Gillian, con gesto juguetón, se agachó y comenzó primero a pasarle la lengua por el cuello, para luego repartirle dulces besos en la cara y en los labios, mientras él intentaba mantener el control.
«No, ahora no», pensó el
highlander
mientras ella lo besaba. No quería que fuera de ese modo. Ella se merecía algo mejor. Si le hacía el amor estando ebria, además de que no se lo perdonaría a sí mismo, ella le martirizaría toda la vida. Por eso, sentándose en la cama con Gillian encima, le susurró con voz ronca, cargada de pasión:
—No, Gillian, cariño, no es el momento.
Molesta por que le negara lo que tanto deseaba, movió las caderas de delante hacia atrás, y él se endureció instantáneamente.
—Gillian…, para. No sabes lo que haces.
Ella sonrió, y bajando la boca hasta su oído, le cuchicheó: —Niall…, me encanta cómo besas. Creo que tus besos y tus labios son de lo mejorcito que he probado.
Ahora el molesto era él. Aquella libertina se permitía el lujo de revelarle detalles que no deseaba conocer y, mortificado por ello, preguntó:
—¿Se puede saber cuántos labios has probado antes que los míos? —La mujer, echándose hacia atrás en actitud altamente lasciva, puso su escote ante la cara de Niall y, soltándose el broche del pelo, respondió:
—¡Oh, por Dios! —Rió como una tonta—. Durante años, varios hombres han intentado hacerme suya, y todos comenzaban por mi boca. El pelo le molestaba en la cara, y soplando con gracia, prosiguió: —A ver, que yo recuerde me han besado… James, Ruarke, Deimon, Harald, Gre… —Tapándole la boca con la mano, él le espetó con gesto severo—: Ya basta. No quiero oír ni un solo nombre más, o cuando vuelva por Dunstaffnage, desnucaré a más de uno.
—¿Celoso, Niall? —le preguntó, asombrada. Éste levantó las cejas y negó.
—No, Gillian, pero sí sorprendido por tu experiencia. Eso la hizo reír a carcajadas, y moviéndose con descaro para colocarse justo encima de su duro sexo, le susurró al oído, mientras él intentaba recular sin éxito. —Tengo que confesarte algo, McRae. Ninguno de los labios que me han besado son tan fantásticos como los tuyos, que son calientes, apasionados y hacen que me tiemblen las rodillas.
Entonces, el que tembló fue él. Se sentía tan embravecido como el mar de Duntulm los fríos días de invierno. Pero cerrando los ojos, intentó controlarse. No podía dejarse llevar por el momento; sabía que si lo hacía, se arrepentiría.
—¿Niall?
—¿Qué? —respondió, mortificado por la erección.
—¿Yo hago que te tiemblen las rodillas?
«Tú haces que me sienta en el cielo», pensó, mirándola. Pero no estaba dispuesto a agradarla, así que contestó:
—No lo sé, Gillian; no te he probado lo suficiente como para saber siquiera si me gustas.
Ella dio un respingo.
Al mirarla vio que achinaba los ojos. Se estaba enfadando. ¡Bien! Así acabaría con aquella placentera pero tortuosa agonía. Gillian, al imaginar a Niall besando apasionadamente a otras, dio un ágil salto hacia atrás y se levantó.
—Maldito, maldito…, ¡maldito seas, McRae! Te desprecio por lo que acabas de decir. —Y sacándose la daga de la bota con rapidez, dejó a Niall sin palabras cuando se cortó un mechón de pelo y, tirándoselo, gritó—: Toma, ya he hecho el trabajo por ti. ¡Maldito hijo de Satanás!
Al verla tan furiosa, Niall de un tirón la obligó a sentarse de nuevo sobre él, y moviéndose con celeridad, la hizo rodar sobre la cama hasta ponerse encima de ella. Sin perder su autocontrol, la besó. Le devoró la boca de tal manera que ella creyó morir asfixiada.
—¿Qué haces ahora, McRae? —suspiró sin fuerzas. Con una fingida indiferencia, respondió:
—Probando para ver si me gustas tanto como yo a ti.
—¡Ni se te ocurra! —gritó, horrorizada.
—¿Por qué, Gillian?
Temblando como una hoja al sentirse cautivada, murmuró:
—Me huele el aliento tanto como a un guerrero.
—Y arrugando la nariz, susurró:
—¡Qué asco me doy!
Él sonrió. Gillian podía parecer cualquier cosa menos un guerrero, y le producía de todo, menos asco. Su pelo rubio y descontrolado esparcido y esos soñadores ojos azules lo tenían atontado. La deseaba tanto que sólo podía pensar en separarle las piernas y tomar su virtud como un canalla. Pero no lo haría.
—Quiero besarte. ¿Puedo ahora?
Embriagada por su cercanía, ella asintió, y Niall se lanzó a devorar aquellos labios tentadores, rojos y abrasadores, mientras ella abría su boca para recibirlo. Con delicadeza, la degustó, la saboreó, y cuando ella creía que no podía más, él comenzó a bajar la boca peligrosamente por su delicado cuello.
—¿Te agrada esto, Gillian?
—Sí —susurró ella, desperezándose mientras sentía cómo los labios de él la lamían con posesión, y sus manos le acariciaban los suaves y sedosos pechos.
Con deleite, volvió a tomar su boca, aquella boca carnosa y provocativa que le volvía loco, mientras apretaba con la ropa de por medio su duro y fuerte sexo contra ella. No le haría el amor, pero necesitaba hacerla sentir lo que él tenía para ella. Acalorada por el sinfín de sensaciones que su cuerpo experimentaba, respiraba con dificultad. Todo aquello era nuevo para ella, pero ansiaba más. Deseaba más. No quería parar.
Él era ardiente, suave, rudo y deseable, y cuando algo estalló en su interior y soltó un gemido de pasión, Niall supo que la tenía a su merced, y que, en ese momento, podría mancillar su cuerpo y ella aun así le exigiría más.
Incapaz de resistirse a la suavidad de su mujer y a sus dulces y excitantes gemidos, los besos de Niall se volvieron más exigentes, más pasionales, más profundos y voraces. Disfrutó al verla rendida a él, al meter su callosa mano bajo sus faldas y al sentir cómo, sin ningún decoro, ella abría las piernas.
—¡Oh, sí!…, sí…, me gusta.
Embriagada por el momento, hundió sus dedos en el cabello de él y lo atrajo hacia su boca para besarlo con más profundidad. Totalmente entregada a sus caricias, disfrutó con avidez de lo que Niall le ofrecía. Adoraba aquellos besos dulces y maravillosos, y se volvía loca al sentir su pasión.
Con las pulsaciones aceleradas a pesar del control que él mantenía sobre su propio cuerpo, tras morderle el lóbulo de la oreja y posteriormente besarla, susurró:
—¿Quieres que continúe, Gata?
Al oír aquel nombre, gimió, y mareada por su sabor y por las emociones que experimentaba, asintió. Niall soltó un gruñido de satisfacción, le levantó las faldas y, tocándole con gesto posesivo primero las caderas y luego las piernas, se las separó. Ella lo miró, y él se situó de tal manera sobre ella que se sobresaltó, excitada, al sentir aquella dureza.
Con la respiración entrecortada, la oyó jadear, y en ese momento, se juró que acabaría con aquel juego, un juego que nada tenía que ver con los que practicaba con las furcias con las que se solía acostar.
Aquellas mujeres querían ser sometidas por él, querían que las penetrara, no deseaban dulces besos ni dulces palabras de amor como anhelaba Gillian. Por ello, y sabedor de que si no paraba entonces, ya no podría parar, le dio un dulce y lánguido beso en los labios y se separó de ella de mala gana. Gillian, al dejar de notar la presión que ejercía sobre ella, abrió los ojos con desesperación y, mirándole, le susurró:
—No pares, Niall, por favor.
Pero él, sin escucharla, respondió:
—Estás bebida, y esto no tiene por qué ocurrir así. Si continúo, mañana me odiarás.
Tras colocarse las ropas y echarle una última mirada, abrió la puerta de la habitación y se marchó.
Con gesto tosco, Niall subió a las almenas del castillo de Dunvengan dispuesto a matar a quien se encontrara en su camino. Estaba desesperado por amar a su mujer, pero no debía. Él sabía que no debía.
Mientras, en la intimidad de la habitación, Gillian, con los ojos llenos de lágrimas, lloró. No entendía por qué no había querido hacerle el amor. Poco después, se acurrucó entre las pieles del lecho y, sin darse cuenta, se durmió.
Al amanecer, una criada del castillo de Dunvengan la despertó. Debía levantarse con premura, pues su marido y sus guerreros querían partir para su hogar. Rápidamente, a pesar de que la cabeza le iba a explotar, se vistió, y cuando bajaba por la escalera, se encontró con Cris, que subía en su busca.
—¡Oh, qué horror, Gillian! Estoy apesadumbrada. Creía que os quedaríais al menos un día aquí.
Todavía medio dormida, la joven suspiró.
—Yo también, Cris…, pero por lo visto mi marido tiene prisa por llegar a su hogar. —Vuestro hogar, Gillian…, vuestro hogar.
Recogiéndose el cabello con el trozo de cuero, dijo, sentándose en la escalera circulare.
—Cris…, estoy asustada. Por primera vez en mi vida tengo miedo. Me quedo sola con Niall y sus hombres, y yo…
—Tranquila. Niall y esos brutos te cuidarán, te lo aseguro. —Y ayudándola a levantarse de los escalones, le indicó—: Ahora sal y demuéstrale a la tonta de mi hermana y a su madre que eres la digna mujer del guapo Niall McRae.
Gillian sonrió y la abrazó.
—Te voy a echar de menos, Cris.
—¿Sabes?, eso no te lo voy a permitir. Vivimos tan cerca que pienso ir a visitarte en cuanto regrese de un viaje que tengo que hacer con mi padre en unos días.
—¿Lo prometes? ¿Prometes que me visitarás? —No lo dudes, Gillian. Te lo prometo.
Instantes después, cogida de la mano de Cris, llegó hasta donde Niall hablaba con los McLeod, y tras despedirse de ellos, él la ayudó a subir a su caballo y, para su desconcierto y el de las otras, antes de soltarla, la besó.
De camino al castillo de Duntum, Gillian apenas cruzó una mirada con Niall. Se moría de la vergüenza. La bebida de la noche anterior no le había nublado la mente; contrariamente, se la había avivado. Con el corazón a punto de salírsele, rememoraba una y otra vez los momentos que su juicio se empeñaba en recordar. Pensar en cómo la había besado, la había tocado, la había hecho vibrar y suspirar, en más de una ocasión estuvo a punto de hacerla caer del caballo. Mientras, Niall parecía tranquilo.
Lo que no sabía Gillian era que él estaba más desconcertado que ella. En el corto trayecto hacia Duntulm, Niall no paró de rememorar lo que había ocurrido la noche anterior. Pensaba en sus dulces besos, en la suavidad de su piel y en aquellos pechos llenos y redondos que ella se había empeñado en restregarle. Tan sólo recordar la entrega de ella hacía que su entrepierna volviera a latir.
Cuando pararon cerca de un pequeño lago para que los caballos bebieran agua, ninguno se acercó al otro. Se limitaron a mirarse y, con ello, su deseo y sus pensamientos se avivaron más. Niall sólo deseaba llegar a Duntulm, meterla en sus aposentos, arrancarle la ropa y hacerle lo que la noche anterior no había acabado.
Cuando retomaron el camino, Gillian comprobó cómo en varias ocasiones él se volvía para mirarla. De pronto, levantó su mano, y todos los guerreros se pararon. Dirigiéndose a ella, le indicó que se acercara. La joven espoleó a
Thor hasta llegar a su
altura. Y sorprendiéndola, le tomó la mano y, señalando hacia el horizonte, le indicó:
—Gillian, quiero que veas conmigo por primera vez Duntulm. Como una tonta, se quedó mirando los labios de él mientras sentía cómo un latigazo le atravesaba la mano que él le tenía cogida. Tras tragar la saliva que en la garganta se le había quedado acumulada, miró hacia adelante. Y su gesto se suavizó.
—¿Qué te parece? —preguntó Niall.
Pero no podía contestar. Estaba maravillada. Frente a ella, una gran llanura acababa a los pies de un castillo aún en construcción y detrás estaba el mar. Junto a él, había varias casitas del tono gris de la piedra de la fortaleza, y un poco más alejadas, unas pequeñas cabañas de piedra y techos de paja.
Sin que pudiera describir aquel gesto y sin soltarle la mano, Niall insistió:
—¿Te agrada lo que ves?
Ella no respondió. Sólo podía admirar el paisaje y su atardecer anaranjado. Niall, desconcertado por su silencio, comenzó a hablar:
—Ya sé que el castillo no es tan grande como Dunstaffnage ni tan impresionante como Eilean Donan, pero desde hace un tiempo es mi hogar. Cuando Robert me lo regaló por los servicios que presté junto a su hermano en Irlanda era una ruina de los pictos, pero en estos años mis hombres y yo hemos conseguido levantarlo y casi acabarlo. ¿Ves aquellas tierras en el horizonte? —Ella asintió—. Aquello son las Hébridas Exteriores. Desde nuestra habitación las vistas son espectaculares y te garantizo que verás unas maravillosas puestas de sol, con la isla de Tulm y el archipiélago al fondo. —Ella continuaba sin hablar, y eso estaba comenzando a desesperarlo—. En esta zona, la gente se dedica al cultivo, a la cría del ganado y a la pesca. Nuestro clan se ocupa del ganado. Ya te enseñaré dónde tenemos a los animales. Las cabañas que ves allí son las que usan las gentes de paso cuando vienen en época de esquile.
Atontada y maravillada, Gillian asintió. Y dando un tirón de su mano para que él se acercara, se irguió en su caballo para parecer más alta y, descolgándose, lo besó en los labios. Necesitaba hacer aquello, aunque cuando se apartara él ni la mirase. Los guerreros, al verlo, aplaudieron y vociferaron. Les gustaba ver a su laird tan bien atendido por su esposa. Niall, sobrecogido por aquella reacción, sonrió, y asiéndola de las caderas, la levantó del caballo, y como si de una pluma se tratara, la sentó ante él.
—Me encanta tu hogar —murmuró, emocionada.
—Nuestro hogar, Gillian —la corrigió Niall rápidamente. En ese momento, los pocos aldeanos y guerreros que trabajaban en el castillo les avistaron y los saludaron, y sus voces se sumaron a las de los guerreros que desde detrás de ellos gritaban. Niall y Gillian sonrieron.
—Es el lugar más bonito que he visto nunca —susurró, maravillada. Niall, con una sonrisa parecida a la de antaño y con el cabello despeinado por la brisa, asintió. Agarrándola con fuerza, la besó, y espoleando al caballo lo hizo galopar hasta llegar al patio de armas de Duntulm. Una vez allí, la gente se apiñó a su alrededor. Estaban felices. Su laird había regresado y con esposa. Niall descabalgó, y asiéndola por la cintura, la bajó. Hubo de contener la apetencia de llevarla directamente a sus aposentos para terminar lo que no había acabado la noche anterior. Cogiéndola con fuerza de la mano, comenzó a presentarle a su gente, hombres barbudos y desaliñados que la recibieron con una grata sonrisa en los labios.