Read Cuando te encuentre Online

Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (18 page)

BOOK: Cuando te encuentre
13.72Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Thibault se rio sin alegría.

—Pues qué bien. —Entonces, para cambiar de tema, preguntó—: ¿Qué tal se te da eso de arreglar tejados?

—¡Uf! Se pasa mucho calor en verano.

—¿Cómo en Iraq?

—No. No existe un sitio tan caluroso como Iraq. Pero diría que sí, que hace bastante calor. —Sonrió—. Me han ascendido, ¿sabes? Ahora dirijo el equipo de montaje.

—Me alegro. ¿Cómo está María?

—Engordando por momentos, pero feliz. Y es mi vida. Me siento inmensamente afortunado de haberme casado con ella. —Sacudió varias veces la cabeza en señal de admiración.

—Lo celebro.

—No hay nada como el amor. Deberías probarlo.

Thibault se encogió de hombros.

—Quizás algún día.

Elizabeth.

Había detectado una extraña reacción en su cara cuando la había llamado así, cierta emoción que no podía identificar. El nombre capturaba su esencia mucho mejor que simple y vulgarmente «Beth». Elisabeth destilaba una elegancia que hacía juego con su distinguida forma de caminar, y a pesar de que él no había planeado llamarla de ese modo, las sílabas se habían escapado de su boca sin poder hacer nada por detenerlas.

De camino a casa, Logan volvió a evocar su conversación sin proponérselo, y se maravilló de lo normal que le había parecido estar allí sentado con ella. Ella estaba más relajada de lo que había imaginado, aunque podía notar que, al igual que Nana, no estaba segura de qué pensar acerca de él. Más tarde, tumbado en la cama con la vista fija en el techo, se preguntó qué debía pensar ella sobre él.

El viernes por la mañana, Thibault se aseguró de que todo estaba bajo control antes de llevar a Nana hasta Greensboro en el coche de Elizabeth.
Zeus
iba montado en el asiento trasero y se pasó la mayor parte del trayecto sacando la cabeza por la ventana, con las orejas hacia atrás a causa del viento, intrigado por los constantes cambios de olor y de escenario. Thibault no había esperado que Nana accediera a viajar con
Zeus
, pero fue ella la que lo invitó a subir en el coche.

—A Beth no le importará. Además, mi equipaje cabe en el maletero.

El trayecto de vuelta hasta Hampton pareció transcurrir más rápido. Cuando aparcó el coche, se sintió contento de ver a Ben cerca de la casa, lanzando una pelota al aire.
Zeus
saltó del coche tan pronto como pudo y corrió hacia Ben, y el muchacho lanzó la pelota muy lejos. El perro salió disparado como una flecha tras la pelota, con las orejas echadas hacia atrás y la lengua colgando. Cuando Thibault se apeó, vio que Elizabeth salía al porche y tuvo la absoluta convicción de que era una de las mujeres más bellas que jamás había visto. Ataviada con una blusa veraniega y unos pantalones cortos que revelaban sus piernas bien modeladas, levantó la mano para saludarlo con naturalidad cuando lo vio, y él se quedó allí plantado, mirándola sin pestañear.

—¡Hola, Thibault! —lo saludó Ben desde el patio. Estaba persiguiendo a
Zeus
, que se escapaba con la pelota en la boca, orgulloso de su habilidad por mantenerse un par de pasos por delante de Ben, por más que el chico acelerase la marcha.

—¡Hola, Ben! ¿Qué tal el cole?

—¡Uf! ¡Aburrido! —gritó—. ¿Qué tal el trabajo?

—¡Fantástico!

—¡Anda ya!

Ben continuó corriendo.

Desde que Ben había empezado la escuela, prácticamente habían intercambiado las mismas palabras cada día. Thibault sacudió la cabeza, divertido, justo en el momento en que Elizabeth bajaba del porche.

—¿Qué tal, Logan?

—¡Ah! Hola, Elizabeth.

Ella se apoyó en la barandilla y le regaló una sonrisa cordial.

—¿Qué tal el viaje?

—Muy bien.

—Debe de haberte resultado raro, ¿no?

—¿Por qué lo dices?

—¿Cuándo fue la última vez que condujiste cinco horas seguidas?

Logan se rascó la nuca.

—No lo sé. Hace mucho.

—Nana me ha dicho que parecías un poco tenso mientras conducías, como si no acabaras de estar cómodo. —Beth señaló por encima del hombro—. Acabo de hablar con ella. Es la segunda vez que llama.

—¿Está aburrida?

—No, la primera ha llamado para hablar con Ben, para preguntarle cómo le había ido en el cole.

—¿Y?

—Ben le ha dado la misma respuesta de siempre: muy aburrido.

—Por lo menos tiene las ideas claras.

—Ya, pero me gustaría que algún día dijera algo diferente. Como por ejemplo: «Me han enseñado un montón de cosas y me he divertido mucho aprendiendo». —Sonrió—. Supongo que es lo que soñamos todas las madres, ¿no?

—Si tú lo dices, seguro que será verdad.

—¿Tienes sed? —le preguntó—. Nana ha dejado una jarra de limonada en la nevera. La ha preparado antes de marcharse.

—Me encantaría. Pero antes será mejor que revise si todos los perros tienen agua.

—Ya me he encargado yo. —Ella dio media vuelta y enfiló hacia la puerta. La mantuvo abierta para que él entrara—. Entra. Solo será un minuto.

Logan subió los peldaños hasta el porche, se detuvo un momento para limpiarse el lodo de la suela de los zapatos y entró. Una vez dentro, en el comedor, se fijó en el mobiliario antiguo y en los lienzos colgados en la pared. «Como el vestíbulo de un hotel de estilo rústico», pensó, nada parecido a lo que había esperado.

—Qué casa más acogedora —confesó Logan, alzando la voz.

—Gracias. —La cabecita de Beth asomó por la puerta de la cocina—. ¿No habías entrado antes?

—No.

—¡Ah! No sé por qué pensaba que no era la primera vez. Si quieres, puedes echar un vistazo.

Beth salió de la estancia. Thibault deambuló por el comedor, impresionado ante la colección de material deportivo de la marca Hummel expuesto en las estanterías. Sonrió. Siempre le habían gustado esos objetos.

Encima de la repisa de la chimenea descansaba una colección de fotografías. Se acercó para mirarlas de cerca. Había dos de Ben; en una de ellas le faltaban los dos dientes superiores. Al lado había una bonita foto de Elizabeth el día de su graduación, con la toga y el birrete, con sus abuelos, y un retrato de Nana y su esposo. En la esquina vio un retrato de un marine vestido con el uniforme azul, sonriente y relajado.

¿El joven marine que había perdido la foto en Iraq?

—Ese es Drake —comentó ella a sus espaldas—. Mi hermano.

Thibault se dio la vuelta.

—¿Mayor o menor?

—Un año menor.

Le pasó el vaso con limonada sin añadir ningún comentario más. Thibault dedujo que ella no quería hablar del tema. Beth dio un paso hacia la puerta principal.

—¿Qué tal si nos sentamos en el porche? Me he pasado todo el día metida en casa, y además, así podré vigilar a Ben. Le gusta merodear por ahí.

Elizabeth tomó asiento en los peldaños del porche y se puso un mechón de pelo detrás de la oreja. El sol se filtraba a través de las nubes, pero ellos quedaban resguardados por la sombra del porche.

—Lo siento. No te puedo ofrecer un asiento más cómodo. He intentado convencer a Nana para que compremos un par de mecedoras, pero dice que no le gustan porque es un mobiliario excesivamente provinciano.

A lo lejos, Ben y
Zeus
corrían por el campo. El chico reía e intentaba quitarle el palo al perro de la boca. Elizabeth sonrió.

—Me gusta ver cómo descarga toda su energía. Hoy ha tenido su primera clase de violín, así que no había podido corretear después del cole.

—¿Le ha gustado?

—Sí. O al menos eso es lo que me ha dicho. —Beth se giró hacia él—. ¿A ti te gustaba tocar el violín cuando eras pequeño?

—Sí, la verdad es que sí. Por lo menos hasta que fui un poco más mayor.

—A ver si lo adivino… ¿Entonces tu interés se enfocó en las chicas y los deportes?

—Y no te olvides de los coches.

—Típico —resopló—. Pero normal. Estoy muy contenta porque es una actividad que ha elegido él. Siempre ha mostrado interés por la música, y su maestra es una joya. Tiene una paciencia de santa.

Eso es bueno. Y será muy positivo para Ben.

Ella lo observó con descaro.

No sé por qué, pero tienes más pinta de tocar la guitarra eléctrica que el violín.

—¿Porque he venido andando desde Colorado?

—Y por las greñas.

—Durante muchos años lo he llevado casi rapado al cero.

—Y entonces tu peluquero se declaró en huelga, ¿no?

—Algo parecido.

Ella sonrió y cogió el vaso. En el silencio que siguió a continuación, Thibault se dedicó a contemplar el paisaje. Al otro lado del patio, una bandada de estorninos levantó el vuelo, moviéndose al mismo tiempo antes de volver a posarse en el lado opuesto. Unas nubes algodonosas se desplazaban lentamente por el cielo, cambiando de forma mientras se movían en la brisa de la tarde. Notó que Elizabeth lo estaba mirando.

—No sientes la necesidad de hablar todo el rato, ¿no? —dedujo ella.

Logan sonrió.

—No.

—La mayoría de la gente no sabe apreciar el silencio. Por eso siente la necesidad de hablar todo el rato.

—Yo también hablo. Pero primero necesito tener algo que decir.

—Lo pasarás mal en Hampton. La mayoría de la gente de por aquí solo sabe hablar de su familia, de los vecinos, del tiempo o de las posibilidades de que el equipo de fútbol del instituto gane algún campeonato.

—¿Ah, sí?

—Te aseguro que puede ser muy aburrido.

Logan asintió.

—No me extraña. —Tomó otro sorbo y apuró el contenido del vaso—. Así pues, ¿qué expectativas hay para el equipo de fútbol este año?

Ella rio.

—Veo que lo has entendido. —Alzó la mano para coger el vaso de Logan—. ¿Te apetece un poco más de limonada?

—No, gracias. Es muy refrescante.

Beth dejó el vaso de Logan junto al suyo.

—Limonada casera. Nana ha exprimido los limones.

Él asintió con la cabeza.

—Ya me he fijado en que tiene el bíceps tan desarrollado como Popeye.

Ella deslizó el dedo índice por encima del borde del vaso, admitiéndose a sí misma en secreto que admiraba las salidas ingeniosas de Logan.

—Así que estaremos solos tú y yo este fin de semana…

—¿Y Ben?

—Mañana se va con su padre. Le toca ir cada dos fines de semana.

—¡Ah!

Beth suspiró.

—Pero no quiere ir. Nunca quiere ir.

Thibault asintió, estudiando a Ben a distancia.

—¿No tienes ningún comentario al respecto? —lo incitó ella.

—No sé qué decir.

—Pero si hubieras querido decir algo…

—Habría dicho que probablemente Ben tiene un buen motivo.

—Y yo te habría contestado que tienes razón.

—¿No te llevas bien con tu ex? —preguntó Thibault con prudencia.

—La verdad es que sí. No creas que en plan idílico, pero bastante bien. Son Ben y su padre los que no se llevan bien. Mi ex tiene problemas con el niño —explicó ella—. Creo que quería un hijo diferente.

—Entonces, ¿por qué dejas que vaya con él? —Logan la miró a los ojos fijamente, con una sorprendente intensidad.

—Porque no tengo alternativa.

—Siempre hay una alternativa.

—En este caso no. —Se inclinó hacia un lado y arrancó una caléndula que había junto a los peldaños—. Tenemos la custodia compartida, y si intentara arrebatársela, el juez probablemente dictaría a su favor. Por consiguiente, Ben tendría que pasar incluso más días con su padre de los que pasa ahora.

—No me parece justo.

—Y no lo es. Pero por ahora no puedo hacer nada más que decirle a Ben que intente pasárselo bien cuando está con él.

—Tengo la impresión de que esta historia es como un culebrón.

—Ni te lo figuras.

—¿Quieres hablar de ello?

—No, la verdad es que no.

Thibault tuvo que contenerse y no insistir más sobre la cuestión porque vio que Ben se acercaba corriendo. Estaba empapado de sudor y con la cara arrebolada. Llevaba las gafas un poco torcidas.
Zeus
lo seguía, jadeando ruidosamente.

—¡Hola, mamá!

—Hola, cielo. ¿Te lo estás pasando bien?

Zeus
le lamió la mano a Thibault antes de desplomarse pesadamente a sus pies.

—¡Zeus es genial! ¿Has visto cómo jugábamos al pilla- pilla?

—Sí —contestó ella, abrazando amorosamente a su hijo. Le pasó una mano por el pelo—. Estás sudando. Será mejor que bebas un poco de agua.

—Lo haré. ¿Zeus y Thibault se quedarán a cenar?

—Todavía no hemos hablado de ello.

Ben empujó las gafas sobre el puente de su naricita con el dedo índice, ignorando la varilla torcida.

—Cenaremos tacos —anunció a Thibault—. Están buenísimos. Mamá prepara la carne y una salsa que está de rechupete.

—Vaya, vaya —dijo Thibault, con un tono neutral.

—Bueno, ya hablaremos, ¿vale? —Beth le quitó unas briznas de hierba de la camisa—. Y ahora ve a beber un poco de agua. Y no te olvides de lavarte las manos y la cara.

—Pero quiero jugar al escondite con
Zeus
—protestó Ben—. Thibault me ha dicho que podíamos jugar.

—Ya hablaremos —repitió Elizabeth.

—¿Puede
Zeus
entrar en casa conmigo? Él también tiene sed.

—Será mejor que se quede aquí, ¿de acuerdo? Ya le sacaremos un cuenco con agua. ¿Qué les ha pasado a tus gafas?

Sin prestar atención a las protestas de Ben, ella se las quitó.

—Solo será un momento, cielo. —Ajustó la varilla, examinó si estaba recta y volvió a doblarla un poco más antes de entregarle de nuevo las gafas a Ben—. ¿A ver ahora?

Después de ponerse las gafas, el niño clavó la vista en Thibault, que fingió no darse cuenta. Se puso a acariciar a
Zeus
, que continuaba tumbado plácidamente a su lado. Elizabeth se ECHÓ hacia atrás para ver mejor a su hijo.

—Perfecto —dijo.

—VAAAALE —cedió Ben. Subió los peldaños, abrió la puerta mosquitera y la cerró de un portazo. Cuando hubo desaparecido, Elizabeth se giró hacia Thibault.

—Me parece que lo he avergonzado.

—Eso es lo que suelen hacer las madres.

—Gracias —contestó, sin ocultar el sarcasmo—. Y ahora cuéntame, ¿qué es eso de jugar al escondite con
Zeus
?

—Oh, se lo comenté un día, en el arroyo. Me preguntó qué podía hacer
Zeus
y le dije que podía jugar al escondite. Pero no tiene que ser esta noche.

BOOK: Cuando te encuentre
13.72Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Summer Smile by Iris Johansen
Ever After Drake by Keary Taylor
CHASING LIFE by Jovanoski, Steve
Color Blind (Able to Love) by Lindo-Rice, Michelle
The Knights of Christmas by Suzanne Barclay
Quick Fix by Linda Grimes
Revelations by Carrie Lynn Barker
Bikers and Pearls by Vicki Wilkerson
What Kills Me by Wynne Channing