—¿Sabes cuál es tu problema, "Avestruz"? —Marcos soltó la tela y con las yemas de los dedos acarició el principio de los muslos.
—No tengo ningún problema. Mira, es de lógica, esto es un despacho, un sitio donde la gente trabaja, donde YO trabajo, no es un lugar adecuado para dejarse llevar por los instintos sensuales. —Más que hablar, jadeaba. Esas caricias, en esa zona, la estaban derritiendo—. Quizás en otro momento, en otro lugar. Imagínate que suena el teléfono, o que alguien intenta entrar...
—Tu problema es que quieres anticiparte a lo que va a pasar. —La mano que la rodeaba la cintura subió por el abdomen, atravesó la barrera del pecho y se acomodó en su garganta—. Lo quieres tener todo tan controlado, que conviertes el futuro en presente.
—¡Claro que no! Lo que pasa es que hacer manitas en mí despacho no es, lo que se dice, algo práctico... Puede causarme muchos problemas.
—No estamos haciendo manitas, te estoy magreando —comentó él recorriendo la unión entre muslos y nalgas con los dedos, una y otra vez, y otra.
—¡Por favor! Todo tiene un límite y tú lo estás rebasando —exclamó Ruth jadeante. Marcos había dado con uno de sus puntos erógenos, uno del que ella no tenía ni el más mínimo conocimiento. Y sabía que como le dejara seguir, ella no querría parar.
—¿Crees que todo tiene un límite? —preguntó pegándose más a ella a la vez que hundía los dedos en su vagina. Estaba húmeda. Mucho.
—¡Por supuesto! —gritó Ruth. Y aprovechando que ya no la sujetaba, le dio un codazo suave en el estómago y pegó un salto con la clara intención de alejarse de él. ¡Mecachis! Ese hombre la hacía perder la entereza.
—Auch —se quejó Marcos para acto seguido agarrarla por los hombros y girarla de frente a él—, no hay ningún límite, excepto el que tú quieras poner. Has puesto tantos límites a todo lo que te rodea, que así estas... ¡Limitada!
—¡Qué! —La mirada de Marcos se había vuelto salvaje, dura, segura... Como si nada pudiera hacer que cambiara de opinión. —Basta de charlas "Avestruz".
La cogió de las axilas, la levantó en vilo y la arrojó sobre la butaca del despacho. Antes de que ella pudiera reaccionar, se había arrodillado entre sus piernas, agarrándoselas y colocándole la parte interior de las rodillas sobre los brazos de la butaca. La falda se arrugó por completo en su cintura, los muslos se le abrieron totalmente mostrando el tanga negro con una gran señal de STOP en rojo, justo en el centro. Marcos admiró la visión que se presentaba ante él.
—Me preguntaba si llevabas liguero. Ya veo que no. —Recorrió con los dedos el elástico de las medias que se le hincaban a mitad del muslo—. No me gusta —comentó tirando del elástico y comprobando que la piel estaba enrojecida por la presión—. Se clavan en tu piel. No quiero que nada se hunda en tu piel, salvo yo mismo.
Ruth no pudo responder. Estaba demasiado asombrada para hacerlo. ¿Que narices estaba diciendo? Sonaba un poco demasiado... posesivo, ¿no? Machista, obsoleto, arcaico...
Marcos deslizó los dedos bajo el elástico y de un tirón le bajó las medias a la altura de las rodillas, luego posó los labios sobre la piel enrojecida para besarla. Ruth sintió algo húmedo acariciándola, lamiéndola toda la zona, calmando el escozor que había dejado el elástico.
Marcos fue recorriendo lentamente con la lengua el interior de los muslos, dando suaves mordiscos cuando la sentía moverse, desplazándose lentamente sobre sus caderas.
Ruth puso las manos sobre los hombros masculinos y empujó en un inútilmente por deshacerse de sus caricias. ¡Por el amor de Dios, estaban en su despacho!
Él le agarró las muñecas, a la vez que subía hasta su boca y la besaba con fuerza, casi sin dejarla respirar. Su pene enfundado en vaqueros presionaba contra su vagina y su pecho cubierto con la camisa se imponía sobre sus senos. Ruth sintió la lengua hundirse en su boca, recorrerla entera, entrar y salir en una danza similar a la que ejecutaban las caderas masculinas contra su ingle. Cuando pensó que estaba a punto de derretirse, él se separó. La miró a los ojos fijamente y asintió. Ruth no tenía ni idea de por qué había asentido, pero le daba impresión de que iba a resultar muy difícil detenerle si por algún motivo se le pasara por la cabeza querer parar las sensaciones que la dominaban... lo cual era imposible.
Marcos le soltó las muñecas para desabrocharle la chaqueta, sus labios subieron el sendero que dejaba la tela abierta. Se detuvo escasos segundos admirar sus pechos y lamer los pezones, no por ella, por él. Para su placer. Luego continuó descendiendo hasta la cintura donde la falda estaba hecha un churro, la obvió y bajó hasta el borde del tanga. Se entretuvo en lamerlo mientras sus dedos se abrían camino por debajo de este y buscaban la entrada a la vagina. Cuando la notó arquearse, hundió el dedo corazón a la vez que con el pulgar trazaba círculos en el clítoris y el índice y el anular masajeaban la vulva. Jugueteó con la nariz sobre el bigotito fucsia que tanto le encandilaba, a la vez que se solazaba con su pubis suave y depilado, sintiendo cómo los músculos de su amiga se contraían y su espalda se tensaba. Cuando la oyó gemir, introdujo un dedo más y deslizó los labios hasta el clítoris, succionándolo por encima con fuerza, a la vez que la mano que tenía libre le masajeaba las nalgas y se centraba en ellas siguiendo el camino de la tira del tanga, presionando contra él, enredándola entre sus dedos y tirando de ella una y otra vez, haciendo que se le clavara en el ano, logrando que la seria, circunspecta y controlada Ruth jadeara y gritara en el estertor de un orgasmo que la hizo tensarse hasta irse de la butaca.
—¿Ves lo que pasa cuando se traspasan los absurdos límites que te marcas? —preguntó Marcos con la respiración entrecortada.
Ruth no pudo responder, apenas conseguía aire suficiente para respirar, cuanto menos para hablar. Por entre las pestañas de sus ojos medio cerrados, vio que Marcos se ponía de pie y se desabrochaba los vaqueros. Su polla saltó fuera de ellos ansiosa, dura, tensa, enorme. Apenas le dio tiempo a darse cuenta de que no había un sólo pelo en el pubis masculino, cuando Marcos la cogió suavemente del cabello instándola a que se incorporara en la silla, a que se acercara al pene que oscilaba inhiesto y dominante frente a ella. Se lo agarró con una mano y lo acercó hasta los labios femeninos. Pujó contra ellos, hasta que se abrieron y lo abarcaron.
—Muy bien preciosa, abre esa generosa boquita y cómetelo entero — susurró introduciéndose en ella.
—Serás troglodita —dijo Ruth sacándose la polla de la boca.
—No. Soy solo un hombre desesperado —contestó recorriéndole los labios con los dedos hasta que ella absorbió el índice sin pensarlo—. Llevo quince días pensando en ti, en tus labios, en mi polla llenando tú boca. —Mientras hablaba recorría con el pene sus mejillas, acariciándola, dejando un rastro de humedad sobre su piel—. Vamos, "Avestruz", déjate llevar.
El dedo recorría el interior de su boca, acariciándola, rozándola los dientes, abriéndola los labios hasta que acabó alejándose de ella. Ruth sacó la lengua para seguirlo y en ese momento Marcos guió su pene hasta ella. Ruth lo acarició con la punta, lamiendo la humedad que salía por la abertura del glande, hundiendo la lengua en ella, sintiendo cómo él pujaba para introducirse más profundamente en su boca, y Ruth tomó el control... O al menos lo intentó. Lo agarró con una mano mientras le hundía la otra entre los muslos, acogiendo sus testículos sobre la palma, sopesándolos y amasándolos. Rodeó el glande con la lengua y trazó todo el contorno una y otra vez, como si estuviera chupando una piruleta, succionando y soltándolo alternativamente a la vez que sus dedos subían y bajaban lentamente recorriendo las venas que surcaban el grueso tallo. Rozó con los dientes la sensible piel del frenillo, para luego consolarlo con un pequeño beso, haciendo que Marcos soltase una de las manos de su cabello para apoyarla contra el respaldo de la butaca buscando sujeción.
—Joder, "Avestruz", hazlo otra vez —jadeó enredando los dedos de la mano libre en su pelo.
Y Ruth obedeció. Mordisqueó suavemente el glande, succionó el prepucio, abarcó con sus labios el capullo presionando y arrastrando lentamente la fina piel que se arrugaba en el frenillo hasta casi llegar a la base para luego volver a subir a la abertura de la uretra y hundir un poco la lengua en ella a la vez que los dientes lo arañaban muy suavemente. Finalmente depositó un beso sobre el glande y miró a Marcos.
Sus facciones denotaban tensión: tenía los labios firmemente cerrados, las fosas nasales se expandían con cada inspiración entrecortada, los ojos estaban entornados y el sudor recorría su frente. Lo vio soltarse del apoyo de la butaca y al momento sintió cómo la recogía el cabello y se lo colocaba sobre los hombros, cayendo en cascada sobre la chaqueta abierta, enmarcando la palidez de sus pechos en hilos de ébano. Sus manos la acariciaron las mejillas, la frente y volvieron a su cara.
—Me estás matando —aseveró antes de empujar su pene sobre los tentadores labios femeninos e introducirse en ellos con un gemido.
Ruth sintió cómo los dedos de Marcos volvían a engancharse en su cabello y la impulsaban hacia su pene para que lo absorbiera entero. Y así lo hizo, completamente, disfrutando de cada centímetro de piel.
—Muérdeme —ordenó él a la vez que se aferraba más fuerte a ella—. Haz lo que has hecho antes. Vamos.
Ruth acató la orden y usó sus dientes como le había enseñado Jorge, arañando primeramente y soltando, succionando y besando, tal y como había practicado con Brad. Tenía que reconocer que Jorge sabía cómo volver loco a un hombre, pensó para sus adentros.
—¡Joder! —exclamó Marcos un segundo antes de volver a soltar su pelo para apoyarse con una mano en el respaldo de la silla. Apenas sí conseguía que las rodillas no se le doblasen. No sabía dónde había aprendido Ruth ese truco, pero lo estaba destrozando. Presionó un poco con la mano que aún agarraba su melena, intentando que ella lo introdujera más en su boca—. Cómetela entera —ordenó.
Pero esta vez ella no le hizo caso, se lo estaba pasando muy bien martirizándolo.
Marcos empujó con las caderas, intentando enterrarse más en ella, pero Ruth alejó su boca, abarcando sólo el prepucio. Él volvió a presionar y ella se volvió a alejar. Estaba casi pegada al respaldo de la silla, con Marcos totalmente inclinado sobre ella. Sintió una punzada en el cuero cabelludo. Marcos agarraba fuertemente su pelo y tiraba de él, instándola a obedecer. Ruth lo ignoró y siguió arrullándolo con la punta de la lengua, torturándolo.
—Mierda, "Avestruz", no me hagas esto. No juegues conmigo. —Le sujetó la cara con ambas manos y la miró a los ojos— Abre la boca —ordenó imperiosamente.
Ella sonrió y abrió los labios. Él se introdujo dominante. La sujetó por la nuca autoritario y comenzó a entrar y salir de ella, cada vez más rápido, cada vez más profundo. Ruth presionó los labios contra su piel, creando una fricción imposible que lo volvió más loco aún, mientras colocaba una mano en la base de la polla para impedir que se adentrase del todo en ella. Marcos no pareció darse cuenta de esto último porque siguió pujando, haciendo que la boca de Ruth chocara contra sus dedos, casi consiguiendo que el glande le tocara el fondo de la garganta. Ruth empujó para aflojar la presión y él la liberó un poco. Sólo un poco.
—Trágatelo, "Avestruz". Vamos, quiero sentir mi semen recorriendo tu garganta.
Deslizó una mano desde la nuca femenina hasta posarla en la garganta y sin dejar de mirarla atentamente, enterró implacable su polla en la boca de su amiga un par de veces antes de correrse entre jadeos.
Ruth bebió su esperma y él sintió en sus dedos el movimiento de su garganta al hacerlo. Marcos no era una persona posesiva, al menos no que él supiese, pero en ese momento se sintió feliz al pensar que algo suyo estaba en ella. No podía follarla en ese momento, no llevaba ningún condón encima, y no le apetecía que Ruth montara en cólera por hacerlo sin protección, así que el que su semen entrara en ella era, al menos, una pequeña compensación. No pudo evitar preguntarse si el cabronazo que le había enseñado esos trucos también le había dejado el mismo regalito que él, y sólo de pensar en ello le empezó a latir la sien, cerró los ojos y respiró profundamente, repitiéndose una y otra vez que a él le daba exactamente lo mismo lo que hiciera Ruth en su tiempo libre, con quién lo hiciera y si follaba o no. No tenía derecho a pedir explicaciones ni a enfadarse.
Salió de su boca lentamente, casi lánguido, dio dos pasos atrás y se dejó caer en el suelo de rodillas.
—Joder, "Avestruz". ¿Dónde coño has aprendido a comerla así? —preguntó entre jadeos. Vale, no le daba lo mismo.
—Eso es una pregunta retórica, ¿verdad? No pretenderás realmente que te lo cuente, ¿o sí? —¿Qué clase de hombre preguntaba eso tras tener sexo eventual?
—Déjalo, no me lo cuentes —se contestó a sí mismo en voz alta, mirándola fijamente. En esos momentos sería capaz de matar a la persona que le hubiera enseñado ese
arte
.
—Aja. —Gracias a Dios. Iba a resultar gracioso explicarle que su amigo gay la corregía los movimientos mientras ella practicaba con su vibrador fucsia.
—¡Joder! —exclamó Marcos diez segundos después con tono de voz entre enfadado y celoso—. ¿No habrán sido los mismos que te enseñaron a poner el condón con la boca? ¿Verdad? —"¿Por qué coño pregunto?", pensó Marcos cabreado consigo mismo. ¡A él qué más le daba! Joder! Encima eran dos a falta de uno, a los que tenía que matar.
—¿Qué has dicho? —preguntó roja como la grana.
—Lo que has oído —respondió arrogante poniéndose en pie.
—¿A ti quién o quiénes te han educado en la técnica del cunnilingus? —preguntó Ruth muy seria levantándose de la silla y colocándose la ropa hasta dejarla de nuevo impecable. O casi impecable.
—Eh... — ¡Mierda! Ahí lo había pillado—. No es lo mismo.
—Por supuesto que sí. Ambos hemos aprendido y practicado con personas desconocidas por el otro. No advierto la necesidad de conocer a las artífices de tu experiencia, al igual que no entiendo por qué necesitas conocer tú a mis mentores.
—No es una necesidad, solo siento el imperioso deber de felicitarles por las clases que te han dado. Son unos putos genios impartiendo lecciones —repuso molesto, Ruth era experta en darle la vuelta a las conversaciones y cabrearlo de esa manera—. La comes de maravilla.