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Authors: Charlaine Harris

De muerto en peor (33 page)

BOOK: De muerto en peor
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De pronto me di cuenta de que me había quedado rígida después de llevar tanto rato sentada fuera y de que la noche era cada vez más fría. La sudadera resultaba insuficiente. Era hora de entrar y acostarse. El resto de la casa estaba oscura y me imaginé que Octavia y Amelia estarían agotadas después del trabajo que habían realizado.

Me levanté de la silla, cerré el parasol y abrí la puerta del cobertizo. Apoyé el parasol contra el banco donde un hombre a quien siempre había considerado mi abuelo se dedicaba a hacer sus arreglos. Cerré la puerta del cobertizo con la sensación de que en su interior encerraba el verano.

Capítulo 18

Después de un tranquilo y pacífico lunes de fiesta, el martes entré a trabajar en el turno de mediodía. Cuando salí de casa, Amelia estaba pintando una cajonera que había encontrado en una tienda de objetos de segunda mano. Octavia limpiaba las flores marchitas de los rosales. Comentó que sería necesario podarlos de cara al invierno y le di permiso para que se pusiera a ello. Mi abuela era la dueña de los rosales en casa y nunca me dejaba ponerles la mano encima a menos que necesitaran fumigarse para combatir los pulgones. Era uno de mis trabajos.

Jason vino a comer al Merlotte's con sus compañeros de trabajo. Juntaron dos mesas y formaron un grupillo de hombres felices. El clima más frío y la ausencia de grandes tormentas ayudaban a que los miembros de las patrullas de obras en la carretera estuvieran contentos. Jason parecía incluso excesivamente animado, su cerebro era una madeja de pensamientos cambiantes. Tal vez la desaparición de la influencia perniciosa de Tanya empezara a notarse ya. Hice un verdadero esfuerzo por mantenerme alejada de su cabeza pues, al fin y al cabo, era mi hermano.

Cuando les serví una bandeja llena de refrescos y té, Jason aprovechó para decirme:

—Crystal te manda recuerdos.

—¿Qué tal se encuentra hoy? —le pregunté para mostrarme educada, y Jason me respondió formando un círculo entre su dedos índice y pulgar. Serví la última taza de té con cuidado de no derramar nada y le pregunté a Dove Beck, primo de Alcee, si quería un poco más de limón.

—No, gracias —dijo cortésmente. Dove, que se había casado el día después de su graduación, no tenía absolutamente nada que ver con Alcee. Con treinta años ya cumplidos, parecía mucho más joven y por lo que yo sabía (y sabía bastante) no tenía esa rabia interior que caracterizaba al detective. Yo había ido al colegio con una de las hermanas de Dove.

—¿Qué tal está Angela? —le pregunté, y me sonrió.

—Se casó con Maurice Kershaw —dijo—. Tienen dos niños, los más guapos del mundo. Angela es una mujer nueva: no bebe ni fuma y está en la iglesia en cuanto abren la puerta.

—Me alegro de oírlo. Dile que he preguntado por ella —dije, y empecé a tomar nota. Oí que Jason les explicaba a sus compañeros los detalles de una valla que pensaba construir en su casa, pero no tenía tiempo para prestarle atención.

Jason se retrasó un poco cuando él y sus compañeros abandonaron el local para volver a sus vehículos.

—Sook, ¿podrías pasarte a ver a Crystal cuando salgas?

—Por supuesto, pero ¿no habrás salido ya de trabajar para entonces?

—Tengo que ir a Clarice a recoger unos eslabones de cadena. Crystal quiere que vallemos parte del jardín trasero para el bebé. Para que tenga un lugar seguro donde jugar.

Me sorprendió que Crystal fuera tan previsora y mostrara tanto instinto maternal. A lo mejor lo de tener un niño la hacía cambiar. Pensé en Angela Kershaw y sus pequeños.

No me apetecía contabilizar cuántas chicas más jóvenes que yo llevaban años casadas y con niños..., o simplemente con niños. Me dije que la envidia era pecado y me esforcé en sonreír y saludar a todo el mundo. Por suerte, era un día de mucho trabajo.

Durante el momento de calma de la tarde, Sam me pidió que le ayudara a realizar el inventario del almacén mientras Holly se ocupaba de la barra y las mesas. Sólo debíamos atender a nuestros dos alcohólicos residentes, de modo que Holly no iba a tener mucho trabajo. Como yo solía ponerme muy nerviosa con la Blackberry de Sam, él se ocupó de introducir los totales mientras yo iba contando, por lo que, entre contar y quitar el polvo, tuve que subir y bajar unas cincuenta veces una escalera de mano. Comprábamos el material de limpieza a granel, y también contabilizamos eso. Era como si a Sam le hubiese dado aquel día la locura de la contabilidad.

El almacén no tiene ventanas, de modo que empezó a hacer calor mientras trabajábamos. Me alegré de salir de sus abarrotados confines cuando Sam quedó por fin satisfecho. Le retiré una telaraña que se le había quedado enganchada en el pelo cuando iba de camino al baño, donde me limpié bien las manos y la cara y repasé lo mejor que pude mi coleta en busca de las posibles telarañas que pudiera yo también haber recogido.

Cuando salí del bar tenía tantas ganas de meterme en la ducha que a punto estuve de virar a la izquierda para ir directamente a casa. Pero justo a tiempo recordé que había prometido ir a ver a Crystal, así que giré hacia la derecha.

Jason vivía en la que fuera la casa de mis padres y la mantenía muy bien. Mi hermano estaba muy orgulloso de su casa. No le importaba dedicar su tiempo libre a pintar, cortar el césped y realizar las reparaciones más básicas, un aspecto de él que siempre me había sorprendido un poco. Recientemente había pintado el exterior de un color amarillo crema y los perfiles de color blanco, lo que daba a la casita un aspecto muy pulcro. Se llegaba a ella por un camino de acceso en forma de U. Jason había añadido una ramificación que conducía hasta el aparcamiento cubierto que había en la parte trasera de la casa, pero aparqué junto a los peldaños de acceso a la puerta principal. Me guardé las llaves del coche en el bolsillo y atravesé el porche. Giré el pomo pues, ya que estaba en familia, pensaba asomar la cabeza por la puerta y llamar a Crystal. La puerta no estaba cerrada con llave, algo habitual en la mayoría de las puertas durante el día. La sala de estar estaba vacía.

—¡Hola, Crystal, soy Sookie! —grité, aunque intenté no hacerlo muy alto para no sobresaltarla en el caso de que estuviera echando una siesta.

Oí un sonido apagado, un gemido. Venía del dormitorio más grande, el que había sido de mis padres, justo al otro lado de la sala de estar y a mi derecha.

«Oh, mierda, vuelve a tener un aborto», pensé, y corrí hacia la puerta cerrada. La abrí con tanta fuerza que chocó contra la pared, pero no le presté la más mínima atención, pues descubrí que la cama estaba ocupada por Crystal y Dove Beck.

Me quedé tan sorprendida, tan enfadada y tan consternada que cuando dejaron de hacer lo que estaban haciendo se quedaron mirándome y dije lo peor que se me ocurrió:

—No me extraña que pierdas a todos tus bebés.

Di media vuelta y salí de la casa. Estaba tan rabiosa que ni siquiera pude subir al coche. Fue realmente mala pata que llegara Calvin justo detrás de mí y saltara de su vehículo casi antes de que se detuviera.

—Dios mío, ¿qué sucede? —dijo—. ¿Se encuentra bien Crystal?

—¿Por qué no se lo preguntas a ella? —dije asqueada. Subí finalmente al coche y me quedé allí sentada, temblando. Calvin corrió hacia la casa como si fuera a apagar un incendio.

—¡Jason, maldita sea! —vociferé, aporreando el volante. Tendría que haberme parado a escuchar bien el cerebro de Jason. A buen seguro sabía rematadamente bien que, conscientes de que él tenía que hacer cosas en Clarice, Dove y Crystal aprovecharían la oportunidad para verse. Sabía que yo sería responsable y me pasaría por su casa. Era demasiada casualidad que también hubiera aparecido Calvin por allí. Jason debió de decirle que fuera a ver qué tal estaba Crystal. De este modo no habría posibilidad de negar los hechos, ni de silenciarlos, pues Calvin y yo lo sabíamos. Había hecho bien preocupándome por los términos de aquel matrimonio y ahora tenía algo completamente nuevo por lo que hacerlo.

Me sentía, además, avergonzada. Avergonzada por el comportamiento de todos los implicados. Según mi código de conducta, que tampoco es que sea el de una muy buena cristiana, lo que hagan los solteros con sus relaciones es simplemente asunto suyo. Incluso dentro de una relación, si ésta es poco seria y siempre y cuando la gente se respete, claro está. Pero en mi mundo, una pareja que se ha prometido fidelidad, que ha hecho alarde de ello en público, está regida por un conjunto de reglas totalmente distintas.

Aunque eso no era así, al parecer, en el mundo de Crystal, ni en el de Dove.

Calvin bajó las escaleras y pareció haber envejecido muchos años con respecto a cuando había subido por ellas. Se detuvo junto a mi coche. Su expresión era pareja a la mía: desilusión, desengaño, asco.

—Estaremos en contacto —dijo—. Tenemos que celebrar la ceremonia enseguida.

Crystal apareció en el porche envuelta en un albornoz con estampado de leopardo y en lugar de quedarme a aguantar que me hablara, puse el coche en marcha y me largué de allí lo más rápidamente que pude. Conduje de vuelta a casa aturdida. Cuando llegué a la puerta trasera, me encontré con Amelia. Estaba cortando alguna cosa sobre una antigua tabla, la que había sobrevivido al incendio y apenas había quedado chamuscada. Se volvió para decirme algo pero se quedó con la boca abierta cuando vio la cara que yo llevaba. Moví la cabeza negativamente, indicándole con ello que no me apetecía hablar, y fui directa a mi habitación.

Habría sido un buen día para estar viviendo sola.

Me senté en la sillita que tenía en el rincón de mi habitación, aquella en la que últimamente tantas visitas se habían sentado. Bob estaba hecho un ovillo sobre la cama, un lugar en el que tenía expresamente prohibido dormir. Alguien había abierto la puerta de mi habitación durante el día. Pensé en pegarle la bronca a Amelia por ello, pero descarté la idea en cuanto vi un montón de ropa interior limpia y doblada encima de la cajonera.

—Bob —dije, y el gato se desperezó y se puso en pie en un único y fluido movimiento. Se quedó sobre la cama, mirándome con sus ojos dorados—. Sal inmediatamente de aquí —dije. Con una dignidad inmensa, Bob saltó de la cama y se dirigió hacia la puerta. La abrí escasos centímetros y el gato salió, dejando la impresión de que lo hacía por voluntad propia. Cerré la puerta a continuación.

Me encantan los gatos. Pero deseaba estar sola.

Sonó el teléfono y me levanté para cogerlo.

—Mañana por la noche —dijo Calvin—. Ponte ropa cómoda. A las siete. —Su voz sonaba triste y cansada.

—De acuerdo —dije, y ambos colgamos. Permanecí sentada un rato más. Fuera lo que fuera aquella ceremonia, ¿era necesario que participase en ella? Sí, claro. A diferencia de Crystal, yo soy fiel a mis promesas. Como pariente más cercana a Jason, había tenido que representarlo en su boda y convertirme en su sustituía para recibir su castigo en el caso de que le hubiera sido infiel a su nueva esposa. Calvin era el representante de Crystal. Y mira ahora a lo que habíamos llegado.

No tenía ni idea de lo que iba a pasar, pero intuía que sería terrible. Aunque los hombres pantera comprendían la necesidad de que todo hombre pantera puro disponible se aparease con toda mujer pantera pura disponible (la única manera de engendrar bebés pantera de pura sangre), creían también que una vez se le había dado la oportunidad a ese apareamiento, cualquier pareja formada tenía que mantenerse monógama. Quien no deseaba realizar aquel voto, no debía casarse ni formar pareja. Así funcionaban las cosas en su comunidad. Crystal había mamado aquellas normas desde su nacimiento y Jason las había conocido a través de Calvin antes de la boda.

Jason no me llamó, y me alegré de ello. Me pregunté qué estaría pasando en su casa, pero sin darle mayor importancia. ¿Cuándo habría conocido Crystal a Dove Beck? ¿Estaría al corriente del asunto la esposa de Dove? No me extrañaba que Crystal engañara a Jason, pero me sorprendía un poco el hombre que había elegido.

Decidí que Crystal había buscado que su traición fuera lo más categórica posible. Con su infidelidad estaba diciendo: «Tendré relaciones sexuales con otro mientras llevo a tu hijo en mi vientre. Y se tratará de alguien mayor que tú, y de una raza distinta a la tuya. ¡Incluso de uno de tus empleados!». Se trataba de hundir el cuchillo hasta lo más profundo. Si era la represalia por aquella condenada hamburguesa con queso, era evidente que había conseguido una venganza como la copa de un pino.

Como no quería dar la impresión de estar enfurruñada, salí de mi habitación para la cena, que fue sencilla y consistió en un potaje de fideos con atún, guisantes y cebolla. Después de recoger los platos para que después se encargara de ellos Octavia, volví a retirarme a mi habitación. Las dos brujas caminaban casi de puntillas para no molestarme y, naturalmente, se morían de ganas de preguntarme qué me pasaba.

Pero no lo hicieron; qué Dios las bendiga. No podría habérselo explicado. Estaba demasiado avergonzada.

Recé un millón de oraciones antes de acostarme, pero ninguna de ellas sirvió para que me encontrara mejor.

Al día siguiente fui a trabajar porque no me quedaba otro remedio. Quedarme en casa no mejoraría mi situación. Me alegré profundamente de que Jason no apareciera por el Merlotte's, pues le habría lanzado cualquier cosa a la cabeza de haberlo hecho.

Sam me miró preocupado varias veces y al final me arrastró hasta detrás de la barra.

—Cuéntame qué está pasando —dijo.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y a punto estuve de montar una buena escena. Me agaché rápidamente, como si se me hubiera caído alguna cosa al suelo, y dije:

—No me hagas preguntas, Sam, por favor. Estoy demasiado angustiada como para poder hablar del tema. —De pronto me di cuenta de que contárselo a Sam me habría supuesto un gran consuelo, pero no podía hacerlo, y menos con el bar lleno de gente.

—De todas formas, ya sabes, estoy aquí para lo que necesites. —Estaba muy serio. Me dio unos golpecitos en el hombro.

Era afortunada por tenerlo como jefe.

Su gesto me recordó que tenía muchos amigos que nunca se deshonrarían del modo en que lo había hecho Crystal. Y Jason se había deshonrado también obligándonos a Calvin y a mí a ser testigos de aquella vil traición. ¡Tenía muchos amigos que jamás harían una cosa así! Era una trampa del destino que el único capaz de hacerlo fuera mi propio hermano.

Pensar aquello me hizo sentirme mejor y más fuerte.

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