—¿Quieres saber qué ha pasado? Perfecto, yo te lo cuento, pero fuera del salón. De verdad, a Ruth no le hace falta oíros discutir más. Hazme caso, no soy tu enemigo.
Marcos miró al hombre microscópico, Jorge para los amigos. Se levantó, dio media vuelta y abandonó el salón decidido a tragarse la rabia que le corroía. El "Anillos" tema razón; Ruth no necesitaba más mierda en ese momento.
—Ruth es diabética insulinodependiente —comenzó Jorge en cuanto salieron del salón—. Creo que acaba de sufrir una hipoglucemia, es decir, que le ha bajado el azúcar en sangre y sus músculos se han quedado sin gasolina para moverse. No es tan peligroso como parece... hubiera sido peor una glucemia, es decir que le subiera el nivel de azúcar. En cuanto esté en el hospital los médicos la controlarán y todo se solucionará. Estará un par de horas en observación y luego a casita.
—¡Dios! Voy con ella —dijo haciendo ademán de entrar en el salón.
—Eso es lo peor que puedes hacer. Ahora mismo necesita reposo y tranquilidad y no creo que ni tú, ni Darío estéis calmados. Vuelve a tu casa.
—No.
—Mira la diabetes es una enfermedad muy "emocional"... A ver cómo te explico: es importante pincharse la insulina y seguir la dieta, pero aunque lo haces todo con rigor, si el paciente se altera emocionalmente, se va todo a la mierda. Da igual cuánta insulina te pinches o cuántas patatas comas. Si algo te altera, si te pones nervioso, te deprimes, o te estresas no hay nada que hacer. El de azúcar en sangre subirá y bajará como si fuera una montaña rusa.
—Mierda.
—Ahora ha bajado, y eso está mal, pero no es malo del todo. Se lo subirán con glucosa intravenosa o glucagon y listo. La recomendarán tranquilidad, reposo y una dieta equilibrada.
—Pero está tirada en el suelo, inconsciente.
—Sí. Pero ha tragado y todo va a quedar en un susto. De verdad. No pasará ida más.
—¿Lo que ha dicho Darío...?
—No lo sé. Yo no conocía a Ruth cuando estaba embarazada.
—Fue por mi culpa, todo ha sido por mi culpa, ¿sabes?
—No. Muchas embarazadas sufren diabetes estacional... Lo que le pasó a Ruth es que ya era diabética y no lo sabía. Por lo que me ha contado, lo pasó bastante mal durante el embarazo, pero bueno, al final todo quedó en otro gran susto. Tiene, tenéis, una niña preciosa, y sana. Perfectamente sana. No hay que darle más vueltas. Mira, la ambulancia tiene que estar a punto de llegar, no sería bueno que Darío saliera del salón y te encontrara aquí. De verdad. Vete a casa.
—Mierda. No puedo...
—Escucha, dame tu móvil y yo te llamaré en cuanto lleguemos al hospital. —Marcos lo miró incrédulo—. En serio. Te llamaré y te contaré todo lo que digan los médicos.
—¿Y si la ingresan?
—Te diré en qué habitación está y las horas a las que no estará Darío para que puedas verla sin problemas.
—¿Por qué ibas a hacerlo?
—Porque no soy tu enemigo. Porque sé que Ruth querrá que no te sientas culpable. No te estoy mintiendo. Vete a casa, llévate a tu madre y tranquilízate, Es lo mejor que puedes hacer. Te mantendré informado. Lo prometo.
Marcos estaba sentando en un banco de la plaza, justo enfrente del portal de Ruth, con la mirada fija en la puerta. Agarraba con fuerza su móvil mientras su madre, sentada a su lado, murmuraba palabras que él no oía.
La ambulancia acababa de irse con Ruth dentro. Tumbada en una camilla, Envuelta en sabanas blancas. Con ella iban Jorge y Darío. Imaginaba que Héctor se había quedado cuidando de su padre y de su sobrina. Y él estaba allí, sentado sin saber qué hacer, sin cuidar a nadie, sin acompañar a nadie. Sin saber si Ruth estaría bien.
Harto de oír los murmullos incoherentes de Luisa, la mandó a casa. Ella se sentó en el banco y cerró la boca. No se fue, pero al menos se calló. Al cabo de un rato, no sabía si minutos u horas, el móvil sonó.
—Está bien. Tiene la glucosa controlada así que van a tenerla en observación esta noche, y mañana regresará a casa. Le han recomendado reposo y que siga su dieta adecuadamente. También tiene cita el miércoles con su endocrino. Héctor va a ocuparse de la zapatería durante esta semana para que Darío se quede en casa con ella. Ruth se ha despertado sin acordarse de nada, y está amenazando a Darío con torturarle en caso de que se le ocurra vigilarla o intentar controlarla. Me temo que esta disputa la ganará Darío. Haz lo que quieras, pero lo mejor sería que te mantuvieras al margen mientras él esté en casa. Yo voy a quedarme toda la semana así que, si quieres cualquier cosa, o tienes alguna duda, ya sabes a qué teléfono llamarme.
—Gracias por cumplir tu promesa.
—Ey, soy un hombre de palabra —intentó bromear Jorge.
Marcos cerró el teléfono y se levantó del banco. Con un cabeceo indicó su madre que se marchaban a casa. Durante el trayecto de apenas diez minutos andando, no pudo dejar de darle vueltas a la cabeza. Al llegar se encerró en su cuarto sin decir una palabra.
¿Cómo era posible que se hubiera descontrolado todo de esa manera? ¿Por qué Ruth no le había dicho nada de su enfermedad, ni de lo que paso durante el embarazo? ¿A qué se refería Darío al mencionar un posible nuevo embarazo? ¿Por qué Jorge tenía que ser un tipo tan... legal? ¿Qué demonios iba a hacer ahora?
¡Sonamos muchachos!
¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo,
después es el mundo el que lo cambia a uno!
MAFALDA, Quino
—¿Tienes que hacer eso cada vez que vayas a comer? ¡Qué dolor! —comentó Luka mirando cómo Ruth se pinchaba en el dedo, apretaba hasta que salía una raya de sangre y absorbía esta con una tira reactiva que luego colocaba en una maquina, que en menos que canta un gallo, decía sin lugar a dudas el nivel exacto de glucosa en sangre.
—No me queda más remedio si no quiero discutir con mi hermano y mi endocrino. Tengo que llevarle los resultados de glucosa del próximo mes, y para más tengo que comprobar el nivel antes de cada comida. Un "rollo patatero". Y oler no duele, es más bien molesto.
—Pues vaya. ¿Hasta que no pase el mes no puede hacer nada el médico? —preguntó Luka.
—Ufff, es que según él estoy descontrolada porque no sigo una dieta adecuada y estoy emocionalmente alterada.
—¿Y cómo sabe eso?
—Se lo ha dicho Darío —gruñó Ruth.
—Aps.
—Me parece increíble que tal y como se lo ha tomado te haya dejado salir con nosotras —comentó Luka sagaz.
—Bueno, no me ha dejado exactamente.
—¿No?
—Convencí a Iris para que se empeñara en que Darío la bañase después de comer y en cuanto se han metido en el baño he salido de casa.
—Te va a matar.
—No. Le he encargado a Héctor que le asegure que estoy con vosotras y que me voy a cuidar. Además, he apagado el móvil por si acaso.
—Ahora lo entiendo —dijo Pili.
—¿Qué entiendes?
—Chis —chistó Luka.
—Bueno, antes me ha llamado preguntándome si íbamos a comer contigo, donde íbamos a estar y exigiéndome que le prometiera que no te iba a dejar hacer una locura.
—No. No es posible que haya hecho eso —refutó Ruth patidifusa.
—A mí también me ha llamado —repuso Luka medio irritada.
—¿Y por qué no me lo habéis dicho hasta ahora?
—Porque nos ha hecho prometer que no te diríamos nada... Lo que no sé, es cómo no ha pensado en nuestra amiga aquí presente —repuso Luka señalando a Pili.
—Aps, se me olvidó.
—En fin... da lo mismo —zanjó Ruth el tema.
Llevaba cuatro días encerrada en casa y no aguantaba más, así que aprovechando que era sábado y sus amigas no trabajaban —ella estaba de baja una semana... y la siguiente, si Darío se salía con la suya—, había ideado un plan para escaparse de casa unas horas.
—¿Has hablado con Marcos? —preguntó Pili.
—Le llamé el martes.
—¿Y qué tal? —indagó Luka—. ¿Se está retorciendo de remordimientos? ¿Está al borde del suicidio? ¿Va a huir del país con el rabo entre las piernas?
—¡Luka! No bromees.
—No estoy bromeando.
—Estaba muy angustiado —dijo Ruth ignorando a su amiga.
—Pobrecillo —se compadeció Pili.
—Que se joda —sonrió Luka.
—Le tranquilicé y le confirmé que no había sido nada.
—Bah, poca cosa, te quedas tirada en el suelo con veintidós de azúcar y no ha sido nada —profirió Luka.
—No fue para tanto —rebatió Ruth restándole importancia.
—Qué va. Si total, el mínimo a tener es setenta, y solo estabas cuarenta y ocho por debajo.
—Luka, déjalo, has prometido no alterarla... —canturreó Pili.
—En definitiva, que estaba angustiado y le has tranquilizado... Pero mira quieres tonta. Tenías que haberlo dejado sufrir un poco.
—Luka —Volvió a canturrear Pili.
—Vamos, no seas tan rencorosa. Él no tuvo la culpa. De hecho no la tiene nadie más que yo, que me he saltado comidas y me he dejado llevar por los nervios, no hay más.
—Si tú lo dices.
—He estado reflexionando. Necesito cambiar mi rutina, adaptarme a la nueva situación.
—Aja. ¿Y cómo lo vas a hacer?
—Lo primero de todo, voy a dar una vuelta de tuerca a mi persona.
—¿Vas a qué? —preguntaron Luka y Pili a la vez.
—¿Nos vamos al centro comercial? —respondió Ruth guiñándolas un ojo.
Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta
y deja entrar al futuro.
GRAHAM GREENE
Marcos estaba nervioso.
Ruth le había llamado por teléfono el domingo. Quería verle el lunes para hablar. Hoy era lunes.
Inspiró, comprobó que su ropa estuviera en perfecto estado —o todo lo perfectos que pudieran estar unos vaqueros desgastados y una camisa negra—, pasó las manos por el pelo comprobando que la coleta estuviera en su sitio, y entró en la cafetería.
Habían quedado en la cafetería San Remo, en el Parque Lisboa, lo suficientemente lejos de San José de Valderas como para ocultarse de Darío y lo suficientemente cerca de las casas de ambos como para poder recurrir a la familia si pasaba algo. O, al menos, eso pensaba Marcos que era el motivo para elegir el sitio. Aunque lo cierto era que el único motivo de Ruth para escoger esa cafetería especial, era que le gustaba el café que daban en ella. Ni más ni menos.
Pidió una cerveza sin alcohol y se dispuso a esperar. Esta vez todo tenía que salir bien por narices. Estaba tranquilo, relajado —¡para no estarlo! Luisa le había obligado a beberse medio litro de tila—, sabía lo que tenía que hacer, y lo haría. No iba a dejarse llevar por sus impulsos, iba a ser el perfecto caballero y no le iba llevar la contraria a Ruth. Aunque le costase la vida y la cordura.
Levantó la bebida con la intención de darle un trago sin quitar la vista de la puerta que en esos momentos se estaba abriendo. Se derramó media cerveza encima de la camisa. Ya no tenía la ropa en perfecto estado.
Ruth acababa de hacer su entrada triunfal. ¡Y qué entrada! Ya no llevaba el moño de bibliotecaria, tampoco llevaba la melena suelta cayéndole hasta la cintura, se había cortado el pelo a trasquilones. O eso le parecía a él. Mechones de cabello legro como la noche salían disparados en todas direcciones, despuntados, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. El peinado era idéntico al que lucía Michelle Pfeiffer en Lady Halcón. Estaba preciosa. Tampoco vestía ninguno de sus aburridos trajes, ni la falda azul hippie que tanto le había excitado. Cuando se quitó el abrigo reveló unos pantalones negros bastante ajustados —o al menos lo bastante ajustados, como para que a Marcos los suyos le quedaran muy pequeños a la altura de la ingle— y muy bajos de cadera, a la vez que una camiseta de punto ceñida que marcaba sus pequeños y perfectos pechos —en lo que imaginaba que se había puesto las sempiternas tiritas porque no se le punteaban los pezones, quedando unos cuantos centímetros por encima de su maravilloso y tentador ombligo. Marcos metió la mano por debajo de la mesa y se colocó como pudo el tiro de los pantalones. Si hubiera llegado a imaginar que Ruth se iba a vestir así, se habría puesto un chándal y a la mierda con el estado y estilo perfecto o no— de su ropa.
—Hola —saludó Ruth sentándose.
—Te has cortado el pelo.
—Sí. Necesitaba un cambio. ¿Te gusta?
—Sí—dijo Marcos, callando lo que realmente estaba pensado: "Estás preciosa, divina, excitante, quiero salir de aquí y llevarte a mi cama para pasar el resto de nuestras noches haciéndote el amor sin descanso"—. Te queda muy bien.
—Me alegro. Bien, vamos allá. Te he citado para...
—Antes quiero disculparme.
—¿Cómo?
—Quiero pedirte perdón por todo lo que has tenido que pasar por mi culpa, He sido un engreído.
—Marcos, para el carro. No he tenido que pasar por nada. Ni por tu culpa ni por la de nadie.
—Te he insultado y lo siento muc...
—Yo también te he agredido verbalmente y no lo siento en absoluto.
—Tú no me has hecho eso —respondió el confundido.
—Te he llamado déspota, tirano, y no sé cuántas cosas más.
—Pero eso no son insultos.
—¿Ah no? Que yo sepa los mayores monstruos de la humanidad han sido justamente eso, déspotas y tiranos, monstruos tales como Hitler, por poner un ejemplo. Yo creo que compararte con ese personaje es un agravio muy desagradable.
—Bueno, si lo miras así.
—No hay otra forma de mirarlo.
—Siento mucho haberte dejado embarazada... —continuó con su guión.
—Yo no. Lo mejor que me ha pasado en mi vida es mi hija. Si no me hubiera quedado en estado no la habría tenido.
—Me comporté como un cabronazo, y fui un verdadero idiota por no usar condón...
—Te vuelvo a repetir...
—Que lo mejor en tu vida es Iris, lo sé. Pero hubiera sido mejor haberla tenido un poco más tarde, con un —aquí se atraganto— marido en el que apoyarte. —"Yo, por ejemplo", pensó.
—Un poco más tarde quizá no hubiera existido Iris.
—Claro que sí. ¿Por qué no?
—Los médicos me aconsejaron no tener más hijos tras nacer Iris. Tuve... ciertos temas durante el embarazo, con la diabetes, y argumentan que si vuelvo a quedarme embarazada será todavía peor, ya que no pueden garantizar que el bebé nazca sin ninguna "complicación" ni que yo pueda llevarlo a término. Si hubiera esperado más tiempo, la prudencia me habría impedido intentarlo siquiera. De esta manera, al no conocer los riesgos pude asumirlos sin temor a equivocarme.