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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (53 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Estos tíos eran Hildifons Tuk, que «partió de viaje y no regresó», e Isengar Tuk (el menor de los doce hijos del Viejo Tuk), de quien «se dice que se hizo a la mar» cuando joven (
El Señor de los Anillos
, Apéndice C, Árbol genealógico de los Tuk de Grandes Smials).

Cuando Gandalf aceptó la invitación de Thorin de acompañarlo a su casa en las Montañas Azules

—…pasamos por la Comarca, aunque Thorin no quiso demorarse allí lo suficiente como para que ello nos fuera de utilidad. A decir verdad, creo que el fastidio que me producía su altivo desdén por los Hobbits fue lo que por primera vez me dio la idea de mezclarlo con ellos. Para él no eran sino cultivadores de alimentos que labraban las tierras a ambos lados del camino ancestral de los Enanos que lleva a las Montañas.

En esta primera versión, Gandalf contaba por extenso cómo, después de su visita a la Comarca, volvía al encuentro de Thorin con el fin de «persuadirlo de que abandonara sus altivos designios y acudiera con sigilo a reunirse con Bilbo». Esta oración es todo lo que se incluye en la versión posterior («La búsqueda de Erebor»).

—Al fin me decidí y fui al encuentro de Thorin. Lo encontré en conciliábulo con algunos de sus parientes. Estaban allí Balin y Glóin y varios otros.

—Bien, ¿qué tiene que decirme? —me preguntó Thorin no bien me vio.

—Esto en primer lugar —le respondí— sus ideas son las de un rey, Thorin Escudo de Roble, pero su reino no existe. Si ha de ser restaurado, cosa que dudo, debe hacerse desde el mínimo comienzo. Aquí, desde tan lejos, me pregunto si se da cuenta cabal de la fuerza del gran Dragón. Pero eso no es todo: hay en el mundo una Sombra que crece de prisa y que es mucho más terrible. Se darán mutua ayuda. —Y sin duda así habría sido, si yo no hubiera atacado Dol Guldur al mismo tiempo.— La guerra abierta resultaría del todo inútil; y de cualquier manera no podría prepararla. Tendrá que intentar algo más sencillo, y sin embargo más audaz; a decir verdad, algo desesperado.

—Es usted a la vez vago e inquietante —me dijo Thorin—. Hable con más claridad.

—Bien, para empezar —dije—, tendrá que iniciar usted mismo esta búsqueda, y tendrá que hacerlo en secreto. No habrá a su disposición mensajeros, heraldos o desafíos, Thorin Escudo de Roble. A lo más podrá llevar con usted unos pocos parientes o seguidores fieles. Pero le hará falta algo más, algo inesperado.

—¡Nómbrelo! —dijo Thorin.

—¡Un momento! —dije—. Espera enfrentarse con un Dragón; que no sólo es muy grande, sino viejo y muy astuto. Desde el comienzo de su aventura, tiene que tener esto en cuenta: su memoria y su sentido del olfato.

—Naturalmente —me dijo Thorin—. Los Enanos hemos tenido más trato con Dragones que nadie; no está enseñándole a un ignorante.

—Muy bien —respondí— pero no me pareció que sus planes tomaran en consideración este punto. Mi plan es un plan de subrepción. Subrepción
[3]
Smaug no duerme sin sueños en ese costoso lecho en que está tendido, Thorin Escudo de Roble. ¡Sueña con Enanos! Puede estar seguro de que explora su estancia día tras día, noche tras noche, hasta estar seguro de que no hay en el aire ni el más ligero olor a Enano antes de retirarse a dormir: un duermevela de oído atento a las pisadas de… los Enanos.

—Con sus palabras logra usted que esa subrepción suya parezca algo tan difícil y desesperanzado como un ataque abierto —dijo Balin—. Algo tan difícil que no permite tener ninguna esperanza.

—Sí, es difícil —respondí—. Pero no tan difícil que no permita tener ninguna esperanza, o no estaría aquí perdiendo el tiempo. Diría yo que es absurdamente difícil. De modo que sugeriré una solución absurda al problema. ¡Llevad a un Hobbit con vosotros! Smaug probablemente nunca ha oído hablar de los Hobbits y es seguro que nunca los ha olido.

—¿Cómo? —exclamó Glóin—. ¿Uno de esos simplones de la Comarca? ¿De qué puede servir en esta tierra o debajo de la tierra? Cualquiera que fuese su olor, jamás se arriesgaría a que lo olfateara el más desnudo de los dragonzuelos, aun uno recién salido del cascarón.

—¡Vamos, vamos! —dije yo—, eso no es justo. No sabe demasiado del pueblo de la Comarca, Glóin. Supongo que los considera simples porque son generosos y no regatean; y los cree tímidos porque nunca les vende armas. Está equivocado. De cualquier modo, tengo uno escogido para que lo acompañe, Thorin. Es diestro e inteligente, aunque astuto y nada temerario. Y creo que es valiente, muy valiente, de acuerdo con el estilo de los Hobbits. Son, podría decirse, "bravos en caso de apuro". Tiene que ponerlos en un aprieto antes de saber de qué son capaces.

—No es posible ponerlos a prueba —respondió Thorin—. Según he observado, hacen todo lo posible por evitar los casos de apuro.

—Eso es muy cierto —dije—. Son un pueblo muy juicioso. Pero este Hobbit es bastante inusitado. Creo que podríamos convencerlo de que se enfrentara a un caso de apuro. Creo que en su corazón desea realmente… tener, como él diría, una aventura.

—¡No a mis expensas! —dijo Thorin furioso, poniéndose en pie y dando zancadas a uno y otro lado—. Esto no es un consejo. ¡Es una tontería! No me es posible ver qué podría hacer un Hobbit, malo o bueno, por compensar un solo día de retraso, aun cuando fuera posible persuadirlo de que se pusiera en camino.

—¡No puede ver! ¡No podría oír, probablemente! —respondí—. Los Hobbits se trasladan sin esfuerzo en silencio, como jamás lo lograría un Enano, ni siquiera en peligro de muerte. Son, creo, las criaturas de pisada más suave de cuantas hay en este mundo. No parece haber observado, Thorin Escudo de Roble, que cuando atravesó la Comarca hizo un ruido (puedo afirmarlo) que los habitantes oyeron a una milla de distancia. Cuando dije que le hacía falta subrepción, lo dije muy en serio: subrepción profesional.

—¿Subrepción profesional? —exclamó Balín, interpretando mis palabras en un sentido muy distinto al que yo quería darles—. ¿Quiere decir un buscador de tesoros entrenado? ¿Es posible encontrarlos todavía?

Vacilé. Éste era un nuevo giro y no sabía cómo tomarlo. —Así lo creo —dije por fin—. A cambio de una recompensa van a donde uno no se atreve a ir, o al menos a donde uno no puede ir, para coger lo que uno quiera.

Los ojos de Thorin refulgieron al despertársele recuerdos de tesoros perdidos, pero al instante dijo con desprecio: —Un ladrón pagado. Habría que considerarlo si no fuera muy alta la recompensa exigida. Pero ¿qué tiene todo esto que ver con esos aldeanos? Beben en vasos de arcilla y no distinguen una gema de una cuenta de vidrio.

—Desearía que no siempre hablara con tanta seguridad sin verdadero conocimiento —dije con aspereza—. Esos aldeanos han vivido en la Comarca unos mil cuatrocientos años, y en ese tiempo han aprendido muchas cosas. Han tenido trato con los Elfos y con los Enanos mil años antes que Smaug llegara a Erebor. Ninguno de ellos posee lo que vuestros antepasados considerarían riquezas, pero encontraréis en sus moradas cosas mucho más hermosas que nada de lo que aquí podríais jactaros, Thorin. El Hobbit que tengo en mente tiene ornamentos de oro, y come en vajilla de plata y bebe vino en copas de cristal finamente tallado.

—¡Ah! ¡Ya veo a dónde quiere ir! —dijo Balin—. ¿Es un ladrón entonces? ¿Por eso lo recomienda?

Me temo que de pronto perdí la paciencia y la cautela. Esta presunción de los Enanos de que nadie puede tener o hacer algo "de valor" salvo ellos y que todas las cosas bellas en manos ajenas tienen que haber sido adquiridas, si no robadas, de los Enanos, en uno u otro momento, era más de lo que yo podía soportar entonces. —¿Un ladrón? —dije riendo—. ¡Pues claro, sí, un ladrón profesional! ¿Cómo, si no, puede un Hobbit tener una cuchara de plata? Pondré el signo de los ladrones en su puerta y lo encontraréis. —Entonces, enfadado, me puse en pie, y dije con un calor que me sorprendió a mí mismo:— ¡Debe buscar esa puerta, Thorin Escudo de Roble! Hablo en serio. —Y de pronto advertí, en efecto, que lo hacía con mortal seriedad. Esta extravagante idea mía no era una broma, era cierta. Era desesperadamente imprescindible que se llevara a cabo. Era preciso que los Enanos doblaran sus tiesos pescuezos.

—¡Escuchadme, pueblo de Durin! —exclamé—. Si persuadís a este Hobbit de que os acompañe, vuestra misión tendrá buen éxito. De lo contrario, fracasaréis. Si hasta rehusáis intentarlo, he terminado con vosotros. ¡Ya no tendréis consejo ni ayuda de mí hasta que la Sombra os alcance!

Thorin se volvió hacia mí y me miró con asombro, cosa que no era imposible conjeturar por anticipado.

—¡Duras palabras! —dijo—. Muy bien, lo intentaré. Tiene que haber en usted un cierto poder de previsión, a no ser que sencillamente esté loco.

—De acuerdo —dije—. Pero ha de hacerlo con buena fe, y no con la mera esperanza de probar que soy un tonto. Ha de ser paciente y no desanimarse con facilidad si la valentía o el deseo de aventura de los que hablo no son fáciles de notar a primera vista. Él no admitirá tenerlos. Intentará negarse a continuar, pero usted no debe permitírselo.

—Regatear de nada le valdrá, si a eso se refiere —dijo Thorin—. Le ofreceré una justa recompensa por cada cosa que recobre y no más.

No era a eso a lo que me refería, pero me pareció inútil decirlo. —Hay algo más todavía —proseguí— tenga listos de antemano todos sus planes y preparativos. ¡Téngalo todo listo! Una vez que él esté persuadido, es preciso que no tenga tiempo de volver a pensarlo. Deben partir de la Comarca sin demora hacia el este en cumplimiento de su misión.

—Parece una extraña criatura ese ladronzuelo suyo —dijo un joven enano llamado Fili (sobrino de Thorin, como lo supe más tarde)—. ¿Cuál es su nombre o el nombre que usa?

—Los Hobbits usan sus verdaderos nombres —dije—. El único que tiene es Bilbo Bolsón.

—¡Vaya nombre! —dijo Fili, y se echó a reír.

—Él lo considera muy respetable —dije—; y se le adecua perfectamente; porque es un soltero de edad madura y ya algo fofo y gordo. La comida es en la actualidad lo que más le interesa. Tiene una excelente despensa, según me han dicho, y quizá hasta más de una. Cuando menos, seréis bien recibidos.

—Ya basta —dijo Thorin—. Si no hubiera dado mi palabra, ahora decidiría no ir. No estoy dispuesto a que se me tome el pelo. Porque yo también soy serio. Mortalmente serio, y el corazón me arde de cólera.

No le hice ningún caso. —Preste atención, Thorin —dije—. Abril acaba y ya está aquí la primavera. Tenga todo listo tan de prisa como pueda. Tengo cierto asunto que atender, pero estaré de regreso en una semana. Cuando vuelva, si todo está en orden, me adelantaré para preparar el terreno. Entonces, lo visitaremos juntos al día siguiente.

Y con eso me despedí, pues no deseaba que Thorin tuviera más que Bilbo la oportunidad de pensar la cosa dos veces. El resto de la historia os es bien conocida… desde el punto de vista de Bilbo. Si yo la hubiera escrito, sonaría bastante diferente. Él no estaba enterado de todo lo que ocurría: tuve cuidado, por ejemplo, de que no supiera demasiado pronto que un grupo numeroso de Enanos se acercaba a Delagua, lejos del camino principal y las rondas habituales de los Enanos.

Fue la mañana del martes 25 de abril de 2941 cuando visité a Bilbo; y aunque sabía poco más o menos a qué atenerme, debo confesar que mi confianza sufrió una buena sacudida. Vi que las cosas serían más difíciles de lo que me había figurado. Pero perseveré. Al día siguiente, el miércoles 26 de abril, llevé a Thorin y sus compañeros a Bolsón Cerrado; con gran dificultad en lo que a Thorin concernía; al fin cedió con renuencia. Y, por supuesto, Bilbo estaba enteramente atónito y se comportó de manera ridícula. De hecho, desde un principio todo fue mal para mi; y la desdichada idea del "ladrón profesional" que los Enanos tenían metida en la cabeza no mejoró las cosas. Me felicitaba por haberle dicho a Thorin que deberíamos pasar la noche en Bolsón Cerrado, pues necesitábamos tiempo para discutir medios y planes. Eso me daba una última oportunidad. Si Thorin se hubiera ido de Bolsón Cerrado antes de que yo pudiera verlo a solas, mi plan se habría echado a perder.

Se verá que algunos elementos de esta discusión se incorporaron en la versión posterior a la discusión sostenida por Gandalf y Thorin en Bolsón Cerrado. A partir de este punto, la narración en la última versión sigue a la primera muy de cerca, y por tanto no se la incluye aquí, salvo un pasaje del final. En la anterior, Frodo observa que cuando Gandalf dejó de hablar, Gimli se echó a reír.

—Sigue sonando absurdo —dijo— aun ahora, después de ver que todo ha salido bien. Yo conocía a Thorin, por supuesto; y me habría gustado haber estado allí, pero estaba ausente en ocasión de vuestra primera visita. Y no se me permitió participar en la misión: demasiado joven, dijeron, aunque a los sesenta y dos años, me consideraba apto para cualquier cosa. Bien, me alegro de haber escuchado todo el cuento. Si es eso todo. No creo realmente que ni siquiera ahora nos esté diciendo todo lo que sabe.

—Claro que no —dijo Gandalf.

Y después de esto Meriadoc sigue formulando preguntas a Gandalf acerca del mapa y la llave de Thráin; y en el curso de su réplica (la mayor parte de la cual se conserva en la versión posterior en otro punto de la narración) Gandalf dice:

—Encontré a Thráin nueve años después de que hubiera abandonado a su pueblo, y había estado en las mazmorras de Dol Guldur cuando menos cinco años. No sé cómo resistió tanto ni cómo se las compuso para mantener esas cosas escondidas en medio de todos sus tormentos. Creo que el Poder Oscuro no quería nada de él, salvo el Anillo, y cuando se lo hubo quitado, ya no le exigió nada y arrojó al prisionero quebrantado a las mazmorras para que delirara hasta la muerte. Un pequeño descuido; pero resultó fatal. Los pequeños descuidos suelen ser fatales.

Nota del editor

En una carta escrita en 1964 mi padre decía:

Hay, por supuesto, muchos eslabones entre
El Hobbit
y
El Señor de los Anillos
que no están bien puestos en claro. Fueron escritos o esbozados, pero eliminados luego para aligerar la carga del bote: tales como los viajes de exploración de Gandalf y sus relaciones con Aragorn y Gondor; todos los movimientos de Gollum hasta que se refugió en Moria, etcétera. Escribí en realidad una crónica cabal de lo que verdaderamente sucedió antes de la visita de Gandalf a Bilbo y la subsiguiente «Fiesta Inesperada» tal como el mismo Gandalf la vio. Hubiera tenido que aparecer durante una conversación retrospectiva mantenida en Minas Tirith; pero hubo que eliminarla, y sólo aparece en forma abreviada en el Apéndice A, aunque allí no se citan las dificultades que Gandalf tuvo con Thorin.

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