Cuento de muerte (47 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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»Hasta que, un día, cometí otra equivocación. Una sola palabra. Una frase fuera de orden. Todavía hoy no sé cuál era, pero ella me golpeó varias veces. En ese momento, el mundo entero pareció sacudirse. Fue como un terremoto dentro de mi cabeza y todo se estremeció de un lado a otro. Recuerdo haber pensado que iba a morir. Y me puse contento. ¿Puede imaginarlo, Herr Fabel? Once años de edad y feliz de morirme. Caí al suelo y ella dejó de pegarme. Me dijo que me levantara, y yo me di cuenta de que ella temía que se le hubiera ido la mano esa vez. Pero yo traté de obedecer. En serio. Quise hacer lo que ella decía y traté de levantarme, pero no pude. Simplemente, no pude. Sentí un sabor a sangre. Estaba en mi boca y en mi nariz, y sentí que me ardían las orejas. Es ahora, pensé. Voy a morir. —Biedermeyer se inclinó hacia delante. Su mirada era firme e intensa—. Fue en ese momento cuando lo oí. Fue allí cuando oí su voz por primera vez. Al principio me asusté. Estoy seguro de que puede imaginárselo. Pero su voz era fuerte y amable y suave. Me dijo que era Wilhelm Grimm y que él había escrito esos cuentos con su hermano. Ya no estás solo, me dijo. Yo estoy aquí. Soy el cuentista y te ayudaré. Y lo hizo, Herr Fabel. Me ayudó con los cuentos que tenía que recitarle a mi
mutti
como castigo. Después de aquello, después de la primera vez que lo oí, jamás volví a equivocarme ni en una sola palabra, porque él me indicaba lo que debía decir.

Biedermeyer lanzó una risita, como si estuviera recordando un chiste que ninguna otra persona de la sala podía entender.

—Me volví demasiado grande para que
mutti
me pegara. Creo que hasta es posible que ella empezara a tenerme miedo. Pero su crueldad continuó, salvo que a partir de ese momento usaba palabras en lugar del bastón. Todos los días me decía lo inútil que yo era. Que ninguna mujer me aceptaría jamás, ninguna me desearía, porque yo era un monstruo grande y feo y porque era muy malo. Pero todo el tiempo la voz de Wilhelm me calmaba y me ayudaba. Por cada insulto que ella me arrojaba, él me tranquilizaba. Entonces, un día, paró. Yo sabía que él seguía allí, pero sencillamente dejó de hablarme y yo me quedé a solas con el veneno despiadado y malvado de mi madrastra.

—¿Y luego él regresó para decirle que matara a Paula Ehlers?

—Sí… Sí, exacto. Y yo sabía que él seguiría hablando conmigo si lo obedecía. Pero ella era demasiado fuerte. Mi madrastra. Se enteró de lo de Paula. Me dijo que me encerrarían. Que ella tendría que soportar la vergüenza. De modo que me hizo deshacerme de Paula y no pude usarla… No pude recrear un cuento con ella.

—Mierda… —Werner hizo un gesto de incredulidad con la cabeza—. ¿Su madrastra sabía que usted había secuestrado y asesinado a una colegiala?

—Y hasta me ayudó a esconder el cuerpo… Pero, como he dicho, ya volveremos a ello. Por el momento, quiero que entiendan que yo tenía una vocación, y ella la frustró. Impidió que yo cumpliera las instrucciones de Wilhelm. Entonces él volvió a dejar de hablarme. Durante casi tres años. Hasta que mi madrastra calló para siempre, hace unos tres meses.

—¿Murió? —preguntó Fabel.

Biedermeyer negó con la cabeza.

—Un ataque de apoplejía hizo callar a esa vieja hija de puta. La hizo callar y la paralizó y la mandó al hospital. Allí terminó todo. Ella ya no podía lastimarme, ni insultarme ni impedirme que hiciera lo que se suponía que debía hacer. Lo que tenía que hacer.

—Permítame adivinarlo —dijo Fabel—. La voz de su cabeza volvió a aparecer y le dijo que matara nuevamente, ¿no?

—No. En ese momento no. Wilhelm se mantuvo en silencio. Hasta que vi el libro de Gerhard Weiss. Tan pronto empecé a leerlo supe que él era Wilhelm. Que ya no era necesario que me hablara en mi cabeza. Estaba todo allí, en el libro. En el
Märchenstrasse
. Era el camino que habíamos recorrido juntos un siglo y medio antes. El camino que volveríamos a recorrer. Y la misma noche que empecé a leer, la voz suave y dulce de Wilhelm volvió a mí, pero a través de esas hermosas páginas. Supe lo que tenía que hacer. Pero también supe que debía desempeñar el papel que había desempeñado antes: la voz de la verdad, de la precisión. Wilhelm, o Gerhard Weiss, si lo prefiere, estaba obligado a alterar cosas para adaptarse a su público. Pero yo no.

—Entonces mató a Martha. Puso fin a su historia —dijo Fabel.

—Ya me había librado de mi madrastra y pude reunirme con mi
Märchenbruder
, con Wilhelm. Sabía que había llegado el momento. Tenía planeada mi obra maestra: una secuencia de cuentos a través de la cual podría cumplir con mi destino. Llegar al final feliz de mi historia. Pero había otras historias que tenían que terminar antes. Y la chica de Kassel, Martha, fue la primera. Yo tenía que llevar un pedido allí y la vi. Creí que era Paula, que ella había despertado de un sueño encantado. Pero en ese momento me di cuenta de lo que era en realidad. Era una señal de Wilhelm. Igual que el ejemplar de los cuentos que Paula tenía en la mano. Era una señal para mí, que me indicaba que había que poner fin a su historia para hacerla participar en la siguiente.

—Pero usted la mantuvo viva. La ocultó durante un par de días antes de «poner fin a su historia». ¿Por qué?

Biedermeyer miró a Fabel con una expresión de decepción, como si se le hubiera formulado una pregunta obvia.

—Porque ella tenía que ser una «persona subterránea». Tenía que estar un tiempo bajo tierra. Estaba muy asustada, pero yo le dije que no le haría daño. Que no debía tener miedo. Ella me contó todo lo de sus padres. Me hizo sentir pena por ella. Era como yo. Estaba atrapada en un cuento de padres que la habían abandonado en la oscuridad. En el bosque. Ella no sabía lo que era el amor, así que puse fin a su historia convirtiéndola en La niña cambiada y dándosela a unos padres que la querrían y la cuidarían.

Werner movió la cabeza, que seguía llena de moretones.

—Usted está loco. Es un demente. Lo sabe, ¿no? Todas esas personas inocentes que ha asesinado. Todo ese dolor y ese miedo que ha causado.

La expresión de Biedermeyer se oscureció de pronto y su cara se retorció con una mueca de desprecio. Fue como si estuviera generándose una tormenta repentina e imprevista. Fabel lanzó una mirada significativa a los dos SchuPos que estaban contra la pared. Estos se enderezaron y se pusieron alerta.

—Es que no lo entiende, ¿verdad? Usted es demasiado estúpido como para comprenderlo. —La voz de Biedermeyer se elevó muy ligeramente, pero con una resonancia profunda y amenazadora—. ¿Por qué no puede entenderlo? —Agitó las manos a su alrededor y recorrió la sala con la mirada, abarcando todo el entorno—. Todo esto… Todo esto… No creerá usted que es real, ¿verdad? No es más que un cuento, por el amor de Dios. ¿Es que no se da cuenta? Es tan sólo un mito… Un cuento de hadas… Una fábula. —Lanzó una mirada enloquecida a Fabel, Werner y Maria, mientras sus ojos, frustrados, buscaban una chispa de comprensión en los de los policías—. Sólo creemos en todo esto porque estamos dentro. Porque estamos en el cuento… En realidad yo no maté a nadie. Me di cuenta de que todo era un cuento cuando era un crío. En realidad no era posible que alguien fuera tan infeliz como yo. Nadie podía ser tan triste y solitario. Es ridículo. Aquel día, el día en que mi madrastra estaba golpeándome y todo el mundo empezó a sacudirse, Wilhelm no sólo me ayudó a recordar los cuentos que tenía que recitar… Me explicó que en realidad aquello no estaba pasándome. Nada de eso. Que era todo un cuento que él estaba inventando. ¿Lo recuerda? ¿Recuerda que él me dijo que era el cuentista? Mire: yo soy su hermano porque él me incorporó a su relato como su hermano. Todo esto es, sencillamente, un
Marchen
.

Biedermeyer hizo un gesto de asentimiento y de sabiduría, como si todos los que estaban sentados a esa mesa se hubieran dado cuenta de una verdad monumental. Fabel recordó lo que Otto le había comentado sobre la teoría de Gerhard Weiss, toda esa palabrería seudocientífica de que la ficción se convertía en realidad al atravesar las dimensiones del universo. Pura mierda, pero este monstruo triste y patético se lo había creído al pie de la letra. Lo había vivido.

—¿Y qué hay de los otros? —preguntó Fabel—. Háblenos de los otros asesinatos. Empecemos con Hanna Grünn y Markus Schiller.

—Así como Paula representaba todo lo bueno e íntegro del mundo, como el pan recién hecho, todavía caliente porque acaba de salir del horno, Hanna representaba todo lo podrido y lo malo… Era una mujer impúdica, promiscua, vana y venal. —Había orgullo en la sonrisa de Biedermeyer; el orgullo de un artesano exhibiendo su mejor obra—. Me di cuenta de que ella siempre ansiaba algo más. Siempre más. Una mujer impulsada por la lujuria y la avaricia. Usaba su cuerpo como un instrumento para obtener lo que quería, y al mismo tiempo me venía con quejas de que Ungerer, el vendedor, le lanzaba miradas lascivas y le hacía comentarios indecentes. Yo sabía que había que poner fin a su historia, de modo que empecé a observarla. La seguí, como había hecho con Paula, pero durante más tiempo, manteniendo un registro exacto de sus movimientos diarios.

—¿Y así fue cómo averiguó su relación con Markus Schiller?

Biedermeyer asintió.

—Los seguí hasta el bosque en numerosas ocasiones. Entonces todo se aclaró. Volví a leer
Die Märchenstrasse
, como también los textos originales. Wilhelm me había hecho otra señal, ¿se da cuenta? El bosque. Ellos tenían que pasar a ser Hänsel y Gretel…

Fabel se quedó allí sentado, escuchando mientras Biedermeyer le resumía el resto de sus crímenes. Les explicó que había tenido la intención de encargarse de Ungerer, el vendedor, inmediatamente después, pero hubo una confusión con la tarta de la fiesta organizada por Schnauber y Biedermeyer la entregó en persona. En ese momento descubrió a Laura von Klostertadt. Vio su arrogante belleza y su pelo largo y rubio. Supo que estaba mirando a una princesa. No cualquier princesa, sino
Dornröschen
, la Bella Durmiente. De modo que la hizo dormir para siempre y cogió parte de su pelo.

—Luego acabé con Ungerer. Era un cerdo lascivo y repugnante. Siempre estaba mirando a Hanna, e incluso a Vera Schiller. Lo seguí durante un par de días. Vi la suciedad en la que él nadaba, con todas esas putas. Lo planeé todo como para toparme con él en Sankt Pauli. Me reí de sus chistes sucios y asquerosos y sus comentarios procaces. El quería ir a tomar un trago, pero yo no deseaba que me vieran en público con él, de modo que fingí que conocía a un par de mujeres a las que podríamos visitar. Los cuentos nos enseñan, entre otras cosas, lo fácil que es tentar a los otros para que se aparten del camino y entren en la oscuridad del bosque. Con él fue fácil. Lo llevé a… Bueno, lo llevé a una casa que pronto visitará usted mismo, y le dije que las mujeres se encontraban allí. Entonces saqué un cuchillo y lo clavé en su negro y corrupto corazón. Él no lo esperaba; fue fácil y todo terminó en un segundo.

—¿Y le sacó los ojos?

—Sí. Asigné a Ungerer el papel del hijo del rey en «Rapunzel» y le arranqué esos ojos lascivos e impúdicos.

—¿Y qué hay de Max Bartmann, el tatuador? —preguntó Fabel—. Usted lo mató antes que a Ungerer y él no cumplía ningún papel en ninguno de sus cuentos. Y trató de ocultar el cadáver para siempre. ¿Por qué lo mató? ¿Sólo por los ojos?

—En cierta manera, sí. Por lo que sus ojos habían visto. El sabía quién era yo. Me di cuenta de que, ahora que ya podía comenzar mi trabajo, él se enteraría por la televisión o los periódicos. Tarde o temprano habría hecho una conexión. De modo que tuve que poner fin a su historia, también.

—¿De qué está hablando? —dijo Werner en un tono de impaciencia—. ¿Cómo sabía él quién era usted?

Biedermeyer se movió tan rápido que ninguno de los agentes de la sala tuvo tiempo para reaccionar. Se puso de pie de un salto, la silla en la que estaba sentado salió volando hacia atrás contra la pared y los dos SchuPos que estaban a sus espaldas saltaron a los costados. Sus enormes manos volaron hacia el inmenso pecho. Los botones de su camisa salieron despedidos y la tela se rasgó cuando él trató de quitársela. Luego se quedó de pie, como un coloso, con un cuerpo descomunal y pesado en la sala de interrogatorios. Fabel levantó la mano y los SchuPos que estaban abalanzándose sobre Biedermeyer se contuvieron. Tanto Warner como Fabel se habían incorporado y Maria había corrido hacia delante. Los tres parecían empequeñecidos a la sombra de la corpulenta contextura de Biedermeyer. Todos contemplaron el cuerpo de aquel hombre.

—Mierda… —dijo Werner en voz baja.

El torso de Biedermeyer estaba totalmente cubierto de palabras. Miles de palabras. El cuerpo estaba ennegrecido con ellas. Había cuentos tatuados en su piel, con tinta negra y tipografía Fraktur, en una letra que era lo más pequeña que el medio de la piel humana y el talento del tatuador habían permitido. Los títulos se veían claramente:
Dornröschen, Schneewittchen, Die Bremer Stadtmusíkanten

—Dios mío… —Fabel no podía apartar los ojos de los tatuajes. Las palabras parecían moverse, las frases se retorcían, a cada mínimo movimiento, a cada respiración de Biedermeyer. Fabel recordó los volúmenes que había visto en el minúsculo apartamento del tatuador, aquellos libros sobre las antiguas tipografías góticas alemanas, sobre la
Fraktur
y la
Kupferstich
. Biedermeyer quedó en silencio durante un momento. Luego, cuando habló, su voz tenía la misma resonancia profunda y amenazadora de antes.

—¿Se dan cuenta ahora? ¿Lo entienden? Yo soy el hermano Grimm. Yo soy la suma de los cuentos y el
Marchen
de nuestro idioma, de nuestra tierra, de nuestro pueblo. El tenía que morir. Había visto esto. Max Bartmann ayudó a crear esto y lo había visto. No podía permitir que se lo contara a nadie. De modo que acabé con él y le quité los ojos para que pudiera cumplir un papel en el cuento siguiente.

Todos se quedaron de pie, tensos, esperando.

—Ahora es el momento —dijo Fabel—. Ahora debe decirnos dónde está el cuerpo de Paula Ehlers. No encaja. El único otro cuerpo que usted escondió era el de Max Bartmann, y eso era porque en realidad no formaba parte de su pequeño retablo. ¿Por qué aún no hemos encontrado el cuerpo de Paula?

—Porque hemos trazado un círculo completo. Paula es mi Gretel. Yo soy su Hänsel. A ella todavía le queda un papel que desempeñar. —Su cara se abrió en una sonrisa. Pero no se parecía a ninguna de las sonrisas que Fabel había visto antes en el rostro por lo general bondadoso y amable de Biedermeyer. Era una sonrisa de una frialdad terrible y luminosa, que clavó a Fabel en su helada luz—. «Hänsel y Gretel» era el cuento que más me hacía recitar mi madrastra. Era largo y difícil y yo siempre cometía algún error. Y entonces ella me pegaba. Me lastimó el cuerpo y la mente hasta que yo creí que estaban rotos para siempre. Pero Wilhelm me salvó. Wilhelm me devolvió la luz con su voz, con sus señales y luego con sus nuevos escritos. Él me dijo, la primerísima vez que lo oí, que un día yo podría vengarme de la malvada bruja que tenía como madrastra, que podría liberarme de su encierro, de la misma manera en que Hänsel y Gretel se vengaron de la vieja bruja y pudieron escapar. —Biedermeyer inclinó su inmenso cuerpo hacia delante y las palabras se estiraron y retorcieron en su piel. Fabel luchó contra el instinto de retroceder—. Yo mismo preparé la tarta de Paula —continuó Biedermeyer con una voz oscura, fría y profunda—. Cociné y preparé yo mismo la tarta de Paula. A veces hago algunos encargos por mi cuenta para pequeñas celebraciones y fiestas, y tengo una panadería totalmente equipada en el sótano de mi casa, incluyendo un horno profesional. El horno es muy pero que muy grande y es necesario tener un suelo de hormigón para soportarlo.

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