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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (25 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Así la encontró Brandir. Porque llegó finalmente al puente del Celebros, lento y fatigado; todo el camino había avanzado solo, cojeando con su muleta, y se encontraba a cinco leguas cuando menos de su casa. El temor por Níniel lo había impulsado, y ahora las noticias que escuchaba no eran peores que las que había temido. «El Dragón ha cruzado el río —le dijeron los hombres—, y parece que la Espada Negra ha muerto, y también los que fueron con ella.» Entonces Brandir, junto a Níniel, adivinó su desdicha y la compadeció; pero pensó sin embargo: «La Espada Negra está muerta y Níniel vive». Y se estremeció, porque de pronto le pare-ció que hacía frío junto a las aguas de Nen Girith; y envolvió a Níniel con su capa. Pero no supo qué decirle, y ella no hablaba.

El tiempo transcurría, y todavía Brandir guardaba silencio junto a Níniel, atisbando la noche y escuchando, pero no podía ver nada ni oír nada, salvo el ruido de las aguas de Nen Girith, y pensó: «Seguramente Glaurung habrá avanzado sobre Brethil». Pero ya no sentía lástima por su pueblo, necios todos, que habían desdeñado los consejos que él les daba, y lo habían menospreciado. «Que vaya el Dragón a Amon Obel, y habría tiempo entonces de escapar, de llevarse a Níniel lejos.» A dónde, no lo sabía, porque nunca había abandonado Brethil.

Por fin se inclinó y tocó el brazo de Níniel, y le dijo: —¡El tiempo pasa, Níniel! ¡Ven! Es tiempo de partir. Si quieres, yo te llevaré.

Entonces, en silencio, ella se levantó, y le tomó la mano, y cruzaron el puente y fueron por el sendero que conducía a los Cruces del Teiglin. Pero los que los vieron moverse como sombras en la oscuridad, no sabían quiénes eran, ni se cuidaban de saberlo. Y cuando hubieron avanzado un tanto por entre los árboles silenciosos, la luna se alzó más allá de Amon Obel, y una luz gris iluminó los claros del bosque. Entonces Níniel se detuvo y preguntó a Brandir:

—¿Es éste el camino?

Y él respondió: —¿Cuál es el camino? Porque todas nuestras esperanzas en Brethil han terminado. No hay ningún camino, excepto aquel que nos lleve a alejarnos de prisa del Dragón, y escapar mientras haya todavía tiempo.

Níniel lo miró asombrada y dijo: —¿No me ofreciste llevarme hasta él? ¿O pretendes engañarme? La Espada Negra era mi amado y mi marido, y sólo para encontrarlo he venido aquí. ¿Cómo se te puede ocurrir otra cosa? Haz ahora lo que quieras, pero yo he de darme prisa.

Y como Brandir quedó por un momento desconcertado, ella se alejó de él rápidamente, y él gritó llamándola: —¡Espera, Níniel! No vayas sola! No sabes qué podrás encontrar. ¡Iré contigo! —Pero ella no le hizo caso, y avanzaba como si le ardiera la sangre, que poco antes tenía helada; y aunque él se apresuraba tanto como podía, ella no tardó en alejarse y desaparecer. Entonces él maldijo su destino y su debilidad; pero no se volvió.

Ahora la luna se alzaba blanca en el cielo, y estaba casi llena, y mientras Níniel descendía de las tierras altas hacia las tierras junto al río, le pareció que recordaba el lugar, y sintió miedo. Porque había llegado a los Cruces del Teiglin, y allí, delante de ella, se levantaba Haudh-en-Elleth, pálido a la luz de la luna, echando una negra sombra oblicua; y un gran temor emanaba del montículo.

Entonces se volvió con un grito y huyó hacia el sur a lo largo del río, y arrojó lejos la capa mientras corría, como si se deshiciera de una sombra que se le adhería al cuerpo, y debajo estaba toda vestida de blanco y resplandecía a la luz de la luna mientras escapaba entre los árboles. Así la vio Brandir desde la ladera de la colina, y se volvió para cruzársele en el camino, si le era posible; y encontrando por suerte el estrecho sendero que había utilizado Turambar, y que se alejaba del camino mas transitado descendiendo por la cuesta escarpada hacia el sur, al encuentro del río, llegó muy cerca de ella por detrás. Pero aunque la llamó, ella no le hizo caso, ni lo oyó siquiera, y pronto desapareció otra vez; y así se acercaron a los bosques junto a Cabed-en-Aras y al sitio de la agonía de Glaurung.

La luna se movía entonces hacia el sur, despojada de nubes, y la luz era fría y clara. Al llegar al borde de la devastación producida por Glaurung, Níniel vio el cuerpo yaciente del Dragón, y su vientre gris al resplandor de la luna pero junto a él estaba tendido un hombre. Entonces, olvidando el miedo, corrió entre los vestigios humeantes y así llegó junto a Turambar. Estaba caído de lado, sobre la espada, pero su cara tenía la palidez de la muerte a la luz blanquecina. Entonces ella se arrojó junto a él, llorando, y lo besó; y le pareció que respiraba débilmente, pero creyó que eso era una jugarreta de una falsa esperanza, porque estaba frío, y no se movía, ni le respondía. Y mientras lo acariciaba, vio que tenía la mano negra como si se la hubiera chamuscado, y se la bañó con lágrimas; y arrancándose una tira del vestido le vendó la mano. Pero él siguió sin moverse, y Níniel lo besó otra vez y clamó en alta voz: —¡Turambar, Turambar, vuelve! ¡Escúchame! ¡Despierta! Porque soy Níniel. El Dragón está muerto, muerto, y yo estoy sola aquí a tu lado. —Pero él no respondió.

Brandir oyó los gritos, porque había llegado al borde de la devastación; pero mientras avanzaba hacia Níniel, se detuvo y permaneció inmóvil. Porque al grito de Níniel, Glaurung se movió por última vez, y un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo; y entreabrió los ojos espantosos en los que brillaba una luz de luna, y dijo con voz jadeante:

—¡Salve, Niënor, hija de Húrin! Volvemos a encontrarnos antes del final. Te doy la alegre nueva de que por fin has encontrado a tu hermano. Y lo conocerás ahora: ¡es quien apuñala en la noche, traiciona a sus enemigos, no guarda fidelidad a sus amigos, y es una maldición para los de su casa, Túrin, hijo de Húrin! Pero el peor de sus hechos lo sentirás en ti misma.

Entonces Niënor se quedó allí como aturdida, pero Glaurung murió; y con su muerte el velo de su malicia se desprendió de ella. Y ella recordó claramente todo su pasado, de día en día, y las cosas que le habían ocurrido desde que yaciera en Haudh-en-Elleth. Y el cuerpo se le estremeció de horror y de angustia. Pero Brandir, que lo había oído todo, se sintió sobrecogido y se apoyó en un árbol.

Entonces, súbitamente, Niënor se puso en pie de un salto, y se irguió pálida como un espectro a la luz de la luna, y mirando a Túrin, gritó: ¡Adiós, oh, dos veces amado! A Túrin Turambar turún amhartanen: ¡Amo del destino, por el destino dominado! ¡Dichoso de ti, que estás muerto! —En seguida, enloquecida de dolor y de espanto, se alejó frenética de aquel Sitio y Brandir tropezaba tras ella gritando:— ¡Espera! ¡Espera, Níniel!

Ella se detuvo un momento mirando atrás con ojos fijos. —¿Esperar? gritó—. ¿Esperar? Ese fue siempre tu consejo. ¡Ojalá lo hubiera seguido! Pero ahora es demasiado tarde. Y ahora ya no esperaré en La Tierra Media. —Y siguió corriendo por delante de él.
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Rápidamente llegó al borde de Cabed-en-Aras, y allí se detuvo y contempló las estruendosas aguas gritando: —¡Aguas, aguas! Recibid ahora a Níniel Niënor, hija de Húrin! ¡Luto, Luto, hija de Morwen! ¡Recibidme y llevadme al Mar! —Entonces se arrojó desde lo alto de la orilla: un blanco resplandor se hundió en el torbellino oscuro, y un grito se perdió entre los rugidos del río.

Las aguas del río siguieron fluyendo, pero Cabed-en-Aras dejó de existir: Cabed-Naeramarth la llamaron los hombres; porque los ciervos ya no volvieron a saltar allí, y toda criatura viviente la evitaba, y los hombres no se acercaban a sus orillas. El ultimo de los hombres que escrutó su oscuridad fue Brandir, hijo de Handir; y se apartó horrorizado, porque le flaqueó el corazón, y aunque ahora odiaba su vida, no pudo recibir la muerte que deseaba.
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Entonces sus pensamientos volvieron a Túrin Turambar, y exclamó: —¿Siento por ti odio o siento piedad? Pero estás muerto. No te debo las gracias, depredador de todo lo que tuve o deseé haber tenido. Pero mi pueblo está endeudado contigo. Es conveniente que por mí lo sepan.

Y así inició el camino de regreso a Nen Girith, renqueando, y evitó el sitio en que yacía el Dragón con un escalofrío; y mientras ascendía el empinado camino de regreso, vio a un hombre que atisbaba entre los árboles, y retrocedió. Pero pudo verle la cara a la luz de la luna que se ponía.

—¡Ja, Dorlas! —exclamó—. ¿Qué nuevas tienes? ¿Cómo saliste con vida? Y ¿qué es de mi pariente?

—No lo sé —respondió Dorlas con hosquedad.

—Pues eso es raro —dijo Brandir.

—Si quieres saberlo —dijo Dorlas—, la Espada Negra pretendía que vadeáramos los rápidos del Teiglin en la oscuridad. ¿Es raro que no me fuera posible hacerlo? En el manejo del hacha no soy peor que otros muchos pero no tengo patas de cabra.

—Entonces, ¿fueron al encuentro del Dragón sin ti? —preguntó Brandir—. Pero ¿y cuándo cruzó? Al menos tendrías que haberte quedado cerca para ver lo que sucedía.

Pero Dorlas no respondió, y se quedó mirando a Brandir con ojos de odio. Entonces Brandir comprendió, al fin, dándose cuenta de que este hombre había abandonado a sus compañeros, y que, humillado y avergonzado, se había escondido en los bosques. —¡Que la vergüenza caiga sobre ti, Dorlas! —dijo—. Eres el instigador de nuestros males: incitaste a La Espada Negra, atrajiste al Dragón sobre nosotros, fuiste causa de que se me menospreciara y llevaste a Hunthor a la muerte para luego huir y esconderte en el bosque. —Y mientras hablaba, se le ocurrió otro pensamiento, y dijo con gran cólera:— ¿Por qué no trajiste noticias? Hubiera sido tu penitencia menor. Si lo hubieras hecho, la Señora Níniel no tendría que haber ido a buscarlas. No habría sido necesario que nunca viera al Dragón. Ahora estaría con vida. Dorlas, ¡te odio!

—¡Guárdate tu odio! —dijo Dorlas—. Es tan débil como todos tus designios. Si no hubiera sido por mí, los Orcos te habrían colgado como un espantajo en tu propio huerto. ¡Conserva para ti la costumbre de huir y esconderte! —Y entonces, la vergüenza se le convirtió en ira, y amagó un golpe a Brandir con su gran puño, y así terminó su vida antes que una mirada de perplejidad abandonara sus ojos: porque Brandir desenvainó la espada, y le dio con ella una estocada de muerte. Por un momento, se quedó allí, temblando, mirando la sangre; y luego dejó caer la espada, se volvió, y siguió su camino, curvado sobre la muleta.

Cuando Brandir llegó a Nen Girith, la luna pálida había partido y ya se desvanecía la noche; la mañana se abría en el Este. La gente que estaba allí todavía encogida junto al puente, lo vio llegar como una sombra gris en el alba, y algunos le gritaron desde lejos, asombrados: —¿Dónde has estado? ¿La has visto? Porque la Señora Níniel se ha ido.

—Sí, se ha ido —dijo—. ¡Se ha ido, se ha ido para nunca más volver! Pero he venido para traeros noticias. ¡Escuchad ahora, pueblo de Brethil, y decid si hubo jamás una historia como la historia que os cuento! El Dragón está muerto, pero muerto está también Turambar, a su lado. Y ésas son buenas noticias: sí, ambas son buenas, en verdad.

Entonces la gente murmuró, asombrada con estas palabras, y algunos dijeron que se había vuelto loco; pero Brandir gritó: —¡Escuchadme hasta el fin! Níniel también está muerta, Níniel, la bella, a la que todos amabais, a la que yo amaba más que a nadie. Saltó desde el borde del Salto del Ciervo,
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y los dientes del Teiglin la atraparon. Se ha ido aborreciendo la luz del día. Porque de esto se enteró antes de huir: hijos de Húrin eran ambos, hermana y hermano. El Mormegil era su nombre, Turambar se llamó a sí mismo ocultando el pasado: Túrin, hijo de Húrin. Níniel la llamamos nosotros desconociendo el pasado: Niënor era hija de Húrin. A Brethil trajeron la sombra de un destino oscuro. Y el destino de ambos se cumplió aquí, y esta tierra no volverá nunca a estar libre de dolor. ¡No la llaméis Brethil, no la llaméis la tierra de los Halethrim, sino Sach nia Hîn Húrin, Sepulcro de los Hijos de Húrin!

Entonces, aunque no entendía todavía cómo este mal había ocurrido, la gente se echó a llorar allí donde se encontraba, y algunos decían: —Un sepulcro hay en el Teiglin para Níniel la bien amada, un sepulcro habrá para Turambar, el más valiente de los hombres. No dejaremos que nuestro libertador yazga bajo el cielo. Vayamos en su busca.

13
La muerte de Túrin

A
hora bien, mientras Níniel huía, Túrin se movió, y en la profunda oscuridad le pareció que ella lo llamaba a lo lejos; pero cuando Glaurung murió, salió del negro desmayo y volvió a respirar profundamente, y luego suspiró y cayó en un sueño de gran fatiga. Pero antes de amanecer hizo mucho frío, y se volvió en sueños, y la empuñadura de Gurthang se le hundió en un costado, y de pronto despertó. Ya se iba la noche, y en el aire había un hálito de la mañana; y se puso en pie de un salto recordando su victoria y el veneno quemante en la mano. La levantó, y se la miró y quedó maravillado. Porque la tenía envuelta en un trozo de tela blanca todavía húmeda y ya no le dolía; y dijo para sí: «¿Por qué alguien habría de atenderme de este modo, y sin embargo me dejaría abandonado en el frío en medio de las devastaciones, y el hedor del Dragón? ¿Qué cosas extrañas han ocurrido?».

Entonces dio voces, pero no hubo respuesta. Todo estaba sumido en la oscuridad y la lobreguez de alrededor, y una emanación de muerte flotaba en el aire. Se agachó y levantó la espada, y estaba intacta, y la luz del filo no había declinado.

—¡Tu mundo era el veneno de Glaurung —dijo—, pero tú eres más fuerte que yo, Gurthang! Te bebes toda la sangre. Tuya es la victoria. Pero ¡ven! He de ir en busca de ayuda. Mi cuerpo está cansado y siento frío en los huesos.

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