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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Darth Maul. El cazador en las tinieblas (4 page)

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
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Al menos no estaba sola ante ellos. Tras ella, y un poco a un lado, se encontraba su mentor, Anoon Bondara. El Maestro Bondara ejemplificaba aquello en lo que Darsha esperaba llegar a convertirse algún día. El Maestro Jedi twi’lek vivía en la Fuerza. Pese a estar siempre calmado y complaciente como un estanque de ignotas profundidades, era uno de los mejores luchadores de la orden. Su habilidad con el sable láser no tenía rival. Darsha esperaba poder alcanzar algún día aunque sólo fuera la décima parte de la habilidad de Anoon Bondara.

Darsha había entrado en la orden a la edad de dos años y, al igual que la mayoría de sus compañeros, carecía de recuerdos de otro sitio que no fueran los enclaustrados pasillos y cámaras del Templo. El Maestro Bondara había sido su padre y Maestro desde que tenía memoria. Le costaba concebir una vida de la que no fuera parte su mentor Jedi.

Pero, en ese momento estaba dando un gran paso hacia ese tipo de vida. Pues iba a recibir la última misión de su entrenamiento de padawan. Si la completaba con éxito, se la consideraría digna de asumir el manto de un Caballero Jedi.

Seguía costándole creerlo. Era una huérfana del planeta Alderaan a cargo del Estado cuando el Maestro Bondara se cruzó con ella en uno de sus viajes. Le habían dicho que incluso siendo muy niña evidenciaba una fuerte relación con la Fuerza, y que se la había llevado a Coruscant esperando que pudiera cualificarse para el entrenamiento. Era consciente de que había tenido una suerte extraordinaria. Como huérfana criada por el Estado, su mejor salida habría sido algún oscuro y mediocre trabajo gubernamental. De no haberla descubierto alguien que reconoció su potencial, habría sido uno más de los incontables obreros de departamento necesarios para el funcionamiento fluido de un gobierno planetario.

Pero en ese momento, ¡estaba a punto de convertirse en un Jedi! Iba a ser miembro de la antigua orden de protectores, ¡uno de los Guardianes de la Libertad y la justicia en la galaxia! Incluso entonces, tras tantos años de preparación, apenas podía creer que fuera a suceder de verdad…

—Padawan Assant.

El Maestro Windu le hablaba. La meliflua voz del humano de ojos oscuros tenía un tono tranquilo, pero su poder parecía llenar la enorme sala. Darsha respiró profundamente, buscando que la Fuerza la calmara y tranquilizara. Desde luego no era momento de aparentar nerviosismo.

El Maestro Jedi no perdió el tiempo en nimiedades.

—Deberás ir sola a la zona del sector Zi-Kree conocida como el Pasillo Carmesí, a un piso franco donde se tiene bajo custodia a un antiguo miembro de Sol Negro. Va a recibir la protección del Consejo a cambio de información referente a una reciente alteración en los escalafones superiores de esa organización criminal. Tu trabajo será traerlo al Templo con vida.

Darsha ardía de impaciencia, pero sabía que sería inapropiado mostrarlo. Hizo una ligera inclinación.

—Entendido, Maestro Windu. No fallaré.

Era evidente que no había tenido un éxito completo en mantener la ecuanimidad, porque vio que una ligera sonrisa asomaba a los labios del veterano miembro. Bueno, que así fuera, no era ningún crimen mostrar demasiado entusiasmo. Mace Windu alzó una mano en gesto de despedida. Darsha dio media vuelta y dejó el círculo, seguida de Anoon Bondara.

Una vez se cerraron las puertas, deslizándose en silencio tras ella, se volvió para enfrentarse a su mentor. La pregunta que afloraba a sus labios sobre cuándo podría iniciar su misión quedó sin formularse cuando vio la mirada de preocupación que se pintaba en los ojos del Maestro Bondara.

—¿Qué sucede, Maestro?

Por un momento estuvo segura de que la mirada del Maestro twi’lek era de decepción, que ella había dicho o hecho algo ante el Consejo que la deshonraba a ella y a su mentor. El miedo la atravesó como si fuera el temible filo de un sable láser. Pero las primeras palabras del Jedi le quitaron esa preocupación.

—Es una misión muy… ardua. Me sorprende que el Maestro Windu haya elegido esta prueba en particular.

—¿Dudas de mi habilidad para llevarla a cabo?

La idea de que su mentor no tuviera fe en ella la preocupaba más aún que la posibilidad de haberse avergonzado ante el Consejo sin saberlo.

El Maestro Jedi titubeó un momento antes de mirarla francamente a los ojos y sonreírle.

—Siempre te he enseñado a ser honesta con tus sentimientos, pues son el camino más seguro al conocimiento, tanto de ti misma como de la Fuerza. Por tanto, yo no puedo dejar de ser igualmente honesto. Tu prueba exige que vayas sola, y me preocupa que la misión pueda resultar demasiado difícil y peligrosa. El Pasillo Carmesí está lleno de bandas, criminales, depredadores callejeros y otros peligros. Y ya se han llevado a cabo varios atentados contra la vida de ese miembro del Sol Negro. —El lekku del twi’lek se retorció de un modo que Darsha había llegado a relacionar con un fatalista encogimiento de hombros—. Pero la decisión del Consejo es definitiva, y debemos aceptarla. Puedes estar segura de que mi preocupación no refleja en nada lo que opino de tus habilidades; achácala a las inquietudes y recelos de una edad avanzada. Estoy seguro de que te portarás bien. Y ahora, vamos, debemos preparar tu partida.

Darsha siguió a su mentor cuando éste se movió pasillo abajo en dirección al turboascensor. Las palabras del Maestro Bondara habían apagado ligeramente su entusiasmo. ¿Y si tenía razón? ¿Y si era una misión demasiado peligrosa? Había oído historias sobre los peligros del tristemente famoso Pasillo Carmesí, y ésa sería la primera vez que actuaría sola, sin tener de refuerzo al Maestro Bondara o a otro padawan. ¿Podría hacerlo?

Echó atrás los hombros. ¡Por supuesto que podría hacerlo! Era una Jedi, o lo sería en cuanto completase la misión. Mace Windu debió considerarla capaz de ello, o no se la habría asignado. Como solía decir el Maestro Qui-Gon Jinn, otro de sus tutores, tenía que confiar en la Fuerza viviente. No iba a enfrentarse sola al peligro; tendría a la Fuerza consigo. No le haría invulnerable, pero le daba una ventaja de la que carecían otros. Con la Fuerza podía hacer cosas que la mayoría de la gente consideraría casi milagrosas: saltar al doble de su altura en un campo de gravedad uno, disminuir su ritmo de descenso en una caída, y hasta mover objetos telequinéticamente a una docena de metros o más. Y también ocultarse en su esencia, escondiéndose a simple vista, por así decirlo.

Cierto, su capacidad para hacer esas cosas no estaba al mismo nivel que su mentor, pero siempre estaría mejor yendo con la Fuerza que sin ella, eso seguro. No fallaría. Llevaría a cabo su misión, y el título de Caballero Jedi le estaría esperando en cuanto volviera al Templo.

— o O o —

El
Infiltrador
salió del hiperespacio en el interior del sistema de Coruscant y continuó navegando a velocidad subluz en dirección al mundo capital. Darth Maul mantuvo la nave invisible, aunque la haría visible al acercarse a su destino, ya que el campo de invisibilidad consumía demasiada energía. Su amo y señor le había proporcionado las coordenadas y el código de entrada, por lo que podría atravesar sin problemas la red de seguridad orbital y aterrizar en cualquier espaciopuerto del planeta. Aun así, cuanto menos se hiciera notar, mejor. No quería que ni una única ceja se alzase inquisitiva al ver al
Infiltrador
parado en su parcela de aterrizaje.

Hacía poco que Lord Sidious le había proporcionado esa nave y aún se estaba acostumbrando a ella. Se manejaba bien y con facilidad. Se acercó a Coruscant por el polo sur. No le preocupaba ser visto, aunque fuera a un planeta con el sistema detector más sofisticado y de mayor alcance de todos los mundos de la galaxia. El
Infiltrador
poseía los últimos adelantos en sistemas de invisibilidad de cristales stygium y unos amortiguadores en el reactor capaces de confundir hasta a la rejilla de alarma de Coruscant.

Eligió como lugar de aterrizaje una pista en el tejado de una mónada abandonada en una zona de la ciudad que iba a ser demolida y reconstruida. Dejó activado el escudo de invisibilidad y sacó la motojet por la escotilla de carga. La motojet era un modelo desprovisto de adornos, diseñada para máxima velocidad y maniobrabilidad. Maul continuó en ella su viaje por la ciudad.

Lord Sidious había descubierto que Hath Monchar tenía un apartamento en una parte elegante de Coruscant situada a varios kilómetros al sur de las montañas Manarai. Maul no conocía la dirección exacta, pero eso no importaba. Encontraría al neimoidiano desaparecido aunque tuviera que registrar toda la ciudad planetaria.

Le resultaba imposible concebir un tiempo en que no hubiera estado al servicio de Darth Sidious. Sabía que era originario de un mundo llamado Iridonia, pero saber eso era como saber que los átomos que componían su cuerpo habían nacido en los hornos galácticos primordiales donde se forjaron las estrellas. Ese conocimiento era interesante de una forma remota y académica, pero sólo eso. No tenía ningún interés en descubrir algo más sobre su pasado o su mundo natal. En lo que a él se refería su vida empezaba con Lord Sidious. Y si su Maestro le ordenaba acabar con esa vida, acataría esa orden sin discutirla.

Pero eso era algo que no pasaría mientras sirviera a Lord Sidious, utilizando sus habilidades al máximo. Y eso lo haría siempre, por supuesto. No podía ni concebir que existiera alguna situación o circunstancia que pudiera impedírselo.

Tras él sonó débilmente el gemido de una sirena. Miró por encima del hombro y vio que estaba siendo perseguido por un androide policía montado en una deslizadora semejante a la suya. No le sorprendió; sabía que, debido a su rumbo y velocidad, había infringido varias normas de tráfico. Como sabía que no había modo de que el androide fuera a alcanzarle.

Puso la motojet a máxima velocidad, metiéndose en el laberinto de ferrocreto a una altura situada entre dos niveles de tráfico aéreo. La deslizadora no tenía sistema de invisibilidad, pero eso no importaba; su velocidad y su control eran más que suficientes para dejar atrás al androide perseguidor. Sabía que éste ya estaría hablando por radio, pidiendo refuerzos para rodearlo y obligarle a parar.

No podía dejar que pasase eso.

Había un hueco en el nivel de tráfico situado debajo de él, así que alteró el ángulo de vuelo de la deslizadora para lanzarse a través de él, bajando varios pisos hasta atravesar una capa de niebla que flotaba a unos treinta metros del suelo. Por supuesto, todavía podían localizarlo, pero sabía que mientras no pusiera en peligro otras vidas aparte de la suya, no sería considerado objetivo prioritario. Además, ya casi había alcanzado su destino.

Llegó sin más incidentes y aparcó la motojet en uno de los aparcamientos locales, pagando por adelantado por todo el día. A continuación se subió a una acera que le llevó hasta una de las muchas oficinas del Despacho de Aduanas de Coruscant.

Notó en varias ocasiones que la gente le miraba; su aspecto era capaz de llamar la atención hasta en un planeta tan cosmopolita como ése. Requeriría una concentración considerable usar la Fuerza para cegar a esas multitudes de su presencia, aunque podía hacerse. Pero ya no era importante que le viera alguien. Si todo iba según el plan, saldría de allí con la misión completada antes de que hubiera transcurrido el día.

Sólo tenía una ventaja a su favor, y es que pese a hallarse en el planeta que albergaba la mayor variedad de razas y especies alienígenas de la galaxia, los neimoidianos no abundaban en él debido a las recientes tensiones entre la República y la Federación de Comercio. Entró en el imponente edificio del Despacho de Aduanas y se dirigió a una terminal del banco de datos. Empleando una contraseña que le había proporcionado su señor, inició una búsqueda en la holored que le proporcionó el registro de un neimoidiano que había llegado recientemente. Su imagen coincidía con la de Hath Monchar que le proporcionó su Maestro. El nombre era diferente, pero no era de extrañar.

Maul ordenó un nuevo parámetro de búsqueda para rastrear a Monchar por su tarjeta de débito. No había ninguna transacción registrada… tampoco era de extrañar. El neimoidiano debía ser demasiado listo para dejarse coger de ese modo. Seguramente pagaría en metálico mientras estuviera en Coruscant.

Tras él se había empezado a formar una cola; había más gente queriendo usar la terminal que él monopolizaba. Podía oír las quejas de los ciudadanos y turistas a medida que se impacientaban. Las ignoró.

Entró en la red de seguridad planetaria que controlaba espaciopuertos y zonas circundantes, y solicitó las últimas veinticuatro horas de un constante collage de imágenes filmadas por holocámaras fijas y móviles. Ordenó al sistema que buscara neimoidianos.

Encontró varias imágenes, una de las cuales era prometedora. No era mucho, sólo una imagen borrosa de uno entrando unas horas antes en una taberna no lejos de allí, pero era mejor que nada.

Maul esbozó una sonrisa. Su mano rozó el pomo del sable láser de doble hoja que pendía de su cinto. Anotó la dirección de la taberna, dio media vuelta y salió del edificio.

Capítulo 4

N
ute Gunray apartó irritado el plato de hongos. Era su comida favorita: mantillo de estiércol negro marinado en las secreciones alcaloides del escarabajo tizón, sazonado a la perfección, justo cuando las esporas empezaban a dar fruto. Normalmente, sus nódulos gustativos y olfativos estarían temblando de éxtasis ante la perspectiva de semejante experiencia gastronómica, pero no tenía ningún apetito. De hecho había sido incapaz de mirar a la comida desde que el Señor Sith apareció en el puente y notó la ausencia de Hath Monchar.

—Llévatelo —le gritó al androide de servicio que flotaba respetuosamente cerca.

El plato fue apartado y Gunray se puso en pie, alejándose de la mesa. Se paró ante uno de los mamparos de acero transparente, mirando huraño al paisaje infinito del campo de estrellas.

Seguía sin noticias de Monchar, y sin pistas sobre su paradero. Si el virrey tuviera que suponer alguna cosa, y eso era lo único que podía hacer en ese momento, supondría que su virrey delegado había decidido abrir un negocio propio. Había muchas maneras de convertir el conocimiento del inminente bloqueo en dinero, dinero suficiente para empezar una nueva vida en un mundo nuevo. Estaba bastante seguro de que ése era el plan de Monchar, sobre todo porque él mismo había pensado más de una vez en llevarlo a cabo.

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