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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (15 page)

BOOK: Destino
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—Mi dulce Adelina, relajaos. Solo ha sido un sueño.

Murmura a mi oído una retahíla de palabras dulces: promesas, declaraciones de amor… Me asegura que el sueño no significa nada, que estoy a salvo, que no sufriré daño alguno.

Pero yo sé la verdad.

Sé que no existen los sueños inocentes.

Mis sueños no son como los que tienen otras personas.

Mis sueños tienen la mala costumbre de hacerse realidad.

«Proféticos», los llama mi madre. En mi más tierna edad, cuando empecé a tenerlos, me advirtió de que nunca volviese a hablar de ellos, que hiciese lo posible por no hacerles caso, no fuese a ser que alguien se enterase. «Te arruinarán la vida —dijo—. Esas cosas no están nada bien vistas.»

Sin embargo, esta noche no tengo más remedio que contárselo a Alrik, no tengo más remedio que advertirle del suceso terrible que está por llegar. He tenido este sueño en otras ocasiones, muchas veces desde que era niña. Aunque esta es la primera vez que comprendo lo que significa.

Significa que ha llegado el momento.

Desde el refugio cálido y seguro de sus brazos, dejo que mis ojos vaguen tristemente por su rostro. Mi voz es baja, casi un susurro, cuando digo:

—Nunca nos casaremos. —Lo miro, asegurándome de que entiende que mi tono atenuado no debería contradecir la intensidad de mis palabras—. No viviré hasta la ceremonia.

Alrik se echa para atrás, sacude la cabeza y busca una forma de consolarme.

—¡Eso es absurdo! —exclama—. Solo ha sido una pesadilla, nada más. No significa nada de nada; es una muestra absolutamente normal del miedo que siempre precede a las bodas. Nuestra existencia está a punto de sufrir un cambio radical; estamos a punto de embarcarnos en la vida que hemos soñado. Y a pesar de que sé que estáis ilusionada, sospecho que también os sentís un poquito asustada, y es así como esa clase de temores se manifiestan a menudo. Pero mi querida, mi dulce Adelina, sabed que no tenéis nada que temer. No dejaré que os ocurra nada malo. Ni ahora ni nunca. ¿Me oís? Conmigo siempre estaréis a salvo.

Asiento con la cabeza y trago saliva con fuerza. Ansío creerle, ansío que sus palabras sean ciertas.

Pero en mi fuero interno sé que no es así.

Se equivoca.

Se equivoca por completo.

No ha visto lo que yo he visto.

Ignora lo que yo sé.

No ha sentido la fría mano de la muerte que se apoderaba de mi carne y se negaba a soltarla.

—Besadme —digo, y veo que suaviza su expresión, creyendo que el tema ha quedado zanjado—. Besadme y haced que olvide mi pesadilla. Haced que desaparezca —insisto, a sabiendas de que esta es mi única oportunidad de experimentar nuestro amor en su forma más absoluta, auténtica y profunda. Si no puedo convencerle ahora, es una experiencia que nunca conoceré—. Besadme como si ya nos hubiésemos desposado. Besadme como si ya fuese vuestra esposa.

Deshago los lazos de mi bata y dejo que se deslice por mi cuerpo mientras mis ojos se clavan en los suyos. Observo que toma aire bruscamente, que su mandíbula se aprieta, que sus ojos se abren como platos. Me contempla maravillado. Me contempla como si nunca hubiese visto nada igual.

Pero yo conozco la verdad. He oído casi todas las historias y sé muy bien que no soy la primera. Aunque no es tan crápula como su hermano, es bien sabido que ha tenido a muchas mujeres.

Sin embargo, ese pensamiento no me perturba. Si acaso, me resulta tranquilizador. De todas las muchachas con las que ha estado, de todas las muchachas con las que aún podría estar, elige estar conmigo, y solo conmigo, mientras nuestros corazones continúen latiendo.

Me ocurra lo que me ocurra, sea cual sea mi futuro, no me cabe duda de que en el corazón de Alrik siempre seguiré siendo su verdadera reina.

—Adelina, ¿estáis segura? —pregunta con la respiración acelerada mientras mis dedos se deslizan hacia su camisa con la única intención de despojarle de ella.

Trata de ofrecerme una salida, de evitarme hacer algo que teme que lamente. Un intento de hacer lo correcto, de mostrarse noble, galante, pero las palabras no tienen significado alguno, está tan deseoso como yo.

Apoyo el dedo en su boca, pero lo retiro al cabo de un instante y lo sustituyo por mis labios.

—Vos os casasteis conmigo el día que os empujé al estanque, y yo me casé con vos el día que me enviasteis flores en respuesta. Tulipanes rojos. ¿Quién lo habría pensado? —Sonrío y me callo para que mis labios puedan explorar los lóbulos de sus orejas y su cuello, mientras mis manos vagan por la espléndida extensión de su pecho, ya desnudo.

Su atractivo rostro se cierne sobre mí cuando me empuja hacia atrás, contra las almohadas, contra nuestra cama. Sus labios se mueven sobre mí, besando cada centímetro de piel desnuda, besándome en lugares que yo nunca habría imaginado. Sus dedos se mueven rápida y hábilmente, retirando la escasa capa de ropa que hay entre nosotros. Cuando por fin completa la tarea, dice:

—¿Adelina?

Asiento con la cabeza; nunca me he sentido más segura.

Luego un beso.

Un suspiro.

Y ya no hay vuelta atrás.

Lo he hecho.

Lo estamos haciendo.

Nuestros cuerpos se mueven juntos, unidos, fundidos, conectados como si fuesen uno solo.

Y es tan espléndido como soñé que sería, si no más.

Capítulo dieciocho

—C
ariño mío —susurra Alrik, poniéndose de lado y mirándome con detenimiento. Un torrente de luz se cuela por las ventanas y se desliza por debajo de la puerta—, ¿habéis dormido?

Murmuro algo trivial. No quiero que sepa que no he dormido, que no podía arriesgarme a arruinar mi noche perfecta, la noche de amor que hemos vivido, con otra pesadilla que anunciase la sombría realidad que ahora tendré que afrontar.

—¿Cómo os sentís? ¿Os arrepentís? —me pregunta, mirándome con preocupación.

—¿Que si me arrepiento? —Niego con la cabeza y sonrío. Apoyo los labios en su frente, entre sus cejas. Atrapo con los dedos un mechón de pelo suelto y se lo aparto de la cara para verle mejor—. ¿De qué podría arrepentirme? ¿Os referís a la segunda vez, o tal vez a la tercera?

Sonríe y mueve el cuerpo hasta que cubre el mío una vez más.

—Pensaba más bien en la cuarta.

—¿En la cuarta? —Entorno los ojos, como si tratase de recordar—. Me parece que no recuerdo una cuarta. ¿Es posible que estuviese durmiendo? —Pestañeo con un gesto lleno de coquetería, consciente de que sus manos han entrado ya en acción y me incitan, mientras alzo los brazos hasta su cuello y lo atraigo hacia mí. Mi voz le toma el pelo con dulzura cuando digo—: Tal vez deberíais refrescarme la memoria…

Cuando acabamos, me enseña dónde lavarme y vestirme, me enseña el armario repleto de vestidos nuevos que ha traído para mí. Me dice que elija el que quiera para la ceremonia secreta de hoy, que son todos bonitos, todos elaborados, todos lo bastante apropiados para la mujer que un día será su reina. Luego se marcha, monta en su caballo y se aleja al galope con la promesa de enviarme a una camarera que me ayude a vestirme, algo que no se le había ocurrido hasta ahora; con la promesa de regresar en cuanto se haya ocupado de los otros detalles de última hora.

Me tomo mi tiempo para lavarme, asombrada de que todo pueda parecer igual desde fuera cuando lo cierto es que por dentro todo ha cambiado de modo irreversible. Pase lo que pase a partir de ahora, al menos ya sé lo que es ser amada de forma plena, profunda, total y completa, como si la fuerza de nuestro amor me hubiese fortalecido a mí. Y eso, junto con la cálida seguridad de un baño recién preparado y un nuevo día luminoso y soleado, hace que me sienta un poco tonta por haberle dado tanto crédito al sueño de anoche.

Alrik estaba en lo cierto. Le he dado demasiada importancia a lo que solo eran unas preocupaciones profundamente arraigadas que han cobrado vida en mis sueños.

Aun así, no me arrepiento ni por un instante de mi decisión de yacer con Alrik. Si acaso, estoy deseando revivir la experiencia como esposa suya, y me pregunto si será diferente.

Prolongo mi baño y aguardo la llegada de la camarera, pero cuando he limpiado todo lo que se podía limpiar, cuando los dedos de las manos y de los pies se me arrugan como pasas, decido secarme y aplicarme en abundancia las cremas y polvos que Alrik me ha dejado. A continuación vuelvo a ponerme la bata e intento elegir un vestido que llevar en la ceremonia, confiando en que la camarera aparezca pronto para ayudarme a vestirme. Con todas las capas, lazos y demás accesorios destinados a ajustarme el traje, es imposible que me vista sin ayuda.

Me estoy peinando, liberando mi cabello de enredos y nudos mientras me pregunto cómo debería llevarlo. Sé que a Alrik le gusta verlo largo y suelto, cayendo en suaves ondas doradas en torno a mis hombros y hasta mi cintura, aunque también sé que para la boda resultaría mucho más apropiado llevarlo trenzado o en un complicado recogido. En ese momento oigo que llaman a la puerta y me apresuro a responder, confiando en que sea la camarera y en que también sepa peinar.

Antes de poder abrir, la persona que ha llamado entra directamente. Y, en vez de la camarera, me encuentro con mi prima Esme.

—Vaya, vaya… —Sus brillantes ojos verdes se clavan en mí. Me abarcan con una mirada tan abrasadora, tan furiosa y llena de odio que necesito un instante para recobrarme, para poner en orden mis ideas—. Parece ser que el rumor es cierto. Solo hace falta verte ahí, apenas vestida. —Chasquea la lengua, disgustada—. Es verdad que piensas fugarte con él, ¿no?

—¿Quién te lo ha dicho? —exijo saber, sin ver motivo alguno para negarlo. Ella sabe lo que sabe. Ve lo que ve. La situación está clara.

—¿Acaso importa?

Enarca las cejas y recorre la habitación, observando el lugar y todo lo que hay en él como si tuviese alguna especie de derecho. Se toma unos momentos para valorar un cuadro y enderezar su marco antes de instalarse en el borde de la cama, arrugada y deshecha. Sus ojos continúan ardiendo, mientras que su boquita rosada se frunce en un gesto de rabia.

—Sí que importa —digo—. De hecho, creo que a Alrik le importará mucho. Estoy segura de que nada le gustaría más que conocer el nombre de quien le ha traicionado.

Ella continúa mirando la cama con furia antes de mirarme a mí y decir:

—Bien, en tal caso, ha sido Fiona. —Se encoge de hombros, delatando sin problemas a su hermana, mi prima—. Ya sabes que hace algún tiempo que tiene puesta la mirada en el señorito Rhys, así que se aseguró de trabar amistad con su última conquista doméstica, una tonta lechera, según me ha dicho. Debo decir que Fiona se ha mostrado muy hábil y que se las ha arreglado muy bien para averiguar tanto como ha podido. —Sonríe a medias, como si lo encontrase todo muy divertido, aunque prefiere no darle muchas vueltas—. En cualquier caso, la cuestión es que, según su más reciente compañera de lecho, a nuestro querido Rhys le gusta hablar mientras… duerme… por decirlo de algún modo. Y Fiona, como es tan buena hermana, no ha tardado en informarme acerca de tu feliz noticia. Por supuesto, al principio no la he creído. Tendrás que perdonarme, Adelina, pero la idea de Alrik y tú juntos resulta sencillamente ridícula, ¿no te parece?

Me mira con unos ojos que lanzan destellos. Parece esperar que me muestre de acuerdo y, al ver que no lo hago, que me limito a continuar ante ella con la boca apretada en un gesto adusto, los ojos entornados y los brazos cruzados, suspira y dice:

—Sin embargo, como ha insistido tanto, bueno, he decidido venir a verlo por mí misma. Pero lo único que veo aquí es un lecho muy revuelto y a una muchacha muy triste, muy patética y muy ingenua que parece haber caído en la trampa más vieja del mundo. —Sacude la cabeza y chasquea la lengua repetidas veces—. En serio, Adelina, ¿sabes lo patética que eres? Has sacrificado tu virtud alegremente a cambio de la falsa promesa de un anillo en el dedo. Un anillo que, sin duda alguna, Alrik jamás pretendió ponerte. —Entorna los ojos y me mira de arriba abajo—. No ha sido un movimiento muy inteligente, prima. Nada inteligente. ¿Te das cuenta de que has destruido tu vida de forma voluntaria y estúpida? Estás arruinada. Acabada. Nadie querrá desposarte una vez que se sepa. Diablos, tendrás suerte si ese Heath con mal de amores quiere tener algo que ver contigo. A nadie le gusta ser el segundo plato, no sé si me entiendes.

—Tienes que marcharte —digo, enderezando la espalda y cuadrando los hombros. Ya he oído bastantes insultos, y no quiero que Alrik regrese y nos encuentre así. No puedo saber lo que sería capaz de hacer.

Pero Esme no quiere saber nada. No se va a ninguna parte. Permanece donde está, exhibiendo una sonrisa sardónica perfectamente conjuntada con su mirada.

—Tienes que marcharte ahora mismo, antes de que llegue la camarera y regrese Alrik —insisto, confiando en que ese argumento baste para convencerla.

Pero ella se limita a burlarse:

—¡Oh, por eso no te preocupes! —Se mira las uñas y se pasa una mano por el cabello pelirrojo—. La camarera aún tardará, si es que llega. Según me han dicho, al parecer ha dado un pequeño rodeo. Y en cuanto a Alrik…

Trago saliva. Contengo el aliento. Espero. Me invade una horrible sensación. Antes de que ella pueda decirlo, sé que ha hecho algo malo, que ha encontrado una forma de frustrar todos nuestros planes.

Sus palabras confirman mis peores sospechas cuando dice:

—Creo que el rey le está echando un buen rapapolvo en este momento. Lamento darte la noticia, Adelina, pero parece ser que vuestro secretito ha sido desvelado y, en cuanto a vuestro matrimonio, parece ser que ha terminado antes de que pudiese empezar.

Desvío la mirada. Me esfuerzo por respirar. No tengo ni idea de cómo responder a sus palabras. Tendría que haberlo sabido. Era demasiado maravilloso para ser verdad. Tendría que haber sabido que Esme hallaría la manera de entrometerse; es lo que mejor se le da.

—La única pregunta que queda ahora es: ¿qué va a ser de ti?

Se mueve hasta encontrar mis ojos; su mirada contradice sus palabras. No hay cálculo, no hay reflexión. Sabe exactamente por qué ha venido, qué es lo que piensa hacer, y no tiene intención de marcharse hasta que lo haga.

Sus ojos se entornan y lanzan destellos cuando levanta los brazos y se coloca la capucha sobre la cabeza.

Su capucha de terciopelo negro es una réplica exacta de la capucha de mis sueños.

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