Read De La Noche a La Mañana Online
Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
—Estarás en tu derecho. Y dentro de ese llevarnos bien con el
ABC
, ¿estarías dispuesto a sentarte a la mesa con Giménez-Alemán, Nemesio y la plana mayor de Prensa Española?
—¿Por qué no? Les interesa a ellos y nos interesa a nosotros. ¿Podré tirarle la sopera a Giménez-Alemán?
—En la segunda cita. Pero tiene que parecer un accidente. Y piensa que si para ti es un mal trago, para él será un trago muchísimo peor.
—Eso es cierto. ¿Y cuándo dices que comemos?
—Cualquier día de éstos. En cuanto se asiente Nemesio.
Nemesio fue nombrado presidente de Prensa Española ese mismo mes de septiembre. Y en octubre se celebró la anunciada comida de reconciliación en el latifundio de parqué que, a modo de despacho, había instalado Luis María Anson y heredado Francisco Giménez-Alemán. Además del todavía inquilino del megadespacho, asistimos Nemesio, Cata Luca de Tena, Luis y yo. Hubo referencias a algunos de los contenciosos recientes de aquella casa con la COPE: su colaboración en las campañas de PRISA y el PSOE contra Antonio, su participación en la campaña del Gobierno socialista contra Luis Herrero por un debate sobre el franquismo y la transición en la Segunda Cadena de Televisión Española, donde se permitió llevar aTrevijano, De la Cierva y Albiac; del encontronazo de Luis con Fernández-Miranda tras morir Antonio, el permanente ninguneo de José María García en la sección de Deportes de
ABC
, dirigida por un colaborador de la SER… En fin, de la línea de inquebrantable hostilidad en los últimos años del
ABC
contra la radio que oía la gran mayoría de sus lectores.
De lo único que no hablamos fue de lo que, en el fondo, se quería reparar en aquel ágape: mi reciente expulsión del
ABC
apenas dos años antes, por órdenes de Anson dentro de su pacto con Cebrián para entrar en la Academia y salir del
ABC
, pero ejecutada por Alemán con tanto entusiasmo que, al echarme zafiamente por teléfono, se permitió presumir de que en la edición de Sevilla, mientras él la dirigió, no se publicaba mi columna. Ahora decía, con la untuosidad cortesana y la flexibilidad vertebral que caracteriza a esta subespecie, que también Azorín se fue del
ABC
pero, naturalmente, volvió porque tenía que volver. Fue un mensaje tan sutil como su figura y tan delicado como su prosa. Yo estuve simpático; Cata, cariñosa; Luis, constructivo; Nemesio, institucional, y Alemán, servil. Es decir, que todo fue más o menos como esperábamos.
A los dos meses, en una cena de Luis Herrero y otros amigos comunes en casa de Nemesio, éste le dijo que Alemán caería el próximo verano, como en efecto sucedió. También le sugirió que mi vuelta al
ABC
estaba entre sus anhelos más discretos pero menos secretos. Y le pidió colaboración para un aumento de su presencia accionaria! en la COPE, que comenzó su complicado trámite en enero de 1999. Yo me iba enterando por Luis del proyecto pero ni tenía papel directo en la intriga ni tenía tiempo para otra cosa que no fueran
La linterna
y su ambicioso proyecto: la agrupación de intelectuales liberales que se iba produciendo en torno a los micrófonos de la COPE, normalmente tras pasar el filtro de las Jornadas Iberoamericanas de Albarracín que organizaba anualmente
La Ilustración Liberal
y patrocinaba Ibercaja, o sea, Manuel Pizarro.
Por Albarracín pasaron los Vargas Llosa, padre e hijo, Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza, Rubén Loza y otros muchos intelectuales famosos del otro lado del charco. De este lado, junto a los citados en el capítulo anterior (Recarte, César Vidal, Marco, Germán Yanke, Campillo, Amando de Miguel, Javier Rubio) y un friso aún borroso de jovencísimos, aguerridos y muy leídos liberalitos, acudían a comer migas con uvas, intercambiar bibliografía y cantar rancheras de madrugada políticos del PP como Alejo Vidal-Quadras, Zaplana, Esperanza Aguirre, Miguel Ángel Cortés y nuestro principal contacto con La Moncloa, Carlos Aragonés, que ese otoño apareció sorpresivamente asociado a una jovencísima liberalita llamada Lucía Figar, cuya admirable disposición ósea en vaqueros, descuidadamente longilínea, produjo una grave escisión en la sección iberoamericana, hasta entonces incondicional del clasicismo toscano de Isabel Martínez Cubells. La facción más perversa o posmoderna, norteamericana y española, pese a una dura oposición rioplatense, abandonó el club de fans de la jefa de Prensa de Esperanza Aguirre y se adhirió de forma incondicional al culto de la naciente estrellita aragonesa. De Albarracín, digo. En fin, que a veces nos divertíamos. Pero entre aquellas blandas lides ideológicas y la dura lucha contra los catarros románicos del Camino de Santiago, amén de las columnas de
El Mundo
y
Época
, mi limitada capacidad de acción se aproximaba bastante al punto de saturación. Lo del
ABC
era cosa de Luis Herrero. Y de Carlos Aragonés. Y de Nemesio. Pero, acaso por compensación y para desasosiego monclovita, era también cosa de la COPE como institución —léase obispos— y como empresa —léase José María García—, que decían que sí, que sí, pero queriendo decir que no, que no.
Aunque Luis tenía una capacidad de mediación casi irresistible, había dos sectores que se resistían a la alianza con
ABC
. En el accionista mayoritario, es decir, en la Conferencia Episcopal, estaba en marcha un cambio que había de ser decisivo en los destinos de la cadena: el tranquilo final de la presidencia de Yanes y el comienzo de lo que, más que presidencia, podríamos llamar la Era Rouco. Los equilibrios internos de una transición episcopal que iba para largo, aunque entonces no era fácil adivinarlo, me resultaban ininteligibles. Lo único que entendía era que el obispo secretario, monseñor Asenjo, no quería ni oír hablar de contactos con
ABC
mientras el diario quizá más identificado con la gente que iba a misa tuviera al frente de la sección de religión a Santiago Martín, crítico implacable de los nuevos dirigentes de la Conferencia y los grupos en que se apoyaban, como Comunión y Liberación, la fiel infantería de Wojtyla contra la Teología de la Liberación.
No sabría precisar hoy lo que había de lucha por el Poder, es decir, de política, y de diferencias teológicas en esa guerra, que sorprendía por lo abierta y virulenta en un entorno que tradicionalmente tiende a las medias luces; o a las medias sombras. Pero, como todos los liberales, yo simpatizaba con el Papa polaco precisamente por su lucha contra la Teología de la Liberación, la última herramienta soviética para la conquista de Iberoamérica. Estando aún en
Diario 16
, aunque ya pretendido por
ABC
, allá por 1986, polemicé en su propia casa con Martín Descalzo, carismático jefe de la sección religiosa de
ABC
y paradójico protector de aquella repelente komintern con alzacuello que se pretendía «opción por los pobres». En realidad, no pasaba de opción por el comunismo, es decir, por la pobreza obligatoria y por la dictadura sanguinaria, al modo de la URSS, Cuba o la Nicaragua sandinista, imán de toda la izquierda, ETA incluida. Por otra parte, José María García era también objeto de la acerada hostilidad del jefe de la sección de Deportes de
ABC
, Enrique Ortego, colaborador de la SER en
El larguero
y que hacía honor a esa colaboración que hoy llamaríamos «contra natura». Y entonces, para quien pretendía capitanear un grupo multimedia de derechas identificado con el Gobierno del PP, también. No sé quién dio en bautizar ese Frente de Rechazo al
ABC
como el del Chándal y la Sotana, extraordinariamente activo y no ayuno de argumentos. Pero, como suele suceder, concurrían en rechazar a un mismo enemigo personajes que no coincidían en nada más. Podría haber sido suficiente si Luis Herrero y el
ABC
no hubieran representado una alternativa de alianza empresarial razonable, al menos en apariencia, que además podía remediar una de las deficiencias tradicionales de la COPE y la auténtica obsesión de García: la falta de medios de prensa y televisión en los que apoyarnos.
Al final, la moda de los grupos multimedia y el debilitamiento de la COPE tras la muerte de Antonio precipitaron el proceso de alianza con el
ABC
y allanaron todos los obstáculos. El «obstáculo» Santiago Martín, el más serio, acabó desapareciendo al ser sustituido por Cristina López Schlichting al frente de la sección religiosa de
ABC
. Por su parte, García dijo que «no quería ser un obstáculo», proclamó una vez más que los hechos «dan y quitan razones» y añadió que, por supuesto, a él se la darían en su oposición al
ABC
. Ahora bien, desde entonces no hubo semana en que no apareciese como protagonista clave en la creación de una nueva empresa multimedia. Antes de Semana Santa, Luis me dijo que había decidido venderle sus acciones de la COPE a Nemesio para así facilitar la compra de un paquete que le diera presencia en el Consejo de Administración. Y el 21 de mayo desapareció el último de los obstáculos para la alianza abecedaria, al cesar Salvador SánchezTerán como presidente de la COPE, cargo más de representación y enredo que otra cosa, y ser sustituido por don Bernardo Herráez, que hasta entonces mandaba muchísimo y desde entonces mandó del todo.
En junio el acuerdo con
ABC
fraguó mediante una auténtica obra maestra de la orfebrería episcopal, dentro del estilo barroco bernardiano. Como había reticencias entre los obispos al pacto con Prensa Española, los acuerdos debían ser por escrito, claros e irreprochables por ambas partes, cosa harto difícil, porque los obispos pueden saber lo que quieren decir, pero ¿cómo saber lo que quieren recibir por respuesta? La solución parece imposible, pero no lo fue. La claridad necesaria se convirtió en una oscuridad sabiamente iluminada mediante una fórmula inédita o al menos poco frecuente en la historia epistolar. Don Bernardo encargó a Luis que escribiera o reescribiera, orientado por él, esas cartas de Nemesio que los obispos podían recibir, y también que le ayudase a redactar la respuesta episcopal. Luis unió con perfección insuperable el estilo y la intención, que siendo dos eran sólo de uno y siendo de uno valía para los dos. Así se cumplió el trámite a plena satisfacción de los superiores de don Bernardo, aunque desde entonces albergué una duda creciente: si lo que él decía que le pedían sus superiores se lo habían pedido de verdad o era sólo una cautela para protegerse, por si alguna vez llegaban a pedírselo. La diferencia es notable y su interpretación acabó provocando conflictos serios entre nosotros y en la COPE, como en posteriores episodios se verá.
Pero a orillas del verano de 1999, nada era conflictivo y todo parecía de color de rosa. Al pastel sólo le faltaba la guinda. Y parecía que la guinda era yo. Parecía, digo, que la otra cara de la entrada de Nemesio en la COPE era mi vuelta al
ABC
como referente en sus páginas de opinión y aglutinador de un nuevo Consejo Editorial capaz de renovar la venerable pero apolillada cabecera con ideas modernas y liberales. Al menos, ése era el proyecto impulsado por el Presidente, según su amigable embajador Carlos Aragonés. Y el propio Aznar me lo confirmó personalmente en La Moncloa, respaldando que diera el paso, siempre delicadísimo para un columnista político, de cambiar de periódico.
Convencido por unos y por otros, no presté atención a las lagunas del proyecto, que las tenía y grandes, empezando por el papel hipertrofiado que se me atribuía. Yo me sentía reivindicado tras mi rastrera expulsión del
ABC
un par de años antes, con una carta miserable de casi todos los jefes de sección apoyando a Alemán (léase Anson) contra mí, que durante diez años, los de la resurrección del periódico, había sido su columnista diario junto a Campmany. Por supuesto, esas mismas ratas que humillaron la cerviz ante Alemán la humillaron sonrientes ante mí cuando volví al periódico, como si no hubieran firmado nada. ¡Ah, el vil placer del desquite! Pero, puestos a contar toda la verdad, hubo algo que me había fastidiado a mi llegada a
El Mundo
casi tanto como la salida a coces de
ABC
. No sé si Bruno Bettelheim lo habría llamado una «herida simbólica», pero lo era. Y en el periodismo de altura, estas heridas y compensaciones suelen ser a menudo decisivas. Cuando Pedro Jota me recogió, diseñó para mí una columna que se llamaba «En la página de la derecha» y no «Comentarios liberales», como yo quería y como he titulado mis columnas desde
Cambio 16
, hace veinte años. Para que el estigma quedara claro y compensado había enfrente otra igual titulada «En la página de la izquierda» que escribiría Luis Solana, militante socialista y ex director general de Telefónica, RTVE y otras empresas oficiales famélicas en los felices años del felipismo. A ningún columnista de ese periódico le han puesto, ni antes ni después, ese epígrafe político a su columna que parece decir: «Léanlo, pero sepan que este señor no escribe desde su libertad e independencia, como lleva haciendo muchos años, sino desde la derecha, lugar sospechoso. Sin embargo, desprevenido lector, para no alterar su frágil equilibrio ideológico, he aquí que este diario le ofrece, por el mismo precio, otra página también sesgada pero desde el lado contrario, y escrita nada menos que por un Solana pata negra, "
beautiful
bellota", cinco jotas, cinco estrellas. Así compensamos, querido lector, el inevitable sectarismo diestro con el siniestro. Más centrismo, imposible».
Pero, en realidad, Pedro Jota no hacía sino aplicar la doctrina Aznar al llegar a La Moncloa, que era la de separarse ostensiblemente de los que, en palabras del portavoz Rodríguez, «os habéis significado demasiado». «Significarse» en la neojerga monclovita quería decir que habíamos arrostrado durante años la persecución personal y el despido laboral por una razón básicamente ética: facilitar una alternativa democrática a la corrupción y el despotismo felipistas. Razón y ética que los dirigentes del PP dijeron compartir con nosotros hasta el mismo momento de llegar al Poder, ni un minuto más. Pero al discriminarme con respecto a los demás columnistas de forma tan grosera y tan lesiva para la imagen del periódico (Luis Solana era un dominguero del columnismo, sin ideas ni capacidad literaria para redactar pulcramente un folio todos los días), lo que hacía Pedro era precisamente significarse a favor de Aznar y la nueva doctrina del PP, la del centrismo incoloro, inodoro e insípido, la disolución de la «comandita», que Cebrián llamaba el «Sindicato del Crimen». Creo no malinterpretar
La Razón
principal de ese desvío: que no se notara que el más «significado» a favor de Aznar hasta el 96 había sido… Pedro Jota. Si la factura de ese «distanciamiento» de sí mismo a mi costa resultó estéticamente deplorable, supongo que el resultado acabaría siendo satisfactorio. Pedro siempre ha tenido mejor mano para los políticos que yo, torpe, que no tengo ninguna.