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Authors: L. J. Smith

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

Despertar (9 page)

BOOK: Despertar
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Alzó los ojos para mirarle intensamente, deseando que comprendiera.

El la miró fijamente un instante, luego cerró los ojos brevemente y sacudió la cabeza con incredulidad.

—Elena —dijo—, eres increíble. Haces bailar a la gente a tu son y no creo que te des cuenta siquiera de que lo haces. Y ahora vas a pedirme que haga algo para ayudarte a tenderle una emboscada a Stefan, y yo soy tan imbécil que podría incluso aceptar hacerlo.

—No eres un imbécil, eres un caballero. Y sí, quiero pedirte un favor, pero sólo si consideras que es correcto. No quiero hacerle daño a Stefan, y no quiero hacerte daño a ti.

—¿No quieres?

—Claro que no. Ya sé cómo debe de sonar eso, pero es cierto. Sólo quiero... —Volvió a interrumpirse; ¿cómo podía explicar lo que quería cuando ni siquiera lo comprendía ella misma?

—Sólo quieres que todo el mundo y todo giren alrededor de Elena Gilbert —repuso él con amargura—. Únicamente quieres todo lo que no tienes.

Horrorizada, retrocedió y le miró. Sintió un nudo en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas ardientes.

—No lo hagas —dijo él—. Elena, no pongas esa expresión. Lo siento. —Suspiró—. De acuerdo, ¿qué es lo que se supone que debo hacer? ¿Atarlo de pies y manos y arrojarlo ante tu puerta?

—No —respondió ella, intentando aún obligar a las lágrimas a regresar a su lugar de origen—. Sólo quería que consiguieras que acudiera al baile de inicio de curso de la semana próxima.

Matt mostró una expresión curiosa.

—Sólo quieres que esté en el baile.

Elena asintió.

—De acuerdo. Estoy seguro de que estará allí. Y, Elena... a mí no me apetece llevar a nadie más que a ti.

—De acuerdo —respondió ella tras unos instantes—. Y, bueno, gracias.

La expresión de Matt seguía siendo peculiar.

—No me des las gracias, Elena. No es nada... en realidad.

La muchacha seguía intentando comprender aquella expresión cuando él dio media vuelta y se alejó por el pasillo.

—Quédate quieta —dijo Meredith, dando al cabello de Elena un tirón reprobatorio.

—Sigo pensando —comentó Bonnie desde el banco situado al pie de la ventana— que los dos fueron maravillosos.

—¿Quiénes? —murmuró Elena distraídamente.

—Como si no lo supieras —dijo Bonnie—. Esos dos chicos tuyos que consiguieron un milagro de última hora en el partido de ayer. Cuando Stefan atrapó ese último pase, pensé que iba a desmayarme. O a vomitar.

—Vamos, por favor —intervino Meredith.

—Y Matt... Ese chico es simplemente poesía en movimiento...

—Y ninguno de ellos es mío —declaró Elena, categórica.

Bajo los dedos expertos de Meredith, sus cabellos se estaban convirtiendo en una obra de arte, una suave masa de oro ensortijado. Y el vestido era perfecto; el pálido tono violeta resaltaba el color de sus ojos. Pero incluso para sus adentros se veía con un aspecto pálido y férreo, no suavemente sonrojado por la emoción, sino blanco y decidido, como un soldado jovencísimo al que envían a primera línea del frente.

De pie en el campo de rugby, el día anterior, cuando anunciaron su nombre como Reina de la Fiesta de Inicio de Curso, sólo había tenido una idea en la cabeza. Él no podría negarse a bailar con ella. Si es que aparecía en el baile, no podía rechazar a la Reina del Baile. Y de pie ante el espejo en aquellos momentos, volvió a repetírselo a sí misma.

—Esta noche tendrás a todo aquel que desees —decía Bonnie en tono tranquilizador—. Y, escucha, cuando te deshagas de Matt, ¿puedo llevármelo y consolarlo?

—¿Qué pensará Raymond? —inquirió Meredith con un resoplido.

—Bueno, tú puedes consolarlo a él. Pero, realmente, Elena, me gusta Matt. Y una vez que te centres en Stefan, tu grupito de tres va a resultar un poco abarrotado. Así que...

—Como quieras. Matt merece un poco de consideración.

«Desde luego, no la está obteniendo de mí», pensó Elena, que todavía no podía creer lo que le estaba haciendo. Pero precisamente en aquellos momentos no podía permitirse cuestionarse a sí misma; necesitaba toda su energía y concentración.

—Ya está. —Meredith colocó el último pasador en el cabello de Elena—. Ahora, miradnos: la Reina del Baile de Inicio de Curso y su corte..., o parte de ella al menos. Nos estamos guapísimas.

—¿Es ése el «nos» mayestático? —preguntó Elena en tono burlón, pero era cierto.

Estaban guapísimas. El vestido de Meredith era de un majestuoso raso color burdeos, muy ceñido a la cintura y que se desplegaba en forma de pliegues desde las caderas. Llevaba la oscura melena suelta sobre la espalda. Y Bonnie, cuando se levantó y fue a reunirse con sus amigas frente al espejo, era como una resplandeciente muñequita en tafetán rosa y lentejuelas negras.

En cuanto a ella misma... Elena escudriñó su imagen con ojo experto y volvió a pensar: «El vestido está bien». La única otra frase que le vino a la mente fue violetas escarchadas. Su abuela había tenido un tarro de ellas, flores auténticas sumergidas en azúcar cristalizado y congeladas.

Bajaron la escalera juntas, como habían hecho para cada baile desde séptimo curso; sólo que antes Caroline siempre las había acompañado. Elena reparó con vaga sorpresa en que ni siquiera sabía con quién iba a ir Caroline esa noche.

Tía Judith y Robert —que pronto sería tío Robert— estaban en la sala de estar con Margaret, que tenía puesto su pijama.

—Chicas, estáis preciosas —dijo tía Judith, agitada y nerviosa como si ella misma fuera al baile.

Besó a Elena y Margaret alzó los brazos para abrazarla.

—Estás muy bonita —dijo con la sencillez de sus cuatro años.

También Robert contemplaba a Elena. Pestañeó, abrió la boca y volvió a cerrarla.

—¿Qué sucede, Bob?

—Ah —miró a tía Judith con aspecto turbado—. Bueno, en realidad se me acaba de ocurrir que Elena es una forma del nombre Helen. Pero ella lo escribe Elena, y por algún motivo pensé en otra Elena, en Elena de Troya.

—Hermosa y predestinada a morir —dijo Bonnie alegremente.

—Bueno, sí —repuso Robert, que no parecía nada alegre.

Elena no dijo nada.

Sonó el timbre de la puerta. Matt estaba en la entrada, con su acostumbrada chaqueta deportiva azul. Con él iban Ed Goff, el acompañante de Meredith, y Raymond Hernández, el de Bonnie. Elena buscó a Stefan.

—Probablemente ya esté allí —dijo Matt, interpretando su veloz mirada—. Escucha, Elena —Pero lo que fuera que estaba a punto de decir quedó interrumpido en medio de la charla de las otras parejas. Bonnie y Raymond fueron con ellos en el coche de Matt, y no dejaron de intercambiar agudezas durante todo el trayecto hasta el instituto.

La música salía al exterior por las puertas abiertas del auditorio. En cuanto abandonó el coche, una curiosa certeza embargó a Elena. Algo iba a suceder, comprendió, contemplando la masa cuadrada del edificio del instituto. La tranquila primera velocidad de las últimas semanas estaba a punto de pasar a la marcha directa.

Estoy lista, se dijo. Y esperó que fuera cierto.

Dentro, todo era un caleidoscopio de color y actividad. Matt y ella se vieron asediados en cuanto entraron, y a ambos les cayó una lluvia de cumplidos. El vestido de Elena... su cabello... sus flores. Matt era una leyenda en potencia: otro Joe Montana, una apuesta segura para una beca deportiva.

En el vertiginoso remolino que debería haberlo sido todo para ella, Elena no dejaba de buscar una cabeza morena.

Tyler Smallwood respiraba pesadamente sobre ella, oliendo a ponche y a chicle de menta, mientras su acompañante lucía una expresión asesina. Elena hizo caso omiso de él con la esperanza de que la dejara en paz.

El señor Tanner pasó ante ellos con un empapado vaso de papel y aspecto de estar siendo estrangulado por el cuello de su camisa. Sue Carson, la otra princesa de último curso de la fiesta, se acercó veloz y empezó a alabar su vestido. Bonnie estaba ya en la pista de baile, brillando bajo las luces. Pero Elena no vio a Stefan por ninguna parte.

Otra vaharada más de chicle de menta y vomitaría. Dio un codazo a Matt y huyeron a la mesa de los refrescos, donde el entrenador Lyman se lanzó a hacer un estudio crítico del partido. Parejas y grupos se acercaban a ellos, se quedaban unos pocos minutos y luego se retiraban para dejar sitio a los que aguardaban tanda. «Igual que si realmente fuéramos de la realeza», pensó Elena entusiasmada. Miró de soslayo para ver si Matt compartía su regocijo, pero él tenía la mirada fija a su izquierda.

Ella siguió su mirada. Y allí, medio oculta tras un grupo de jugadores de rugby, estaba la cabeza oscura que había estado buscando. Inconfundible, incluso bajo aquella tenue luz. Un estremecimiento la recorrió, más de dolor que de otra cosa.

—¿Ahora qué? —preguntó Matt con expresión dura—. ¿Lo ato de pies y manos?

—No; voy a pedirle que baile conmigo, eso es todo. Aguardaré hasta que nosotros hayamos bailado primero, si quieres.

Él negó con la cabeza, y ella marchó en dirección a Stefan por entre la multitud.

Pieza a pieza, Elena fue registrando información sobre él mientras se aproximaba. Su americana negra tenía un corte sutilmente distinto del de las que llevaban los otros muchachos, más elegante, y llevaba un suéter de cachemir blanco debajo de ella. Se mantenía muy quieto, un poco apartado de los grupos que lo rodeaban. Y, aunque sólo podía verle de perfil, reparó en que no llevaba puestas las gafas de sol.

Se las quitaba para jugar al rugby, desde luego, pero ella nunca le había visto de cerca sin ellas. Aquello la hizo sentir mareada y emocionada, como si aquél fuera un baile de disfraces y hubiese llegado el momento de quitarse las máscaras. Se concentró en su hombro, en la línea de la mandíbula, y entonces él empezó a volverse hacia ella.

En ese instante, Elena se dio cuenta de que era hermosa. No era sólo el vestido o el modo en que llevaba peinados los cabellos. Era hermosa en sí misma: esbelta, imperial, un objeto hecho de seda y fuego interior. Vio que los labios de él se abrían ligeramente, de forma refleja, y entonces alzó la vista para mirarle a los ojos.

—Hola.

¿Era ésa su propia voz, tan sosegada y segura de sí misma? Él tenía los ojos verdes. Verdes como hojas de roble en verano.

—¿Lo pasas bien? —preguntó.

«Lo hago ahora». Él no lo dijo, pero ella supo que era lo que pensaba; lo veía en el modo en que la miraba fijamente. Jamás había estado tan segura de su poder. Excepto que en realidad no tenía el aspecto de estarlo pasando bien; parecía acongojado, lleno de dolor, como si no pudiera soportar ni un minuto más aquello.

La banda empezaba a tocar un baile lento. Él seguía contemplándola fijamente, empapándose de ella. Aquellos ojos verdes oscureciéndose, volviéndose negros de deseo... Tuvo la repentina sensación de que podría acercarla a él bruscamente y besarla con fuerza, sin decir ni una palabra en ningún momento.

—¿Te gustaría bailar? —preguntó en voz baja.

«Estoy jugando con fuego, con algo que no comprendo», pensó de repente. Y en ese momento se dio cuenta de que estaba asustada. Su corazón empezó a latir violentamente. Era como si aquellos ojos verdes hablaran a alguna parte de ella que estaba enterrada muy por debajo de la superficie y aquella parte le gritara «peligro». Algún instinto más antiguo que la civilización le decía que corriera, que huyera.

No se movió. La misma fuerza que la aterraba la mantenía allí. Aquello estaba fuera de control, se dijo de improviso. Lo que sucedía allí, fuera lo que fuera, escapaba a su comprensión, no era nada normal ni cuerdo. Pero ya no se podía parar, e incluso aterrorizada disfrutaba con ello. Era el momento más intenso que había experimentado con un muchacho, pero no estaba sucediendo nada en absoluto; él se limitaba a contemplarla, como hipnotizado, y ella le devolvía la mirada, mientras la energía brillaba entre ellos como un rayo calorífico. Vio que sus ojos se oscurecían, derrotados, y sintió el salvaje salto de su propio corazón cuando él le tendió lentamente una mano.

Y entonces todo se hizo añicos.

—Vaya, Elena, qué encantadora estás —dijo una voz, y la visión de Elena quedó deslumbrada por reflejos dorados.

Era Caroline, los cabellos castaño rojizos intensos y lustrosos y la piel luciendo un bronceado perfecto. Llevaba un vestido confeccionado totalmente en lame dorado que mostraba una increíblemente osada extensión de aquella piel perfecta. Deslizó un brazo desnudo alrededor del de Stefan y le sonrió con indolencia. Resultaban deslumbrantes juntos, como una pareja de modelos internacionales que va a divertirse a un baile de escuela secundaria, mucho más glamurosos y sofisticados que cualquier otra persona en la sala.

—Y ese vestidito es tan mono... —prosiguió Caroline, mientras la mente de Elena seguía funcionando en automático.

Aquel brazo informalmente posesivo unido al de Stefan se lo decía todo: dónde había estado Caroline a la hora del almuerzo aquellas últimas semanas, qué había estado tramando durante todo aquel tiempo.

—Le dije a Stefan que sencillamente teníamos que pasarnos por aquí un momento, pero no vamos a quedarnos mucho tiempo. Así que no te importará que me lo quede para los bailes, ¿verdad?

Elena estaba extrañamente tranquila ahora, su mente era un vacío zumbante. Respondió que no, que desde luego no le importaba, y contempló cómo Caroline se alejaba, una sinfonía en castaño rojizo y oro. Stefan se marchó con ella.

Había un círculo de rostros alrededor de Elena; les dio la espalda y se topó con Matt.

—Sabías que venía con ella.

—Sabía que ella quería que lo hiciera. Le ha estado siguiendo por todas partes a la hora del almuerzo y después de clase, e imponiéndole más o menos su presencia. Pero...

—Ya veo.

Sumida aún en aquella curiosa calma artificial, escudriñó la multitud y vio a Bonnie que iba hacia ella, y a Meredith abandonando su mesa. Lo habían visto, entonces. Probablemente todo el mundo lo había visto. Sin una palabra a Matt, fue hacia ellas, encaminándose instintivamente hacia el baño de las chicas.

Estaba abarrotado de cuerpos femeninos, y Meredith y Bonnie mantuvieron sus comentarios alegres y superficiales mientras la miraban con preocupación.

—¿Viste ese vestido? —dijo Bonnie, oprimiendo los dedos de Elena a escondidas—. La parte delantera debe de estar sujeta con cola de contacto. Y ¿qué se pondrá para el siguiente baile? ¿Celofán?

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