Destino (25 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Destino
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Y esa no es la clase de inmortalidad que él busca, aunque desde luego es la que necesita.

Sin embargo, me limito a decir:

—¿Y por qué debería acceder yo?

—Porque ahora que Roman se ha marchado, y añado que gracias a ti… —Hace una pausa para que asimile sus palabras antes de continuar— el árbol es la única esperanza que me queda. Haven se bebió las reservas que quedaban, y como Roman dio por supuesto que viviría siempre, nunca se molestó en compartir la receta con nadie. Además, le gustaba controlarnos, casi tanto como esa fiesta que montaba cada siglo y medio, siempre en el solsticio de verano, en la que nos reunía allí donde estuviese viviendo en esa época. Intercambiábamos anécdotas, compartíamos un buen rato y bebíamos a nuestra mutua salud antes de despedirnos y seguir con nuestras vidas. Una especie de reunión del instituto, pero mejor. No sé si puedes imaginártelo. Nada de salones de baile en hoteles de segunda fila, ninguna necesidad de impresionarnos unos a otros con los penosos resultados de la cirugía plástica y unos cargos profesionales exagerados que en realidad no significan nada…

No digo ni una palabra. Y, desde luego, ni siquiera trato de imaginármelo. Me limito a quedarme allí y dejar que continúe.

—Lo más curioso era que, aunque tu novio Damen nunca se presentó, quizá porque nunca le invitaron, siempre era el tema de conversación más popular. —Rafe asiente con la mirada perdida, como si contemplase una escena que se desarrolla en su mente—. Durante años fue como una leyenda para mí. Deberías haber oído las anécdotas que contaban todos los huérfanos. El primero de nuestra especie, el que tras convertir a seis desapareció sin volver a dar señales de vida, por lo menos de forma intencionada. ¿Te das cuenta de que ni una sola vez se le ocurrió localizarles y darles de beber otra vez? Los abandonó, Ever. ¿Sabías eso? Dejó que todos se arrugasen, que envejeciesen y se marchitasen, mientras él permanecía eternamente joven. —Sacude la cabeza y frunce el ceño, dibujando en su frente toda una nueva serie de líneas de expresión—. Lo siento, pero si da la impresión de que no me cae bien, bueno, es porque es verdad. Aun así, eso no tiene nada que ver con el motivo que me lleva a impedirte alcanzar ese árbol. No es nada personal, y espero que lo entiendas cuando digo que no puedes poner las manos en ese fruto porque me está reservado solo a mí.

Inspiro hondo y atenúo un poco la potencia de mi linterna al darme cuenta de que, si quiero tener alguna esperanza de recuperar mi ventaja, es mejor intentar tranquilizarle y convencerle de que baje la guardia que ponerle sobre aviso. Sé que lo único que me haría falta para librarme de él sería un buen empujón que le arrojase al vacío. Pero, por muy tentador que pueda resultar eso, no lo haré, y estoy segura de que él no me lo hará a mí.

Me necesita.

Solo yo puedo hacer el viaje.

Solo yo puedo encontrar el árbol.

Eso significa que, si pretende que le muestre el camino, me necesita sana y, sobre todo, de una sola pieza.

Pero ignora que lo hago con gusto, siempre que llegue la primera. Y cuando llegue, cuando trepe a ese árbol y alcance el fruto, tengo toda la intención de compartirlo. Tengo toda la intención de darle, bueno, tal vez no la vida eterna que busca, pero desde luego la que necesita.

Aquella que invertirá los efectos del elixir, le proporcionará verdadera inmortalidad y le salvará del destino de Loto.

Lo miro y alzo los hombros en un gesto despreocupado al decir:

—No pasa nada. —Y al ver su expresión de incredulidad, añado—: En serio. No es para tanto, de veras.

Me mira de arriba abajo con los ojos entornados, suspicaz, y prácticamente escupe las palabras cuando dice:

—Sí, claro, ¿y se supone que tengo que creerte? —se burla, sacudiendo la cabeza—. Vale, dime pues, Ever, si no tienes interés en el fruto, ¿por qué te molestas en hacer esta maldita y desagradable caminata? ¿Puedes decirme eso? ¿Por qué te sometes a todo esto?

—Siento curiosidad —respondo, encogiéndome de hombros—. Oí hablar del árbol y pensé en ir a verlo yo misma. Ni siquiera me había dado cuenta de que era el momento de recoger el fruto hasta que me lo has dicho tú. —Ladeo la cabeza y trato de parecer sincera—. A pesar de tu mala opinión sobre él, Damen siempre se ha mostrado sumamente generoso. Habría compartido de buena gana su elixir contigo si no hubieses jurado ya lealtad a Roman. Y, en cualquier caso, ¿por qué iba a molestarme siquiera con el fruto cuando me da todo el elixir que necesito?

—Porque el fruto es para siempre —responde Rafe, cuyos ojos empiezan a brillar hasta que parecen dos oscuros hoyos en llamas rodeados de blanco.

—Damen y yo estamos juntos para siempre —replico con una mirada desafiante, sabiendo en el fondo que es cierto aunque él no esté aquí, a mi lado, para demostrarlo—. Y resulta que me gusta el elixir. Me gusta tanto que lo bebo varias veces al día. Así que, ¿por qué iba a querer sustituirlo?

Rafe continúa observándome mientras sopesa mis palabras. Luego, sacudiendo la cabeza, abre la boca para hablar. Entonces, otra persona sale subrepticiamente de la bruma y decide hablar por él.

Capítulo treinta

—E
stá mintiendo.

Rafe gira sobre sus talones para poder ver lo que yo ya veo, saber lo que yo ya sé.

Marco está aquí.

Aunque, como siempre, Misa se acerca con sigilo y se sitúa justo a su lado con sus exóticos ojos oscuros, su negro pelo de punta y sus orejas perforadas en distintos puntos.

La luz de mi linterna se extiende sobre ellos mientras les observo con detenimiento, tratando de interpretar la situación y saber si su aparición es mala para mí, mala para Rafe o simplemente mala en general. Solo sé dos cosas con absoluta seguridad: busquen a quien busquen (aunque lo más seguro es que sea a mí), sus intenciones no son buenas. Y, al igual que Rafe, muestran signos de envejecimiento.

—Ever anda detrás del fruto —dice Misa, mirándonos alternativamente a Rafe y a mí—. La ha enviado Loto. La ha convencido para ir a buscarlo igual que trató de convencernos a nosotros hace muchos años. Pero ahora esa vieja decrépita parece pensar que Ever es la única que puede conseguirlo. Por eso, Marco y yo la hemos estado siguiendo, cosa que supongo que tú también estás haciendo.

Rafe la mira con los ojos entornados, pero aparte de eso no se mueve, no revela sus intenciones. Está demasiado ocupado valorando la situación, se halla demasiado en guardia para proporcionar una respuesta.

—Loto lleva siglos buscando a alguien que haga este viaje —me dice Misa, mientras Marco se ríe a su lado—. Al principio creímos que estaba loca; bueno, sobre todo porque realmente lo está. Pero ahora que Roman ha muerto y que Haven se bebió hasta la última gota de su reserva, siendo Damen tan… bueno, no hace falta tener pelos en la lengua, ¿verdad? Siendo Damen tan egoísta como es, no tuvimos más remedio que hacernos amigos de ella para averiguar más sobre ese árbol y enterarnos de cómo encontrarlo. Nos llevó a Summerland, pero eso es todo. Dijo que no sabía cómo encontrar el árbol, dijo que tú eras la única que podía, que era tu destino, como si fueses una especie de elegida o algo así. —Me dedica una larga mirada furiosa y cáustica que acaba cuando pone los ojos en blanco en un gesto exagerado; quiere que sepa lo ridícula que le resulta la idea—. Lo que sea. —Se encoge de hombros—. Solo estamos aquí para que puedas conducirnos hasta él, y luego seguiremos por nuestra cuenta.

—Pero yo llegué primero. —La amenaza suena fuerte y clara en la voz de Rafe—. Un pequeño detalle que pareces pasar por alto.

Observo cómo se ponen tensos, cuadran los hombros y afianzan su postura como si fuesen a pelearse a puñetazos aquí mismo, en este sendero fino como una caña. A defender su derecho a utilizarme para conseguir lo que quieren.

—¿Oís lo que estáis diciendo? —pregunto, mirándoles—. En serio. ¡Sois increíbles! Y llamáis egoísta a Damen.

Sacudo la cabeza, sin intentar siquiera disimular mi indignación. Aunque lo cierto es que, mientras mis labios siguen moviéndose, soltando montones de palabras similares, mientras mi expresión se adapta a lo que digo en cada momento, mi mente está en un lugar muy distinto. Trabajando a un ritmo frenético para encontrar una salida a este lío, sabiendo que habría podido dominar a Rafe cuando aún estaba solo, mientras que ahora que son tres inmortales contra mí sola ya no estoy segura.

A pesar de que no pueden matarme, siguen pudiendo ocasionarme graves daños o, lo que es aún peor, pueden impedirme llegar allí primero.

—Ni siquiera sabemos con certeza si existe ese fruto —digo, mirándoles—. Pero supongamos que existe, supongamos que lo encontramos allí mismo, en espera de ser arrancado. ¿Por qué no podemos compartirlo? ¿Por qué no podéis darle un bocado cada uno y luego entregarme lo que quede para llevárselo a Loto? De esa forma todo el mundo gana y nadie sale perjudicado.

En lugar de la negativa que esperaba, mis palabras son acogidas por un silencio absoluto.

Un silencio horrible y persistente que resulta mucho peor que cualquier discusión que puedan iniciar.

Ya no están interesados en mí.

Algo muy distinto atrae su atención.

Y sin necesidad de mirar sé lo que es. Lo noto en el susurro de la brisa contra mi nuca. Lo veo en el resplandor repentino que brilla en sus ojos.

Lo ven.

El árbol.

Lo que significa que ya no me necesitan.

Y aunque trato de moverme y me esfuerzo al máximo por huir, es demasiado tarde.

Son demasiados, y yo estoy sola. Y parece que, al menos en este caso, han decidido trabajar juntos. Han decidido colaborar.

Misa y Marco me agarran de los brazos mientras Rafe se sitúa subrepticiamente detrás de mí. Su mejilla se pega a la mía, y sus labios gélidos se clavan en mi piel cuando dice:

—¿Recuerdas que te he dicho que había perdido pie y me había caído en el cañón?

Trago saliva con fuerza y me armo de valor. Sé muy bien lo que viene a continuación.

—Pues resulta que te he mentido. —Sonríe, noto cómo sus labios hacen ese gesto y se curvan contra mí—. Si hubiese tenido la mala suerte de caerme, nunca habría conseguido subir. ¿Sabes, Ever?, hay una caída profunda. Una caída muy profunda que no ofrece ningún afloramiento de rocas, ningún asidero. Pero, claro, lo mejor será que lo compruebes por ti misma. Me refiero a que no hace falta estropearte la sorpresa dándote un montón de información, ¿no es así?

Lucho.

Doy patadas.

Araño, muerdo, hiero, grito, golpeo y peleo con todas mis fuerzas de inmortal.

Pero, a pesar de que estoy segura de haberles hecho bastante daño a cada uno de ellos, al final no es suficiente.

No puedo vencerles.

No soy rival para ellos.

Y cuando quiero darme cuenta, Rafe me empuja en el momento exacto en que Misa y Marco me sueltan.

Me lanza por los aires.

Me hace volar.

Me caigo precipicio abajo, dentro de un cañón sin fondo.

Capítulo treinta y uno

I
gual que un sueño en el que te encuentras cayendo y no puedes detenerte porque no tienes nada a lo que agarrarte y has perdido todo el control de tu cuerpo; la sensación es exactamente la misma.

Salvo que, por lo general, cuando me encuentro atrapada en uno de esos sueños, mi cuerpo acaba despertándome con una sacudida antes de que pueda tener lugar ningún desastre grave.

Pero esta vez ya estoy despierta. Y, a juzgar por lo que veo, el desastre se está produciendo ahora y está a punto de empeorar.

Mi cabello se eleva y se agita por encima de mi cabeza. Mis piernas dan furiosas patadas intentando moderar el ritmo, detener la caída y reducir la velocidad, pero no sirve de nada. El esfuerzo es tan inútil como mis brazos, que continúan moviéndose de forma descontrolada, buscando algún asidero, aunque solo consiguen demostrar que Rafe estaba en lo cierto.

No hay nada que me salve.

Nada que me detenga.

El acantilado supone una caída muy profunda al vacío.

Cuanto más bajo, más oscurece, hasta que ya no veo lo que tengo delante, ya no veo lo que tengo debajo, ya no veo adónde voy.

Lo único que sé es que la caída parece acelerarse y ganar velocidad mientras me precipito hacia un final que tal vez no exista. La horrible verdad de mi existencia, su absoluta ironía, es que si no puedo hallar un modo de detener esto es así como pasaré mi eternidad.

No puedo morir; mis chakras son tan fuertes que me lo impedirán.

Pero las heridas que sufra no se curarán; esta parte de Summerland no lo permitirá.

Dos pensamientos horrorosos que me resultan demasiado agobiantes para considerarlos.

Así que no lo hago.

Decido centrar mi mente en otra cosa.

Repaso la larga lista de cosas que he aprendido este último año, desde el día en que morí por primera vez en el accidente de tráfico que se llevó a toda mi familia hasta esta grieta interminable en la que me hallo ahora. Recuerdo lo que dijo Loto acerca de que el conocimiento llega cuando más se necesita, y espero que todo el que he acumulado me ayude a encontrar una salida.

«Perdonar es sanar – todo es energía – los pensamientos crean la realidad – todos estamos conectados – lo que resistes persiste – el amor verdadero nunca muere – la inmortalidad del alma es la única inmortalidad auténtica.»

Repito las palabras una y otra vez, hasta que se convierten en una especie de mantra, hasta que las palabras empiezan a tomar forma, empiezan a apoderarse de mí.

Hasta que mi respiración empieza a normalizarse, mi cuerpo empieza a calmarse y mi corazón puede liberarse de esta carga de miedo.

«Perdonar es sanar.» Envío en silencio un pensamiento de perdón a Misa, Marco y Rafe por estar tan confundidos y ser tan desconfiados que ni siquiera quieren intentar actuar de otro modo.

«Lo que resistes persiste.» Dejo de resistirme a mi caída y empiezo a concentrarme en buscar la solución.

«Los pensamientos crean la realidad.» Aunque la manifestación instantánea no funcione, nuestros pensamientos siguen creando en nuestro nombre.

Me descuelgo la mochila de un hombro, la deslizo hasta situármela delante del cuerpo, bajo la cremallera de un tirón y meto la mano dentro. Me aseguro de tener bien agarrada la chaqueta ligera que he manifestado antes, la que me ha ayudado a superar las diversas estaciones protegiéndome del calor, la lluvia, el viento y la nieve, dejo caer la mochila y escucho cómo baja zumbando. Agarro la chaqueta por las mangas y alzo los brazos por encima de la cabeza, cortando el viento con mi trayectoria mientras acerco el cuerpo con brusquedad hacia lo que espero que sea la ladera del acantilado. Sé que lo he logrado cuando me quedo momentáneamente aturdida por el impacto repentino de mi cuerpo, el cual choca contra un lecho de rocas puntiagudas que me cortan y arañan la carne; los bordes irregulares desgarran mi ropa y rallan pedacitos de mi piel, mientras mi cuerpo continúa cayendo.

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