todavía no han decidido cuál seguir. De lo que estoy seguro es de que han estado reuniendo naves y hombres. Tratarán de apoderarse de la flota, de eso no cabe duda, aunque aún no sé cómo.

―Vuestras mantas no podrán estar allí a tiempo ―señaló Aurelia―. Tenemos que llegar antes de que ningún otro pueda asumir el control de esa flota.

―El buque correo podría hacerlo ―comentó Hamílcar―. A lo sumo llegaría a Tandaris con unas pocas horas de retraso.

―¿Y eso de qué serviría? ―cuestionó Ithien. El buque correo era pequeño, apenas un poco mayor que una raya, y podía albergar sólo a dos tripulantes y cuatro pasajeros―. Aurelia llegaría a la ciudad sin el menor respaldo, carente de toda fuerza. Es una locura.

―Puedo ir con ella ―propuso Hamílcar―. He hecho muchos contactos y puedo dar con gente que nos acoja durante unas horas o incluso todo un día.

―Pero eres tanethano, ¿por qué confiarían en ti?

―Porque saben que odio a Eshar tanto como ellos. Recuerda que llevo años vendiéndole armas al Archipiélago. Puedo establecer un contacto directo con la gente de Canadrath.

―¿Cuánta protección necesitaríamos? ―preguntó Ravenna.

―Mucha ―afirmó Hamílcar, que había cambiado sus pesada ropa tanethana por una larga túnica de estilo thetiano, aún húmeda en la parte inferior tras caminar por la orilla al desembarcar. No parecía el mismo con esas prendas.

―Incluso si asumiese el trono ―comentó Aurelia―, eso no acabaría con los problemas.

―No. El Dominio lucharía tenazmente para detenernos. Ya te expulsaron en un principio y saben lo desastroso que podría ser para ellos tu vuelta.

―Ésa es la cuestión ―intervino Palatina―. ¿Podrían preferir negociar con el consejo?

Los demás parecieron dudar.

―La marina no apoyaría nada que parezca tan inestable ―dijo Sagantha―. Los altos mandos son razonables y sospecho que no tendrían problemas para aceptar a Aurelia. Pero a la vez mantienen lazos con gente que desea imponer sus propios planes.

―El Dominio tiene sacris en Tandaris ―apuntó Hamílcar―. Y no sólo eso. Sarhaddon zarpó de Taneth hace menos de un mes con más venáticos y un decreto del primado. Debe de haberse detenido en Ral Turnar, pero tenía pensado sortear Ilthys y dirigirse directamente a Tandaris. Llegará allí en cualquier momento.

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