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Authors: Nicholas Sparks

BOOK: Cuando te encuentre
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Era la típica tarde perezosa de domingo que tanto le gustaba a Beth, aunque cada vez que veía el morado en la cara de su hijo y sus gafas reparadas de un modo tan antiestético sentía una incontenible rabia por lo que Keith había hecho. El lunes sin falta pensaba llevarlo al óptico para que le repararan las gafas. A pesar de lo que había dicho, Keith había lanzado la pelota con una fuerza excesiva, y se preguntó qué clase de padre cometería tal barbaridad con un niño de diez años.

Obviamente, un padre como Keith Clayton.

Una cosa era cometer un error casándose con él, y otra muy distinta era tener que cargar con ese error el resto de su vida. La relación entre Ben y su padre parecía empeorar en vez de mejorar. Cierto, Ben necesitaba una figura paterna en su vida, y Keith era su padre, pero…

Apesadumbrada, sacudió la cabeza. En parte deseaba alejar a Ben de Keith y marcharse a vivir a otro lugar. Buscar un nuevo hogar en otra parte del país y empezar de nuevo. Resultaba fácil fantasear con la idea; si tuviera agallas para hacerlo, sus problemas se acabarían. Pero la realidad era distinta. No le faltaba valor, pero escapar no era una posibilidad viable. Aunque Nana se encontrara bien para hacerse cargo de todo —y la verdad era que no lo estaba—, Keith acabaría por encontrarla, por más lejos que se marchara. Gramps insistiría en que lo hiciera, y el tribunal, incluyendo al juez Clayton, tomaría cartas en el asunto. Sin lugar a dudas, en su ausencia, le concederían a Keith la custodia de Ben. El tío de Keith lo conseguiría, estaba segura; esa había sido la amenaza implícita desde el divorcio, una amenaza que tenía que tomarse muy en serio en aquel condado. Quizá conseguiría recuperar la custodia, pero ¿cuánto tardaría? ¿Doce, dieciocho meses? No pensaba arriesgarse a perder a Ben durante tanto tiempo. Y lo último que deseaba era que Ben tuviera que pasar más tiempo con Keith.

La verdad era que él deseaba tan poco que le concedieran la custodia total de su hijo como ella, y a lo largo de los años habían llegado a una solución tácita: Keith estaría con Ben tan poco tiempo como fuera posible, aunque solo fuera para tener contento a Gramps. No era justo que usaran a Ben como un peón, pero ¿qué más podía hacer? Beth no quería arriesgarse a perderlo. Keith haría lo que tuviera que hacer con tal de que su familia no le cerrara el grifo y siguiera pasándole dinero, y Gramps no quería perder a Ben.

A la gente le gustaba imaginar que disponía de libertad para elegir su propia vida, pero ella había aprendido que a veces eso no era más que una ilusión. Por lo menos en Hampton, donde la familia Clayton lo controlaba prácticamente todo. Gramps siempre se mostraba educado cuando se veían en la iglesia, y a pesar de que el anciano llevaba años intentando comprar las tierras de Nana, no les había hecho la vida imposible. De momento. Pero en un mundo en el que todo era, o bien blanco, o bien negro, no había duda de que los miembros de la familia Clayton, incluyendo a Gramps, eran los reyes de la gama de los grises, y que usaban su poder cuando les convenía. Cada uno de ellos se había criado con la idea de que eran unos seres especiales —ungidos, incluso—, por lo que a Beth le sorprendía la rapidez con que Keith se había marchado de su casa la noche anterior.

Estaba contenta de que Logan y
Zeus
hubieran estado allí. Él había manejado la situación de una forma intachable, y apreciaba que no se hubiera quedado mucho más rato después del altercado. Se había dado cuenta de que ella quería quedarse a solas con Ben y lo había aceptado con la misma facilidad con la que había echado a Keith.

Realmente, era un tipo tranquilo y moderado. Cuando ella le había hablado de Drake, él no le había dado la vuelta a la conversación para enfocarla hacia sí mismo ni en cómo se sentía a causa de ello, ni tampoco le había dado consejos. Esa era una de las razones por las que confiaba en él y por eso había acabado contándole tantas cosas sobre sí misma. Estaba bastante desanimada por la cuestión del olvido del cumpleaños de Drake, pero la verdad era que sabía exactamente lo que hacía. Ella había sido la que le había pedido que se quedara en primer lugar, y suponía que, en el fondo, había querido compartir su tristeza con él.

—¿Mamá?

Beth se giró hacia Ben. Su ojo tenía un aspecto terrible, pero ella fingió no darse cuenta.

—¿Qué quieres, cielo?

—¿Tenemos bolsas de basura? ¿Y pajitas?

—Sí, ¿por qué?

—Thibault me ha dicho que me enseñará a hacer una cometa y que cuando esté acabada la haremos volar.

—¡Vaya, suena divertido!

—Me ha dicho que solía hacer cometas cuando era pequeño y que vuelan muy alto.

Ella sonrió.

—¿Es eso todo lo que necesitáis? ¿Bolsas de basura y cañas?

—Ya he encontrado el hilo de pescar. Y la cinta aislante. Estaban en el cobertizo del abuelo.

Al otro lado del patio, Beth vio a Logan, que se encaminaba hacia ellos. El crío se fijó en él al mismo tiempo.

—¡Eh, Thibault! —gritó contento—. ¿Estás listo para hacer la cometa?

—Por eso venía, para preguntarte si ya tienes todo lo que necesitamos —gritó Logan a modo de respuesta.

—¡Casi! ¡Solo me faltan las bolsas de basura y las pajitas!

Logan asintió con la cabeza para indicarle que lo había oído. Mientras se acercaba, Beth se fijó en la musculatura desarrollada de sus brazos y hombros, y en su cintura ceñida. No era la primera vez que se fijaba en su cuerpo, pero hoy era como… si no pudiera apartar la vista de él. Con un enorme esfuerzo, desvió los ojos y apoyó una mano en el hombro de Ben, sintiéndose repentinamente ridícula.

—Las bolsas de basura están debajo del lavamanos en la cocina; y las pajitass, en la despensa, junto con las galletas. ¿Las vas a buscar tú o quieres que vaya yo?

—¡Ya iré yo! —respondió Ben, y luego se giró hacia Logan—. ¡Solo tardaré un segundo!

Logan llegó a los peldaños justo en el momento en que Ben desaparecía por la puerta.

—Así que vais a montar una cometa, ¿eh? —preguntó, sorprendida e impresionada a la vez.

—Me ha dicho que se aburría.

—¿De verdad sabes hacer una?

—No es tan difícil como parece. ¿Te apetece ayudarnos?

—No —contestó ella. Ahora que lo tenía más cerca, Beth se fijó en el modo en que se le adhería la camiseta al pecho a causa del sudor, y rápidamente desvió la vista—. Os dejo que lo hagáis los dos. Me parece un proyecto más propio para chicos. Pero prepararé limonada. Y luego, si tienes hambre, te invito a comer. No esperes nada del otro mundo, Ben me ha dicho que le apetecen perritos calientes y macarrones con queso.

Logan asintió.

—Me gusta el menú.

Ben volvió a salir por la puerta, sosteniendo las bolsas en una mano y las pajitas en la otra. Su cara, a pesar de los morados y las gafas torcidas, expresaba un enorme entusiasmo.

—¡Ya lo tengo todo! ¿Listo?

Logan continuó mirando a Beth más rato que el necesario, y Beth sintió un insoportable sofoco en el cuello antes de darse la vuelta. Logan le sonrió a Ben.

—Cuando quieras.

Beth no podía evitar apartar la vista de Logan mientras este montaba la cometa con Ben. Estaban sentados en la mesa de madera cerca del enorme roble centenario, con
Zeus
a sus pies, y el viento transportaba de vez en cuando el sonido de sus voces —Logan que le indicaba a Ben lo que tenía que hacer a continuación, o Ben preguntándole si lo estaba haciendo bien—. Era evidente que disfrutaban con el proyecto; Ben charlaba animadamente, y de vez en cuando cometía algún que otro pequeño error, que Logan corregía pacientemente añadiendo más cinta aislante.

¿Cuánto tiempo hacía que no se ruborizaba cuando un hombre la miraba fijamente? Se preguntaba si esas nuevas emociones que estaba descubriendo eran a causa de la ausencia de Nana. Las últimas dos noches se había sentido como si estuviera realmente sola por primera vez en su vida. Después de todo, había salido de casa de Nana para ir a vivir a casa de Keith, У luego había regresado a la casa de su abuela y ya no se había movido de allí. Y a pesar de que disfrutaba de la compañía de Nana y que le gustaba la estabilidad, no era exactamente la vida que había imaginado. De pequeña había soñado con tener su propia casa, pero todavía no había encontrado el momento idóneo para hacerlo. Tras separarse de Keith, había necesitado que Nana la ayudara con Ben; cuando el niño fue lo bastante mayor, murieron Drake y el abuelo, y Beth necesitó el apoyo de Nana, del mismo modo que esta necesitó el suyo. ¿Y después? Justo cuando empezaba a pensar que ya estaba finalmente preparada para encontrar una casa para ella y su hijo, Nana había sufrido la embolia, y de ninguna manera pensaba abandonar a la mujer que la había criado.

Pero en aquel momento, Beth tuvo una inesperada imagen de cómo podría haber sido su vida en unas circunstancias completamente distintas. Mientras los estorninos volaban de árbol en árbol, ella estaba sentada en el porche de la casa que la había visto crecer, contemplando una escena entrañable que le hacía creer que todo podía salir bien en el mundo. Incluso a distancia, podía ver a Ben concentrado, mientras Logan le mostraba cómo aplicar los últimos retoques. De vez en cuando, se inclinaba hacia delante para darle algún consejo, con cordialidad y paciencia, pero dejaba que el chaval se encargara de las partes más divertidas. El hecho de que simplemente interviniera en el proyecto para rectificar los errores de Ben sin frustración ni rabia la llenó de una intensa gratitud y afecto hacia él. Beth todavía estaba extasiada ante la novedad de todas aquellas emociones cuando vio que los dos se incorporaban y se dirigían al centro del patio. Logan mantenía la cometa en alto, por encima de su cabeza, y Ben comenzó a extender el hilo de pescar. Acto seguido, el niño se puso a correr. Logan lo siguió, permitiendo que el aire elevara la cometa antes de soltarla. El hombre se detuvo y alzó la vista hacia el cielo mientras la cometa se elevaba lentamente. Cuando se puso a aplaudir ante la evidente alegría de Ben, ella se quedó impresionada por la constatación de que, a veces, las cosas más sencillas y normales podían convertirse en acontecimientos extraordinarios, simplemente si las llevaban a cabo las personas adecuadas.

Nana llamó aquella noche para anunciar que quería que la pasaran a recoger el viernes. Logan se quedó a cenar con Beth y Ben cada noche. Casi siempre era el niño quien le suplicaba que se quedara, pero el miércoles ya era evidente para Beth que Logan no solo estaba encantado de pasar un rato con ellos, sino que se sentía más que contento de dejar que Ben continuara orquestando su vida. A veces se preguntaba a sí misma si quizás el problema estaba en que Logan tenía tan poca experiencia en relaciones íntimas como ella.

Después de la cena, normalmente salían a dar un paseo. Ben y
Zeus
se adelantaban corriendo por el sendero que conducía al arroyo, mientras ellos los seguían con un paso más sosegado. En una ocasión enfilaron hacia el pueblo para pasear por la orilla del South River y se sentaron debajo del puente que vadeaba el río. A veces charlaban sobre temas de escasa relevancia, como por ejemplo si les había pasado algo interesante en el trabajo o sobre el progreso de Logan en la reorganización de los ficheros; otras veces parecía que él prefería caminar junto a ella en silencio. Dado que no parecía tener la necesidad de hablar todo el rato, Beth también se sentía sorprendentemente cómoda.

Pero algo estaba pasando entre ellos, y Beth lo sabía. Se sentía atraída por él. A veces, en la escuela, rodeada por un montón de niños pequeños en medio de una clase, se preguntaba qué debía de estar haciendo él en aquellos instantes. Cada día que pasaba tenía más ganas de regresar a casa, para verlo.

El jueves por la noche, todos se montaron en la furgoneta de Nana y fueron al pueblo para cenar una pizza.
Zeus
iba en la parte trasera de la furgoneta, con la cabeza colgando por un lado y las orejas echadas hacia atrás. Aunque pareciera raro, Beth tenía la extraña sensación de que aquello era casi una cita, a pesar de que llevaban a un jovencito de diez años como carabina.

La pizzería Luigi's estaba ubicada en una de las calles más tranquilas en pleno centro del pueblo, encajonada entre una tienda de antigüedades y un bufete de abogados. Con el suelo de ladrillo sin pulir, sus mesas de madera con bancos incorporados y las paredes forradas con finas tablas de madera, el lugar ofrecía un ambiente agradable y familiar, en parte porque Luigi no había retocado la decoración desde que Beth era una niña. Las máquinas de videojuegos que Luigi tenía en la parte trasera del restaurante eran de principios de los años ochenta: comecocos, asteroides y otros juegos por el estilo, que eran tan concurridos ahora como lo habían sido en aquella época, probablemente porque no había ninguna otra sala de juegos en el pueblo.

A Beth le encantaba aquel lugar. Luigi y Maria, su esposa, tenían más de sesenta años, y no solo trabajaban siete días a la semana, sino que además vivían en un pisito justo encima del restaurante. Puesto que no tenían hijos, se habían convertido en los padres adoptivos de prácticamente todos los adolescentes de la localidad, y acogían a todo el mundo con una aceptación incondicional que conseguía que el local siempre estuviera abarrotado.

Aquella noche, estaba lleno a rebosar, con su típica clientela ecléctica: familias con niños, un par de hombres que iban vestidos como si acabaran de terminar su jornada de trabajo en el bufete de abogados situado justo al lado, varias parejas de ancianos y un montón de adolescentes por doquier. Cuando María vio a Beth y a Ben entrar en el local, los saludó con una franca alegría. Era una mujer bajita y rechoncha, con el pelo oscuro y una sonrisa genuinamente cálida. Avanzó hacia ellos, cogiendo un par de menus de paso.

—¡Hola, Beth! ¡Hola, Ben! —Al pasar por delante de la puerta de la cocina, metió la cabeza dentro—. ¡Eh! ¡Luigi! ¡Sal un momento! ¡Beth y Ben están aquí!

Siempre que Beth se pasaba por el local, Maria hacía lo mismo, y a pesar de que estaba segura de que daba la bienvenida a todo el mundo con la misma calidez, aquel trato la hacía sentirse especial.

Luigi salió atropelladamente de la cocina. Como de costumbre, el delantal que llevaba atado sobre su enorme barriga estaba cubierto de harina. Puesto que todavía se encargaba de preparar las pizzas y el restaurante siempre estaba lleno, solo la saludó rápidamente con la mano al tiempo que gritaba: «¿Cómo estás, guapa? ¡Me alegro de verte!», antes de volver a desaparecer en la cocina.

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