Oskar permanecía apretado contra el rincón, mirando aterrado mientras los otros chicos nadaban rápidamente o caminaban por el agua hacia el otro lado, dejándole solo.
El maestro… dónde está el maestro…
Una mano le agarró del pelo. Los dedos se entrecruzaban con tanta fuerza que le dolía el cuero cabelludo; arrastraron su cabeza hacia atrás, hasta la misma esquina de la piscina. Por encima de él oyó la voz de Jonny.
—Ése es mi hermano. Hijo de puta.
Le golpeó la cabeza un par de veces y el agua chapoteaba en sus orejas mientras Jimmy se acercaba hasta donde estaban y se ponía en cuclillas con la navaja en la mano.
—Hola, Oskar.
Oskar tragó agua y empezó a toser. Cada tirón ocasionado por la tos hacía que le doliera la raíz del pelo, donde los dedos de Jonny le agarraban cada vez más fuerte. Cuando se le pasó la tos, tintineó el filo de la navaja de Jimmy contra los azulejos del borde.
—Tú, he pensado esto. Que íbamos a hacer un pequeño campeonato. Quédate totalmente quieto…
La navaja pasó justo por encima de la frente de Oskar cuando Jimmy se la tendió a Jonny y éste pasó a agarrar a Oskar por el pelo. Oskar no se atrevía a hacer nada. Había mirado a Jimmy a los ojos durante unos segundos y le pareció que estaban totalmente locos. Tan llenos de odio que era imposible mirarlos.
Tenía la cabeza apretada contra la esquina de la piscina. Sus brazos flotaban sin fuerza en el agua. No había nada a lo que agarrarse. Buscó a los otros chicos. Estaban fuera, en el otro extremo; Micke más adelantado, todavía sonriendo, expectante. Los demás parecían asustados.
Nadie le iba a ayudar.
—Sí, así… es sencillo, eh. Reglas sencillas. Tú permaneces bajo el agua durante… cinco minutos. Si lo consigues no te haremos más que un pequeño arañazo en la mejilla o algo así. Un pequeño recordatorio, sólo. Si no lo consigues, entonces… bueno, cuando saques la cabeza te clavaré la navaja en un ojo. ¿Vale? ¿Has comprendido las reglas?
Oskar sacó la cabeza. Expulsaba agua por la boca cuando, tiritando, dijo:
—… eso es imposible…
Jimmy sacudió la cabeza.
—Ése es tu problema. ¿Ves el reloj que hay allí? Dentro de veinte segundos empezamos. Cinco minutos. O el ojo. Aprovecha ahora para coger aire. Diez… nueve… ocho… siete…
Oskar intentó escapar cogiendo impulso con los pies, pero tenía que estar de puntillas para hacer pie y la mano de Jimmy lo sujetaba del pelo con fuerza, haciendo imposible cualquier movimiento.
Si consiguiera arrancarme el pelo… cinco minutos…
Cuando lo había intentado él mismo, lo más que había conseguido habían sido tres. Casi.
—Seis… cinco… cuatro… tres…
El maestro. El maestro va a venir antes…
—Dos… uno… cero…
Oskar sólo tuvo tiempo de respirar a medias antes de que le hundiera la cabeza en el agua. Perdió el apoyo de los pies y la parte inferior de su cuerpo flotó lentamente hacia arriba, hasta que quedó con la cabeza inclinada sobre el pecho unos decímetros por debajo de la superficie del agua, el cuero cabelludo le escoció como el fuego cuando el agua clorada penetró en los resquicios y en las heridas de la raíz del pelo.
No podía haber pasado más de un minuto cuando el pánico empezó a adueñarse de él.
Abrió los ojos y no vio más que azul claro… velos de color rosa que se deslizaban desde su cabeza ante sus ojos mientras intentaba buscar apoyo con el cuerpo pese a que era imposible, ya que no había nada a lo que agarrarse. Sus piernas se movían arriba en la superficie y el color azul claro se deshizo, se fragmentó ante sus ojos en ondas de luz.
Le salieron burbujas por la boca y estiró los brazos, flotando boca arriba, y los ojos se volvieron hacia lo blanco, hacia los rayos vacilantes del tubo fluorescente del techo. El corazón le palpitaba como una mano contra un cristal, y cuando sin querer tragó agua por los orificios nasales una especie de calma empezó a esparcirse por su cuerpo. Pero el corazón empezó a latir con más fuerza, con más insistencia, quería vivir y volvió a patalear desesperado, intentando agarrarse a algo donde no había nada.
Y su cabeza fue empujada más abajo. Y, por extraño que parezca, pensó:
Mejor esto. Que el ojo.
Después de dos minutos Micke empezó a sentirse terriblemente incómodo.
Parecía como si… como si realmente pensaran… Echó una ojeada hacia los demás chicos, pero ninguno parecía dispuesto a hacer nada y él, con la voz entrecortada, no dijo más que:
—Jonny… joder…
Pero parecía que Jonny no le había oído. Sus ojos estaban fijos, arrodillado al borde del agua apuntando con la navaja hacia abajo, hacia la forma blanca y refractada que se movía debajo. Micke miraba hacia las duchas. ¿Por qué no venía el maestro? Patrik había ido corriendo a buscarle, ¿por qué no venía? Micke retrocedió hasta el rincón, al lado de la oscura puerta de cristal; al otro lado era de noche; se cruzó de brazos.
Le pareció ver por el rabillo del ojo que fuera caía algo del techo. Aquello empezó a dar semejantes golpes en la puerta de cristal que ésta temblaba en los goznes.
Se puso de puntillas, miró por la ventana de cristal transparente que había encima y vio a una chica pequeña. La chica alzó la cara hacia la de Micke.
—Di: ¡entra!
—¿Q… Qué?
Micke se volvió para mirar lo que pasaba en la piscina. El cuerpo de Oskar había dejado de moverse, pero Jimmy estaba todavía inclinado sobre el borde empujándole la cabeza hacia abajo. A Micke le dolió la garganta al tragar.
Cualquier cosa. Con tal de que esto acabe.
Volvió a sentir otro golpe en la ventana, más fuerte. Miró hacia fuera en la oscuridad. Cuando la chica abrió la boca y le gritó, él pudo ver… que sus dientes… y que había algo que colgaba de sus brazos.
—¡Di que puedo entrar!
Cualquier cosa.
Micke asintió, dijo casi de forma inaudible:
—Puedes entrar.
La chica se retiró de la puerta, desapareció en la oscuridad. Lo que le colgaba de los brazos brilló, y ella desapareció. Micke se volvió otra vez hacia la piscina. Jimmy había sacado la cabeza de Oskar del agua y había vuelto a coger la navaja que tenía Jonny; la puso sobre la cara de Oskar, apuntando.
Se vio una mancha de luz contra el cristal oscuro de la ventana del medio y, una milésima de segundo después, se hizo añicos.
El cristal de seguridad no se rompía como el vidrio normal. Explotó en miles de pequeños fragmentos redondeados que cayeron tintineando contra el borde de la piscina, volaron hasta el pasillo, sobre el agua, brillando como una miríada de estrellas blancas.
Viernes trece… Gunnar Holmberg estaba sentado en el despacho vacío del director, tratando de poner en orden sus anotaciones.
Había pasado todo el día en la escuela de Blackeberg registrando el lugar del delito, hablando con los alumnos. Dos técnicos del centro y dos expertos en analizar manchas de sangre del laboratorio técnico criminal estaban todavía trabajando para asegurar las huellas abajo, en la piscina.
Dos jóvenes habían sido asesinados allí el día anterior por la tarde. Otro joven… había desaparecido.
También había hablado con Marie-Louise, la tutora de la clase. Había sacado en claro que el chico desaparecido, Oskar Eriksson, era el mismo que había levantado la mano y había contestado a su pregunta acerca de la heroína hacía tres semanas. Se acordaba de él.
Leo mucho y eso.
Recordó también que había creído que el chico sería el primero en salir y acercarse al coche de la policía. Entonces, quizá, le hubiera llevado a dar una vuelta. A ser posible, le habría reafirmado un poco la confianza en sí mismo. Pero el chaval no había ido.
Y ahora había desaparecido.
Gunnar ojeaba las anotaciones que había hecho de las conversaciones con los chavales que se encontraban en la piscina ayer por la tarde. Sus declaraciones, a grandes rasgos, eran coincidentes, y una palabra se repetía todo el tiempo: ángel.
A Oskar Eriksson había venido a buscarle un ángel.
El mismo ángel que según las declaraciones les arrancó la cabeza a Jonny y a Jimmy Forsberg y las dejó en el fondo de la piscina.
Cuando Gunnar se lo contó al fotógrafo de la policía que captó con una cámara sumergible las dos cabezas en el lugar donde fueron halladas, él le había respondido:
—Desde luego, no sería uno del cielo.
No…
Se quedó mirando a través de la ventana, tratando de encontrar una explicación plausible.
Fuera, en el patio, ondeaba a media asta la bandera de la escuela.
Dos psicólogos habían estado presentes en las entrevistas con los chicos de la piscina, puesto que algunos de ellos habían mostrado signos inquietantes al hablar demasiado a la ligera de lo que había sucedido, como si se tratara de una película, algo que no hubiera ocurrido en realidad. Y eso era, por supuesto, lo que a uno le gustaría creer.
El problema era que los expertos en manchas de sangre avalaban hasta cierto punto lo que los muchachos decían.
La sangre estaba esparcida de tal manera, había dejado rastro en semejantes lugares —techo, vigas—, que la impresión más inmediata era que el causante de todo ello había sido alguien que… volaba. Esto precisamente era lo que en esos momentos estaban tratando de explicar. O mejor dicho, rechazar.
Seguro que lo conseguirían.
El maestro de los chicos estaba ingresado en cuidados intensivos con una fuerte conmoción cerebral y no podría ser interrogado hasta el día siguiente, como muy pronto. Era poco probable que pudiera aportar nada nuevo.
Gunnar se apretó las manos contra las sienes de manera que los ojos se le alargaron, miró hacia abajo, hacia sus anotaciones.
—… ángel… alas… la cabeza estalló… navaja… intentó ahogar a Oskar… Oskar estaba totalmente azul… dientes así como los de los leones… buscó a Oskar…
Y lo único que pudo pensar fue:
Debería hacer un viaje lejos de aquí.
—¿Es tuyo eso?
Stefan Larsson, el revisor de la línea Estocolmo-Karlstad, señalaba el equipaje que había en la rejilla. En la actualidad apenas se veían cosas así. Un auténtico… baúl.
El chico que iba en el compartimento asintió y le mostró el billete. Stefan lo picó.
—¿Sale alguien a esperarte?
El chico negó con la cabeza.
—No pesa tanto como parece.
—No, no. ¿Se puede saber qué llevas en él?
—Un poco de todo.
Stefan miró el reloj y picó el aire con las tenacillas.
—Será de noche cuando lleguemos.
—Mmm.
—¿Las cajas también son tuyas?
—Sí.
—No es que yo quiera… ¿pero cómo vas a…?
—Me van a ayudar. Luego.
—Ah, bueno. Sí, sí. Buen viaje entonces.
—Gracias.
Stefan cerró de nuevo la puerta del compartimento y se dirigió al siguiente. Parecía que el chico podía arreglárselas. Si él mismo tuviera que llevar tantas cosas no estaría tan contento.
Pero, como ya se sabe, todo es diferente cuando se es joven.
Fin
Si a alguien se le ocurre comprobar el tiempo que hizo durante el mes de Noviembre de 1981, descubrirá que aquél fue un invierno inusualmente suave. Yo me he tomado la libertad de bajar la temperatura unos grados.
Por lo demás, todo lo que cuenta el libro es cierto, aunque ocurriera de otra manera.
Quiero también mostrar mi agradecimiento a algunas personas.
Eva Månsson, Michael Rübsahmen, Kristoffer Sjögren y Emma Bengtsson leyeron la primera versión y me hicieron comentarios muy valiosos.
Jan-Olof Wesström la leyó y no hizo ningún comentario. Pero es mi mejor amigo.
Aron Haglund la leyó, y le gustó tanto el relato que me atreví a enviarlo. Gracias por ello.
Gracias también al personal de la biblioteca de Vingåker que con paciencia y amabilidad buscaron y pidieron libros poco habituales que yo necesitaba para escribir este libro. Una pequeña biblioteca con un gran corazón.
Y naturalmente: gracias a Mia, mi mujer, que me ha escuchado leyendo el texto en voz alta a medida que iba creciendo, persuadiéndome para que cambiara lo que era malo y desarrollara lo que estaba bien. No me atrevo ni a mencionar las escenas que hubieran estado en el libro si no hubiera sido por ella.
Gracias a todos.
JOHN AJVIDE LINDQVIST, (Blackeberg, Suecia, 1968) fue mago y comediante antes de dedicarse a la escritura. Es, en palabras del secretario de la Academia Sueca, uno de los autores europeos más singulares y de más talento de su generación. Con su primera obra,
Déjame entrar
, obtuvo el Premio Selma Lagerlöf. Encuadradas en el género del terror, sus novelas están llamadas a convertirse en auténticos clásicos, por la calidad de su estilo, la originalidad de sus tramas y su peculiar y lúcida visión del mundo contemporáneo. Ha recibido excelentes críticas, tanto en Suecia como en los países donde se han traducido sus obras.