Destino (23 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Destino
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Me muerdo el labio inferior, preparada para las palabras duras que pueda decir, sean cuales sean, pero se limita a sacudir la cabeza y me vuelve la espalda, tan abrumado por la ira que ni siquiera puede mirarme. Las palabras le salen trabajosamente entre los dientes apretados cuando dice:

—El motivo por el que no podemos estar juntos es que tú acabas de tirar el antídoto a la basura. —Traga saliva con fuerza, y sus puños se cierran y se abren a los costados—. Ever, no lo entiendo. ¿No quieres estar conmigo?

Y cuando por fin se vuelve, cuando sus ojos se clavan por fin en los míos, lo que encuentro en ellos me parte el corazón.

—¿Cómo puedes pensar eso? —pregunto, atónita—. ¡Después de todo lo que he pasado confiando en poder estar contigo! —Cierro los ojos, respiro con calma, me concentro y pongo en orden mis ideas—. ¿No has oído nada de lo que acabo de decir? ¡Por supuesto que quiero estar contigo! ¡Quiero estar contigo más de lo que seguramente comprenderás jamás! Pero así no. Gracias al antídoto no. Hay otra forma. Una forma mejor, ahora estoy segura. Damen, por fin tenemos la oportunidad de deshacer esta enorme y flagrante injusticia. Por fin tenemos la oportunidad de vivir las vidas que estábamos destinados a vivir y, una vez que lo hagamos, no necesitaremos para nada cosas como elixires y antídotos. ¿No te das cuenta de lo que significa esto? ¿No te das cuenta de lo épico que es?

—¿«Épico»? —Prácticamente escupe la palabra—. En serio, Ever, ¿tú te estás oyendo? ¿Qué podría ser más épico que el amor que compartimos? ¿No es eso lo que nos reúne una y otra vez?

Suspiro agotada por la discusión, agotada por las profundidades insondables de su absoluta y total obstinación. Aun así, estoy decidida a hacérselo entender antes de que sea demasiado tarde, antes de que llegue la hora de partir y él se niegue a acompañarme.

—Eso solo es una parte del motivo —digo—. La otra parte es que cada vez que vuelvo, cada vez que me reencarno, tengo una oportunidad más de cumplir mi destino. De reparar el error que cometiste inadvertidamente todos esos años atrás. Y reparar ese error es la única forma de que tú y yo seamos de verdad libres de vivir y querernos como deseamos.

Suspira con la mirada perdida a lo lejos. Permanece callado durante tanto rato que estoy a punto de romper el silencio cuando dice:

—Hay otra cosa que tienes que saber.

Lo miro.

—El árbol es un mito. Es el tema de muchas leyendas místicas. En realidad no existe. Todas las leyendas afirman que da un fruto cada mil años. Un fruto que ofrece la inmortalidad a aquel que llegue primero —explica con una sonrisa satisfecha—. Dime, Ever, ¿te parece eso remotamente real?

Me niego a reaccionar al leve rastro de burla que hay en su tono cuando contesto:

—Hace un año, un lugar como Summerland no me habría parecido ni remotamente posible. Ni tampoco los videntes, los fantasmas, los chakras, las auras, la magia, los viajes en el tiempo, la reencarnación, las experiencias cercanas a la muerte, los espiritistas, la manifestación instantánea, el poder de los cristales o los elixires mágicos que proporcionan la inmortalidad. —Alzo los hombros antes de añadir—: Así que ¿quién puede decir que ese árbol no existe también? E imagínate que existe, Damen. ¿Tienes idea de lo que podría significar este viaje? —Mis ojos lo estudian con detenimiento, deseando llegar al menos a una solución de compromiso—. Si tiene éxito, podría saldar tus deudas kármicas. Podría permitirte compensar tu pasado. Empezar de cero. Hacer borrón y cuenta nueva y todo eso. Puede que nunca obligases a nadie a beber, bueno, a nadie más que a mí… —Me interrumpo, aprieto los labios con gesto sombrío, sacudo la cabeza y añado—: Puede que fueses demasiado joven, ingenuo e inexperto como para entender del todo las graves consecuencias de lo que habías hecho, el peligro en que nos pusiste a todos… mierda, Damen, la existencia de Shadowland, de la que sé que ni siquiera estabas enterado hasta que fuiste enviado allí, pero aun así, en cualquier caso, lo que quiero decir es que, aunque tal vez no pretendieses condenar a un sinfín de almas a ese horrible abismo, al final ese es exactamente el resultado. Y esta es tu única oportunidad de arreglarlo. Tu única oportunidad de ofrecer una opción a aquellos a los que cambiaste o que cambiaron debido al elixir que preparaste. Es una ocasión que tal vez nunca vuelva a presentarse.

—Nunca pretendí hacerte daño —dice, apenas en un susurro—. Nunca pretendí hacerle daño a nadie. —Alcanzo a ver el inconfundible destello de dolor y pesadumbre en sus ojos antes de que mire hacia otro lado—. Nunca imaginé que me echarías la culpa de todo, ni que pasar una eternidad juntos te parecería una maldición. O que te sentirías «condenada a un horrible abismo»… creo que esas han sido tus palabras.

—Estaba hablando de Shadowland, Damen, no de nuestro futuro juntos.

—Sin embargo, no nos hallamos en Shadowland. Es ahora cuando decidimos nuestro futuro. Ahora mismo. Aún tenemos la receta del antídoto; no es demasiado tarde. Lo único que debemos hacer es marcharnos de aquí, volver al plano terrestre y reunir los ingredientes. Pero tú prefieres salir corriendo en una búsqueda absurda y alocada con la esperanza de anular esa terrible maldición que te he echado.

—Damen… no pretendía…

Levanta una mano y dice con voz quebrada:

—No pasa nada. De verdad. Créeme, Ever, no has dicho nada que no haya pensado un millón de veces yo mismo. Es solo que oírlo de tus labios… En fin, ha sido más duro de lo que esperaba. Así que, si te parece bien, creo que regresaré al plano terrestre. Necesito tiempo para reflexionar. Y, ya que estoy allí, reuniré esos ingredientes para el antídoto. Al fin y al cabo, si vas a tener que cargar conmigo durante el resto de la eternidad, el antídoto nos concederá por lo menos ciertos… placeres que harán tu vida infinitamente más soportable.

Capítulo veintiocho

V
eo cómo se marcha. Mis pensamientos corren a través de un laberinto de sentimientos en conflicto. Una parte de mí quiere atravesar la esquina que se desvanece de ese velo resplandeciente antes de que sea demasiado tarde para poder regresar al plano terrestre junto a él.

Pero la otra parte, la parte más grande, está decidida a seguir con el viaje.

Un viaje que debí haber emprendido hace mucho tiempo.

Me anima el recuerdo de algo que dijo Riley cuando hice un vano intento de volver atrás en el tiempo y solo conseguí regresar a mi vida cotidiana. Fue justo antes del accidente que se me llevó de nuevo, cuando ella se volvió hacia mí y dijo: «¿Te has parado a pensar que quizá tu destino fuera sobrevivir? ¿Que, tal vez, no fue solo Damen quien te salvó?».

Y aunque entonces no tenía ni idea de lo que significaba, ahora lo sé.

Volví para esto.

Este viaje puede ser mi única oportunidad de apoderarme de mi destino.

Eso significa que no puedo consentir que los miedos de Damen me impidan hacer lo que debo.

Aunque entiendo su decisión de negarse a buscar el árbol. Se reprocha haberme dado el elixir, haber alterado el curso de mi vida, el viaje de mi alma, y ahora yo insisto en encontrar el árbol para poder anular esos efectos y volver a convertirnos en lo que siempre estuvimos destinados a ser.

El problema es que, si no hay árbol, no hay anulación.

Solo Damen, su más profundo arrepentimiento y yo, durante el resto de la eternidad.

Pero yo sé algo que él no sabe. Existe un árbol. Lo presiento en la parte más profunda de mí.

Y en cuanto lo encuentre, Damen quedará liberado de su pesada culpa y responsabilidad. Una culpa que ni siquiera está justificada, ya que todo lo que ha hecho, cada decisión que ha tomado, ha sido con la mejor de las intenciones. Puede que actuase llevado por el miedo, pero la motivación que había detrás era el amor.

Sin embargo, como no puedo decirle eso exactamente, tendré que demostrárselo.

Y así, concentrada ya en lo que en el fondo sé que debo hacer, me tomo unos momentos para manifestar unas cuantas cosas que tal vez necesite antes de alejarme demasiado de aquí y acabar quizá en un lugar en el que ya no funcione la magia. Manifiesto cosas como una linterna, un saco de dormir, agua y comida, una chaqueta ligera, un calzado más resistente y una mochila. A continuación, una vez que tengo eso garantizado, me dedico a hacer una lista de todo lo que he averiguado hasta ahora acerca del árbol. Cosas que he sabido por Damen y Loto, así como lo poco que he aprendido gracias a películas y libros, y trabajando en la tienda de Jude. Me repito esa lista mientras avanzo por el sendero.

Es místico. Cierto.

Hay quienes afirman que solo es un mito. Eso habrá que verlo.

Se dice que solo da un fruto cada mil años más o menos. Si es así, confío fervientemente en que sea este el momento de la cosecha y en que yo sea la primera en llegar (de lo contrario, me aguarda una espera larguísima).

Me detengo, cierro los ojos y sintonizo con la sabiduría de Summerland. Me abandono para que me guíe en la dirección adecuada mientras mis pies empiezan a moverse de nuevo, al parecer por sí solos, y cuando bajo la mirada al suelo y veo que comienzo a dejar a mi paso abundantes cúmulos de hierba me alegro de haber tenido la previsión de manifestar las botas de senderismo. Esos cúmulos no tardan en convertirse en espesas nubes de polvo cuando la hierba da paso de pronto a una tierra suelta. Agradezco los gruesos dibujos de mis suelas, que me permiten mantener un paso firme cuando el camino cambia otra vez y se hace más áspero, cubierto de rocas agudas y redondeadas, y tan lleno de curvas cerradas y zigzags que me veo obligada a avanzar más despacio, y a continuación todavía más.

Por muy traicionero que pueda volverse el camino, no me daré por vencida, no me rendiré, ni siquiera pensaré en volverme por donde he venido. Aunque al final se hace tan estrecho y empinado que queda flanqueado por dos simas sin fondo, me he comprometido a hacer este viaje. No habrá vuelta atrás.

Me esfuerzo por mantener mi respiración regular y constante al tiempo que hago lo posible por no mirar hacia abajo. Que no pueda morir no significa que busque el peligro. Si me dan a elegir, prefiero no arriesgarme mientras pueda.

El sendero se eleva más, y luego más todavía, y cuando empieza a nevar no puedo evitar preguntarme si tendrá algo que ver con la altitud. De todos modos, no es que me importe mucho. No es que conocer el motivo pueda impedir que los pies me resbalen peligrosamente cerca del borde del profundo abismo. No es que eso pueda evitar que la piel se me enfríe y adquiera un tono azulado.

A sabiendas de que la chaqueta ligera que he metido en mi mochila no está preparada para soportar una disminución tan extrema de la temperatura, cierro los ojos y visualizo una prenda nueva, algo grande y relleno de plumón, algo que me dé el aspecto de una gran mancha informe, pero que con un poco de suerte cumpla su función. Pero cuando no sucede nada, cuando no aparece ninguna prenda de abrigo, comprendo que he alcanzado la parte del viaje en que la magia y la manifestación ya no funcionan. Tendré que depender de mí misma y de lo poco que he tenido la previsión de manifestar antes de llegar a este punto.

Me pongo la chaqueta y me bajo las mangas más allá de las muñecas hasta que me cubren las puntas de los dedos, entumecidas y heladas. Mantengo los ojos en el sendero y la mente en mi destino, comprometida a arreglármelas con lo que tengo, al tiempo que me recuerdo a mí misma todos los retos a los que ya he sobrevivido, obstáculos que no habrían parecido posibles hace solo un año.

Pero, a pesar de toda mi concentración, a pesar de las palabras de ánimo y los datos sobre el árbol que no dejo de repetir en mi mente, llega un punto en el que tengo demasiado frío y estoy demasiado agotada para continuar. Así que empiezo a buscar un lugar para acampar, aunque no tardo mucho en averiguar que no hay ninguno. Este paisaje espantosamente frío no ofrece gran cosa en cuanto a posibilidades de descanso.

Arrojo mi mochila sobre el suelo congelado y me coloco justo encima. Aprieto la nariz contra las rodillas y me envuelvo el cuerpo con los brazos en un vano intento de calentarme y reunir fuerzas. Y aunque trato de dormir, no puedo. Aunque trato de meditar, mi mente no se calma. Así que, en lugar de hacer ninguna de esas cosas, paso el tiempo convenciéndome a mí misma de que he tomado la decisión correcta. De que, a pesar de mi pésimo estado, todo es perfecto, tal como debería ser. Aunque eso está muy lejos de tranquilizarme.

Estoy demasiado helada.

Demasiado cansada y fatigada.

Sin embargo, el principal problema es que estoy demasiado sola. Demasiado ocupada pensando en que echo de menos a Damen y nuestra relación.

Aunque trate de convencerme de otra cosa, ninguna cantidad de pensamiento positivo podría sustituir jamás el consuelo real y maravilloso de tenerle a mi lado.

Y al final, eso es lo que me ayuda a superarlo. Su recuerdo es lo que me permite cerrar los ojos un rato y viajar en sueños a otro lugar, un lugar mejor. Un lugar en el que solo estamos él y yo, y no existe ninguno de nuestros problemas.

No tengo ni idea de cuánto he dormido. Lo único que sé es que, tan pronto como abro los ojos y me paso la mano por el rostro, veo que el paisaje se ha transformado. El sendero sigue siendo tremendamente estrecho y sigue habiendo una enorme sima a cada lado, pero la estación ha cambiado: ya no es invierno, lo que significa que ya no me veo obligada a acurrucarme para soportar una feroz y fría ventisca.

En lugar de eso, ahora estoy atrapada en un aguacero, una implacable lluvia primaveral que hace de la tierra fango, y no da señales de detenerse.

Me levanto a duras penas, me apresuro a quitarme la chaqueta, me tapo la cabeza con ella y me ato las mangas debajo de la barbilla para no seguir empapándome. Abordo el sendero con mucha prudencia. He renunciado a los pensamientos estimulantes, a los recuerdos y todo lo demás, y reservo mi concentración para mantenerme en posición vertical a fin de no perder el equilibrio y caerme precipicio abajo. Y cuando la lluvia se convierte en un sol abrasador que deja la tierra seca y agrietada, ni me inmuto; y cuando ese mismo sol es refrescado por una brisa tibia y sofocante, sé que el verano se ha vuelto otoño.

El ciclo de las estaciones va repitiéndose hasta que deja de desconcertarme, hasta que establezco una rutina. Me arropo e hiberno durante el invierno, esquivo el aguacero de primavera, me quito la camiseta de manga corta y me quedo en camiseta de tirantes cuando llega el verano, y luego vuelvo a enfundármela cuando el verano se hace otoño. Durante todo ese tiempo sigo adelante, haciendo lo posible por racionar mis reservas de comida y agua. Me esfuerzo por no ponerme histérica, y casi lo consigo, hasta que sucede algo que me deja conmocionada.

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