Dinero fácil (17 page)

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Authors: Jens Lapidus

BOOK: Dinero fácil
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La idea: Jorge había trabajado para la organización de Radovan. Sabía cosas que ellos no querían que se filtraran. Sobre todo no sabían exactamente cuánto sabía Jorge. Podía asustarles. Había aprendido las reglas en el trullo y mantener el pico cerrado siempre tenía el valor de que devolvieran el favor. Los yugoslavos deberían estar dispuestos a soltar pasta.

R era difícil de localizar. Nadie podía ni quería revelar su número de casa o de móvil.

Sencillamente, no había manera de alcanzar al jefe yugoslavo.

El esbirro de Radovan, el traidor que le había entregado con su testimonio, Mrado, le serviría igual de bien. Jorge se pondría en contacto con él.

Al final le dio el móvil de Mrado un antiguo camello de Märsta. Mrado no era Radovan, pero era lo más cerca a lo que podía llegar Jorge. Tenía que bastar.

Llamó desde un teléfono público de la estación de metro de Östermalmstorg.

Los dedos le temblaban mientras marcaba el número.

Reconoció inmediatamente la voz de Mrado. Oscura. Lenta. Brutal.

Estaba cagado. Se recompuso:

—Hola, Mrado. Soy Jorge. Jorge Salinas Barrio.

Silencio durante un momento. Mrado se aclaró la garganta.

—Jorge, me alegro de oírte. ¿Qué tal la vida en el exterior?

—No me vengas con chorradas. Me hundisteis hace dos años. Lo que soltaste en el juicio fue una putada. Pero ahora estoy dispuesto a cerrar un acuerdo.

—Vaya, sí que vas al grano. ¿De qué se trata?

Jorge no reaccionó a la provocación.

—Sabes de qué se trata. Yo os cubrí las espaldas a Radovan y a ti. Vosotros me la jugasteis. Debéis devolverme el favor.

—Ya. —Mrado con tono sarcástico—: Entonces tendremos que encargarnos inmediatamente de que quedes complacido.

—Podéis optar por pasar de mí. Pero entonces voy a cantar inmediatamente. Sabes que sé demasiado de los negocios de Radovan. Me cayeron seis putos años por vuestra culpa.

—Tranquilo, Jorge. Si nos perjudicas nos encargaremos de que vuelvas al trullo enseguida. Pero un pequeño trato es una buena idea. ¿Qué habías pensado?

—Fácil. Que Radovan me consiga un pasaporte y cien mil coronas en metálico. Me largo del país y no volveréis a saber de mí.

—Le transmitiré tus peticiones a Radovan. Pero no creo que le guste. El chantaje no es lo suyo. No es algo a lo que se someta. ¿Cómo te localizo?

—¿Crees que soy imbécil o qué? Yo te llamaré a este número dentro de diez días. Si no acepta mi trato le voy a joder bien.

—Menos mal que Radovan no ha oído eso. Llámame dentro de dos semanas. Los buenos pasaportes no son cosas que uno compre en cualquier lugar.

—No, diez días. Podéis encargar el pasaporte en Tailandia o donde coño sea. Y oye, una cosa más. Si por casualidad yo tuviera algún accidente, ya me entiendes lo que quiero decir, todo lo que sé saldrá a la luz inmediatamente.

—Entendido. Lo dicho, dos semanas.

Mrado colgó. Chulesco el yugoslavo. Sin embargo era Jorge el que había tomado la iniciativa. Pero ahora sólo podía aceptar. Dos semanas. Era mejor de lo que esperaba; podría conseguir dinero. ¿Estaban empezando a irle las cosas bien?

Jorge se quedó parado. Los pasajeros pasaban a su lado.

Jorge-boy, el más solitario del mundo.

Solo y abandonado*
.

Jorge había meditado una oportunidad que se le ofrecía. Los vikingos estaban cerrando sus casas de verano. Un nuevo mercado de vivienda para él. Quizá le resolvería al menos un problema.

En cuestión de pasta iba jodido. Le quedaban mil coronas de las cinco mil que le había dado Sergio.

Hasta la fecha, sus gastos, demasiado altos. Tres mil coronas en total por el albergue. Cada sesión de rayos uva: sesenta y cinco coronas. Algo de comida para el almuerzo. Un par de pantalones, guantes, dos camisetas, un jersey de punto, calzoncillos, calcetines y una cazadora de invierno de Myrorna
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: cuatrocientas cincuenta coronas. Preparativos para un frío otoño.

Se dio una última sesión de rayos. Ya estaba moreno. Había conseguido el estilo de caminar. El balanceo adecuado. Ahora quería alejarse una temporada. Esperar la respuesta de Radovan.

Cogió el metro hasta la estación Kungliga Tekniska Högskolan. No sabía exactamente adónde iba a ir. Sólo que quería ir hacia el norte. A algún lugar solitario. Descartó los autobuses directos que iban a Norrtälje. En lugar de eso se subió al autobús 620, que también iba a Norrtälje pero con una ruta más sinuosa.

Echó una cabezada.

El autobús dejó atrás Akersberga. Paletos en el autobús. Una señora con dos perros salchicha le miraba fijamente.

Se bajó en una parada en un sitio bonito, Wira bruk. La bolsa de plástico con la ropa enrollada alrededor de la muñeca. Dejó que diera vueltas y se desenrollara.

No era su estilo de territorio. Jorge había estado en el campo una vez en toda su vida, una excursión con el colegio cuando tenía trece años. Terminaron por mandarle a casa. No se podía hacer fuego en el bosque.

A la derecha, una iglesia de piedra. El campanario construido aparte, de madera gris. Algunas lápidas en la hierba alrededor del edificio principal. A la izquierda, cuesta arriba. Bosque. Un camino seguía hacia delante y otro hacia la izquierda. Más adelante, sembrados. Habían cosechado.

El cielo era gris.

Debería moverse.

Fue hasta la bifurcación. Miró por el camino que iba hacia la izquierda. Algunas casas y coches aparcados. Se acercó. Vio una señal:
Wira bruk-Centro municipal
Atravesó el aparcamiento. En total nueve coches. Pensó en robar uno, pero pasó. Fue hacia las casas.

A la izquierda corría un riachuelo. Pintoresco. Un puente. Árboles de hoja caduca. Sendero de gravilla. Un quiosco rojo. Parecía cerrado para el otoño, aunque se habían olvidado fuera el muñeco de los helados GB. Más adelante había tres edificios más grandes; entre ellos una extensión de gravilla. Carteles en los edificios. Antigua escuela. Antigua parroquia. Antigua casa del comendador. Una pareja de mediana edad entró en la escuela. Estaba en el sitio equivocado. Ahí no había casas de veraneo. Era un puto museo.

Otra vez a la carretera principal.

Siguió andando. Quince minutos. Ni una casa a la vista.

Quince minutos más.

Vio casas más arriba, entre los árboles.

Se acercó.

Las primeras parecían habitadas. En el exterior había un Volvo V70.

Fue hasta la siguiente. Bosque alrededor.

Jorge se preguntó si había hecho lo correcto yendo allí. En campo contrario. Datos sencillos sobre J-boy: no era precisamente del tipo que ha crecido como un boy-scout, biólogo de campo o corredor de orientación. Exposición limitada al mundo sin asfalto ni McDonald's. La casa estaba unos trescientos metros más allá. No se veía desde la primera casa. No había ningún coche en el exterior. Era grande. Dos terrazas acristaladas. Pintura roja desgastada. Cantos blancos. Pintura verde alrededor de las ventanas. La terraza inferior apenas se veía, tapada por los árboles pequeños y los arbustos. Jorge subió por el camino. La grava crujía. La puerta de entrada a la casa daba hacia el jardín, la parte de atrás mirando desde el camino. Perfecto. Miró por todas las ventanas. Nadie en casa. Llamó a la puerta. No contestó nadie. Llamó en voz alta. No salió nadie. Volvió a salir al camino. No se veía ninguna persona ni ninguna casa. Volvió. Intentó encontrar dispositivos de alarma.
Nada*
. Se puso los guantes. Rompió una ventana. Alargó la mano con cuidado. No quería cortarse. Abrió el pestillo. Funcionó. Abrió la ventana. Se subió. Entró de un salto.

Escuchó. No sonaba ninguna alarma. Llamó otra vez. No hubo respuesta.

Mola.

Pasados dos días, se sentía como en casa. Había convertido una habitación con la ventana hacia el seto en su dormitorio. Evitó las demás ventanas. Limpió la cocina en busca de papeo. Encontró arroz, pasta, conservas, cerveza sin alcohol, arenques. Sucedáneo de caviar caducado. No era su comida favorita pero valía.

Durante los días hacía flexiones y saltaba con un pie. Más ejercicios: abdominales, dorsales, estiramientos. Quería mantenerse en forma. Recuperar lo que había perdido en los albergues.

Nerviosismo. Los oídos totalmente pendientes. Prestaba atención a los coches. El crujido de la grava. Las voces del exterior. Cogió una lata de cerveza vacía y la puso en el picaporte de la puerta de la calle: si alguien la tiraba al suelo, el sonido sería suficiente para despertarle.

Todo estaba tranquilo. Silencioso. En calma. Aburrido de cojones.

Dentro de diez días llamaría a Mrado.

No pudo dormir esa noche. Los pensamientos le inquietaban. ¿Qué iba a hacer si Radovan se negaba a llegar a un acuerdo? ¿Cómo iba a conseguir dinero? Quizá tuviera que ponerse en contacto con alguien del negocio de todas formas. Colocar algunos gramos. Trapichear. Ingresar pasta. Volver a las viejas rutinas.

¿Qué había pasado con Sergio? ¿Eddie? ¿Su hermana? ¿Su madre? Realmente debería llamarlos. Demostrar que le importaban.

Pensó en la calle Sångvägen. Su primer par de botas de fútbol. El campo de hierba cerca de la calle Frihetsvägen. La sala de recreo de Turebergsskolan. El trastero del sótano de la casa. Su primer porro.

Joder, qué ganas tenía.

Se levantó. Miró por la ventana. En el exterior empezaba a haber luz. Del suelo se elevaba neblina. El paraíso de los suecos. Diviértete con la paradoja: él, Jorge, el hijo del asfalto, inmerso en el mundo de los vikingos y disfrutaba. Era tan bonito...

Justo en ese momento pasaba de que alguien le viera.

Capítulo 14

JW se convirtió rápidamente en un chico de moda. La voz se corrió después de la fiesta en Lövhälla Gård, los comentarios sobre la juerga duraron semanas. Lo loco que había estado Nippe, lo divertido que había sido ver a Jet-set Carl de farra, las bromas tan divertidas que había hecho Lollo, lo salido que Nippe estaba siempre. Los cotilleos exageraron lo que se bebió, los bailes, los escándalos y el subidón para beneficio de JW.

Las semanas siguientes trajeron buenos ingresos. Abdulkarim le adoraba. Vaticinó brillantes planes de futuro juntos, tenía la visión de que se adueñarían de la ciudad. JW no sabía si tomar a Abdul en serio o si era una broma. El árabe hablaba muchísimo.

JW dejó el taxi y se encargó de que otro chico le sustituyera. Primero se aseguró de que Abdulkarim lo aprobara.

JW se veía a sí mismo con nuevos ojos: el hombre de éxito, el hombre de nieve, el hombre ligón: se llevó a casa tres chicas en dos semanas. Récord para él. Se sentía como un mini-Nippe.

Durante el día arrasaba en cuestiones de compras. Se hizo con dos pares nuevos de zapatos: mocasines de Gucci con la hebilla dorada y botines de Helmut Lang para el invierno. Se compró un traje, un Acne con las costuras visibles en las solapas. Era moderno, posiblemente demasiado formal. Quizá no en el estilo estricto correcto. Se dio un atracón de camisas con puños dobles: Stenströms, Hugo Boss, Pal Zieri. Compró vaqueros, pantalones, calcetines, cinturones, camisetas y gemelos. La mejor compra de todas fue un abrigo Dior de cachemira, para el invierno. El precio era de doce mil coronas. Caro, por supuesto, pero cuesta estar en la cumbre. Lo colgó delante de su cama para que fuera lo primero que veía cuando se despertaba. Era bonito del copón.

JW disfrutaba de cada minuto. No ahorraba ni un céntimo.

En cuanto al Ferrari, se repetía: en ese año había dos coches en Suecia. No podía ser imposible encontrar a alguien relacionado con ellos, alguien que hubiera conocido a Camilla o que en cualquier caso supiera más que la policía. Peter Holbeck, el dueño de uno de los coches, apenas había utilizado el suyo. En ese caso no parecía probable que Camilla hubiera tenido que ver con él, el tío no estaba nunca en Suecia. Quedaba la compañía de
leasing,
Dolphin Finans AB. La compañía había quebrado hacía un año; era patentemente sospechoso.

JW buscó información sobre la compañía de
leasing
en el registro de empresas. Se trataba de una empresa ya constituida y sin actividad que se había comprado, Grundstenen AB, pero habían cambiado el nombre directamente a Leasingfinans AB. Medio año después cambiaron el nombre por Finansieringsakuten i Stockholm AB. Un año más tarde volvieron a cambiar el nombre por Dolphin Finans AB. Tres cambios de nombre en menos de tres años.
Fishy
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. Durante todo el tiempo, desde la compra de la compañía original, una y única persona había sido el administrador, un tal Lennart Nilsson, nacido el 14 de mayo de 1954. JW comprobó los datos del hombre en el registro civil.

Lennart Nilsson estaba muerto.

JW solicitó la información de la declaración de quiebra.

Curiosa información la de los documentos: Lennart Nilsson era un adicto conocido de Nacka
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que había fallecido de cirrosis. Según la información obligatoria del síndico de la quiebra sobre posibles irregularidades, el hombre era probablemente un testaferro.

JW se encontraba en un callejón sin salida. El Ferrari era de
leasing
de una empresa que había quebrado y cuyo único representante físico había fallecido. ¿Cómo iba a continuar?

La única vía que se le ocurrió fue ponerse en contacto personalmente con el síndico de la quiebra. Llamó, consiguió hablar con una secretaria y solicitó hablar con el abogado. Un montón de obstáculos según la secretaria, que cada vez que JW llamaba decía: «¿Podría volver a llamar? Lo siento, está reunido». JW le pidió que le dijera al abogado que le llamara. Pensó que eso bastaría. El tío no llamó. JW tuvo que insistir mucho. Le llevó más de una semana dar con él.

Al final hablaron; para JW fue un verdadero chasco. El abogado/síndico no tenía más información que la que había en la documentación de la quiebra. La compañía no tenía ninguna contabilidad, ningún empleado, memorias anuales muy escuetas. El interventor no estaba en el país y no estaba claro quién era el dueño de las acciones.

Todas las pistas que llevaban al Ferrari terminaban con una quiebra que decía «delito» a gritos. Estaba más que claro que algo no cuadraba, pero JW abandonó los pensamientos del coche durante unos días. No había mucho que pudiera hacer.

Intentó dejarlo como estaba.

No funcionó. Los pensamientos estaban ahí todo el tiempo. Su hermana había desaparecido y tenía que poder averiguarse más.

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