Cuando te encuentre (37 page)

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Authors: Nicholas Sparks

BOOK: Cuando te encuentre
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En ese mismo instante, Beth había llegado a la carretera sin asfaltar que conducía directamente hasta la casa de Logan. Cuando viró la esquina y se acercó a la casa, con la suspensión delantera del automóvil botando ligeramente por los baches y salpicando lodo por doquier, lo vio de pie en el porche, vestido con una nueva americana deportiva y un par de chinos recién planchados.

Cuando él las saludó con la mano, ella sonrió de oreja a oreja.

El servicio empezó y acabó con música. El solo de Nana fue ovacionado con una lluvia de aplausos. El reverendo mencionó a Logan y a Nana, agradeciéndole a él su intervención desinteresada y a ella haber demostrado tanta fe en la bondad de Dios frente a las adversidades.

El sermón fue informativo, interesante y recitado con el humilde reconocimiento de que las obras misteriosas de Dios no siempre se comprenden. Beth pensó que aquel reverendo en particular era seguramente una de las razones de peso por las que seguía incrementándose el número de feligreses en aquella iglesia.

Desde su asiento, podía ver perfectamente a Nana y a Logan. Siempre que Ben pasaba el fin de semana con su padre, le gustaba sentarse en el mismo banco, para que su hijo supiera dónde encontrarla. Normalmente, él la miraba dos o tres veces durante el servicio; hoy, sin embargo, no paraba de girarse hacia ella constantemente, expresando su emoción al saberse amigo de alguien tan dotado para la música.

Pero Beth evitó mirar a su ex. No por lo que hacía poco había descubierto de él —a pesar de que eso ya era un motivo suficiente—, sino para facilitarle la vida a Ben. Keith se mostraba tenso, como si interpretara que la presencia de Beth en la misa suponía una fuerza negativa peligrosa que, de algún modo, podía importunar a su clan. Gramps se hallaba sentado en el centro de la primera fila, con toda su familia a ambos lados y en la fila de detrás. Desde su posición, Beth podía verlo leer los pasajes de la Biblia, tomar notas y escuchar atentamente las palabras del reverendo. Cantó todos los salmos, sin equivocarse en una sola sílaba. De toda la familia Clayton, era el miembro que más le gustaba a Beth: siempre había sido justo con ella y se había comportado de un modo correcto y educado, a diferencia del resto del clan. Después de misa, si coincidían por casualidad en la puerta, Gramps siempre la ensalzaba por mantenerse tan joven y guapa, y le daba las gracias por el magnífico trabajo que estaba haciendo con Ben.

Beth sabía que él se lo decía con absoluta sinceridad, aunque siempre existiría una línea divisoria entre ellos: comprendía que no podía ser de otro modo. Gramps sabía que ella era mucho mejor madre que Keith padre, y que Ben se estaba convirtiendo en un jovencito encantador gracias a ella. No obstante, Ben era, y siempre sería, un Clayton.

Sin embargo, Gramps le gustaba —a pesar de todo, a pesar de Keith, a pesar de la línea divisoria que siempre los separaría—, igual que a Ben. De hecho, ella tenía la impresión de que Gramps exigía a su nieto que fuera a verlo con Ben para evitar que el crío tuviera que quedarse a solas con su padre durante todo el fin de semana.

Sin embargo, ahora todo aquello quedaba lejos de sus pensamientos, mientras observaba a Logan tocar el piano. No había sabido qué podía esperar. ¿Cuántas personas habían asistido a clases de piano? Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que él era excepcionalmente bueno, mucho más de lo que había esperado. Sus dedos se movían sin apenas esfuerzo y de una forma fluida sobre las teclas; ni tan solo parecía leer la partitura que tenía delante. En vez de eso, mientras Nana cantaba, él mantenía la vista fija en ella sin perder el compás, más interesado en la actuación de la mujer que en la suya propia.

Mientras él seguía tocando, Beth no podía evitar pensar en la historia que Nana le había contado de nuevo en el coche. Por unos minutos desconectó del oficio y empezó a recordar conversaciones amenas que había mantenido con Logan, la agradable sensación de su sólido abrazo, su forma natural de comportarse con Ben. Tenía que admitir que todavía había muchos detalles que desconocía de él, pero de una cosa estaba segura: él la complementaba de una forma que nunca jamás habría pensado que fuera posible. Se dijo a sí misma que lo más importante no era saberlo todo acerca de él. En ese momento supo que, siguiendo la analogía de Nana, él era la tostada y ella la mantequilla.

Después del oficio, Beth se quedó de pie al fondo de la iglesia, sorprendida al ver que los feligreses trataban a Logan como a una estrella del rock. Bueno, una estrella del rock con fans mayorcitos. A juzgar por lo que veía, él se mostraba halagado y a la vez aturdido por la inesperada atención que estaba recibiendo.

Ella lo pilló mirándola, rogándole en silencio que lo rescatara. En vez de eso, Beth simplemente se encogió de hombros y sonrió. No quería entrometerse. Cuando el reverendo volvió a subir al altar por segunda vez, le sugirió a Logan la posibilidad de continuar tocando el piano incluso después de que Abigail se recuperara de su fractura de muñeca.

—Estoy seguro de que podríamos hallar la forma —insistió el reverendo.

Beth todavía se quedó más sorprendida cuando Gramps, con Ben a su lado, se abrió paso también hacia Logan. Del mismo modo que las aguas del mar Rojo se habían abierto para dejar paso a Moisés, Gramps no tuvo que esperar enmedio de la multitud para ofrecer sus cumplidos al pianista. Desde el fondo de la nave, Beth vio que Keith no podía ocultar una expresión que era una mezcla de rabia y asco.

—Buen trabajo, joven —lo felicitó Gramps, ofreciéndole la mano—. Tocas como si hubieras recibido la bendición de Nuestro Señor.

A juzgar por la expresión de Logan, Beth adivinó que había reconocido a ese hombre, a pesar de que ella no sabía cómo. Le estrechó la mano.

—Gracias, señor.

—Trabaja en la residencia canina con Nana —soltó Ben—. Y creo que él y mamá salen juntos.

Ante tal comentario, el amplio corrillo de admiradores quedó sumido en un incómodo silencio, únicamente roto por algún que otro carraspeo.

Gramps miró fijamente a Logan, a pesar de que ella no acertaba a leerle la expresión.

—¿Es eso cierto? —preguntó el patriarca.

—Sí, señor —contestó Logan.

Gramps no dijo nada.

—Y también sirvió en el Cuerpo de Marines agregó Ben, sin darse cuenta de la evidente tensión entre los que lo rodeaban. Cuando Gramps pareció sorprendido, Logan asintió.

—En el Primer Batallón del Quinto Regimiento de Marines, con base en Camp Pendleton, señor.

Después de una pausa que pareció interminable, Gramps asintió.

—Entonces también te doy las gracias por el servicio que has prestado a nuestro país. Hoy has hecho un estupendo trabajo.

—Gracias, señor —volvió a repetir.

—Has sido muy educado —comentó Beth, ya de vuelta a casa. Ella no había comentado nada al respecto hasta que Nana los dejó solos. En el exterior, la hierba empezaba a parecer un lago y seguía lloviendo sin parar. Habían recogido a
Zeus
en el camino de vuelta, y el perro permanecía acurrucado a sus pies.

—¿Y por qué no iba a serlo?

Ella esbozó una mueca de fastidio.

—Ya sabes por qué.

—No eres su ex. —Él se encogió de hombros—. Dudo que sepa lo que su nieto está haciendo. Pero ¿por qué lo has dicho? ¿Habrías preferido que le diera la espalda?

—No, por supuesto que no.

—A mí tampoco me ha parecido una reacción adecuada ni justificada. Pero de soslayo he visto cómo me miraba tu ex mientras yo conversaba con su abuelo. Ponía una cara como si acabara de tragarse un gusano.

—¿Tú también te has fijado? En cierto modo me ha parecido cómico.

—Seguro que en estos momentos no estará dando brincos de alegría.

—Se lo merece —sentenció ella—. Después de lo que ha hecho, se merece tragarse un gusano.

Logan asintió y se abrazaron.

—Estabas muy guapo, allí arriba, mientras tocabas.

—¿De veras?

—Sé que no debería de haber estado pensando en eso porque estábamos en la iglesia, pero no he podido evitarlo. Deberías ponerte americanas deportivas más a menudo.

—No tengo la clase de trabajo que requiera ese tipo de prenda.

—Quizá tienes la clase de novia que sí que lo requiere. Logan fingió estar desconcertado.

—¿Tengo novia?

Beth le propinó un cariñoso empujón antes de alzar la vista para mirarlo a los ojos. Acto seguido, lo besó en la mejilla.

—Gracias por venir a Hampton. Y por decidir quedarte.

Él sonrió.

—No he tenido elección.

Dos horas más tarde, después de la cena, Beth vio que el coche de Keith se abría paso surcando los charcos del camino de gravilla. Ben salió disparado del automóvil. Antes de que el crío llegara a los peldaños del porche, Keith ya había dado marcha atrás con la intención de alejarse de allí rápidamente.

—¡Hola, mamá! ¡Hola, Thibault!

Logan lo saludó ondeando el brazo mientras Ben enfilaba hacia ellos.

—¡Hola, cielo! —Beth lo recibió con un cariñoso abrazo—. ¿Te lo has pasado bien?

—¡Esta vez no he tenido que limpiar la cocina! ¡Ni sacar la basura!

—Me alegro —dijo ella.

—¿Y sabes qué?

—¿Qué?

Ben se sacudió el agua del impermeable.

—Creo que quiero aprender a tocar el piano.

Beth sonrió, al tiempo que pensaba: «¿Por qué será que no me sorprende?».

—Oye, Thibault…

Logan alzó la barbilla.

—Dime.

—¿Quieres ver mi cabaña?

Beth interrumpió la conversación.

—Cielo, con esta tormenta, no creo que sea una buena idea.

—No pasará nada. El abuelo la construyó. Y hace un par de días estuve allí y no pasó nada.

—Pero ahora el nivel del agua ha subido.

—Por favor. No estaremos mucho rato. Y Thibault conmigo todo el tiempo.

En contra de su instinto maternal, Beth accedió.

Clayton

Clayton se negaba a creerlo, pero allí estaba Gramps, ensalzando a
Tai-bolt
después de la misa, estrechándole la mano, actuando como si fuera un auténtico héroe. Y además su propio hijo admiraba a
Tai-bolt
como un cachorro con los ojos muy abiertos.

Le costó mucho contenerse para no abrir una cerveza a la hora del almuerzo; desde que había dejado a Ben en casa de su madre, ya se había tomado cuatro. Estaba prácticamente seguro de que se acabaría el paquete de doce unidades antes de caer fulminado, completamente ebrio. En las últimas dos semanas, había estado tomando mucha cerveza. Sabía que se estaba excediendo, pero era el único remedio para enajenarse y no pensar en la trampa que le había tendido
Tai-bolt
.

El teléfono sonó a su espalda. Otra vez. La cuarta en las últimas dos horas, pero no estaba de humor para contestar.

De acuerdo, lo admitía. Había infravalorado a ese tipo. Desde el principio
Tai-bolt
había estado un paso por delante de él. Antes solía pensar que Ben sabía cómo pulsar el botón adecuado para fastidiarlo, pero ese tipo lanzaba bombas directamente. «No —pensó Clayton súbitamente—, no lanza bombas, dirige misiles de crucero con una impresionante precisión, con un objetivo claro: destruir mi vida».

Y lo peor era que Clayton no había visto venir los ataques. Ni uno.

Se sentía frustrado, especialmente porque todo parecía ir a peor. Ahora era
Tai-bolt
quien tenía la sartén por el mango y le daba órdenes como si él fuera un monigote; Clayton no veía la forma de salir de aquel atolladero. Quería creer que lo de la grabación de vídeo el día que entró en su casa era un farol. Tenía que estar mintiendo, nadie podía ser tan sagaz. Seguro que se lo había inventado. Pero ¿y si no mentía?

Clayton enfiló hacia la nevera y abrió otra cerveza, sabiendo que no podía arriesgarse. ¿Quién sabía lo que ese tipo planeaba hacer a continuación? Tomó un sorbo muy largo, rezando para que el efecto de embriaguez no tardara en apoderarse de él.

No debería costarle tanto tomar el control de la situación. Después de todo, era el ayudante del
sheriff
, y ese tipo era nuevo en el pueblo. Debería ser capaz de controlar cuanto estaba ocurriendo, pero en vez de ello estaba sentado en una cocina mugrienta porque no se había atrevido a pedirle a Ben que la limpiara por miedo a que el chico le fuera con el cuento a
Tai-bolt
, y con ello se acabara la buena vida a la que Clayton estaba acostumbrado.

Pero ¿qué tenía ese tipo contra él? Eso era lo que deseaba averiguar. Clayton no era el que estaba causando problemas,
Tai-bolt
le estaba poniendo las cosas difíciles. Y, encima, para acabar de rematar la catástrofe, se acostaba con Beth.

Tomó otro sorbo, preguntándose cómo era posible que su vida hubiera adoptado un tono tan feo con aquella rapidez. Hundido en la miseria, apenas oyó los golpecitos de alguien que llamaba a la puerta. Se retiró de la mesa y atravesó el comedor dando tumbos. Cuando la abrió, vio a Tony de pie en el porche, con aspecto de rata mojada. Como si su vida no fuera suficientemente insoportable de por sí, resultaba que aquel gusano había venido a verlo.

Tony retrocedió un paso levemente.

—¡Caramba, chico! ¿Estás bien? Apestas a alcohol.

—¿Qué quieres? —No estaba de humor para sermones.

—Llevo horas llamándote por teléfono, pero no contestas.

—Ve al grano.

—Últimamente no se te ve el pelo.

—He estado ocupado. Y ahora también lo estoy, así que lárgate. —Empezó a cerrar la puerta.

Tony alzó la mano.

—¡Espera! Hay algo que quiero contarte —gimoteó—. Es importante.

—Desembucha.

—¿Recuerdas cuando te llamé hace un par de meses?

—No.

—Sí, hombre, te llamé desde la sala de billares Decker y te hablé de un tipo que iba por ahí enseñando una foto de Beth.

—¿Y?

—Eso es lo que quería decirte. —Se apartó un mechón grasiento de los ojos—. Lo he vuelto a ver hoy. Con Beth.

—¿De qué estás hablando?

—Después de misa. Estaba hablando con Beth y con tu abuelo. Era el tipo que tocaba el piano.

A pesar de su estado de embriaguez, Clayton notó que se le empezaba a despejar la cabeza. Primero lo recordó vagamente, y luego con más precisión. Coincidió con el fin de semana en que
Tai-bolt
le había robado la cámara.

—¿Estás seguro?

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