Ruth lo encerró entre sus labios y colocó el condón. Marcos gimió, estaba duro y dolorido, muy dolorido. Ella absorbió con fuerza, subiendo y bajando la lengua a lo largo de su polla enfundada en látex, haciendo que él tuviera que apoyar las manos en la pared para no derrumbarse sobre ella e introducirse más allá de la garganta. Sus labios recorriéndolo entero, introduciéndolo hasta profundidades de su boca para luego abandonarlo con lentitud lo estaban matando. Cuando creyó que no podía más, se apartó de ella, se deslizó por su cuerpo y la penetró.
Ruth jadeó al sentirlo en su vagina, dilatándola con su solidez, extendiéndola con su amplitud.
—He estado pensando en lo que has dicho antes —jadeó Marcos saliendo de apenas unos centímetros.
—Mmm —Ruth le rodeó las caderas con las piernas.
—Todo eso del control, de saber a dónde vamos y tal. —Empujó con fuerza introduciéndose en ella por completo.
—Bien —jadeó lamiéndole la nuez de Adán.
—Se me ha ocurrido una solución. Tú tendrás el control. —Comenzó a moverse lentamente, entrando y saliendo de ella sin perder el ritmo, alargando el placer.
—¿Yo? —Ruth movió las caderas a su encuentro. Ese ritmo lento la estaba viendo loca; quería más, más profundo, más fuerte, más rápido...
—De día —jadeó Marcos impulsándose impetuosamente sin poder contenerse—, tendrás el control de día. —Sintió cómo ella contrajo la vagina y apretó los dientes en un esfuerzo por retomar el control. Por contenerse—. Haré lo que digas. Seguiré tus consejos, lo que quieras. —Paró, era incapaz de pensar moviéndose re ella, y necesitaba terminar de describirle su plan antes de estallar.
—No pares —jadeó Ruth quejándose.
—Pero por las noches, el control será mío. —La penetró profundamente y se quedó inmóvil, apenas sí podía pensar—. Lo que yo diga. Lo que yo quiera.
—No pares por favor, sigue moviéndote —suplicó Ruth. Estaba a punto, necesitaba, exigía que siguiera bombeando.
—Los días serán tuyos —jadeó él retomando el ritmo—, las noches mías.
—¡Dios! Sí, así. —Ruth se agarró con fuerza a los antebrazos musculosos de su ante—. No pares ahora, no pares. Un poco más fuerte... más rápido.
Marcos obedeció. La empresa que tan cuidadosamente había planeado abandonó su cerebro, y los cuerpos y los instintos de ambos tomaron el control.
—Marcos, está a punto de amanecer.
—No pienso irme —respondió tajante—. No pienso ocultarme. De hecho, no nos esconderemos, y menos de nuestra hija.
—Marcos... no seas cabezón, necesitamos...
—Ya te he dado la solución —interrumpió.
—¿Te refieres a esa tontería de tener el control según sea día o noche? —preguntó estupefacta. No había prestado mucha atención cuando se lo contó, porque estaba sumida en otros asuntos, pero, por lo que había captado era una soberana idiotez.
—No es ninguna tontería. —Marcos se giró en la cama, apoyándose sobre un codo mientras con la mano libre trazaba espirales en la tripita de Ruth. No podemos continuar así, viéndonos a tiempo parcial, saliendo juntos por las tardes y separándonos al llegar la noche como dos adolescentes de quince años.
—En eso estoy de acuerdo, pero...
—Pero nada. No quieres que vivamos juntos por miedo a no tener el control. Bien, pues no tienes por qué preocuparte. Tendrás el control. Durante el día. Las noches serán mías. Es muy sencillo —finalizó, satisfecho con su plan. Deslizó una mano hacia los pezones erguidos, todavía enrojecidos por sus besos.
—Es una sandez. —¡No la entendía! Y no lo haría en la vida—. No puedes mantener una relación basada en quién controla a quién según qué hora sea. ¡Es de necios! Además yo no he dicho jamás que no quiero convivir contigo por miedo a perder el control. No sé cómo se te ha ocurrido ese descalabro.
—Tú dijiste... —Tomó un pezón entre los dedos y lo pellizcó. Ruth se limitó a darle un manotazo.
—Dije y reitero, que necesito saber exactamente en qué me estoy metiendo, qué puedo esperar o no de nosotros. Saber hasta dónde estamos dispuestos a llegar. —"Saber qué quieres exactamente de mí", pensó—. No dije nada de control —dijo sentándose en la cama.
—Dijiste que querías controlar no sé qué situaciones... —gruñó irritado sentándose también. No quería que la tocara. Perfecto.
—No entiendes nada. Me refería a que quiero controlar cada posible inconveniente, cada posible situación complicada. Más aun, si vas a marcharle en unas horas. No sabré qué responder a las preguntas que Iris plantee si te encuentra aquí. En la cama. Desnudo. Conmigo.
—Joder. Mira que te gusta complicarte la vida. Si Iris pregunta algo, le respondes la verdad y listo. Es así de sencillo.
—Seguro. Si pregunta qué haces en mi cama, ¿qué la respondo?
—Que hemos pasado la noche haciendo el amor —dijo abalanzándose sobre ella. Estaba demasiado preciosa como para dejar que se mantuviera alejada de sus manos.
—¡No digas memeces! —exclamó ella apartándolo como pudo—. ¡Haz el favor de tomarme en serio!
—Te tomo en serio. De veras —respondió sentándose de nuevo en la cama y haciendo un gran acopio de fuerza de voluntad para no darse de cabezazos contra la pared—. Lo que pasa es que tú te tomas todo demasiado en serio. Quieres controlar todo lo que va a suceder y eso no es posible. No quieres casarte conmigo porque no sabes qué sucederá en un futuro. No quieres que vivamos juntos porque no sabes qué nos traerá el día de mañana. No quieres que Iris nos encuentre aquí porque eso significaría dar un paso adelante, que no sabes si puedes dar, porque no sabes qué pasará después... Joder. Tienes tantas preguntas que no das tiempo al tiempo para encontrar las respuestas.
—¿Me lo tomo todo demasiado en serio? —repitió Ruth irritada—. Me culpas de no querer casarme contigo cuando ni siquiera me lo has propuesto.
—¿No te lo he propuesto? Joder, claro que te lo dije. ¿Qué cono quieres? ¿Un jodido contrato firmado, especificando hasta dónde estoy dispuesto a llegar?
—Me lo ordenaste —refutó Ruth—. Justo un segundo antes de amenazarme con llamar a los abogados si no te obedecía.
—Joder. Lo estás sacando todo de quicio.
—¡Yo!
—Mira, "Avestruz". Hazte a la idea de soy un tipo bastante obtuso y dime clara y sencillamente lo que quieres.
—No hace falta que me haga a la idea. Eres obtuso —repuso irritada—. Quiero estar totalmente segura de lo que nos podemos ofrecer el uno al otro, saber con toda certeza, hasta dónde estamos dispuestos a llegar. No me arriesgaré a un matrimonio cuyo fin probable sea un divorcio. Sinceramente, hasta que no lo tenga claro prefiero seguir tal y como estamos.
—¡"Tal y como estamos"! ¡Si no "estamos" de ninguna manera!
—¡Mamá! ¿Por qué está cerrada la puerta de tu cuarto? ¡Déjame entrar! —Se oyó la voz de Iris a través de la puerta.
—¡Ay Dios! —exclamó Ruth hundiendo la cara entre las manos.
—Un momento, princesa —dijo Marcos levantándose y poniéndose el bóxer.
—¿Papá? ¡Papá! ¡Has vuelto! Abre la puerta, vamos, abre —gritó Iris golpeando la puerta.
Marcos abrió y apenas sí tuvo tiempo de coger a su hija que en esos momentos saltó a sus brazos gritando un galimatías sin sentido y abrazándolo con todas las fuerzas de sus delgados bracitos.
—¿Cómo es que has vuelto tan pronto? ¿Te has escapado? ¿Has escalado algún castillo? ¿Vas a quedarte? —Paró para respirar, y con los ojos entornados preguntó muy seria—. ¿Por qué estás en calzoncillos en vez de llevar pijama? ¿Por qué estás en el cuarto con mamá? ¿Has dormido en su cama?
—No llevo pijama porque me lo he olvidado en Tenerife. Estoy en este cuarto porque la ventana del mío no cierra bien y me estaba quedando helado, y he dormido en la cama de mamá porque no hay otra cama en la que dormir en esta habitación —contestó diciendo la verdad, toda la verdad y nada más que verdad.
—¿Vas a quedarte? ¿Has escalado algún castillo? ¿Quieres ver los dibujos que he puesto en mi cuarto? Todas las noches echo migas de pan en la terraza y luego se llena de pájaros por las mañanas. ¿Quieres verlo? —Tiró Iris de la mano de padre, nerviosa y excitada por enseñarle todas las cosas que no había visto...
El resto del día, o al menos el resto del día hasta que Marcos se marchó a Barajas, transcurrió entre sonrisas y llantos. Sonrisas porque Marcos estaba en casa, lágrimas porque partía esa misma tarde. Los dos adultos no volvieron a encontrarse a solas ni un segundo. No se mantuvo ninguna conversación trascendental ni se resolvió ninguna duda.
Amar no es mirarse el uno al otro;
es mirar juntos en la misma dirección.
ANTOINE DE SAINT-EXUPERY
La semana siguiente Marcos continuó llamando a diario, conversando con Iris durante horas —más bien escuchándola— y hablando con Ruth los minutos exactos para preguntar por el colegio, la salud, la familia y poco más. En su última llamada, hacía menos de media hora, Ruth se había armado de valor, harta de conversaciones vanas y diálogos para besugos.
—Marcos, tenemos que hablar.
—Ya estamos hablando.
—Tenemos que hablar sobre... el futuro —insistió ella.
—No quiero hablar de eso por teléfono.
—¿Vendrás el sábado? —preguntó esperanzada. Si se había podido escapar el último sábado...
—No. Todavía tengo mucho por hacer y se me está echando el tiempo encima, aún me queda para un par de semanas.
—Pensaba que sólo ibas a estar fuera un mes.
—Eso dije.
—Si te quedan dos semanas más, es más de un mes.
—Día arriba, día abajo.
—Entiendo. Imagino que quieres hablar con Iris.
—Sí.
Y no hubo más conversación. Marcos estaba irritado. Lo sabía. Lo veía tan claramente como si lo tuviera frente a ella. Lo imaginaba con los labios apretados, los brazos cruzados y los ojos entornados.
A punto de estallar.
Igual que ella.
—¿Qué te ocurre, cariño? —preguntó su padre por enésima vez en lo que iba le semana.
—Nada, papá —respondió Ruth cariñosamente.
—Te veo triste.
—Será por el tiempo.
—¿Por la lluvia? —preguntó Ricardo mirando por la ventana—. ¿Hace mucho que está lloviendo?
—Toda la semana, papá. Toda la semana.
Toda la semana con la mente inundada de dudas, probabilidades, temores y certezas.
Dudas: ¿había hecho lo correcto? Por supuesto que sí. No podía embarcarse en ninguna empresa, sin cerciorarse antes de conocer con exactitud la probabilidad de llegar a buen fin en caso de aceptar. Y lo cierto era que, aunque confiaba en Marcos ciegamente, eso no significaba que él fuera una persona fiable... Jamás miraba hacia delante, ni pensaba en lo que vendría al día siguiente... Tomaba lo que quería, en el momento que lo quería, sin pararse a pensar si lo que quería era realmente lo que necesitaba.
¿Qué probabilidades de futuro tenían? O lo que es lo mismo, ¿cuál era el concepto de futuro de Marcos? ¿Era factible conjeturar que cuando Marcos había dicho que se quedase con él para siempre, se refería a para siempre,
siempre
? ¿De verdad de la buena? Por el contrario ¿era viable suponer, y solo era una suposición, que él lo había mencionado en un arrebato pasional? Al fin y al cabo acababan de hacer el amor, y era posible que no estuviera pensando con la cabeza sino con... bueno, con la cabeza pero no en sus cabales, no plenamente consciente de que le estaba ofreciendo un futuro juntos. Un futuro a largo plazo. Un futuro en el que tendrían que afrontar buenos y malos momentos, en el que ambos tendrían que ceder antes o después y en el que dar marcha atrás significaría un duro golpe para Iris.
En el supuesto de que sí hubiera sido plenamente consciente de lo que proponía, ¿cabía alguna posibilidad del "vivieron felices y comieron perdices"? Porque eso era lo que quería Ruth. Ni más ni menos. Por el contrario, quizá lo que Marcos ofrecía era establecer una sociedad permanente basada en el amor a Iris, el respeto, el compañerismo y una excelente compenetración sexual. Y eso, justo eso, a Ruth no le atraía en absoluto. Para qué engañarse, Ruth quería lo mismo que Iris: un príncipe azul que se enfrentase a los dragones y la amara por siempre jamás.
Y sobre todo, estaba Iris... no podían continuar así. No podían dar a Iris falsas esperanzas. Que los hubiera encontrado juntos en la cama era lo de menos, había creído la mentira de Marcos, pero... no paraba de preguntar por el beso en el parque, por las sonrisas sesgadas... De hecho, cada vez que hablaba con su padre, le preguntaba si había escalado ya un castillo.
No serían amantes. Esa opción quedaba cancelada en ese mismo momento.
Se removió inquieta sobre el sillón, le estaba empezando a doler la cabeza. Sabía sin lugar a dudas que le estaba dando demasiadas vueltas al asunto. Y lo malo, lo peor de todo, es que tenía una vocecita dentro, que no era la voz de la razón, ni la de la lógica... sino la voz del corazón. Y no paraba de susurrarle al oído que con tantas dudas y probabilidades estaba dejando de ver lo que realmente tenía que ver. Esa vocecita tenía la absoluta y total seguridad de que un futuro con Marcos sería muchísimo mejor que el presente que tenía ahora mismo. Aunque no fuese un futuro largo. Aunque se acabara antes de llegar ser futuro.
—Papá, ¿echas todavía de menos a mamá? —dijo a Ricardo sin saber por qué.
—Siempre, cariño. Siempre. A veces pienso que está tardando demasiado en llegar mi hora. No me entiendas mal, cielo —continuó Ricardo al ver la cara de estupefacción de su hija—, no quiero morirme. Pero... vosotros ya sois mayores, podéis hacer vuestra vida sin mí, y yo echo mucho de menos a vuestra madre. Sé que me está esperando, y sinceramente, tengo ganas de ir a verla.
"Para ti lleva años lloviendo", pensó Ruth besando la mejilla rasposa y arrugada de su padre.
Estaba equivocada, no quería el amor de los cuentos de hadas. Quería el amor inmortal que su padre sentía por su madre. Ni más ni menos.
Marcos miraba el teléfono disgustado consigo mismo, con Ruth y con el mundo en general. Llevaba días dándole vueltas a la última conversación
irracional
de su amiga.
¡Seguir tal y como estaban! ¿Y cómo cojones se suponía que estaban? Que él supiera eran amigos con derecho a roce. Punto pelota.
Y además... ¿Por qué cojones decía que iban a acabar en divorcio? ¿Pero en qué coño estaba pensando? ¿Con quién narices se pensaba que estaba hablando? ¡Divorcio! ¡Ruth estaba como una puta cabra! ¿Qué se pensaba? ¿que lo había dicho por decir? ¿Que no lo había pensado muy mucho? Vale, no se había sentado a escribir una jodida lista de las cosas que podían ir mal, ni tampoco había pensado en todas las probabilidades de que todo fuera bien, pero eso no significaba que estuviera en la inopia. ¡Joder! La que creía en los cuentos de hadas era Iris. El tenía los pies bien plantados en el suelo. Sabía que tendrían buenos y malos momentos y que tendrían que ceder en un montón de ocasiones, que se daría de cabezazo contra la pared en más de una discusión, pero también sabía con una certeza ineludible que si discutían se reconciliarían con amor, besos y abrazos... y algo más —el "algo más" era lo que más le gustaba de las discusiones—. Que los dos disfrutarían día a día en compañía uno del otro, en definitiva... Marcos lo tenía clarísimo. Quería ser parte de su vida. Ni más ni menos.