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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (21 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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Ella se rio.

Tiene gracia. Hubo una época en la que seguramente habría aceptado tu ofrecimiento sin pensarlo dos veces, pero ahora no. Él es… simplemente inmaduro. Cree que todas las mujeres que conoce se enamoran locamente de él, y siempre que las cosas le salen mal echa la culpa a los demás. A sus treinta y un años tiene la mentalidad de un adolescente, ¿me entiendes? —De soslayo, podía ver a Logan, que la observaba con atención—. Pero, bueno, ya está bien de hablar de él. Cuéntame algo de ti.

—¿Cómo qué?

—No sé… Lo que sea. ¿Por qué decidiste estudiar antropología?

Logan consideró la pregunta.

—Por mi personalidad, supongo.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Sabía que no quería estudiar nada práctico, como ciencias empresariales o ingeniería, así que antes de empezar la universidad se me ocurrió hablar con algunos universitarios que estudiaban artes liberales. Los más interesantes que conocí estudiaban antropología, y yo quería ser un tipo interesante.

—¿Bromeas?

—No. Por eso decidí asistir a las primeras clases introductorias. Entonces me di cuenta de que la antropología era una magnífica mezcla entre historia, hipótesis y misterio, y puesto que me gustan las tres materias, me quedé enganchado.

—¿Y qué tal las fiestas nocturnas?

—No estaban hechas para mí.

—¿Y los partidos de fútbol?

—Tampoco.

—¿No tenías la impresión de que te estabas perdiendo la esencia de la universidad?

—No.

—Yo tampoco —convino ella—. Desde luego, no después de tener a Ben.

Logan asintió y señaló con la cabeza hacia el bosque.

—¿Crees que debería enviar ya a
Zeus
a buscarlo?

—¡Dios mío! —exclamó ella, con un poco de pánico—. ¡Claro, será mejor que vaya a buscarlo! ¿Cuánto rato ha pasado?

—No mucho. Cinco minutos, quizá. Voy a buscar a
Zeus
.

Y no te preocupes. Lo encontrará enseguida.

Logan se desplazó hasta la puerta y la abrió.
Zeus
salió disparado, moviendo la cola, y bajó los peldaños al trote. Inmediatamente levantó una pata al lado del porche, luego volvió a subir los peldaños corriendo para colocarse al lado de Logan.

—¿Dónde está Ben? —preguntó Logan.

Zeus
puso las orejas tiesas. Él le señaló hacia adonde había.

ido el niño.

—¡Encuentra a Ben!

Zeus
se giró y empezó a correr describiendo unos amplios arcos, con el hocico pegado al suelo. En tan solo unos segundos, encontró la pista y desapareció en la oscuridad.

—¿Tenemos que seguirlo? —inquirió Beth.

—¿Quieres hacerlo?

—Sí.

—Entonces vamos.

Tan solo habían llegado a la primera línea de árboles cuando oyeron los ladridos de
Zeus
. Justo después, sonó la vocecita de Ben, que gritaba con alegría. Cuando ella se giró hacia Logan, él se limitó a encogerse de hombros.

—Ya veo que no exagerabas, ¿eh? ¿Cuánto ha tardado? ¿Dos minutos?

—No ha sido difícil para él. Yo ya sabía que Ben no se alejaría demasiado.

—¿Hasta qué distancia es capaz de seguir a alguien?

—Una vez siguió la pista de un ciervo unos…, unos trece kilómetros, más o menos. Y quizá lo habría seguido aún más lejos, pero el ciervo quedó acorralado contra una empalizada. Eso fue en Tennessee.

—¿Por qué seguíais al ciervo?

—Para practicar. Es un perro muy inteligente. Le gusta aprender, y le encanta poner en práctica sus habilidades. —En aquel momento,
Zeus
emergió contento entre los árboles, con Ben justo detrás de él—. Por eso
Zeus
se divierte tanto como el niño.

—¡Ha sido increíble! —gritó el niño—. ¡Ha venido derechito hacia mí! ¡Sin que yo hiciera el más mínimo ruido!

—¿Quieres volver a jugar? —preguntó Logan.

—¿Puedo? —suplicó Ben.

—Si tu madre te deja…

El muchacho se giró hacia su madre, y ella alzó las manos.

—Adelante.

—¡Vale! ¡Vuelve a encerrarlo dentro! ¡Esta vez no me encontrará! —declaró Ben.

—Ya veo que empiezas a entender el juego —apuntó Logan.

La segunda vez que Ben se escondió,
Zeus
lo encontró dentro del tronco hueco de un árbol. La tercera, el niño se propuso ir más lejos, y el perro lo encontró a trescientos metros, en su cabaña en el árbol cerca del arroyo. Beth no se mostró muy satisfecha con aquella última elección: el puente y la plataforma inestables parecían mucho más peligrosos durante la noche, pero por entonces Ben ya empezaba a acusar el cansancio y estaba listo para abandonar el juego.

Logan los siguió de nuevo hasta la parte trasera de la casa. Después de darle las buenas noches a Ben, que estaba completamente exhausto, se giró hacia Beth y carraspeó nervioso.

—Gracias por esta velada. Ahora será mejor que me vaya.

A pesar de que eran casi las diez, Beth no quería que se marchara todavía.

—¿Quieres que te lleve? —le ofreció—. Ben se quedará dormido dentro de un par de minutos, y yo estaré encantada de llevarte a casa.

—Gracias, pero no. Me gusta caminar.

—Lo sé. No es que sepa muchas cosas sobre ti, pero al menos eso sí que lo sé. —Sonrió—. Entonces, hasta mañana.

—Sí, vendré a las siete.

—Puedo dar de comer a los perros, si prefieres venir un poco más tarde.

—No me importa. Y además, me gustaría ver a Ben antes de que se marche a pasar el fin de semana con su padre. Y estoy seguro de que
Zeus
también querrá verlo. El pobre no sabrá qué hacer, sin Ben a la zaga.

—De acuerdo. —Beth se abrazó por la cintura, sintiéndose repentinamente decepcionada de que Logan hubiera decidido irse ya.

—¿Te importa si mañana tomo prestada vuestra camioneta un rato? Necesito ir al pueblo para comprar varias cosas para arreglar los frenos. Si no, no pasa nada; puedo ir andando.

Ella sonrió.

—Sí, lo sé. Pero coge la furgoneta. Yo iré a dejar a Ben y luego he de hacer algunos recados, pero, por si no nos vemos, te dejaré las llaves debajo de la alfombrilla del conductor.

—De acuerdo —dijo él. La miró directamente a los ojos—. Buenas noches, Elizabeth.

—Buenas noches, Logan.

Cuando se hubo marchado, Beth fue a ver a Ben y le dio otro beso en la mejilla antes de retirarse a su habitación. Rememoró la velada mientras se desvestía, reflexionando sobre el misterio que rodeaba a Logan Thibault.

Era diferente a cualquier otro hombre que había conocido, e inmediatamente se recriminó a sí misma emitir un juicio tan obvio. «Por supuesto que es diferente —se dijo—. Todavía no sé nada de él. Aún no hemos pasado suficiente tiempo juntos».

De todos modos, se consideraba lo bastante inteligente como para reconocer la verdad cuando la tenía delante.

Sí, sin lugar a dudas, Logan era distinto. Keith no se le parecía en nada, en absoluto. Ni tampoco ninguno de los otros hombres con los que había salido desde que se había divorciado. La mayoría de ellos se habían comportado de un modo predecible; no importaba si eran educados y encantadores, o bruscos y poco refinados: sus intenciones resultaban tan transparentes como para dejar palpable sus ganas de acostarse con ella. Nana lo describía como «chorradas masculinas». Y Beth sabía que su abuela no se equivocaba.

Pero con Logan… Esa era la cuestión. No sabía qué era lo que quería de ella. Era evidente que la encontraba atractiva, y parecía estar a gusto con ella. Pero aparte de eso, no tenía ni la más remota idea de cuáles podían ser sus intenciones, ya que también parecía disfrutar de la compañía de Ben. Pensó que, en cierto sentido, la trataba igual que bastantes hombres casados que conocía: «Eres guapa e interesante, pero no estoy disponible».

De repente se le ocurrió que quizá no estaba disponible. Quizá tenía una novia en Colorado, o quizás acababa de romper con el amor de su vida y se estaba recuperando del duro golpe. Al recordar lo que él le había dicho, se dio cuenta de que, a pesar de que les había descrito las cosas que había visto y hecho durante su larga caminata a través del país, Beth seguía sin saber por qué había emprendido el viaje o por qué había decidido acabarlo en Hampton. La historia de Logan no destacaba tanto por su misterio como por la omisión de información, у eso era extraño. Si algo había aprendido de los hombres era que les gustaba hablar de sí mismos: de su trabajo, sus pasatiempos, sus logros en el pasado, sus motivaciones. Logan no hacía nada de eso. Y le parecía curioso.

Beth sacudió la cabeza, pensando que tal vez le estuviera dando demasiadas vueltas. Después de todo, ni siquiera habían disfrutado de una cena romántica. La velada había transcurrido como una reunión entre amigos, con tacos, ajedrez y una conversación amena. Una grata velada familiar.

Se puso el pijama y cogió una revista de la mesita de noche. Empezó a ojear las páginas con desgana antes de apagar la luz. Pero cuando cerró los ojos, siguió viendo cómo las comisuras de los labios de Logan se curvaban levemente hacia arriba cuando ella decía algo que a él le parecía divertido, o cómo sus cejas se juntaban en el centro cuando se concentraba en una tarea. Durante un buen rato, se movió inquieta en la cama, sin poder dormir, preguntándose si quizá, y solo quizá, Logan también estaba despierto y pensando en ella.

Thibault

Thibault observaba a Victor mientras este lanzaba la caña en las frías aguas de Minnesota. Aquel sábado por la mañana no había ni una sola nube en el cielo. El aire no se movía, y en las cristalinas aguas del lago se reflejaba el cielo. Habían salido a pescar temprano porque querían llegar antes de que el lago quedara invadido por un montón de lanchas y de jóvenes practicando esquí náutico. Era su último sábado de vacaciones; a la mañana siguiente, ambos tomarían un vuelo para regresar a sus respectivos hogares. Para la última noche juntos, habían planeado ir a cenar a un restaurante cuya especialidad era la carne a la brasa y que, según les habían dicho, era el mejor en la localidad.

—Creo que encontrarás a esa mujer —anunció Victor sin ningún preámbulo.

Thibault estaba recogiendo el hilo en el carrete.

—¿Qué mujer?

—La de la foto que te trae suerte.

Thibault miró fijamente a su amigo.

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

—Cuando la busques. Creo que la encontrarás.

Thibault inspeccionó el anzuelo antes de lanzarlo otra vez al agua.

—No pienso ir a buscarla.

—Eso lo dices ahora. Pero lo harás.

Thibault sacudió la cabeza.

—No. No lo haré. Y aunque quisiera, no podría hacerlo.

—Hallarás el modo. —Victor parecía muy seguro de sí mismo.

Thibault volvió a mirar a su amigo sin parpadear.

—¿Por qué se te ha ocurrido sacar el tema?

—Porque tu vínculo con ella aún no ha terminado —aseveró Victor.

—Créeme, se ha acabado.

—Eso es lo que crees. Pero no es cierto.

Thibault había aprendido mucho tiempo atrás que, cuando a Victor se le metía una idea entre ceja y ceja, no cesaba hasta que tenía la seguridad de haber dejado claro su punto de vista. Puesto que no deseaba pasar su último día con su amigo hablando de ese tema, pensó que lo mejor era zanjar la cuestión lo antes posible.

—A ver —dijo, suspirando—, ¿por qué crees que no se ha acabado?

Victor se encogió de hombros.

—Porque no habéis alcanzado el punto de equilibrio.

—No hemos alcanzado el punto de equilibrio —repitió Thibault, en un tono cansino.

—Así es —afirmó Victor—. Exactamente. ¿Lo entiendes?

—No.

Su amigo resopló ante la poca agilidad mental de Thibault.

—Digamos que alguien viene a colocarte un tejado en tu casa, ¿vale? El hombre trabaja duro y al final tú le pagas. Solo cuando ha acabado. Pero en este caso, con la fotografía, es como si alguien hubiera colocado el tejado, pero el dueño aún no hubiera pagado el trabajo. Hasta que no realice el pago, las dos personas implicadas en la historia no alcanzarán el punto de equilibrio.

—¿Me estás diciendo que le debo algo a esa mujer? —le preguntó con escepticismo.

—Sí. La foto te mantuvo a salvo y te trajo suerte. Pero hasta que no realices el pago, vuestra relación no habrá concluido.

Thibault sacó una tónica de la nevera portátil y se la ofreció a Victor.

—¿Te das cuenta de que tu argumento carece de sentido?

El otro aceptó la lata con un movimiento afirmativo de la cabeza.

—Para algunos, quizá. Pero te aseguro que tarde o temprano acabarás por salir a buscarla. Existe algo mucho más importante en todo este asunto. Se trata de tu destino.

—Mi destino.

—Sí.

—¿Y eso qué significa?

—No lo sé. Pero lo averiguarás cuando la encuentres.

Thibault se quedó callado, deseando que Victor no hubiera sacado el tema a colación. En el silencio reinante, Victor se dedicó a estudiar a su amigo.

—Quizá vuestro destino es estar juntos —especuló.

—No estoy enamorado de ella, Victor.

—¿No?

—No.

—Y sin embargo, piensas en ella a menudo —concluyó Victor.

Thibault guardó silencio.

El sábado por la mañana, llegó temprano y se encaminó directamente hacia el recinto de los caniles para limpiarlos y dar de comer e iniciar el adiestramiento de los perros, como cada día. Mientras trabajaba, Ben se pasó un buen rato jugando con
Zeus
hasta que Elizabeth lo llamó para que entrara en casa y se preparara para marchar. Ella saludó con la mano a Thibault desde el porche, pero incluso a distancia, pudo distinguir su semblante abstraído.

Elizabeth ya había vuelto a entrar en casa cuando él sacó los perros a pasear. Normalmente los sacaba de tres en tres, con
Zeus
a la zaga. Cuando estaba a cierta distancia de la casa, los soltaba para que corretearan libremente, pero los perros solían seguirlo sin importar qué dirección tomara. Le gustaba variar de ruta, ya que con ello conseguía que los animales no se alejaran demasiado para explorar el terreno. Al igual que las personas, los perros se aburrían si cada día hacían lo mismo. Normalmente, el paseo duraba una media hora por grupo. Después del tercer grupo de perros, se fijó en que el coche de Elizabeth ya no estaba, y supuso que había ido a dejar a Ben a casa de su exmarido.

No le caía bien aquel hombre, básicamente porque a Ben y a Elizabeth no les gustaba. Ese tipo parecía una mala pieza, pero Thibault no estaba en condiciones de hacer nada más que escuchar a Elizabeth cuando le hablaba de él. No tenía suficiente información como para ofrecerle consejo, y aunque la tuviera, eso no era lo que ella le estaba pidiendo. De todos modos, tampoco era asunto suyo.

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