—Así que aquí está usted después de todo… lord Vorkosigan —murmuró.
—Sólo lord Mark —rogó Mark son rapidez—. No soy lord Vorkosigan todavía hasta que Miles esté… esté… —la frase demoledora de la condesa le cruzó la cabeza —muerto y podrido. Esto no significa nada. El conde y la condesa querían que lo hiciera. No me pareció un buen momento para negarme.
—Así es —sonrió Gregor con tristeza—. Gracias por eso. ¿Y cómo está usted, personalmente?
Gregor era la primera persona que le había preguntado por él mismo y no por el conde. Mark parpadeó. Pero, claro, Gregor podía recibir boletines médicos sobre la condición de su Primer Ministro en cualquier momento si los quería.
—Bien, supongo —dijo Mark, encogiéndose de hombros—. En comparación con los demás, por lo menos.
—Mmm —dijo Gregor—. Aún no ha usado su tarjeta de comu. —Y cuando vio la mirada asombrada de Mark agregó con amabilidad —: No se la di como recuerdo.
—Yo… bueno… no creo haberle hecho favores que me permitieran pedirle nada, señor.
—Su familia tiene una cuenta de crédito con el Imperio y es una cuenta casi infinita. Puede usted hacer uso de ella, ya lo sabe.
—No le he pedido ningún favor.
—Lo sé. Honorable, pero estúpido. Tal vez pueda usted encajar aquí…
—No quiero favores.
—Muchos negocios nuevos empiezan con capital prestado. Y luego lo devuelven bien, con intereses.
—Ya lo intenté una vez —dijo Mark con amargura—. Pedí prestado a los Mercenarios Dendarii y quedé arruinado.
—Ah… —La sonrisa de Gregor desapareció de su cara. Echó una mirada por encima de Mark a los que seguramente los miraban desde la antecámara—. Ya volveremos a hablar. Disfrute de su cena. —Asintió. La despedida formal del Emperador.
Mark crujió al ponerse de pie, saludó como correspondía, y retrocedió hasta donde lo esperaba la condesa.
Al final de la ceremonia de impuestos, larga y tediosa, el personal de la Residencia sirvió un banquete a mil personas, distribuidas a través de varias cámaras según su rango. Mark descubrió que lo habían colocado a una mesa de distancia de Gregor. El vino y la comida de muchos platos le dieron una excusa para no charlar mucho con sus vecinos. Masticó y bebió lo más despacio posible. Así y todo terminó incómodo, mareado por el alcohol y demasiado lleno. Pronto notó que la condesa se las arreglaba para cumplir con los brindis mojándose los labios solamente. Él copió la estrategia. Deseaba haberlo descubierto antes, pero por lo menos consiguió levantarse de la mesa y caminar por la sala sin demasiados problemas.
Podía haber sido peor. Podría haber tenido que hacer todo esto mientras fingía ser Miles Vorkosigan
.
La condesa lo llevó a un salón de baile con suelo de madera pulida para la danza, aunque nadie bailaba todavía. Una orquesta de seres humanos vivos, todos hombres uniformados del Servicio Imperial, esperaba en un rincón. En aquel momento sólo estaba tocando media docena de los músicos, una especie de música de cámara preliminar. Había altas puertas que se abrían al aire fresco de la noche, a una galería, a un lado de la sala. Mark las vio enseguida: le servirían para poder huir. Sería un alivio inenarrable estar solo en la noche. Estaba empezando a extrañar el camarote solitario del
Peregrine
.
—¿Usted baila? —preguntó a la condesa.
—Esta noche sólo una vez.
La explicación de esa frase llegó poco después cuando apareció el Emperador Gregor y con su sonrisa seria de siempre llevó a la condesa Vorkosigan al medio del salón para el comienzo oficial de la danza. Cuando la música empezó a repetirse, otras parejas de Vor los siguieron a la pista. Las danzas Vor tendían a ser formales y lentas, con parejas organizadas en grupos complejos y no solas. Tenían demasiados movimientos precisos que había que memorizar. A Mark le parecían una alegoría de la forma en que se hacían las cosas por allí.
Despojado así de escolta y protectora, Mark huyó a un lado del salón donde la música era tan sólo un adorno de fondo. Había mesas de comida fría y bebida de distintos tipos a un lado. Durante un momento, él pensó en la atracción de la bebida como anestésico. Diluirse en el olvido…
Claro, claro. Emborráchate públicamente, y después, vomita en público también
… Justo lo que necesitaba la condesa. Y él sabía que ya andaba a medio camino de conseguirlo.
En lugar de hacerlo, retrocedió hacia el marco de una ventana. Su expresión seria parecía suficiente para mantener a los demás a raya. Se inclinó contra la pared, en las sombras, cruzó los brazos y se preparó para aguantar. Tal vez pudiera persuadir a la condesa de que lo llevara pronto a casa, después de su único baile. Pero ella parecía estar a gusto entre la multitud. A pesar de que se la veía relajada, sociable, alegre, él no le había oído una sola palabra esa noche que no sirviera a sus fines. Tanto control en alguien internamente tan tenso era casi perturbador.
Su humor sombrío empeoró cuando su puso a pensar en el significado de la crío-cámara vacía.
SegImp no puede llegar a todas partes
, había dicho la condesa. Mierda… Se suponía que SegImp lo veía todo. Ése era el sentido de la insignia de oro con el ojo de Horus en el cuello de Illyan. ¿O acaso la reputación de SegImp era sólo propaganda política?
De una cosa estaba seguro: Miles no había salido solo de esa crío-cámara. Tanto si estaba pudriéndose como si se hallaba desintegrado o congelado, en alguna parte tenía que haber uno o varios testigos. Un hilo, una conexión, un gancho, un rastro de sangre, algo.
Creo que me voy a morir si no aparece algo
. Tenía que haber algo, sí, tenía que haberlo.
—¿Lord Mark? —dijo una voz.
Levantó los ojos, que había tenido sumidos en una contemplación ciega de sus botas, y se encontró frente a una cara hermosa, enmarcada en gasa de un rosa intenso con puntillas blancas. Una línea delicada de cuello, curvas interesantes y una piel de marfil la convertían casi en una escultura abstracta, un paisaje topológico inclinado. Él se imaginó convertido en algo pequeño como un insecto y caminando por esas colinas suaves, por esos valles, con los pies descalzos…
—¿Lord Mark? —repitió ella, menos segura ahora.
Él inclinó la cabeza, esperando que las sombras escondieran el intenso color rojo de sus mejillas y por lo menos consiguió dominarse lo suficiente para responderle cortésmente con los ojos.
No puedo evitarlo, es por mi altura. Lo lamento
. La cara de ella era igualmente fascinante: ojos de un azul eléctrico, labios curvos. Bucles cortos, rubios y sueltos. De acuerdo con lo que parecía ser costumbre entre las jóvenes, llevaba flores rosadas entretejidas en la cabeza, sacrificios de cortas vidas vegetales a la gloria breve de una noche. Sin embargo, su cabello era demasiado corto para ellas y muchas estaban a punto de caérsele.
—¿Sí? —Le salió demasiado abrupto. Intentó de nuevo con un más alentador: —¿Lady…?
—Ah. —Ella sonrió—. No soy lady nada. Soy Kareen Koudelka.
Él frunció el ceño.
—¿Tiene usted alguna relación con el comodoro Clement Koudelka? —Un hombre que se hallaba muy arriba en la lista de antiguo personal de Aral Vorkosigan. La lista de Galen, más asesinatos si se presentaba la oportunidad.
—Es mi padre —dijo ella con orgullo.
—¿Es… está aquí? —preguntó Mark, nervioso.
La sonrisa desapareció en un suspiro momentáneo.
—No, no. Esta noche ha tenido que ir a Cuarteles Generales. En el último momento.
—Ah. —Claro. Hubiera sido revelador saber cuántos hombres no habían podido acudir allí esa noche debido a la salud del Primer Ministro. Si Mark hubiera sido realmente el agente enemigo que habían querido que fuera con su entrenamiento, hubiera sido una forma rápida de descubrir quiénes eran las verdaderas claves de la constelación de apoyo a Aral Vorkosigan, una forma mucho más segura que escuchar a los gallos de medianoche.
—En realidad no te pareces a Miles —dijo ella, estudiándolo con ojo crítico; él se puso tenso pero pensó que si metía la barriga sólo conseguiría llamarle más la atención hacia ella—. Tiene huesos más fuertes. Sería interesante veros juntos. ¿Volverá pronto?
Ella no lo sabe
, comprendió él con una especie de horror.
No sabes que Miles está muerto, no sabe que yo lo maté
.
—No —musitó. Y luego, como un masoquista, preguntó —: ¿Usted también estaba enamorada de él?
—¿Quién, yo? —Ella se echó a reír—. No tengo ninguna oportunidad. Mis tres hermanas son más altas que yo. Me llaman la enana.
La cabeza de él no llegaba al hombro de ella, de modo que ella tenía la altura promedio de las barrayaranas. Sus hermanas debían de ser valkirias. El estilo de Miles, sí. El perfume de las flores, o la piel de la muchacha, lo mecía en ondas leves, delicadas.
Un horrible dolor de desesperación le atravesó desde el vientre hasta los ojos.
Esto podría haber sido mío. Si no lo hubiera arruinado todo, éste habría sido mi momento
. Ella era amable, abierta, le sonreía. Porque no sabía lo que él había hecho. Y en el supuesto de que él mintiera, de que lo intentara, de que se encontrara contra toda lógica caminando con ella dentro de uno de los sueños más borrachos de Ivan, y que ella lo invitara a trepar a las montañas, como Miles… ¿qué pasaría entonces? ¿Qué interés tendría para ella verlo ahogarse, morir tal vez en toda su desnuda impotencia? Insensato, imprudente, imposible… la sola anticipación de ese dolor, esa impotencia, le nublaba la vista. Se le inclinaron los hombros hacia adelante.
—Ay, váyase, por el amor de Dios —gimió.
La joven lo miró con sus ojos azules llenos de asombro.
—Pym ya me advirtió que esta noche está usted de mal humor… bueno, de acuerdo… —Se encogió de hombros y se volvió, haciendo girar la cabeza.
Un par de las florecillas rosadas rompieron amarras y cayeron. Instintivamente, Mark se agachó a levantarlas.
—¡Espere!
Ella se volvió, con el ceño fruncido todavía.
—¿Qué?
—Se le han caído. —Le tendió las flores rosas, medio marchitas ya y trató de sonreírle, pero le pareció que la sonrisa estaba tan marchita como las flores.
—Ah.
Ella las cogió —dedos largos, firmes, limpios, las uñas sin pintar, no eran las manos de una mujer ociosa —miró las flores y puso los ojos en blanco como si no supiera cómo volvérselas a poner. Finalmente se las metió a través de unos bucles, sin armonía con las anteriores y en una posición aún más precaria. Ella empezó a volverse de nuevo.
Di algo o vas a perder tu oportunidad
.
—Usted no tiene el pelo largo, como las otras —dejó escapar. Oh, no, va a pensar que es una crítica…
—No tengo tiempo para tontear con el cabello. —Inconscientemente, ella puso orden entre sus bucles con los dedos y esparció más flores sin suerte a su alrededor.
—¿En qué ocupa su tiempo?
—En estudiar, sobre todo. —La vivacidad que se había apagado tan brutalmente con el rechazo empezaba a reflejarse otra vez hacia su cara joven—. La condesa Vorkosigan me prometió que si sigo así, el año que viene me enviará a estudiar a Colonia Beta. —Sus ojos brillaron como un escalpelo láser—. Y sé que puedo hacerlo. Si Miles es capaz de hacer lo que hace, yo tengo que ser capaz de esto.
—¿Qué sabe usted de lo que hace Miles? —le preguntó él, alarmado.
—Bueno, pasó por la Academia de Servicio Imperial, ¿no es cierto? —Ella levantó el mentón, inspirada—. Todos decían que era pequeñito y enfermizo, que era un desperdicio que iba a morir joven. Y después, cuando entró, dijeron que era porque era hijo de su padre. Pero se graduó el primero de la clase y no creo que su padre tuviera nada que ver con eso. —Hizo un gesto firme, satisfecha.
Pero tenían razón cuando decían que se iba a morir joven
. Era obvio que ella no sabía nada del ejército privado de Miles.
—¿Qué edad tiene? —preguntó Mark.
—Dieciocho estándar.
—Yo… bueno, veintiuno.
—Lo sé. —Ella lo observó, interesada todavía, pero más cauta. Se le encendieron los ojos de comprensión súbita. Bajó la voz—. Está preocupado por el conde Aral, ¿verdad?
Una explicación muy caritativa para su falta de modales.
—El conde, mi padre —repitió él. Era una frase de Miles—. Entre otras cosas.
—¿Tiene amigos aquí?
—No… no estoy muy seguro. —¿Ivan, Gregor, su madre, eran realmente amigos?—. Estuve muy ocupado haciendo parientes, no amigos. Nunca había tenido parientes.
Ella levantó las cejas.
—¿Ni amigos?
—No. —Era una idea extraña y verdadera, tardía—. No puedo decir que me hicieran falta los amigos. Siempre tuve problemas más inmediatos. —
Todavía los tengo
.
—Miles siempre tiene amigos alrededor.
—Yo no soy Miles —ladró Mark, herido en el punto débil. No, no era culpa de ella, todo él era un punto débil.
—Ya me doy cuenta… —Ella hizo una pausa mientras la música empezaba de nuevo en el salón—. ¿Le gustaría bailar?
—No sé ninguno de estos bailes.
—Ésa es una danza de espejos. Cualquiera puede bailar eso. No es difícil. Hay que copiar todo lo que hace la pareja.
Él echó una mirada a través del arco y pensó en las altas puertas de la galería.
—¿Tal vez… tal vez fuera?
—¿Por qué fuera? Usted no podría verme.
—Y nadie me vería a mí. —Una sospecha le cruzó la mente—. ¿Mi madre le ha pedido que haga esto?
—No…
—¿Lady Vorpatril?
—¡No! —Ella se echó a reír—. ¿Por qué iban a hacer tal cosa? Venga o se va a terminar la música… —Lo cogió de la mano y lo llevó con firmeza. Atravesaron el arco; más florecillas cayeron por el camino. Él cogió un par con la mano libre y se las metió en el bolsillo del pantalón. Una compulsión
Socorro. Me está secuestrando una entusiasta
… Había destinos peores que ése. Una sonrisa irónica le asomó a los labios.
—¿No le importa bailar con un sapo?
—¿Qué?
—Algo que dijo Ivan.
—Ah, Ivan. —Ella movió un hombro, como para dejar de lado un tema aburrido—. Debería pasar de Ivan. Todos lo hacemos.
Lady Cassia, está usted vengada
. Mark se sintió un poco mejor. Su malhumor se había reducido a la mitad.
La danza de los espejos seguía como le había dicho ella: un miembro de la pareja frente a otro, moviéndose y bamboleándose, siguiendo el ritmo de la música. El tempo era más movido y menos formal que el de las otras danzas y había atraído a más jóvenes a la pista.