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Authors: L. J. Smith

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

Despertar (13 page)

BOOK: Despertar
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Elena paseó la mirada por la habitación llena de perplejidad. No comprendía nada.

—Nos alegramos de tenerte de vuelta —dijo Robert.

—He estado en la casa de huéspedes con Stefan —dijo ella lentamente—. Tía Judith, éste es Stefan Salvatore; tiene una habitación alquilada allí. Él me trajo.

—Gracias —dijo tía Judith al chico por encima de la cabeza de Elena.

Luego, retrocediendo para mirar a la muchacha, dijo:

—Pero tu vestido, tus cabellos... ¿Qué sucedió?

—¿No lo sabéis? Entonces Tyler no os lo contó. Pero en ese caso, ¿por qué está la policía aquí?

Elena se acercó lentamente a Stefan de un modo instintivo y sintió cómo él se aproximaba más para protegerla.

—Están aquí porque esta noche atacaron a Vickie Bennett en el cementerio —dijo Matt.

Él, Bonnie y Meredith estaban de pie detrás de tía Judith y Robert, con aspecto cansado; aliviados con la aparición de Elena, pero también con cara extraña.

—La encontramos hace unas dos o tres horas y te hemos estado buscando desde entonces.

—¿Atacada? —dijo Elena, atónita—. ¿Atacada por quién?

—Nadie lo sabe —respondió Meredith.

—Bueno, de todos modos, puede que no sea nada de lo que preocuparse —indicó Robert consolador—. El doctor dijo que se ha llevado un buen susto, y que había estado bebiendo. Todo ello podría haber sido fruto de su imaginación.

—Esos arañazos no eran imaginarios —dijo Matt, cortés pero obstinado.

—¿Qué arañazos? ¿De qué estáis hablando? —inquirió Elena, paseando la mirada de un rostro a otro.

—Yo te lo contaré —dijo Meredith, y le explicó, sucintamente, cómo ella y los demás habían encontrado a Vickie—. No hacía más que decir que no sabía dónde estabas, que estaba sola con Dick cuando sucedió. Y cuando la trajimos de vuelta aquí, el doctor dijo que no encontraba nada concluyente. No estaba realmente herida, excepto por los arañazos, y podría haberlos hecho un gato.

—¿No había otras marcas en ella? —preguntó Stefan en tono seco.

Era la primera vez que había hablado desde que entrara en la casa, y Elena le miró, sorprendida por el tono de su voz.

—No —dijo Meredith—. Desde luego, un gato no le arrancó las ropas..., pero Dick podría haberlo hecho. Ah, y tenía la lengua mordida.

—¿Qué? —exclamó Elena.

—Un mordisco terrible, quiero decir. Debe de haber sangrado una barbaridad, y le duele cuando habla.

Junto a Elena, Stefan se había quedado muy quieto.

—¿Dio alguna explicación sobre lo sucedido?

—Estaba histérica —indicó Matt—. Realmente histérica; lo que decía no tenía ningún sentido. No hacía más que farfullar algo sobre ojos y neblina oscura y no ser capaz de huir..., motivo por el cual el doctor piensa que quizá fue una especie de alucinación. Pero, por lo que se ha podido averiguar hasta el momento, los hechos son que ella y Dick Cárter estaban en la iglesia en ruinas que hay junto al cementerio, que era alrededor de medianoche, y que alguien entró allí y la atacó.

—No atacó a Dick —añadió Bonnie—, lo que al menos muestra que tenía algo de buen gusto. La policía lo encontró inconsciente en el suelo de la iglesia, y no recuerda nada en absoluto.

Pero Elena apenas escuchó las últimas palabras. Algo terrible le pasaba a Stefan. No podía decir cómo lo sabía, pero lo sabía. El muchacho se había quedado rígido mientras Matt terminaba de hablar, y en aquellos instantes, aunque no se había movido, ella sentía como si los separara una distancia enorme, como si ella y él estuvieran en lados opuestos de un témpano de hielo agrietado que se resquebrajaba.

El muchacho dijo, con aquella voz terriblemente controlada que ella había escuchado ya antes en su habitación:

—¿En la iglesia, Matt?

—Sí, en la iglesia en ruinas —respondió él.

—¿Y estás seguro de que dijo que era medianoche?

—No podía afirmarlo, pero debió de ser aproximadamente por entonces. La encontramos no mucho después. ¿Por qué?

Stefan no dijo nada, y Elena sintió cómo el abismo entre ellos se ensanchaba.

—Stefan —susurró, y luego, en voz alta, dijo con desesperación—: Stefan, ¿qué sucede?

El sacudió negativamente la cabeza. «No me dejes fuera», pensó ella, pero él ni siquiera la miró.

—¿Vivirá? —preguntó él súbitamente.

—El doctor dijo que no tenía nada grave —respondió Matt—. Nadie ha sugerido siquiera que pudiera morir.

El gesto de asentimiento de Stefan fue brusco; luego se volvió hacia Elena.

—Tengo que irme —dijo—. Ahora estás a salvo.

Ella le cogió la mano cuando él se daba la vuelta.

—Claro que lo estoy —dijo—. Gracias a ti.

—Sí —respondió él.

Pero no hubo reacción en sus ojos, que estaban entornados, sin brillo.

—Llámame mañana.

Le oprimió la mano, intentando transmitir lo que sentía bajo el escrutinio de todos aquellos ojos vigilantes. Deseó que la comprendiera.

Él bajó la mirada a las manos de ambos sin mostrar la menor expresión, luego, lentamente, volvió a subirla hacia ella. Y entonces, por fin, le devolvió la presión de sus dedos.

—Sí, Elena —musitó mientras sus ojos se aferraban a los de ella.

Al minuto siguiente ya se había ido.

Elena aspiró profundamente y se volvió otra vez hacia la atestada habitación. Tía Judith seguía revoloteando a su alrededor, con la mirada fija en lo que podía verse del vestido desgarrado de su sobrina por debajo de la capa.

—Elena —dijo—, ¿qué sucedió?

Y sus ojos se dirigieron a la puerta por la que acababa de desaparecer Stefan.

Una especie de risa histérica ascendió vertiginosamente por la garganta de la joven, y ésta la contuvo.

—Stefan no lo hizo —dijo—. Él me salvó. —Sintió que su rostro se endurecía y miró al agente de policía situado detrás de tía Judith—. Fue Tyler. Tyler Smallwood...

Capítulo 9

Ella no era la reencarnación de Katherine.

Mientras conducía de regreso a la casa de huéspedes bajo la débil quietud lavanda que precede al amanecer, Stefan pensaba en eso.

Se lo había dicho, y era cierto, pero sólo en esos momentos empezaba a darse cuenta de cuánto tiempo le había costado llegar a esa conclusión. Había sido consciente de cada aliento y movimiento de Elena durante semanas y había catalogado cada diferencia.

El cabello era un tono o dos más claro que el de Katherine, y sus pestañas y cejas eran más oscuras. Las de Katherine habían sido casi plateadas. Y era un buen palmo más alta que Katherine. También se movía con mayor libertad; las chicas de esta época se sentían más cómodas con sus cuerpos.

Incluso sus ojos, aquellos ojos que lo habían dejado paralizado debido al sobresalto experimentado al verlos aquel primer día, no eran realmente iguales. Los ojos de Katherine, por lo general, habían estado muy abiertos, con un asombro infantil, o, por lo contrario, bajados hacia el suelo, como era lo correcto para una jovencita de finales del siglo XV. Sin embargo, los ojos de Elena te devolvían la mirada directamente, te contemplaban con fijeza y sin pestañear. Y en ocasiones se entrecerraban decididos o en desafío, como nunca lo habían hecho los de Katherine.

En gracia, belleza y auténtica fascinación eran parecidas. Pero si Katherine había sido una gatita blanca, Elena era una tigresa de las nieves.

Mientras pasaba con el coche junto a las siluetas de arces, Stefan reculó ante el recuerdo que le asaltó inopinadamente. No pensaría en aquello, no se permitiría...; pero las imágenes se desenrollaban ya ante él. Era como si el diario se hubiera abierto y no pudiera hacer otra cosa que contemplar impotente la página mientras la historia se representaba en su mente.

Blanco, Katherine había llevado un vestido blanco aquel día. Un vestido nuevo de seda veneciana con mangas acuchilladas para mostrar la bella camisa de hilo que llevaba debajo. Lucía un collar de oro y perlas alrededor del cuello y pendientes que eran perlas diminutas en forma de lágrimas.

Se había mostrado encantada con el vestido nuevo que su padre había encargado especialmente para ella.

Había dado vueltas frente a Stefan, alzando la falda que le llegaba hasta el suelo con una mano menuda para mostrar la enagua de brocado amarillo que llevaba debajo.

—Lo ves, incluso lleva bordadas mis iniciales. Papá lo mandó hacer. Mein lieber Papa...

Su voz se apagó y dejó de dar vueltas, posando lentamente una mano en el costado.

—Pero ¿qué sucede Stefan? No sonríes.

Él no podía ni intentarlo. Verla a ella allí, blanca y dorada como una visión etérea, le dolía. Si la perdía, no sabía cómo podría vivir.

Sus dedos se cerraron convulsivamente alrededor del frío metal cincelado.

—Katherine, ¿cómo puedo sonreír, cómo puedo ser feliz cuando...?

—¿Cuándo?

—Cuando veo cómo miras a Damon.

Ya está, lo había dicho. Prosiguió lleno de dolor:

—Antes de que él viniera a casa, tú y yo estábamos juntos cada día. Mi padre y el tuyo estaban satisfechos, y hablaban de planes de matrimonio. Pero ahora los días se acortan, el verano casi ha finalizado..., y pasas casi tanto tiempo con Damon como conmigo. La única razón por la que mi padre le permite permanecer aquí es porque tú lo pediste. Pero ¿por qué lo pediste, Katherine? Pensaba que yo te importaba.

Los ojos azules de la muchacha estaban consternados.

—Claro que me importas, Stefan. ¡Sabes que es así!

—Entonces, ¿por qué interceder por Damon ante mi padre? De no ser por ti, habría arrojado a Damon a la calle...

—Y yo estoy seguro de que eso te habría complacido, hermanito.

La voz de la puerta era suave y arrogante, pero cuando Stefan se volvió vio que los ojos de Damon llameaban.

—Ah, no, eso no es cierto —dijo Katherine—. Stefan jamás desearía verte lastimado.

Los labios de Damon se curvaron, y lanzó a su hermano una mirada irónica mientras se colocaba junto a Katherine.

—Tal vez no —le dijo a la joven, la voz suavizándose un poco—. Pero mi hermano tiene razón respecto a una cosa, al menos. Los días se acortan, y pronto tu padre abandonará Florencia. Y te llevará con él..., a menos que tengas una razón para quedarte.

A menos que tengas un esposo con el que quedarte. Las palabras no se pronunciaron, pero los tres las oyeron. El barón le tenía demasiado cariño a su hija para obligarla a casarse contra su voluntad. Al final tendría que ser la decisión de Katherine, la elección de Katherine.

Puesto que el tema había salido a colación, Stefan no podía permanecer en silencio.

—Katherine sabe que tendrá que dejar a su padre dentro de poco... —empezó, haciendo alarde de su información confidencial, pero su hermano le interrumpió.

—Ah, sí, antes de que el viejo empiece a sospechar —dijo Damon con indiferencia—. Incluso el más amante de los padres debe empezar a hacerse preguntas al ver que su hija sólo aparece por la noche.

Enojo y pena embargaron a Stefan. Era cierto, pues: Damon lo sabía. Katherine había compartido su secreto con su hermano.

—¿Por qué se lo contaste, Katherine? ¿Por qué? ¿Qué ves en él, un hombre al que no le importa nada que no sea su propio placer? ¿Cómo puede hacerte feliz si piensa sólo en él?

—¿Y cómo puede hacerte feliz ese muchacho si no conoce nada del mundo? —interpuso Damon, la voz llena de un desdén cortante como una cuchilla—. ¿Cómo te protegerá si jamás se ha enfrentado a la realidad? Se ha pasado la vida entre libros y pinturas; deja que permanezca ahí.

Katherine sacudía la cabeza afligida, con los preciosos ojos azules empañados por las lágrimas.

—Ninguno de vosotros comprende —dijo—. Pensáis que me puedo casar e instalarme aquí como cualquier dama florentina. Pero no puedo ser como las demás damas. ¿Cómo podría tener una casa llena de sirvientes que vigilaran todos mis movimientos? ¿Cómo podría vivir en un lugar donde la gente viera que los años no pasaban por mí? Jamás existirá una vida normal para mí.

Aspiró profundamente y miró a cada uno por turnos.

—Quien elija ser mi esposo debe renunciar a la vida a la luz del sol —susurró—. Debe elegir vivir bajo la luna y en las horas de la oscuridad.

—Entonces tú debes elegir a alguien que no tema a las sombras —dijo Damon, y a Stefan le sorprendió la intensidad de su voz.

El muchacho jamás había oído a Damon hablar con tanta seriedad y con tan poca afectación.

—Katherine, mira a mi hermano: ¿será capaz de renunciar a la luz del sol? Está demasiado unido a las cosas corrientes: sus amigos, su familia, su deber para con Florencia. La oscuridad lo destruiría.

—¡Mentiroso! —chilló Stefan, que estaba furioso en aquellos momentos—. Soy tan fuerte como tú, hermano, y no temo a nada en las sombras, ni tampoco a la luz del día. Y amo a Katherine más que a los amigos o a la familia...

—... ¿o a tu deber? ¿La amas lo suficiente para renunciar también a eso?

—Sí —respondió Stefan, desafiante—. Lo suficiente como para renunciar a todo.

Damon mostró una de sus repentinas sonrisas inquietantes y luego se volvió hacia Katherine.

—Al parecer —dijo—, la elección es tuya. Tienes dos pretendientes a tu mano; ¿aceptarás a uno de nosotros o a ninguno?

Katherine inclinó lentamente la dorada cabeza. Luego alzó unos húmedos ojos azules para mirarlos a ambos.

—Dadme hasta el domingo para pensar. Y entretanto, no me presionéis con preguntas.

Stefan asintió de mala gana.

—¿Y el domingo? —preguntó Damon.

—Ese día por la noche a la hora del crepúsculo os comunicaré mi elección.

El crepúsculo... la profunda oscuridad violeta del crepúsculo...

Las tonalidades aterciopeladas se desvanecieron alrededor de Stefan y éste volvió en sí. No era el anochecer, sino el amanecer, lo que teñía el cielo a su alrededor. Absorto en sus pensamientos, había conducido hasta el linde del bosque.

Al noroeste pudo ver el puente Wickery y el cementerio. Un nuevo recuerdo aceleró su pulso.

Había dicho a Damon que estaba dispuesto a renunciar a todo por Katherine. Y eso era justamente lo que había hecho. Había renunciado a todo derecho a la luz del sol y se había convertido en una criatura de la oscuridad por ella. Un cazador condenado a ser cazado eternamente, un ladrón que debía robar vida para llenar sus propias venas.

Y tal vez un asesino.

No, habían dicho que aquella chica llamada Vickie no moriría. Pero su siguiente víctima sí podría hacerlo. Lo peor respecto a aquel último ataque era que no recordaba nada sobre él. Recordaba la debilidad, la abrumadora necesidad, y recordaba haber cruzado tambaleante la entrada de la iglesia, pero nada después de eso. Había vuelto en sí en el exterior con el grito de Elena resonando en los oídos... y había corrido veloz hacia ella sin detenerse a pensar en lo que podría haber sucedido.

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