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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Darth Maul. El cazador en las tinieblas (5 page)

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
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Pero eso no lo convertía en un problema menor. Si no conseguía que Monchar volviera al
Saak’ak
antes de la próxima llamada de Sidious…

Oyó cómo el panel de su camarote sonaba suavemente.

—Adelante —dijo.

El panel se deslizó para abrirse, y entró Rune Haako. El diplomático de la Federación de Comercio cruzó el cuarto, se sentó y se arregló las vestiduras púrpuras con precisión meticulosa, alisando los pliegues concienzudamente antes de mirar a Gunray.

—¿Supongo que no hay noticias de Hath Monchar?

—Ninguna.

Haako asintió. Jugueteó un momento con el cuello de la túnica, ajustándose luego las mangas ablusadas. Gunray sintió una punzada de irritación. Podía leer en Haako como si fuera un expediente de datos; sabía que el diplomático tenía que hacer una sugerencia referente a la situación actual, y sabía que tantos rodeos estaban pensados para ponerlo a la defensiva. Pero el protocolo exigía que no mostrase sus sentimientos; hacerlo sería reconocer que Haako llevaba la ventaja en la situación.

Éste alzó por fin los ojos, enfrentándose a la mirada de Gunray.

—Quizá pueda sugerir una forma de actuar.

—La que sea —repuso Gunray, haciendo un gesto con la mano concebido para mostrar sólo un interés educado.

—A lo largo de mis trabajos para la Federación de Comercio he tenido que tratar ocasionalmente con personas de habilidades y atributos singulares. —Se ajustó las puntas de la capucha—. Me refiero concretamente a cierta humana llamada Mahwi Lihnn. Por un precio preacordado busca y recupera a personas que se apartan de su deber o que han cometido algún delito.

—Hablas de un cazador de recompensas —dijo Gunray, dándose cuenta de que su interlocutor contenía una sonrisa, y que, al admitir que conocía el término usado por alguien de habilidades tan groseras, perdía prestigio ante su subordinado. Pero no le importó, estaba demasiado excitado ante la posibilidad implícita en la sugerencia del diplomático—. Podemos contratar a esa Mahwi Lihnn para que encuentre a Monchar y lo traiga antes de que Sidious vuelva a reunirse con nosotros.

—Eso mismo.

Gunray notó el velado desdén en el tono de Haako. Se ajustó el cuello de su túnica y se tomó tiempo para replicar. Su emoción inicial ante una solución potencial al problema le había calmado un poco, y ahora estaba decidido a mostrar a Rune Haako que no se jugaba a la ligera con el prestigio de un virrey de la Federación.

—Y tú… ¿conoces a un personaje así? —inquirió, haciendo que su tono y expresión transmitiesen el grado justo de desdén ante el hecho de que alguien de la posición de Haako admitiría haberse relacionado socialmente con un individuo tan vil.

La alegría desapareció del semblante de Haako. Sus dedos tiraron nerviosos del hilo de una filigrana de la túnica.

—Ya he dicho que mis deberes como diplomático adjunto de la Federación…

—Por supuesto —repuso, tiñendo esas dos palabras de compasión y altivez a partes iguales—. Y la Federación de Comercio te está muy agradecida por tu disposición a fraternizar con gente tan… colorida… con la esperanza de que sus habilidades puedan llegar a sernos útiles algún día. —Notó que Haako fruncía los labios como si el diplomático hubiera mordido una trufa amarga, y siguió hablando—. Desde luego, los momentos desesperados requieren medidas desesperadas. Aunque lamento tener que pedir esto a alguien de tu rango, espero que puedas encontrar ánimos para volver a contactar con esa tal Mahwi Lihnn, para resolver de forma satisfactoria la situación con Monchar.

Rune Haako murmuró su aquiescencia y se fue. Cuando se cerró la puerta, Nute Gunray asintió satisfecho. No estaba mal, nada mal. Se las había arreglado para encontrar una posible solución al problema de la desaparición de Monchar, al tiempo que le bajaba los humos a ese insufrible mojigato de Haako. Escuchó con placer el vago rugir de su saco estomacal que anunciaba el retorno de su apetito. Igual volvía a intentarlo con la cena.

— o O o —

—El hutt lo habría pagado muy bien. Estaba dispuesto a soltar una buena cantidad de pasta por un auténtico holocrón Jedi. Y habría pagado el doble por uno Sith —dijo Lorn, mirando abatido el fondo de su vaso, agitando los restos verdiazules del licor johriano que lo llenaba hasta poco antes—. El cubo valía cincuenta mil créditos. Y ahora lo he perdido junto con mis quince mil. Era todo lo que tenía.

—Lo cual nos pone en un aprieto financiero de lo más desesperado —dijo I-Cinco.

Los dos estaban sentados en el bar situado tras la taberna de la Piedra Luminosa Verde, no muy lejos del conocido Pasillo Carmesí de la ciudad. Eran clientes habituales y la presencia del androide no provocaba mucha controversia, pese a que el cartel de la entrada proclamase en básico y otros lenguajes que «No se permiten androides».

—Es todo por mi culpa —murmuró Lorn, más al mostrador manchado de bebida que a su compañero—. Si no hubiera perdido el control… —miró al androide con mirada turbia—. No sé por qué sigues siendo mi socio.

—Ah, hemos llegado a la etapa sensiblera. ¿Te va a durar mucho? Igual me pongo en ciberestasis hasta que se te pase.

—¿Sabes que puedes llegar a ser un verdadero bastardo? —replicó con un gruñido y haciendo un gesto para que volvieran a llenarle el vaso.

—Veamos…, según mis bancos de datos, la principal definición de
bastardo
es «niño nacido de padres no casados». Pero, hay una definición secundaria de «algo de orígenes inusuales o irregulares». Supongo que me es aplicable el segundo caso. —Cuando el barman iba a rellenar el vaso de Lorn, I-Cinco lo tapó con la mano—. Mi amigo ya se ha destrozado por hoy suficientes neuronas con compuestos de hidroxyl. Y no puedo decir que tenga una provisión de ellas en exceso abundante.

El barman, un bothan, miró a Lorn, encogiéndose a continuación de hombros y yéndose al fondo del bar. Un duros con traje espacial sentado cerca de ellos les miró, pareciendo darse cuenta por primera vez de la presencia del androide.

—¿Dejas que tu androide decida cuánto puedes beber?

—No es mi androide. Somos socios. Compañeros de negocios —repuso, pronunciando cuidadosamente las palabras.

Las membranas nictitantes de los ojos del duros parpadearon en señal de sorpresa e incredulidad.

—¿Me estás diciendo que ese androide tiene rango de ciudadano?

—Él no te dice nada —repuso I-Cinco, volviéndose para mirar al duros—, más que nada porque está tan borracho que no se tiene en pie. Soy yo quien te dice que te ocupes de tus asuntos. Mi rango dentro de la sociedad galáctica es algo que no te incumbe.

El duros miró a su alrededor, vio que los demás clientes de la taberna ignoraban la conversación, se encogió de hombros y volvió a concentrarse en su copa. I-Cinco levantó a Lorn del taburete y lo empujó en dirección a la puerta. Éste caminó tambaleante, cruzó el lugar y se volvió para mirar al conjunto de la taberna.

—Yo fui alguien, una vez —dijo al grupo de clientes, la mayoría de los cuales no se molestó en alzar la mirada—. Trabajaba en los niveles superiores. Tenía un ático. Podía ver las montañas. Malditos Jedi, ellos me hicieron esto.

Entonces, dio media vuelta y salió, seguido por su androide.

Fuera, el aire era frío y Lorn sintió que recuperaba algo de sobriedad. El sol se había puesto ya, dando paso al largo crepúsculo de las regiones ecuatoriales.

—Se han enterado, ¿verdad?

—Del todo. Los tenías cautivados. Seguro que no pueden esperar al siguiente y emocionante capítulo. Mientras tanto, ¿por qué no vamos a casa antes de que algún alegre muchacho de la zona decida averiguar cuánto tarda en arder el tejido humano empapado en alcohol?

—Buena idea —contestó Lorn, cuando I-Cinco le cogió del brazo, y empezó a caminar.

Pasaron junto a vendedores ambulantes que vendían holos de contrabando, droga glitterstim y demás mercancía ilegal. Mendigos de todo tipo se envolvían en capas harapientas y les tocaban pidiendo unos alm. Llegaron al quiosco más próximo que servía de entrada subterránea, descendieron por una escalera que llevaba mucho tiempo rota y que conducía a un serpenteante pasillo. Si en la superficie hacía calor, allí abajo parecía una sauna. El olor corporal de varios seres sin lavar se desplazaba entre los transeúntes, combinándose con la peste a hongos que impregnaba las paredes, consiguiendo una mezcla casi alucinógena. ¿Por qué no podían oler todos como los toydarianos?, se preguntó Lorn.

Doblaron por un estrecho pasillo lateral, cuyas paredes y techo eran un complicado entramado de tuberías, conductos y cables. Titilantes tiras luminiscentes situadas a intervalos irregulares proporcionaban una iluminación escasa. Babosas de granito se arrastraban por el suelo, obligando a Lorn a prestar atención por dónde pisaba, una tarea nada fácil en su estado. Finalmente llegaron a la tercera de una serie de puertas metálicas, que se abrió tras varios intentos con la tarjeta llave.

El cubículo sin ventanas, una celda tallada en los sólidos cimientos de ferrocreto de la ciudad, estaba diseñado para un único ocupante, pero al ser compañero de Lorn un androide, no eran especialmente estrechos. Había un par de sillas, un catre plegable de pared, un pequeño lavabo y una cocina apenas lo bastante grande para contener un nanoondas y un conservador de comida. El compartimento estaba inmaculadamente limpio, otra ventaja de tener un androide cerca.

Lorn se sentó en el catre y miró al cielo.

—Esto es lo único que hay que saber de los Jedi —anunció.

—Oh, por favor. Otra vez, no.

—Son un montón de elitistas mojigatos y egoístas.

—Tengo este discurso grabado, ¿sabes? Puedo ponerlo en un holo a alta velocidad; ahorraríamos mucho tiempo.

—Guardianes de la galaxia… No me hagas reír. Lo único que les interesa guardar es su modo de vida.

—Yo en tu lugar, situación hipotética cuya mera mención amenaza con sobrecargar mis circuitos de lógica, dejaría de obsesionarme con los Jedi y empezaría a pensar de dónde saldrá mi siguiente comida. Yo no requiero nutrición, pero tú sí. Necesitas vender algo bueno, y deprisa.

—Nunca debí desconectar tu anulador de creatividad —repuso Lorn mirando al androide, haciendo luego una larga pausa—. Pero, tienes razón, no tiene sentido demorarse en el pasado. Hay que mirar hacia adelante. Lo que necesitamos es un plan, y ya mismo.

Tras decir esas palabras, cayó hacia atrás, al catre y empezó a roncar sonoramente.

I-Cinco miró a su tumbado compañero.

—Nunca debió otorgarse inteligencia a algo que evolucionó al azar —murmuró.

Capítulo 5

D
arth Sidious también pensaba en los Jedi.

Su llama se extinguía en la galaxia; de eso no había duda. Hacía más de mil generaciones que eran los autoproclamados paladines del bien común, pero eso estaba llegando a su fin. Y esos idiotas patéticos, cegados por su propia hipocresía, no se daban cuenta de lo cierto que era esto.

Era justo y adecuado que fuera así, como era justo y adecuado que el instrumento de su caída fueran los Sith.

Los pocos pedantes y eruditos que conocían ese nombre pensaban que los Sith eran el «Lado Oscuro» de los Caballeros Jedi. Algo que, por supuesto, no dejaba de ser una evaluación muy simplista. Era cierto que miles de años antes habían abrazado las enseñanzas de un grupo de Jedi renegados, pero también lo era que habían llevado ese conocimiento filosófico mucho más allá del didactismo insular con el que empezaron. También resultaba muy fácil y conveniente delimitar el concepto de la Fuerza en luz y oscuridad; de hecho, hasta el propio Sidious había empleado semejante noción de dualidad al entrenar a su discípulo. Pero la realidad era que sólo existía la Fuerza. Y que estaba por encima de conceptos tan simples como lo positivo y lo negativo, lo blanco y lo negro, el bien y el mal. La única diferencia que había que tener en cuenta era la siguiente: los Jedi consideraban a la Fuerza como un fin en sí mismo, mientras que los Sith sabían que era un medio para un fin.

Y ese fin era el poder.

Pese a toda su supuesta humildad y todas sus declaraciones de renuncia, los Jedi ansiaban el poder tanto como cualquiera. Sidious sabía que era así. Afirmaban ser servidores del pueblo, pero con el devenir de los siglos se habían apartado progresivamente del contacto con esos mismos ciudadanos a los que servían de manera tan ostensible. Y ahora rondaban por los enclaustrados pasillos y salones de su Templo, repitiendo ideologías vacías mientras trazaban arrogantes planes concebidos para obtener más poder seglar.

Como la mitad del total de la orden Sith existente, también Darth Sidious ansiaba poder. Y era cierto que actuaba de forma encubierta para alcanzar ese fin, pero lo hacía así por necesidad, no por sofismas. La orden había quedado diezmada tras la Gran Guerra Sith, y el único Sith que quedó con vida había revivido la orden según una nueva doctrina: un Maestro y un aprendiz. Así había sido y así seguiría siendo, hasta que llegase el glorioso día en que los Jedi caerían, y sus antiguos enemigos, los Sith, ascenderían al poder.

Y ese día se acercaba con rapidez. Ya casi había llegado tras siglos de planes y confabulaciones. Sidious sabía que lo vería en algún momento de su vida. Que llegaría un día, en un futuro no muy distante, en que se alzaría triunfante sobre el cadáver del último Jedi, vería su Templo arrasado, y asumiría el lugar que le correspondía como señor de la galaxia.

Por ello no podía permitirse ningún cabo suelto, por poco importante que fuera. Puede que la ausencia de Hath Monchar no tuviera nada que ver con el inminente bloqueo del planeta Naboo por la Federación de Comercio. Era algo concebible. Pero mientras existiera la menor posibilidad de que fuera así, habría que localizar al neimoidiano y ocuparse de él.

Miró al crono de la pared. Apenas habían pasado catorce horas desde que encargó la misión a Maul. Supuso que no tardaría en tener noticias de su aprendiz. Las apuestas eran altas, muy altas, pero estaba seguro de que Maul llevaría a cabo su tarea con su acostumbrada e implacable eficiencia. Todo iría según lo planeado, y los Sith volverían a alzarse otra vez.

Pronto.

Muy pronto.

— o O o —

El Pasillo Carmesí estaba situado en el tercer cuadrante del sector Zi-Kree. Era una de las zonas más antiguas de la vasta metrópoli planetaria, y sobre la que hacía mucho tiempo que se habían construido rascacielos y torres. Los edificios se elevaban a tal altura, y estaban tan juntos, que había partes del Pasillo que sólo recibían la luz del sol durante unos pocos minutos diarios. Darsha recordaba haber oído historias sobre tribus de subhumanos incestuosos que llevaban tanto tiempo viviendo en la completa oscuridad que se habían vuelto genéticamente ciegos.

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