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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (59 page)

BOOK: Danza de espejos
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Tú me ves, Ryoval. Pero yo te veo a ti. Sí, te veo
.

Las sesiones de alimentación forzosa se llevaban a cabo cada tres horas. Era el único reloj que le quedaba. Sin ese reloj, habría pensado que el tiempo ya no existía. No había duda de que había entrado en la eternidad.

Siempre había pensado que para despellejar a alguien se necesitaban cuchillos afilados. O sin filo. Los tecnos de Ryoval lo hacían con sustancias químicas que esparcían con mucho cuidado en áreas seleccionadas de su cuerpo con un aerosol. Usaban guantes, máscaras, ropas protectoras; él trató, sin éxito, de arrancarle a uno una máscara para que probara su medicina en carne propia. Maldijo su cuerpo pequeño y gritó y vio cómo la piel se le convertía en burbuja y desaparecía. La sustancia no era cáustica sino un extraño enzima: dejaba los nervios horriblemente intactos y al descubierto. Después de eso, tocar algo o que lo tocaran era una agonía, especialmente la presión de acostarse o sentarse. Se quedaba de pie en la celda, cambiando de un pie a otro, sin tocar nada, horas y horas hasta que se le vencían las piernas.

Todo estaba pasando muy rápido. ¿Dónde diablos estaba todo el mundo? ¿Cuánto tiempo había estado allí? ¿Un día?

Bueno. Si he sobrevivido un día, puedo sobrevivir otro
. No podía ser peor. Sólo más de lo mismo.

Se sentó y se balanceó, la mente borrosa por el dolor. Y la rabia. Sobre todo por la rabia. Desde el momento de la primera sesión de alimentación forzosa, ya no había sido la guerra de Naismith. Ahora es personal, algo entre él y Ryoval. Pero no lo suficientemente personal. Nunca había estado a solas con Ryoval. Siempre eran más que él, más pesados que él, y él había pasado de un grupo de sogas a otro. Atado, siempre. El almirante Naismith recibía el tratamiento de un hombrecito peligroso. Necesitaba otra cosa.

Él les hubiera contado todo. Todo lo que había que contar sobre lord Mark y Miles y el conde y la condesa y Barrayar. Y Kareen. Pero la alimentación forzosa le había tapado la boca, la droga le había robado el lenguaje y las otras cosas lo habían tenido ocupado gritando. Era culpa de Ryoval. El hombre miraba. Pero no escuchaba.

Yo quería ser lord Mark. Lo único que quería era ser lord Mark
. ¿Tan malo era eso? Todavía quería ser lord Mark. Casi lo había logrado, lo había tenido en la punta de los dedos. Y se lo habían arrancado. Lloró por eso, y las lágrimas se le hundieron como plomo líquido sobre la no-piel. Sentía cómo lord Mark se le escapaba entre los dedos, desgarrado, enterrado vivo. Desintegrado.
Lo único que quería era ser humano. Y todo se había vuelto a estropear
.

25

Giró en círculo por la habitación una vez más, la centésima, golpeando las paredes con los dedos.

—Si pudiéramos saber cuál es la que da al exterior —le dijo a Rosa—, tal vez podríamos derribarla…

—¿Con qué, con las uñas? ¿Y si estamos tres pisos por encima del suelo? Quieres
sentarte
, por favor —gruñó Rosa—. ¡Me estás volviendo loca!

—Tenemos que salir de aquí.

—Tenemos que esperar. Azucena se va a dar cuenta. Y algo se hará.

—¿Quién va a hacerlo? ¿Y cómo? —Examinó el pequeño dormitorio a su alrededor, furioso, atento. No estaba diseñado como una prisión. Era sólo una habitación de huéspedes con su propio baño. Sin ventanas, lo cual sugería que estaba bajo tierra o en el interior de la casa. Si estaba bajo tierra, atravesar la primera pared no serviría de mucho, pero si podían pasar a otra habitación, crecían las posibilidades. Una puerta, dos guardias con bloqueadores detrás. La noche anterior les habían pedido que abrieran: una vez fingiendo encontrarse mal, y la segunda cuando la agitación frenética de él había terminado en una convulsión. Los guardias le habían entregado a Rosa el bolso médico, cosa que no sirvió de mucho pues para entonces la doctora, exhausta con tanta actividad, contestó a sus exigencias de acción con una amenaza de sedante.

—Sobrevivir, escapar, sabotear —recitó él. Se había convertido en una letanía que pasaba por su cabeza como un círculo infinito—. Es el deber del soldado.

—Yo no soy soldado —dijo Rosa, frotándose los ojos rodeados de oscuridad—. Y Vasa Luigi no me va a matar, y si pensara matarte, ya lo habría hecho. Él no juega con sus presas como Ryoval. —Se mordió el labio, lamentando la última frase—. Tal vez nos va a dejar aquí juntos hasta que yo te mate a ti. —Rodó sobre la cama y se puso la almohada encima de la cabeza.

—Deberías haber estrellado ese volador.

Un ruido desde la almohada, tal vez un gruñido, tal vez una maldición. Probablemente él había repetido eso demasiadas veces.

Cuando se abrió la puerta, él se puso de pie inmediatamente, como escaldado.

Un guardia los miró, les hizo un saludo casi militar y dijo con amabilidad:

—Saludos del barón Bharaputra, señora, señor. El barón les ruega que se preparen para la cena. Los llevaremos arriba cuando estén listos.

El comedor de los Bharaputra tenía enormes puertas vidriadas que daban a un jardín congelado por el invierno, con un enorme guardia en cada salida. El jardín brillaba en el crepúsculo; habían estado allí todo un día jacksoniano, veintiséis horas y unos minutos. Vasa Luigi se levantó cuando entraron. Hizo un gesto y los guardias se esfumaron para ocupar posiciones cerca de las puertas, por fuera, como para dar una ilusión de intimidad.

El comedor estaba bien arreglado, con almohadones y banquetas individuales frente a pequeñas mesas que formaban un semicírculo alrededor de la vista del jardín. Una mujer de aspecto muy familiar estaba sentada en uno de los bancos.

Tenía el cabello blanco con mechones negros, recogido en dos trenzas muy trabajadas sobre la cabeza. Ojos negros, una piel de marfil que se estaba ablandando y llenando de arrugas, una nariz de puente alto… la doctora Durona. Otra vez. Se había puesto una camisa floreada de seda verde pálida, que recordaba tal vez accidentalmente el color de las chaquetas de la clínica Durona, y pantalones suaves de color crema. La doctora Lotus Durona, baronesa Bharaputra, tenía gustos elegantes. Y los medios para permitírselos.

—Rosa, querida —dijo, y estiró la mano como si Rosa fuera a besársela como una cortesana.

—Lotus —dijo Rosa en una voz sin tono y apretó los labios. Lotus sonrió y retiró el gesto en una invitación para que se sentaran, cosa que todos hicieron.

Lotus tocó una almohadilla de control y entró una muchacha vestida con el uniforme de seda rosado y marrón de los Bharaputra. Les sirvió bebidas, primero al barón, a quien también hizo una reverencia con la cabeza baja. La chica también tenía un aspecto familiar, alta y delgada, con una nariz de puente alto, el cabello negro y lacio sujeto atrás en una cola de caballo… Cuando le ofreció la bebida a la baronesa, sus ojos se abrieron como flores al sol, brillantes de alegría. Cuando se inclinó frente a Rosa, sus ojos parecieron asustarse de pronto y las cejas expresaron perplejidad. Rosa también se asustó al verla, y su mirada pareció horrorizada cuando la muchacha se alejó.

Cuando la chica se inclinó frente a Mark, su extrañeza se hizo mayor.

—¡Usted! —susurró, como sorprendida.

—Vete, Azucena, querida, no te quedes con la boca abierta —dijo la baronesa con amabilidad.

La muchacha salió de la habitación contoneándose, y les dirigió una mirada sobre el hombro.

—¿Azucena? —dijo Rosa casi sin habla—. ¿Le pusiste Azucena?

—Una pequeña venganza.

Las manos de Rosa se crisparon con el insulto.

—¿Cómo puedes hacer esto? Sabiendo lo que eres. Sabiendo lo que somos…

—¿Cómo puedes tú? ¿Cómo eliges la muerte cuando puedes elegir la vida? —La baronesa se encogió de hombros—. O algo peor todavía, ¿cómo dejas que Azucena elija por ti? Tu tentación no ha llegado, Rosa, mi querida hermana. Pregúntate de nuevo dentro de veinte o treinta años, cuando sientas que tu cuerpo se pudre a tu alrededor, y veremos si sigues diciendo lo mismo.

—Azucena te amaba, como se ama a una hija.

—Azucena me utilizó de sirvienta. ¿Amor? —La baronesa se echó a reír—. No es el amor lo que mantiene unido al rebaño de las Durona. Es la presión de los predadores. Si desaparecieran los peligros económicos y de otro tipo, los peligros del exterior quiero decir, ni los extremos más lejanos del nexo del agujero de gusano nos bastarían para huir de nuestras amadas hermanitas. Casi todas las familias son así, en estos días.

Rosa asimiló esas palabras. Parecía desdichada pero no lo negó.

Vasa Luigi se aclaró la garganta.

—En realidad, doctora Durona, usted no tendrá que viajar hasta el confín del universo para encontrar un lugar que le hiciera honor a su ciencia. La Casa Bharaputra le daría buen uso a su inteligencia y preparación. Y tal vez hasta cierta autonomía. Jefa de departamento, quizás. Y más tarde, ¿quién sabe?, hasta de división…

—No. Gracias —ladró Rosa.

El barón se encogió de hombros. ¿Y la baronesa? ¿No parecía algo aliviada?

Él interrumpió con urgencia.

—Barón, ¿fue realmente un escuadrón de Ryoval el que se llevó al almirante Naismith? ¿Sabe adónde se lo llevaron?

—Bueno, ésa es una pregunta interesante —murmuró Vasa Luigi, mirándolo—. Estuve todo el día intentando hablar con Ry pero no lo conseguí. Esté donde esté, sospecho que se halla con su clon… almirante.

Él respiró hondo.

—¿Por qué cree usted que soy el almirante, señor?

—Porque vi al otro. Bajo circunstancias muy reveladoras. No creo que el verdadero almirante permitiera que su guardaespaldas le diera órdenes, ¿a usted qué le parece?

A él le dolía la cabeza.

—¿Y qué le está haciendo Ryoval?

—Vamos, Vasa, ésa no es conversación para la mesa —lo criticó la baronesa. Mientras tanto, miraba a su prisionero con curiosidad—. Y por otra parte, almirante, ¿le interesa realmente lo que le pase a su clon?

—«Miles, ¿qué has hecho con tu hermanito pequeño?» La cita no venía a cuento, pero se escapó de la boca. Él se tocó los labios, inquieto. Rosa lo miró atentamente. También Lotus.

Vasa Luigi dijo:

—Volviendo a su pregunta, almirante, depende de si Ry llegó a las mismas conclusiones que yo. Si es así… probablemente no haga mucho. Si no, sus métodos dependerán de su clon.

—No… no entiendo.

—Ryoval lo va a estudiar. Él siempre hace experimentos. Lo que haga dependerá del análisis de la personalidad de sus sujeto.

Eso no sonaba tan mal. Él pensó en un examen tipo test. Frunció el ceño, extrañado.

—Ry es un artista, a su manera —continuó el barón—. Puede crear los efectos psicológicos más extraordinarios. Yo lo he visto convertir a un enemigo acérrimo en esclavo, un esclavo absolutamente devoto de su persona, dispuesto a obedecerlo en todo. El último que trató de asesinarlo y tuvo la desgracia de caer en sus manos con vida, terminó sirviendo bebidas en las fiestas privadas de Ryoval y suplicando a los individuos que le permitieran ofrecerles cualquier tipo de satisfacción. A gusto del consumidor.

—¿Y tú, qué le pediste? —preguntó la baronesa con sequedad.

—Vino blanco. Fue antes de tus tiempos, amor. Pero miré, eso sí. Y el hombre tenía la mirada más obsesionada que he visto en mi vida.

—¿Está pensando en venderme a Ryoval? —preguntó él, lentamente.

—Si es el mejor postor, almirante… Usted y su clon atacaron mi propiedad… y todavía no estoy seguro de que no lo hayan planeado juntos de principio a fin… Eso le costó mucho a mi Casa. Y además —le brillaron los ojos—, fue irritante, muy pero que muy irritante. No pienso molestarme en buscar venganza de un crío-amnésico pero sí quiero reducir mis pérdidas. Si lo vendo a Ry, él lo castigará mucho más de lo que yo pueda desear. A Ry le encantará tener una pareja como ustedes. —Vasa Luigi suspiró—. La Casa Ryoval siempre será una casa menor si Ry permite que sus gratificaciones personales sean más importantes para él que sus ganancias. Es una pena. Yo podría hacer tanto con tantos recursos…

La muchacha sirvió los entremeses en platitos, volvió a llenar los vasos con una mezcla de fruta y vino y se alejó de nuevo. Los ojos de Vasa Luigi la siguieron, lentamente. Al observar la mirada, la baronesa puso los ojos en su bebida hasta que él giró de nuevo la cabeza.

—¿Y los Mercenarios Dendarii, como postores? —
¡Sí!
Si Vasa Luigi hacía la oferta, los Dendarii vendrían inmediatamente a golpear la puerta. Con un cañón de plasma. Una buena oferta. Ese juego tenía que ser corto. Bharaputra no podía rematarlo sin antes decir que lo tenía en sus manos y entones, entonces…
¿entonces qué?
—. Aunque no fuera más que para levantar la oferta de Ryoval —agregó con astucia.

—Tienen recursos muy limitados. No. Lo lamento. Y ni siquiera están aquí.

—Los vimos ayer.

—Un equipo de misión secreta. Nada más. Sin naves, sin respaldo. Yo creo que revelaron su identidad sólo para que Azucena hablara con ellos. Pero… tengo mis razones para creer que hay otro jugador en este partido. Mis instintos se retuercen, mirándolo. Tengo la extraña tentación de aceptar una ganancia modesta, conformarme con ser el intermediario y obligar a la Casa Ryoval a llevarse las ofertas negativas. —El barón rió entre dientes.

¿Ofertas negativas?
Ah. Gente con cañones de plasma. Él trató de no reaccionar.

Vasa Luigi continuó hablando.

—Lo cual nos pone frente a la pregunta original: ¿cuál es el interés de Azucena en todo esto? ¿Por qué la puso a usted, doctora, a revivir a este hombre? Y, para empezar por el principio, ¿cómo lo consiguió, cuando cientos de ansiosos rastreadores no lo lograron?

—No me lo dijo —expuso Rosa con toda tranquilidad—, pero me alegré de tener la oportunidad de practicar mis habilidades. Gracias a la excelente puntería de sus guardias de seguridad, barón, fue todo un desafío médico, se lo aseguro.

La conversación pasó al terreno de lo médico-técnico, entre Rosa y Lotus. Luego fue decayendo cuando la clon les sirvió un plato muy elaborado. Rosa evadía las preguntas con tanta habilidad como las formulaba el barón, y todos hacían como que no pasaba nada. Pero el barón no parecía tener prisa. Era obvio que se estaba preparando para algún tipo de jueguecito relacionado con una espera. Después del postre, los guardias los escoltaron de vuelta a la habitación, que era parte de un corredor con puertas diseñadas exactamente de la misma manera, tal vez para alojar a los sirvientes de visitas importantes.

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