Rhys sonríe y se pasa una mano por las ondas doradas de su pelo. Sus ojos azules lanzan destellos en la oscuridad cuando dice:
—Ni lo negaré ni me disculparé por ello. De hecho, reconozco que creo que mi hermano es un idiota al elegiros a vos cuando podría tener a la encantadora y cautivadora Esme. Pero resulta que la idiotez de mi hermano actúa ahora a mi favor. Gracias a su extravagante atracción hacia vos, soy libre de cortejar a Esme, mi hermosa diosa de cabellos rojo fuego, así que, dadas las circunstancias, mi hermano y yo hemos llegado a una tregua. Y mientras se ocupa de sus obligaciones, me ha enviado a por vos. Así que venid ya; vuestra boda os aguarda. No me obliguéis a despertar a toda la casa.
—¿Ahora?
Parpadeo en la oscuridad, convencida de que se equivoca.
—Sí, ahora. Es un asunto lleno de intrigas, un asunto muy secreto. Así que rápido, coged lo que necesitéis, vestíos y venid a la parte trasera, donde nos aguarda mi caballo.
Sin embargo, a pesar de sus instrucciones, me quedo donde estoy, negándome a moverme de la ventana. Como es lógico, no se me ocurre fiarme de la poco fiable palabra de Rhys. Estoy segura de que, si Alrik tuviese que enviar a alguien a por mí, enviaría a Heath y no a Rhys, el hermano en el que no confía, el hermano al que detesta.
Rhys suspira. Suspira y sacude la cabeza. Se mete la mano en el bolsillo de su capa y dice:
—Muy bien. Tened. Leedlo y llorad. Pero, hagáis lo que hagáis, hacedlo deprisa. Me gustaría volver a mi propia cama en algún momento. Tengo a una lechera bajita y rechoncha calentándome las sábanas en este preciso momento.
Controlo el impulso irresistible de poner los ojos en blanco, finjo ignorar esa última parte y observo cómo trepa hábilmente por el enrejado que hay junto a mi ventana. Su cuerpo se mueve con gestos ágiles y felinos. Me pone el papel doblado en la mano mientras se sienta en el alféizar de la ventana.
Doy un paso atrás, me ciño más la bata y luego me paso los largos cabellos dorados por encima del hombro para que cuelguen delante de mi cuerpo. Trato de desviar la hambrienta mirada de sus ojos, que se detienen en todos los lugares en que no deberían detenerse. Rhys no es ningún caballero y no hace intento alguno por disimularlo.
Reconozco el sello de cera roja que Alrik utiliza siempre para marcar su correspondencia en las numerosas cartas que me escribe. Lo despliego rápidamente, aliso las arrugas y leo:
Mi querida Adelina:
Si estáis leyendo esto ahora es porque os habéis negado a creer en la palabra de Rhys.
¡Bien hecho!
Una vez más, hacéis que me sienta orgulloso de vos. Sin embargo, solo por esta vez, os pido que confiéis en él. Al parecer, mi hermano y yo hemos descubierto por fin que tenemos intereses comunes, y ahora nos encontramos colaborando, trabajando por nuestro propio bien, por decirlo de algún modo. Así que, con el corazón ligero y la conciencia limpia, os ruego que le acompañéis.
No he podido localizar a Heath, me he visto en la necesidad de buscar un aliado y he acudido a Rhys, suponiendo de forma acertada que se sentiría encantado ante la noticia de nuestra boda secreta, o, tal como a él le gusta decirlo, «la metedura de pata temeraria y ridículamente romántica de Alrik». Pero, por más que se ría, me temo que le ha salido el tiro por la culata, pues nunca experimentará la clase de amor que vos y yo hemos encontrado el uno en el otro.
Aun así, a pesar de sus burlas, es lo bastante listo para entender que mi boda con vos le deja libre de cortejar a Esme y de perseguir la corona, así como la posición de «hijo y heredero favorito» que yo ocupé. Pero nada de eso importa en vista de lo que ahora puedo ganar, la posibilidad de hacer realidad mi viejo sueño de vivir mi vida con vos.
Así que os espero, cariño mío, novia mía, ¡esposa mía!
¡Por favor, apresuraos!
Vuestro para siempre,
Alrik
—Bueno, ¿qué os parece? ¿Supera la prueba?
Rhys se repantiga en el alféizar de la ventana con una pierna colgando dentro de mi habitación y la otra doblada, apoyada en la plataforma saliente, que le sirve de apoyo para las manos.
Miro la nota y lo miro a él. Tengo que reconocer que sin duda ha sido escrita por Alrik de forma voluntaria, así que inspiro hondo y asiento en señal de consentimiento.
—¡Bien! —exclama Rhys con tono cortante, alargando el brazo hacia mí y arrebatándomela. Se la mete en el bolsillo sin molestarse en doblarla bien, me mira, me dice que me apresure y luego baja a toda velocidad desde mi ventana y desaparece de mi vista.
—M
ontad.
Lo miro, y frunzo el entrecejo al decir:
—¿Ahí arriba? ¿Con vos?
—A no ser que prefiráis caminar.
Sus hombros suben y bajan como si estuviese dispuesto a dejarme hacer eso mismo.
—¿Por qué no camináis vos y monto yo?
Me apoyo las manos en las caderas y me juro hablarle a Alrik de esto más tarde.
—No, ni hablar. —Sacude la cabeza—. Para empezar, está oscuro. Para seguir, hace frío. Y además… —Prolonga la pausa haciéndome esperar, como si en realidad me importase—. No se me da muy bien actuar generosamente ni portarme como un caballero, sobre todo cuando no espero sacar nada. Aunque, si fuese a sacar algo, podría reconsiderarlo…
Alzo la vista hasta esos brillantes ojos azules, el arco altanero de su frente dorada, el destello de sus dientes blancos contra el negro cielo nocturno. Una visión que deja a la mayoría de las muchachas mareadas y con las rodillas temblorosas, listas para sucumbir a todos sus caprichos y necesidades. Sin embargo, a mí solo me revuelve el estómago, solo me provoca arcadas.
—¿Es así como coqueteáis con Esme? —pregunto; sé que no debería provocarle, pero eso no me detiene—. Si es así, no puedo imaginarme por qué iba a rechazaros a favor de vuestro hermano. Decidme, Rhys, ¿ha visto ella este encantador aspecto vuestro?
Espero su respuesta, segura de que se enojará, de que dirá algo cruel acerca de mi aspecto o de la baja posición social y la falta de dinero de mi familia, pero se limita a reírse, y su sonrisa se hace más amplia cuando dice:
—¡Qué va! Con Esme todo es pompa y fachada, y nada más que la cortesía y el respeto más profundos. A una muchacha como ella hay que saber llevarla. Es codiciosa, superficial y vanidosa. Lo único que ve en mi hermano es lo que pronto será mío: el poder que conlleva su posición y, lo que es más importante, la corona. Esme y yo nos parecemos mucho. Estamos hechos el uno para el otro. Tenemos que estar juntos. Ella y yo somos almas gemelas, y algún día ella también se dará cuenta.
Continúo mirándole, buscando en mi mente alguna respuesta sarcástica, pero las que se me ocurren mueren en mis labios. Lo que ha dicho es extraordinariamente cierto. Son frívolos, vanidosos y muy narcisistas, y la capacidad de Rhys para comprender esa verdad revela un nivel asombroso de conocimiento de sí mismo y perspicacia que nunca habría esperado de él.
—Bueno, ¿cuánto tiempo pensáis pasaros ahí de pie? —me pregunta con aire aburrido, dando golpecitos con los pulgares contra el arzón de la silla.
—¿Por qué no habéis traído un carruaje? —le pregunto. Continúo sin querer montar con él, aunque está claro que mis opciones son limitadas.
Le observo mientras exhala un profundo suspiro, salta de su montura y se coloca delante de mí. Tan solo nos separan unos pocos centímetros.
—Un carruaje llama demasiado la atención a estas horas —dice—. Se supone que esto es un secreto, ¿recordáis? Pensaba que no querríais que vuestros padres se enterasen de que os estáis fugando, aunque sea con la realeza local. Pero me temo que, si insistís en continuar haciéndoos la estrecha, bueno, no habrá necesidad alguna de confidencialidad, pues todo el maldito pueblo se presentará en vuestra cita amorosa. Así que, vamos, Adelina, ¿qué me decís? ¿Pensáis seguir llevándome la contraria o estáis dispuesta a dejar de resistiros? Portaos bien y montad. Alrik os está esperando.
Trago saliva con fuerza y asiento en señal de consentimiento. Me preparo para la desagradable sensación de sus manos en mi cintura. Me levanta, me coloca en la silla y monta a su vez. Me advierte que me agarre bien si no quiero caerme al suelo. Algo que parece gustarle demasiado, algo en lo que intento no pensar.
Cabalgamos largo rato. De hecho, cabalgamos tanto rato que llega un momento en que me vence el sueño. Me despierta el sonido de la voz de Rhys en mi oído, suave y sorprendentemente tierna cuando dice:
—Hola, Adelina. Ya podéis despertar. Hemos llegado.
Me aparto de su hombro, me paso la mano por los ojos y el cabello y miro a mi alrededor. Trato de averiguar en qué lugar estamos, pero no lo reconozco.
—Es un pabellón de caza —dice, haciéndome cosquillas con sus labios en el borde mismo de la oreja—. Es nuestro pabellón de caza, de Alrik y mío. Y aunque no es ni mucho menos tan espléndido como el palacio, hay que decir que tampoco está mal. Creo que lo encontraréis sorprendentemente cómodo. Sé que muchas, muchas, muchas de mis conquistas se lo han pasado en grande aquí.
¡Sí, vuelve a ser Rhys!
—¿Dónde está Alrik? —pregunto, liberándome de él de un tirón.
Pero apenas he pronunciado las palabras cuando una voz dice en un susurro:
—Estoy aquí.
Alarga los brazos hacia mí y me atrapa con cuidado cuando bajo del caballo y me deslizo contra su pecho. Su cuerpo es tan cálido, tan reconfortante, que por un instante estoy a punto de olvidarme de su horrible hermano, hasta que Alrik se separa de mí y dice:
—Te lo agradezco, hermano. Te debo una.
Pero Rhys se limita a reírse, da la vuelta a su caballo y echa un vistazo por encima del hombro.
—No hay de qué. Tu prometida a cambio del reino. —Sacude la cabeza—. Detesto decirlo, hermano, pero me temo que soy yo quien te deberá a ti una cuando vuestra pequeña luna de miel haya terminado y comprendas la locura que has cometido. Solo espero que no seas lo bastante loco como para tratar de cobrártelo una vez que hayas mancillado tu lecho. Y aunque te deseo mucha felicidad, alegría y todo eso, me temo que debo regresar. Sin duda, mi dulce y pequeña Sophie debe tener ya mi lecho bien calentito.
—¿Sigues acostándote con las camareras? —pregunta Alrik.
Y Rhys responde:
—Lechera, hermano, lechera. ¡Intenta quedar bien!
El caballo parte al galope, llevándose a Rhys consigo. Alrik me conduce hacia el pabellón y roza mi mejilla con los labios al decir:
—Os pido disculpas por él. Confiaba en que se ahorrase esa grosería tan suya, pero tal vez haya sido una estupidez por mi parte. Aun así, lo único que importa es que os ha traído junto a mí. Ha hecho lo que le he pedido, y habéis llegado sana y salva.
Me mira con una cara tan llena de amor y entrega que me trago todo lo que me disponía a decirle sobre la auténtica magnitud de la grosería de su hermano. No quiero que mis palabras empañen su expresión.
—En realidad, he dormido durante casi todo el viaje, aunque solo fuese para olvidar que estaba con él —digo, hallando un punto medio que consigue hacerle reír.
—Entonces, ¿no estáis cansada? ¿No estáis deseando acostaros? —Sus ojos brillantes se clavan en los míos.
Aparto la mirada de él. Contemplo el cielo nocturno y luego la puerta que ha dejado abierta y que conduce a una habitación rústica pero suntuosa.
—Oh, me siento muy descansada —respondo con una sonrisa—. Pero no tengo nada en contra de acostarme.
T
ras un par de horas de risas, abrazos y susurros, haciendo grandes planes para la nueva vida que nos espera, una vida que empieza mañana por la tarde, Alrik y yo nos dormimos. Él sigue completamente vestido (aunque se ha quitado las botas, por supuesto), y yo me he quitado el vestido con el que he llegado y me he puesto la misma bata con la que me ha encontrado su hermano.
El brazo de Alrik rodea mi cintura, estrechándome contra él. Nuestros cuerpos se ajustan, se adaptan tan bien el uno al otro que siento el latido de su corazón en mi espalda, el roce de su aliento en mi oreja. Y estoy decidida a sumergirme de lleno en esa sensación, a dejar a un lado todas las preocupaciones aisladas, todos los temores persistentes, para disfrutar de este tiempo junto a él. Estoy deseando que llegue mañana, cuando nuestro intercambio de votos nos permitirá amarnos libremente, cuando ya no tendremos que ocultarnos en caballerizas vacías ni en zonas apartadas del bosque que rodea la casa de mis padres. Dejaremos de vernos obligados a echarnos atrás justo cuando el momento se vuelve apasionado de verdad.
Es un cambio que estoy deseando.
Esta es la clase de pensamientos con los que a mi mente consciente le encanta entretenerse. Sin embargo, en cuanto pierdo la conciencia, bajo la guardia y se filtra en mi cabeza una larga lista de preocupaciones que se manifiestan en ese idioma extraño que solo hablan los sueños, sumergiéndome en un paisaje desolado y ajeno en el que Alrik no está presente y un oscuro ser encapuchado me persigue.
Corro a través de zarzas y de arbustos. Corro para salvar la vida. Mi rostro se contrae de dolor al sentir el pinchazo de las agudas espinas que me atrapan la piel y me desgarran la ropa, dejándome andrajosa, maltrecha y magullada. Sin embargo, sigo corriendo.
Pero, por más que corra, no corro lo suficiente.
Al parecer, no puedo escapar.
No puedo escapar de ese oscuro ser encapuchado que viene a por mí.
Que se abalanza sobre mí.
Me reclama.
Acaba conmigo…
Me incorporo de pronto y un grito aterrador traspasa mi sueño. Cuando Alrik se incorpora rápido junto a mí y me estrecha contra su pecho, caigo en la cuenta de que el sonido procede de mi garganta.
—¡Adelina! Cariño mío, dulce amor mío, ¿estáis bien? ¿Qué ha pasado? ¿Había alguien aquí? ¡Habladme, por favor!
Sus manos me cubren las mejillas, me obligan a mirarle mientras observa mis ojos espantados y abiertos como platos.
—Yo…
Parpadeo deprisa y me tomo unos momentos para apartarme, para recorrer la habitación con la mirada. Me esfuerzo por orientarme, por acordarme de dónde estoy y quién soy, pero siguen asaltándome las horribles visiones que he tenido, como si el sueño no hubiese terminado.
Alrik se levanta de nuestra cama de un salto, coge la antorcha e ilumina con ella cada rincón de la habitación. Cuando por fin está seguro de que no hay nadie más, regresa a mi lado y dice: